Es estimulante
hacer frente a los misterios,
aunque tu posición ante el mundo se diluya
y tu voz tenga menos eco
o requiera más esfuerzo.
Y también es normal
que entonces todo parezca ruido
o que se repita con melódica simpleza,
con su patrón
de inicio, desarrollo y desenlace.
31-3-14
domingo, 30 de marzo de 2014
INDETERMINACIÓN
Pienso que somos una cosa
y muchas cosas,
que hay muchas partes de nosotros
que responden
a diferentes necesidades.
A veces me he torturado por no ser claro
y he tildado mis vaivenes de conflicto,
¿pero sabes qué?
el sexo es mucho más que sexo,
el amor es mucho más que amor
y yo soy mucho más incluso de lo que creo
y a la vez soy menos.
Solo quería decirte, que mañana como en antropología
porque tengo una tutoría con Félix,
por si te pillaba bien para comer juntos.
31-3-14
sábado, 29 de marzo de 2014
el reloj de arena
¿Pero
a ti te gusta escribir?, me
pregunta ella mientras paseamos por los jardines de la granja. Es
Domingo, los fines de semana no tenemos que trabajar y hoy
ninguno de los dos propuso coger el autobús para ir a la ciudad, a
pesar de que hace un día perfecto. Ana es pintora, estudió bellas
artes en Madrid y ahora quiere viajar para aprender inglés. Hoy hace
dos semanas que vino a al granja, llegó empapada y algo atorada; no
estaba acostumbrada a la lluvia de Irlanda. Le destinaron la cama sin
ocupar de la habitación en la que yo dormía, lo cual, lejos de
facilitar que me familiarizada con ella me volvió aún más retraído
que en otras circunstancias. ¿No me respondes? Te he visto
escribir algunas noches, ¿es un diario?.
¿Qué quiere que le cuente? ¿Que soy un trotamundos que no cree en
la utilidad de casi nada? ¿Debo describirle mis escritos trabados
del cuaderno? ¿Debo contarle que escribo por el mero hecho de abusar
de la palabra y de la fugacidad de imágenes como si fueran búnkers
ante la realidad?. Tengo que ir a coger algunas calabazas;
me despido y me dirijo al bosque; si mi reacción no le ha resultado
estúpida, al menos debió resultarle inquietante. En
Irlanda nunca deja de llover, pero en algunas parcelas del bosque las
hojas de los árboles retienen la lluvia. Cuando paseo por debajo de
los árboles siento que un imperfecto paraguas me cubre junto al
envolvente sonido de las hojas, como si fuera una carpa de circo y yo
un animal descansando en la noche. Al final las gotas caen, y aunque
eventualmente, desde la corona de los árboles son arrojados pequeños
torrentes de agua que se acumularon en la concavidad de las hojas,
toda la parcela está inundada de pequeñas gotas que parece que se
resisten a tocar el suelo. Flotan livianas, como si se hubieran
descargado en la frondosidad, como si se hubieran limpiado hasta
desgravitarse al final de su trayecto, justo antes de morir. Ando
dejando mis huellas sobre el barro, avanzo, y a cada paso las gotas
se posan en mi como polillas, o quizá soy yo quien se posa poco a
poco en ellas, hasta flotar del único modo posible; sintiendo la
muerte debajo de mis pies, o intuyendo un arrojadizo abismo en algún
lugar próximo.
El
terreno es húmedo, un pequeño riachuelo cruza el camino compuesto
de hojas rojas. Me desvío y lo sigo desmarcándome de la senda. A
los diez metros llego a una pequeña reclusión de agua coloreada por
extrañas bacterias. Un tallo nació del fondo y sus pequeñas ramas
asoman hacia la superficie, el agua estancada permitió que creciera.
En este tipo de encuentros con la naturaleza encuentro una perfección
indescriptible; todo sucede gracias a un silencio que se eleva sobre
el constante fluir del agua, y que va más allá del rozamiento de
las hojas, que se mueven por el efímero tránsito del viento. La
naturaleza tiene su propio latido, y todo sonido, por impredecible
que resulte de primeras, acaba encharcándose de una sincronizada
respiración. En
la playa de la concha el calor es insoportable, a veces lo anhelo,
aunque he dado tantas vueltas por el mundo que ya no sé qué es lo
que más echo en falta. Pero a veces suelo recordar las olas, siempre
constantes y latentes en todos los momentos que compartí allí. Esas
olas fueron como el latido de mi madre mientes estuve en su vientre.
¿Acaso no todas las cosas nos retrotraen a otra cosa anterior? Quizá
ese latido que yo patenté, en el mar y ahora en este bosque, siempre
ha sido el mismo. Si esto es así, entonces todo está dentro de mí;
no hay nada fuera, y en este bosque no acontece espiritualidad alguna
y todo es una pantomima practicada. Al final siempre me enfado,
concretamente me enfadan las vueltas que siempre doy en mi mente, las
vueltas que doy por el mundo, y hasta las vueltas por este bosque
acaban resultando tediosas, por no hablar de las vueltas que doy
entre la exuberancia y el desprecio por lo vivo. Siempre he sido un
testigo de mi vida; me dijo un anterior “woofer”. Él era
terapeuta y hacia un alarde desmedido de su actitud por decir todo lo
que piensa. Pero tenía razón, evito hablar de mi vida para evitar
que alguien desmienta mi frágil torre de marfil. Me he pasado la
vida entera buscando, buscando y buscando, y solamente he encontrado
espejos en los que he conseguido validar mi reflejo, y he olvidado
que un espejo frente a otro extingue la energía de la luz, y al
final el espejo no refleja nada. Cuando la tristeza se junta con la
tristeza la tristeza se potencia aún más, eso, o también uno puede
tomar la decisión de congraciarse en una tarea litúrgica de
colorear una vida sin ambages; qué mejor que cuatro manos para
pintar sobre cristales oscuros. ¡Toda la vida es un espejo! La
habitación donde duermo, cada ciudad a la que viajé y en la que
intenté olvidar que estuve en la anterior. Ana también es un
espejo, un espejo reaparecido en el que ya me arrojé miles de veces.
