Toda una contención de cascadas se ha desparramado.
Un flujo constante de ficticios rescates devoran mi frente con fugacidad.
El tiempo advino en urgencia,
con un intempestivo pronostico de arrepentimiento y entrañas.
Detrás de el brote de fuego y ternura,
detrás del impacto donde comienzas las dudas y
las remilgosas retículas del razonamiento, se encuentran acompasados
los lentos tragos y causas de inacción:
se mantiene templada y ecuánime una, infundamentada pero a la vez firme,
esperanza de que este camino humano de clichés, narrativas y rituales que me empujan a la condición de pagano, otorga una templada, decorosa y adulta claridad ligado a un incorregible, descabellado e irracional, principio de esperanza.
¿Debería reproducir el guion? ¿Debería converger con el lego y designar mis ensoñaciones con consistencia? ¿Debería negar su asomo de quimera?
Hacer eso conllevaría también aceptar el eludible, extrañamente coherente e incrédulo, otro principio, de que esto es un sentimiento -no supremo, pero si ponderado con mi esmero a testar la realidad que, dolorosa y hermosa, ambos compartimos-.
19 de mayo 2018