Los demonios se visten de demonio
y los ángeles se visten de ángel.
Pero demonios y ángeles
conviven en una retícula
de sábanas inquietas.
El dolor ocluye al dolor,
hasta que su cubierta cristalina
se chasquea.
En ese instante
es cuando se filtra la belleza,
como un coladero
que te empapa de oxígeno
y de un llanto aliviador.
Las verdades pesan
como piedras en el pecho,
pero, mientras los demonios
y los ángeles se revuelcan,
esas piedras bailan indecisas
hasta dinamitarse como el maíz.
La belleza es la ninfa flemática
que aguarda
(cuando la tragedia se descubre)
en la oscuridad,
en el estertor
y en el silencio.