Toda porción de tierra y de mar es un espejo, la arena de la playa
de la concha es un espejo, y esa arena que pisé durante años fue la
que compuso la estructura del reloj que he cargado otros tantos, y
cuyos dos recipientes también se miran y se anulan mutuamente como
dos espejos. Las olas que cadenciaban mi relación con Gabriel, esas
olas. Me desgarra por dentro falsearlas, deshacerme de ellas. También
en torno a Gabriel doy vueltas. ¿Sabría él que se había
convertido con los años, aunque ni tan siquiera habláramos, en el
eje de mi amor y mi tedio? ¿Sabía él lo que hacía cuando me lanzó
animoso a esta aventura, cuando me pidió que escapara?. No sirve de
nada saber, me he levantado demasiadas mañanas constatando que la
mentira es inextricable. Lo que pienso son impulsos bioeléctricos,
lo que recuerdo son impulsos bioeléctricos, lo que siento son
impulsos bioeléctricos. Siempre he renegado de toda condescendencia
con mi propia naturaleza; “el rojo es amor, el verde es
frondosidad, el marrón es caducidad”. He
requerido construir una vida entera basada en la continua
deconstrucción de mis fenómenos básicos; lo mío ha sido cortar y
recrear, cada vez de forma más compleja, cada vez creyéndome más
especial, pero lo único que he conseguido es haber vivido quince
años en la carpeta del borrador. Siempre me he creído libre, he
intentado jugar a las marionetas con mis impresiones, pero jamás he
intentado preguntarme por el origen de mis títeres, ni siquiera les
he apreciado, ni siquiera les he dado valor ¡Oh dios!. Apoyo mis
manos en el césped, está húmedo y mis dedos se untan de fango. Me
he convertido en un hombre de metal. He operativizado los elementos
de mi, mirando los árboles y olvidando el bosque, he operativizado
lo que creo que controlo para ejecutarme libre en la vida, y
esperando una correspondencia inmediata por mi fortaleza. Jamás he
mirado la vida por lo que es, y nunca me he preocupado por entender
el lenguaje. Pero la parte más esencial de mí me ha astringido por
detrás, me ha atorado noches enteras la garganta, ha extendido las
arrugas de mis párpados, ha inflamado mi corazón para convertirlo
en una pesada carga que siempre he acumulado en el pañal. Y ahora me
duele la cadera de tanto cagar mi integridad. ¡Gabriel! Tú me
empujaste a otra vida, y yo te he odiado porque mitifiqué tu
franqueza, di crédito a tus designios como si fueras un guardia de
tráfico y yo un conductor nobel. He manufacturado un maestro sagaz
del relativismo y jamás he visto la absoluta determinación que tu
figura ha tenido en mí. He querido crear una planta de tu semilla, y
he convertido ese medio en mi objetivo. Y lo he estado haciendo con
adornos, con bolas de navidad, sin escucharme profundamente, si acaso
apreciando los recuerdos maquetados, categorizando las ondas de los
latidos, acudiendo a la meditación, como a este bosque, como acudía
a misa los domingos con mi madre pensando en el croissant del
después. No me he escuchado porque únicamente he mirado el tiempo a
través del cristal del reloj que me diste. He seguido adelante, he
tenido miedo a romperlo y he sublimado la belleza, sin entender su
fundamento. Quiero mojar la arena seca en estas tierras húmedas,
quiero ser una gota flotante que sobreviva al frondoso estrato de la
planta que generé y que lleva tu nombre, quiero bajar al espacio
terrenal y moverme liviano, sin pañal, al menos, antes de alcanzar
la muerte. En realidad quiero la muerte, y quiero rebotar al borde
del abismo para dirigirme a un nuevo recodo. ¡Sin arcángeles,
Gabriel!. Quiero romper el tiempo y hacer añicos todos los espejos.
Sin arcángeles, Gabriel, esta vez sin arcángeles.
29-3-14
martes, 25 de marzo de 2014
el reloj de Gabriel
El
colegio fue algo fugaz, aunque en él aprendí todo lo necesario para
saber cómo saber, o cómo no saber, lo cual se convirtió a lo largo
del tiempo en mi más esencial inquietud. Algo se gestó en la playa,
de eso estoy seguro, desde el momento que aquella pelota se me escapó
de las manos, y Gabriel la cogió, enfadado, por haberse enredado
entre su red.
Qué
decir del aula del colegio, donde compartí tantos momentos con mis
amigos, donde reíamos y nos preocupábamos por otro son que no se
batuteaba por nuestro tutor. Esos pasillos extensos y las luces ocre
de las viejas lámparas tendidas del alto techo, sobre el que la
indiferencia de nuestro albedrío no llegó a plasmarse, sobre el que
las generaciones pasaron royendo como ratones que conocen a la
perfección el principio de placer y que se privan de cuestionar la
procedencia de la mano que los alimenta. En esos pasillos, vivimos
condensando nuestra marcha de aula en aula, empujándonos con las
mochilas, luciendo nuestros peinados y yéndonos la vida en ello. Por
ese pasillo anduvimos durante años, para luego, perdernos en el
tiempo, en un angosto mar, donde todos nos perdimos de vista como un
zócalo que la erosión divide.
A
saber qué sería de Juan el del tirachinas, o de Jorge el metegatos
o Antonio y sus peleas en el campo con las abejas.
Pero
al fin y al cabo, ese colegio era una extensión de la oquedad de mi
hogar. No era sino en la playa, donde el sol no dejaba de fulgurar y
las dispersas conchas avisaban de su localización con el reflejo del
sol, donde yo descubrí un espacio diferente, un espacio intersectivo
que conectaba mi vida de ahora con mi pasado. Era Gabriel, en su
labor constante, en ese rincón que las rocas protegían del viento y
que preservaban su temple, donde él con sus precisas palabras,
consiguió que yo valorara el silencio, y que imaginara el movimiento
de las rocas, pese a su obvia quietud. Y daba igual donde estuviera
porque ese silencio y ese movimiento siempre volvían a mí de algún
modo. Siempre estaba ahí, ya sea en los laberintos de las tuberías
que se escondían en tantas ciudades por las que paseé, o en los
árboles, como éste, sobre el que me recupero apoyado tras ocho
horas de reforestación con la familia Hadddison. Al final todo
volvía a su primer código: Gabriel. Era aquel hueco minúsculo del
mundo, en la playa de la concha, sobre esa arena fina que fue de un
hueco a otro del reloj; fue Gabriel en la intersección, lo que
cambió las dimensiones del tiempo. Aunque era yo el que debía ahora
romper los cristales del reloj que contiene esa arena. Fue allá, en
el otro lado del mundo, donde la semilla, que cada vez toma más
parte de mí, se gestó, se regó y comenzó a germinar. Y fue en el
reflejo de Gabriel, aunque no lo viera, y en mi marcha, y en mis
continuos reencuentros, donde acabaría por descubrir esa semilla
enraizada en mí. Esa semilla es ahora innegable, mucho más clara de
distinguir una vez que el tiempo y la paciencia se combinan para
destrincar la madeja que la rodea. Al final la descubrí ahí, negada
por la memoria pero indeleble en mi recuerdo. Esa semilla siempre me
hizo querer más, querer incluso lo que no era capaz. Esa semilla se
apropiaba de todas mis compañías, de las personas que más cerca
estuvieron, pero que yo desterré. Era como un imán con dos polos,
lo que temes y lo que más profundamente anhelas. Sin Gabriel no
hubiera habido conflicto, sin conflicto no hubiera habido búsqueda,
sin búsqueda nunca habría encontrado este silencio; el hueco sin
viento, donde la pelota y el juego se enredaron aquel día en la
sencilla labor de mi maestro.
25-3-14
viernes, 21 de marzo de 2014
Sutil posesión de mi
El afán de cupido dispara mi pecho
desnuda mi mitad, y desplaza la otra.
Cierro los ojos, y me apunto como un
surfero a las olas.
Mi otra mitad pasea allá,
en otro
camino,
en otra historia.
Yo me despierto asustado,
en la cuna de tus manos,
sintiendo el
vértigo
de una gota desprenderse del resto,
que cohesiona su forma en la caída,
y
se nombra,
como un rayo que el ojo captura.
La reclamo,
al final reclamo mi otra
mitad,
y me asusta el velo que cubre este abrazo.
Me libero de ti.
El entusiasmo del espíritu
me chupa
detrás de la espalda
y me precipita a la simbiosis de
sinsentidos
que se funden con los sueños;
como burbujas en un vaso.
Los misterios de la muerte
se esconden
detrás de las conexiones
que reverberan con la luz,
o que se pliegan debajo de la almohada.
Los misterios de la muerte esperan
como
un espejo negro
detrás de la coherencia,
y abrazan, como serpientes, las sinapsis;
y
yo olvido los nombres y el tiempo.
Mis afectos se atrapan dentro del muro,
y en él apoyo mis manos,
y siento el latido que quema
la lámina de las fotografías
que pasan por el río,
para nunca volver.
Miro desde la orilla; ni dudas,
ni
respuestas asoman en mi pecho.
Porque ahora soy el árbol, el árbol
pleno
que entiende el lenguaje del sol.
Mi congoja ahogada sale, socorrida, por
mis poros,
y yo lloro mi esencia perdida
en mitad
de la calzada.
El tráfico se para, todos me miran.
Me gustaría que ellos trascendieran de
los códigos,
que salieran de sus cabinas
metalizadas,
que sintieran el sensible ciclo del
polvo
y sus moléculas navegar
por el cielo de
las persianas
como barcos de neverland.
Me gustaría, sencillamente,
que anhelaran
las ramas más profundas
las ramas más profundas
que atoran sus conductas,
que señalaran con tiza el carril de
fábrica
sobre el que sus latidos se disponen, ya escrutados.
No han contemplado,
no lo han hecho
aún;
la inmensidad indecible,
ni la desesperación de la palabra que
se anula y
asume su insuficiencia.
Han descreditado la figura de su dios,
porque han pensado
que el ocaso lo
constituye el verbo;
y odian engañarse.
y odian engañarse.
Aunque, sin darse cuenta,
han vertido nombres sobre el mapa,
han vertido nombres sobre el mapa,
y ahora viven en el mapa.
Han desterrado a su dios,
lo han quemado,
aunque han creado
una manada de becerros dorados,
una manada de becerros dorados,
y no se han preocupado por los andrajos
que obstruyen el hoyo que se oculta
debajo de sus camas.
Han olvidado los abismos,
la construcción prenatal del latido,
el proceso por el que los perros
aprendieron a ladrar.
Y han mirado la luna,
para reproducirla,
en un emoticono.
No pienso amar;
ni tu cristal
ni mi sombra
21-3-14
miércoles, 19 de marzo de 2014
ejercicio monstruo
Hoy el viento está
alterado. Puede que los árboles se despierten, o puede que la propia
fuerza de los sabios ocasione estos aspavientos. Lo que es cierto es
que los cuervos no desarticularán las alas en su vuelo y que las
bandadas volarán misioneras y a mi orden.
Las páginas de
estos libros pesan, pero es tiempo de izar lo sabido, y de agitar la
vara sobre mis siervos. La gran ventana, ese mundo externo y oscuro,
el gran séquito cada vez más teñido por los dictámenes del señor
“¡Seguid produciendo, no paréis!”. Debemos aprovechar
ahora, ahora que se respira paz y los caballos oscuros solo
despiertan rumores desde la espesura, ahora que la longevidad de los
árboles, y el exterminio de sus compañeras, enlentecen aún más su
marchito discurso.
─Mi
señor ─me giro. No aprendió
lo de las interrupciones─ mi señor, ya lo tenemos.
Empezamos en el
subsuelo. La premura no se obstaculiza. La materia prima nos rodea.
Solo es necesario la determinación, y ser discreto con el mecanismo.
─No
está nada mal ─respondo ─este
es más fuerte, mucho más fuerte, antes de preparar una espada a su
medida asegúrate de que no es demasiado tozudo.
Todos acaban siendo
similares, pero es lo normal, fueron germinados para la misma
función. Pero he observado diferencias en la jerga entre las
distintas hordas, eso es lo que me preocupa.
¡No es por mi por quien lo hacéis, recordad a quién
servís!. La discreción es importante. Traed a mis semejantes,
tratadlos del mismo modo. Su discurso será duro, pero yo ya sé qué
es y qué no es corrupción. Necesitamos que el señor lo transforme
y que el valor de la vida y el todo nos rija. Un árbol negro y
pétreo no necesita un fértil empeño para brillar, ni tiene que
sufrir los caprichos de los bravucones. Lo negro es estable y yo soy
la penúltima rama de toda una hondeada jerarquía. El incipiente
crecimiento del imperio permitirá exterminar la plétora del caos, y
los reyes de turno desacralizarán la gloria. Nosotros perpetuaremos
un mundo que toma parte de la propia muerte.
─Señor, he estado
pensando, era lo de la misión que propusiste, hay un modo de hacerlo
─Te
dije que podríamos estar cerca de la corona. Pero sé que eres
débil, muy débil, aún no confío en ti .
Ya estamos
disponiendo las fichas, la partida empezará y los enemigos verán el
juego desarrollado. Lo urdimos en silencio. Pese a ello, solo hay un
sabio que puede sospechar, aunque su inquietud solo conseguirá que
su ojo acabe en la aguja. Pese a mi confianza, no lo desestimo,
siempre fue bastante avispado a pesar de que fuera gris.
La ventana, la
ventana del mundo.
Grandalf, si quieres
indagar, acabarás enfrentándote con el blanco antes de que lo
esperes.
20-4-14
la madre le habla mientras su universo se vuelca
Las
hordas de silenciados andan de un lugar a otro, van agrupados pero
no saben de la comitiva. Ellos tan solo disienten de un extraño eco
que repite una y otra vez el sentido negativo de los discursos, el
oscuro vaivén de la palabra. Las hordas acalladas, se mueven cada
vez más vagas, intentando negar la clara apercepción del cordel que
los une, de ese planeta fotografiado en la primicia de su explosión.
Las lágrimas de todos aguardan consintiendo el linaje que el falso
tiempo dibuja en los días. Ya no son sensibles, han olvidado mirarse
unos a otros, han perdido su otro, y la obcecación es la nueva
orden. No te preocupes, ni te pierdas por el léxico o la gramática, o
cualquier elemento lingüístico en general. ¿Has olvidado que ya
estás muerto? ¿Has olvidado que toda elaboración ya resultó. y
que todo momento ya consumió hasta el polvo de su estela?. Puedo
entender que quieras sencillamente afianzar la poca cohesión que
queda tras ese torbellino que irrumpe todo intento de asir una
representación. Puedo entender que ya no sientas asco por los
retretes, y que tú mismo sobrelleves, sin esfuerzo, el encuentro con
los riesgos que rebasan tus límites. Puedo entender la desesperanza
tácita, que con disimulo, consiente la construcción de esta
realidad, de esta torre de cristal perpetuada en el daño. Puedo
entender el doble sentido que la exención de nominaciones deja entre
cama y cama, al igual que noto la humedad en el asfalto por tus
noches de regreso. ¡Mira!, la imagen se escapa de la horda, se les escapa, y el automatismo de sus
calcetines se seca como el cemento. La dulce ausencia de la gana
acaricia la pelvis de los que buscan la simbología repetida de las
calles. Se ha secuestrado, hasta tu más puro sentido estético está
secuestrado, por esa generación bella y adulterada que levanta el
clamor del séquito y que decide a los leones embestir. Perdóname por no
hablar, perdóname por buscar la perfección, por querer maquetar
todo lo que me preocupa, deponerlo como la caja de un regalo, atarlo
con el lazo contencioso y bello de las teorías. Es que no quiero que
sufras, me da miedo que saltes de ese balcón y que no te salgan
alas. Yo te infundí la duda, pero también te doy la claridad, la que
religiosamente ostentas para conseguir aquello que tú más aprecias, ¿necesitas algo más? ¿sabes de qué hablo, no?. Yo he estado esta noche en tus
sueños, plegada como un cojín para las piernas, he hurgado como un
benévolo gusano y te he dado el rostro que no eres capaz de sacralizar pero que ahora tienes que vomitar como si te perdieras en el desierto. No te doy brújula, lo
sé, y hago tu mapa abigarrado, ¡está lleno de recodos obsesionados por atajar!. Ahora los árboles
tararean como loros y adulan una y otra vez el nuevo cableado. El bosque es tan sofisticado. Un dios sin tiempo emerge del horizonte, está relajado y se deja flotar como un
cuerpo inspirado que deja atrás el cortejo. La mañana aclara y
descampa, delimita de nuevo las leyes naturales, refractando el
celo y ocasionando la resolución de las contiendas de sangre y evolución.
Sus caricias son como golpes y ahora solo te quiero solo.
Sus caricias son como golpes y ahora solo te quiero solo.
19-4-14
lunes, 10 de marzo de 2014
"Deus ex machina"
El peso que cargaba
en su espalda se amortiguaba en el cojín adosado de la mochila de
montaña que se había comprado en Decathlon. Era la más cara de
todas y también la más grande, cabían más cosas de las que había
imaginado cuando sopesó su tamaño en la tienda. Solo eran
vacaciones de navidad. El tiempo en este paréntesis pasaría fugaz;
paréntesis no pragmático, puesto que tenía muchos trabajos que
presentar al comienzo de Enero.
─ ¡Qué
bien! ¡Qué alegría me da verte! ─se inclinó para darle dos
besos. Su aspecto era casi el mismo que hace dos años, aunque estaba
más guapa ─¡Te veo muy cambiado! ¿Cómo has cambiado tanto? ─sus
mofletes fulguraban rojizos, y ella se tocó la cabeza. Intentó
alinear esa melena rebelde y rizada que parecía que descomponía su
temple como un ronquido involuntario.
─ Tú
estás muy guapa ─los coches pasaban rugiendo sobre los cinco
carriles como recuerdos soterrados que circulan por los sueños. El
semáforo cambiaba de verde a rojo, de verde a rojo...
─ ¿Y
eso que me has llamado? No
me lo esperaba ─Preguntó ella. Antonio acomodó la mochila a la
espalda con un pequeño salto. Llevaba horas viajando aunque su
cansancio no se transfugaba en los ojos. Estaba feliz, contento, no
sabía exactamente por qué de todas las veces que había pasado por
la ciudad, no había considerado la opción de llamarla. Pero esta
vez lo había hecho, además decidido. Cogió el móvil de la mochila
mientras el conductor de “blablacar” explicaba la diferencia
entre el cambio de marchas manual y automático, hablaba del
mecanismo interno. Ella contestó con una voz insegura que vibró
desde un punto al otro de la línea, y que a él le ruborizó
instantáneamente, pero que no le hizo infringir el guión de lo que
sería su breve conversación. Era lo que sucedía cuando viajaba y
tenía un plan bien delimitado de lo que sería el día, así pues no
dejaba espacio para los remordimientos por el trabajo sin hacer, y
todo lo que hacía se vertía en el espacio como operaciones claras y
ordenadas, como el cielo que los cubría más allá del tráfico y
los edificios. De verde a rojo, de verde a rojo...
─ ¡Venga, vamos, querrás
descansar un rato! ─dijo ella.
─ Bueno, lo llevo bien, me
gusta viajar ¿dónde está tu casa?.
─ ¿Tú todavía no has visto
mi casa?
─ Sí ─pasaron entre un grupo
concentrado en las puertas de una apretada capilla. Para Antonio
andar con esa mochila era algo teóricamente normal pero todavía no
había calibrado el natural contrapeso de su espalda. ¡Claro que
había estado en su casa! ¿Acaso ella no lo recordaba?. El mayor
esfuerzo era, sin duda, el de fingir que no había implicaciones más
allá de cada frase, una simple laguna escondía recuerdos dormidos y
aspavientos contenidos. Convertirlo en simple, romper la página y
comenzar una conversación en blanco, ya era un enorme esfuerzo.
María abrió la puerta de roble
con la llave, estaba recién barnizada, toda su casa olía a barniz.
Le enseñó las habitaciones; uno de ellas con un despacho que
Antonio no hubiera imaginado que ella tendría; nuevas estanterías
en los pasillos y el comedor, el cual tenía dos sofás invadidos por
sus tres gatos. Él fue al aseo y escuchó la máquina de café
mientras se sorprendió al ver un pequeño Yyakusi que María había
instalado en el baño.
María sirvió el café con dos
posavasos de cartón y ambos se sentaron en el suelo sobre una mesa
acolchada.
─ ¿Qué haces ahora? ─preguntó
Antonio
─ Sigo dando clases
─ Buff ¿y los niños? ¿no te
vuelven loca?
─ oh, sí, me desesperan.
Tenemos problemas internos en el colegio, nadie se hace responsable
de nada, Y esos pobres niños... ─abraza una mano con la otra entre
el hueco de sus piernas cruzadas. La tarde era calurosa, y el sol
seguía luciendo, aunque las bandadas de pájaros ya comenzaban a
anunciar el ocaso─ También hago terapia.
─ Wou,
¿enserio? ─Sonrió con admiración, y sus cejas se levantaron
elevando pensamientos que le retrotraían al pasado, ¿Cuándo
perdí el hilo de su historia?
pensó.
─ Sí,
terminé
el máster de arteterapia, lo hago los fines de semana.
─ Me alegro un montón. ¿Y te
gusta? ¿Cuánto tiempo lo llevas haciendo?
─ nada, si cobro muy poco,
llevo dos meses. No sé si lo hago bien, pero mis clientes, sabes,
son especiales, muy especiales.
─ ¿Es difícil?
─ Sabes, es así, como algo
natural, no tengo que esforzarme, es como construir con el otro
─movía las manos mientras hablaba como quien profetiza sin que
quiere que se descubra su misión─ Pero, me ayuda mucho,
personalmente ─ella elevó los
ojos como si quisiera ahondar en unos pensamientos que hubiera
dispuesto en el techo ─¿Y tú y yo? ¿Por qué dejamos de
hablarnos?
─ Pues,
¿de veras no lo recuerdas? ─casi se había terminado el café y él
recuperó espontáneamente una sensación familiar que nacía de la
casa, era como si las paredes tuvieran una especial vibración que ya
sintió en el pasado “¿Tú
todavía no has visto mi casa?” ─
No sé como no lo recuerdas, que mala memoria
─ Lo que recuerdo ─hurgaba el
poso de azúcar de caña con la cucharilla ─es que discutíamos por
tonterías.
─ Sí ─Antonio asintió con
una liviana sonrisa, como un cura cuyo confesor verifica la
pertinencia de sus lecciones, pero que en el fondo tiene incubada una
duda que jamás llegaría a germinar.
Ella arrancaba las hojas de espinacas. Separó el montón en dos mitades y acercó el puñado de su
mano izquierda.
─ Son un regalo ─ Se lo
entregó a Antonio sin apartar la mirada del huerto, como si se
preocupara por no perder una concentración especial que esa
actividad supuestamente requería y que Antonio no llegaba a
entender por qué.
─ ¡Son gigantes! No sé qué
cocinar con ellas ¿de verdad que no las quieres tú?
─ Yo tengo este montón,
además, debo arrancar las hojas más maduras, solo si las quito la
planta puede dar todo de sí.
Antonio miró el manojo de
espinacas de su mano
─ Para ellas no existe el luto,
se desprenden para crecer ─ese pensamiento lo había tenido
circulando en su cerebro desde hacía un tiempo, y no había
encontrado hasta el caso, una metáfora pertinente. Intuía que esa
idea la había aprendido de alguien, posiblemente más de una vez,
pero había conseguido olvidar el origen, como con tantas cosas
sucede. Ella revisaba el estado de las zanahorias, las coles, las
acelgas, y toda la parcela ecológica que había alquilado hacia un
mes. Sus compañeros del huerto estaban a diez metros a la izquierda.
Ella había traído a Antonio a esa comida para que los conociera. Lo
cierto es que a penas habló con ellos, tampoco la situación se
tornó especialmente favorable para ello. Uno de ellos se hizo un
porro que le ofreció a Antonio y él declinó la oferta. Otro bebía
mate y todos compartían sus brebajes como en una comunión tribal.
Él se sentía a gusto, aunque estaba incubando un constipado y María
había insistido varias veces para que se fueran si era lo que él
necesitaba “¿Quieres irte? ¿Seguro que no quieres? Si estás
mal nos vamos”. Antonio se sentía integrado del mismo modo que
cuando solía jugar con los amigos de su hermano mayor cuando era un
niño e iban, con toda su familia, de vacaciones al campo.
─ ¿Y los espantapájaros?
Están muy chulos
─ Sí, aunque a mí en realidad
no me gustan mucho, pero hacen un concurso local todos los meses. El
único que me gusta es aquel ─ ella señaló a uno de ellos. Tenía
una enorme cabeza, una sonrisa estridente y unos labios rojos
sobrepuestos.
─ No sé si es un payaso o una
prostituta ─una pareja acababa de llegar al huerto de al lado.
Antonio se sorprendió puesto que sin mediar palabra desplegaron
todas los instrumentos y se pusieron a trabajar, evidentemente habían
hecho una repartición previa de tareas, pensó Antonio ─ sea como
sea, ambos deben servir para espantar a los pájaros, no creo que
ellos lo sometan a juicio
─ Ya sabía yo que te daban
miedo los payasos
─ ¿Sí? ¿Por qué?
─ Solo lo sé ─volvió con el
grupo. Él tenía un vaso de vino tinto, lo cual no era muy bueno
para el constipado. Él lo sabía, pero lo bebía y se empezaba a
sentir algo atontado.
María solo había bebido medio
vaso de vino y consideró que podía conducir sin ningún tipo de
problema. Estaban llegando al centro de la ciudad, y el tráfico se
volvió repentinamente abundante.
─ Me siento nostálgico, María
─ Antonio todavía sentía los efectos del vino. De la calma del
campo al repentino vaivén de luces y pitidos de los coches no
conseguía encontrar una gran diferencia, salvo la evidente.
─ ¿Qué dices? ¿Por qué?
─ No lo sé, es algo con lo
que convivo, y me gusta contártelo ─mira al retrovisor─ confío
en ti.
─ ¿Qué te pasa?
─ Recuerdo todo lo vivido,
todos los años que pasaron ¿puede uno acostumbrarse a sepultar su
memoria? ─María seguía conduciendo atónita y a la vez con una
fingida indiferencia. Evidentemente le hacían gracia esos
espontáneos brotes poéticos, que pese a que leyera con
detenimiento, no lograba tomar del todo enserio─ tengo una
sensación incipiente que últimamente me engarrota, hace que pierda
ilusión por casi todo, ya ni me esfuerzo por darle sentido a mi
trabajo
─ Pero te gusta la imprenta
¿no? ─Llegó un semáforo en rojo─ No tenías que haber bebido,
¿Te sientes mareado?
─ Déjame explicarte la
sensación
─ Sí, claro
─ Es la sensación de que lo
que vivo ya ha pasado, como si mientras sucede ya fuera un recuerdo,
y este momento, tú y yo en el coche, lo estuviera contemplando, como
una fotografía ─el motor ronroneaba esperando la luz verde ─¿Te
ha pasado a ti?
¡Cuánta zozobra ha
vivido ella en el pasado! ¡Cuántas vivencias de las que no sacó
provecho, o al menos eso pensó! Cuántas voces que se encuentra con
las que tiene que esforzarse por dar una firme respuesta. Ella es
ahora terapeuta. Ayuda a personas que quieren claridad, un molde donde
poder justificar sus incongruencias, una fe en la que el peregrino se
pueda apoyar en su ascenso. ¿Qué es la vida?, se preguntaba a
menudo, ¿Qué otras opciones había más allá de la planteadas por
lo propiamente humano? ¿Acaso su nostalgia desde hacia un tiempo
tampoco invadía, en ocasiones, todas las áreas de su vida?. Le
hacía gracia, le hacía gracia porque cada vez más tenía la
responsabilidad de tutelar, y con el entrenamiento, o los refuerzos
sistemáticos de los oyentes pasivos, había llegado a creerse a sí
misma. La nostalgia solo era una arista más de toda una condición
pasajera a una vida de aceptación. Un escape de presión más de
tantos huecos de la identidad, que la mayoría de las personas que
tutelaba, se esforzaban fervientemente por construir. Sin sentir que
la identidad es íntegra, las personas se empeñan efusivamente en
buscarla, y cuando todo es desorden la conciencia se separaba de lo
vivido y entonces uno ya no se cree protagonista de su propia vida.
Uno se disocia entonces del tema de las reuniones sociales, de la
dirección que ese coche perseguía, del sentido de esa conversación
más allá del objetivo que cada uno se proponía, y también de ese
sutil mensaje indescifrable que mandaba el volitivo sonido de las
ruedas en una danza en la que operaban, no siempre explicitamente
opuestos, el acelerador y el freno; su pie derecho y su izquierdo.
“¿Te ha pasado a ti?”. El
semáforo se puso verde y ella apretó el acelerador.
─ En el libro que me estoy
leyendo ─contestó ella─ “adicción al pensamiento”, hay un mensaje muy bueno;
reducir las complicaciones humanas a la sencillez no te convierte en
vulgar, la sencillez no es simple, sino sabia.
─ ¿Y por qué me dices eso?,
lo que yo siento es que tú te olvidas del pasado, te interesa
olvidar todo lo que sucede ─en la marcha, estaban encontrando todos los semáforos en verde─ de ese modo no puedo dar valor a este
momento.
Era la primera vez en esos diez
días que tuvieron una conversación tan álgida. Al llegar a casa de
María, se acostaron e hicieron el amor, fue mejor que las otras tres
veces desde que vino de Irlanda, aunque no mucho mejor. Cuando él estaba entrando en el sueño
sentía que el día había sido un poco surrealista, y que detrás de
lo vivido se escondían cosas que no era capaz de descifrar. Las
alucinaciones previas al sueño, le lanzaron a Antonio, fugaces
imágenes sosegadoras, que más allá de su relación semántica,
facilitaban en él un estado de armonía, que lo sumía, en la
inconsciencia de la noche.
─ No hay una manera correcta de
hacer las cosas ─afirmó Antonio.
─ ¿o sí?
Estaban en el enorme parque donde
el conductor del “blablacar” vendría a recoger a Antonio. Ese
conductor era una minúscula contingencia, tal como la idiosincrasia
de una gota o de la dirección de un mosquito. Los pies de ambos
tocaban la tierra del parque. El banco era de madera y el cielo
llevaba acumulando negror desde hacía un par de horas.
─ Mejor despedirnos así
─depuso ella. Su camiseta era roja y nueva, y su mirada se
proyectaba a la dirección supuesta en la que el coche vendría.
─ No quiero despedirme ¿Por
qué eres tan radical? ─dijo Antonio. Se tocó las gafas de sol con
el dedo índice
─ ¿Radical? ¿Radical yo?
─ Evidentemente, quieres dejar
de hablarme, quieres olvidar de nuevo.
─ Eres tú el que sales de mi
vida
─ Eres tú ─ miró la
mochila, esta vez más cargada que en la ida─ la que no me dejas
estar; a mi modo.
─ ¿Y ese es mi problema? ¿que
no quiera dañarme más?¿que tenga que dejarte estar aquí viendo
como me masacras a mi y a ti?
─ ¿Pero cómo te masacro?¿Cómo
hago eso?
─ No aceptando el amor ─
Antonio se apuró, sintió como una ligera incomodidad lo clavaba en
el suelo”no hay una manera correcta de hacer las cosas”
¿Qué culpa tenía él? ¿que culpa tenia ella?
La sencillez no es simple,
sino sabia. ¿Qué eran los
pensamientos? ¿se iban los pensamientos con la emoción cuando ésta
desaparecía? Para él, él mismo dejaba de existir sin emoción, y
pensar se convertía entonces en un eco del vacío ─el amor no
acepta dudas para ti, no puede ser, simplemente, sencillamente.
─ El amor es entregarte
─ Entregarse también es
renunciar a otra cosa
─ ¿Qué quieres? ¿Quieres
follar con otras tías?
─ No, reconozco que estoy
salido ─se tocó los labios, sus trémulas rodillas perdieron aún
más fuerza─ pero es algo, es otra cosa. No puedes ir tan dentro
diciendo qué está bien y qué está mal.
─ ¿Por qué?
─ porque entonces no me amas a
mí, sino a tu proyecto.
─ Escondes algo, lo sé ─ella
miró profundamente resignada al suelo ─ y no lo sabes, pero vas a
sufrir...
Claro que iba a sufrir, Antonio
era el primero en saber cuales eran sus tendencias. También
rechazaba los dictámenes de María, su intromisión. Aunque
consideraba que la palabra “intromisión” evitaba que por su
parte sintiera remordimientos para el caso. Esta experiencia
influiría enormemente en la conceptualización del amor que, desde
el momento, tendería de manera natural y esquiva a verlo como algo
estrictamente egoísta. "el amor es mucho más que una lógica condicionada" se repetía, a veces, mientras imaginaba la realización de su utopía, en otras, cuando simplemente se veía incapaz de sentir cualquier cosa. Sabía que podría aprender de ella, sin que
el dulce proclamo de sus consejos se convirtieran en un hiriente
intento de colonización. Aunque María no le hablaría nunca más a
Antonio. Y lo cierto también es que ella puede que lo quisiera
permutar, integrarlo en su particular régimen de vida. Y él
ciertamente, hubiera cedido, y hubiera acabado compensando con
teorías, y con un romanticismo desmedido, el sacrificio que ese amor
conllevaba. Puede que lo suyo, lo de ambos, fuera un puro juego biológico donde conseguían elevarse más allá de la incertidumbre inherente a toda exuberante
pasión, y cuyo resultado factorial de sentimientos fuera la suma de fuerzas actanciales que ambos desconocían. Pero lo
seguro es que esto es un relato con una tendencia progresivamente
abstracta en el que los protagonistas se microscopizan, como una gota
o la dirección de un mosquito, y que el texto queda invadido por la
completa personalidad manifiesta del narrador, que así lo declara,
metadeclara, y metadeclara en exponencial y hasta más allá del término
de la narración, figúrense. Y también va a ser que la ruptura del trama por
este componente discursivo ha acabado siendo un “Deus Ex
Machina”, cuya transgresión mencionada es cuanto menos
consciente aunque no alevósica por mi parte, y ahora soy el autor. De lo cual también he advertir, que no es algo absolutamente independiente del acontecer que tiene lugar en la propia historia; intuyan ustedes, sin llegar a obsesionarse, cierta relación entre el contenido y la forma, y ya luego sitúen ustedes donde quieran el cariz de mi ironía.
Al final, ni el conductor del “blablacar” consigue llegar a las páginas, aunque así hubiera sido preestipulado. Y ruego por ello en el lector una comisión figurada del hecho. Gracias.
Al final, ni el conductor del “blablacar” consigue llegar a las páginas, aunque así hubiera sido preestipulado. Y ruego por ello en el lector una comisión figurada del hecho. Gracias.
10-3-14
viernes, 7 de marzo de 2014
Entre dos aguas
Una nueva realidad reverbera
entre dos aguas,
irrumpe en las costumbristas
llanuras, desplaza la voz
a ese hueco aislado
y descontemplativo, donde
las canas se yerguen
y el ruido es taponado
por una manta calurosa.
El reiterado amago de ser
más se disuelve en esas aguas,
y las cuerdas de la guitarra
agrietan su esencia topográfica.
Las medusas se deshacen en
mis manos, la acción
no deja historia, mis pies
me sostienen y parecen
levitar autónomos.
Los vapores blancos
catalizan todo instante,
toda materia, y nutren la llaga
del tiempo,
vierten rojo
en lo rojo. Y detrás de
la congoja, una extraña sonrisa
me acaricia;
me dice que aún no estoy muerto
(por Paco de Lucia)
7-3-14
entre dos aguas,
irrumpe en las costumbristas
llanuras, desplaza la voz
a ese hueco aislado
y descontemplativo, donde
las canas se yerguen
y el ruido es taponado
por una manta calurosa.
El reiterado amago de ser
más se disuelve en esas aguas,
y las cuerdas de la guitarra
agrietan su esencia topográfica.
Las medusas se deshacen en
mis manos, la acción
no deja historia, mis pies
me sostienen y parecen
levitar autónomos.
Los vapores blancos
catalizan todo instante,
toda materia, y nutren la llaga
del tiempo,
vierten rojo
en lo rojo. Y detrás de
la congoja, una extraña sonrisa
me acaricia;
me dice que aún no estoy muerto
(por Paco de Lucia)
7-3-14
"SONETOS"
Distancia
Tú, que lloras y auguras la muerte
anticipada,
que ocultas el clamor que te ofrece el
presente,
que entierras la mirada en un crónico
pésame,
que enciendes la vela en la oscura
mañana.
Tú, que lloras la pérdida con la
puerta cerrada,
que alimentas el hambre de los difuntos
peces,
que ennegreces el polvo que acumulaste
en meses,
que sufres las cadenas manchadas de
esperanza.
Quizás, en la espesura, puedas ver una
duda
que destemple el calor de amargadas
certezas
que nutren la raíz que te mantiene
viva.
Quizás también ayude, toda consigna
muda
que yo lance al pasar al lado de tus
rezos
que vierten en tu dios, ajeno a mis
mentiras.
El despertador
El tiempo se mantiene erguido tres
segundos
lo que dura el rehacer de mi sueño
profundo.
La alarma se detiene y vuelve a los
minutos,
cuando el sol ya se eleva calentando
este mundo.
El reposo parece un descanso moribundo
donde el sudor no cesa y no importa el
ruido burdo
pues duermo complaciente y como bebé
me acuno
en los astros del sueño que me atrapan
con nudos
Parece que es un rato y no parece un
abuso
Parece que ahora viene, que este es el
gran turno
de empezar la mañana y acabar el
ayuno.
Pero siempre la excusa y que trasnocho
cual búho
mantiene la adicción de este gran
ciclo crudo
que me impide volar y que levante el
culo.
ECOS COS
los graves ecos del mundo se filtran
entre la sintaxis de las palabras,
Si son netos, métrica es lo que vibra,
si son libres, se accede a las
anáforas.
Ahora orden el fuerzo con la rima
paralexis sin ton ni son hallada
la rima rima es, pero no arrima
la lógica de la tarea mandada
Los tercetos ejemplos trabajados;
el gran eco del pene en el cerebro
el encéfalo, falo falo y falo.
El segundo también compenetrado,
en relación con el falo y por ello,
cacafónico eco y penetrado.
7-3-14
martes, 4 de marzo de 2014
Bueno, todo, no sé si tanto...
Antonio y Juan se
habían conocido hace dos años, pero no fue hasta las pasadas
navidades cuando comenzaron a desarrollar una amistad. Al principio
tenían contacto gracias al grupo, y especialmente por un amigo
común; Carlos, que se dedicaba esencialmente a pinchar en una
discoteca. Al principio, Antonio y Juan solamente se conocían de
salir al callejón de San Javier. Ellos dos eran de los pocos de su
grupo que se habían mudado a Murcia capital para estudiar en la
universidad. En la época de exámenes, especialmente en la navideña,
cuando la mayoría solía estudiar en sus hogares, ellos solían ir a
la biblioteca de San Javier. Allí fue donde empezaron a conocerse
más íntimamente. Al principio, únicamente hablaban para lamentarse
del agobio que suponía estar estudiando en plenas vacaciones,
mientras que todos sus amigos estaban organizando encuentros que en
otro momento sería imposible, dada la genérica indisponibilidad.
Empezaron a sincronizar los descansos de estudio, luego tomaron
posesión de las dos sillas contiguas en el rincón de la esquina de
la sala más pequeña y al final acabaron desayunando juntos antes de
comenzar cada sesión de estudio, cosa que acabó por convertirse en
un ritual matutino necesario.
Acaban de terminar
los exámenes de Septiembre, todavía no saben si han aprobado las
asignaturas, Juan sospecha que no ha llegado a aprobar “fiscalidad
de la empresa”, pero tiene esperanza, realmente hacía tiempo que
no estaba tan contento. Ambos habían trabajado los fines de semana
de todo el verano; Juan ayudando a su padre en el almacén de
carpintería, Antonio como camarero en una heladería.
─¿Nunca
se equivoca el GPS? ─pregunta Antonio
─ Bueno,
alguna vez me ha formado algún lío, pero para llegar a Mojácar hay
que seguir casi todo el tiempo recto.
─ Entonces,
casi que el GPS no hace falta, ¿no?. No como el café, dios, hemos
salido muy temprano y estoy muerto de sueño.
─ Eso
es porque eres un gandul ─Juan pulsa el botón del reproductor. Se
oye un ruido de plásticos desplazando los CDs. El nuevo disco de
Goran Bregovic comienza a sonar ─ ¡Aquí tenemos el disco de
nuestras vacaciones!─le sube el volumen sin apartar la mirada de la
carretera. Las lejanas montañas aparecen al final de la recta, van a
dejar atrás el tramo más seco y el paisaje de huertos atestados de
olivos.
─El
sol está radiante, hemos tenido mucha suerte ─dice Antonio.
─ Síii,
mucha suerte─ Juan mueve la cabeza de arriba a abajo al son de la
música.
─ ¿Has
conducido mucho por esta autovía? Las montañas son bonitas, seguro
que hay senderos─ Antonio mira la radio y luego a Juan, que está
dando pequeños golpes en el aire con el puño derecho ─La libertad
sienta demasiado bien, aunque tenga sueño.
Piden
dos cafés, uno con leche y el otro cortado. La camarera los mira
mientras vierte la leche en los vasos.
─Estamos
celebrando nuestra libertad ─dice Juan─hemos estado tres meses
estudiando y trabajando, ¿Ves la cámara de mi amigo? ─ Antonio
había echado varias fotos a las estanterías del local, solamente
había macetas, varias de ellas con una notable cantidad de polvo y
telarañas
─Aquí
lo vamos a registrar todo ─dice Antonio.
La
camarera sonríe sin levantar los ojos de la barra y se dirige a
atender a otro cliente, el cual tenía una camisa blanca abrochada
hasta el último botón y unas gafas de sol apoyadas en su terca y
morena frente. Sin que él hable, la camarera asiente como si
anticipara su pedido.
Juan
y Antonio conversan.
─ He
seleccionado esta camiseta, me la compré en el mercadillo de la
playa ─dice Juan.
─ Oh,
está muy guay, me gusta el dibujo, camisetas fluorescentes, como
dijimos. Si nos perdemos seguimos la estela de luz.
─ ¿Y
si no?
Los
dos al mismo tiempo:
─
¡estelante, no hay estela, se
hace estela al andar! ─ambos ríen a carcajadas y Juan derrama
café en su camiseta, mancha el ojo del hipster barbudo que está
estampado junto a tres serpientes metálicas que le rodean.
─
Antonio
Machado ¿o Antonio Manchado? ─dice Antonio
─ ¡Oh, nooo!, mi amuleto del
viaje se ha quedado tuerto
El
hombre de las gafas en la frente los está mirando. La leche llevaba
ebulliendo medio minuto y la camarera gira la rueda de vapor. Antonio
destapa la capucha de la reflex para tomar una foto de la camiseta.
Tras
una hora de conducción, Antonio se cerciora de que necesitaría más
pilas. Era su culpa, el modo automático consumía mucha energía. Se
había comprado la máquina hace tres años y todavía no había
aprendido a usarla manualmente. Juan le dice despreocupado que
comprarían algunas cuando lleguen a la playa.
Pasan
el tramo montañoso y atraviesan un par de pequeños pueblos repletos
de pequeñas casas blancas. En el GPS ya se puede ver la playa desde
la visión panorámica. Ahora es la última quincena de la temporada
veraniega, así que no hicieron reserva para el camping.
Llegan
a la entrada y la barrera se levanta. Antonio echa una foto del
hombre de la cabina, un hombre calvo que parece bastante cansado. El
hombre les indica que tomen la penúltima parcela a la izquierda, y
que antes de salir del camping se pasaran por la cabina para que les
explique las normas. Esto último lo dice mientras mira la cámara
que Antonio está aguardando en su estuche.
Al
bajar del coche estiran las piernas y la espalda, Juan pone un disco
de Led Zeppelin y comienzan a levantar la tienda de campaña. Cuando
terminan de clavar las últimas púas, Antonio va al baño y Juan se
queda contemplando el camping y las parcelas de alrededor. A la
derecha hay un matrimonio. Parecen irlandeses. Están preparando la
comida en una mesa de plástico. El hombre saca agua potable desde un
grifo externo incorporado a la caravana. Son bastante mayores, y no
dejan de sonreír. El hombre lleva la jarra llena a la mesa y la
mujer se acerca a una cuerda atada entre dos pinos sobre la que
cuelgan varias prendas. Toca varias de ellas apretándolas en sus los
puños, para cerciorarse de si ya estaban secas. Descubre a Juan
observándolos. Ella sonríe y levanta la mano abierta a la altura
del pecho para saludar.
─ ¡Yeah, Led Zeppelin! ¡The
fucking bosses! ─Al otro lado de la parcela un motero mueve los
brazos haciendo el signo del rock and roll con las dos manos. Juan lo
mira. El motero tiene una barba rala y sostiene una botella de vodka
en una de las manos. Juan no reacciona, y el motero mueve los brazos
más asiduamente ─ ¡Great music dude! ¡Bieeen música!
Juan
sonría levemente.
─ Síii
muy buenooo ─imita torpemente el gesto de los dedos.
Antonio
vuelve apresurado
─¡Tío,
los aseos son grandiosos, hay como veinte y he visto un grupo de
jóvenes acampar detrás de esos arbustos! ─Antonio se da cuenta de
que el motero los mira apoyado en su moto.
─Antes
habló conmigo ─dice Juan ─creo que viene solo, al menos tiene
toda la pinta.
Antonio
da dos pasos hacia él
─¿Te
molesta la música? ─antes de que Antonio preguntara el motero ya
ha iniciado su marcha sin soltar la botella. Va hacia la tienda de
campaña que él mismo había improvisado con una toalla en el suelo
y varias chaquetas dispuestas entre
las ramas.
─ Pon otra cosa mejor, ¿no? ─
dice Antonio.
─ ¡Venga! ¡la música de
nuestro viaje! ─Juan vuelve a poner el disco de Goran Bregovic, y
le sube aún más el volumen. La música árabe resuena por todo el
camping. El matrimonio se fija en ellos, la mujer sonríe y el hombre
lleva un trozo de pan a la boca mientras frunce el ceño.
Juan se pone unas gafas de sol
azules, y tira su camiseta a la parte trasera del coche, tras lo cual
empieza a dar vueltas alrededor de la tienda como si fuera un indio.
Comienza a bailar, y a enseñar sus bíceps. Antonio comienza a
reírse ante la situación y se dispone a traer la réflex. Juan posa
para una foto, aprieta sus labios y comienza a moverse como un
gorila. Sus rodillas se levantan por encima de su cadera. Luego
comienza a alternar el movimiento de gorila con sutiles movimientos
de cadera, parodiando a una danzadora del vientre.
Antonio
saca fotos como si fuera el paparachi de Juan. En una de las
ocasiones, saca una foto de la caravana donde se encontraba la pareja
comiendo. Ella los mira. Su silla está ladeada de la mesa. Sonríe
con ese gesto congelado desde que llegaron, da pequeñas palmaditas
siguiendo el ritmo de la música. El hombre sigue comiendo y mirando
la mesa. Él dice algo a su mujer y ella ella gira su silla hasta que
vuelve a estar de frente a la mesa.
─ ¡Ya
se me han agotado las pilas! ─Antonio sostiene la cámara en las
manos como si hubiera pasado a ser un aparato inservible.
─ Ahora la cosa está muy
floja. En Agosto, en esta terraza, no se podía ni respirar ─el
camarero termina de preparar los dos chupitos tropicales. Él mismo
le había puesto el nombre, era una mezcla de whisky y licor de piña─
Decimos que por cada chupito te sale una pluma, y que luego puede que
te conviertas en un cisne o en un pollo.
─ ¿Y no tienes una versión
más masculina? La idea del cisne no me gusta mucho ─Dice Juan.
Mira el chupito y levanta el dedo índice y pulgar para cogerlo.
─ Espera, espera, que quiero
echarle una foto ─Dice Antonio. Rastrea su mochila con la mano
buscando la cámara.
─ No tengo la menor idea de por
qué se dice esto, solo sé que se lleva diciendo años ─Mira a su
alrededor para asegurarse de que no hay clientes esperando─ Según
me dijo mi jefe, lo empezó a decir un borracho cada vez que se bebía
un chupito, al final se acabó convirtiendo en un lema del bar.
─ Con
lo del pollo quizás se refieren a los guiris, todos cuando beben y
se torran en la orilla, al final acaban fritos como pollos ─Dice
Juan.
Las
botellas que se encuentran detrás del camarero relucen en sus
distintos colores. Los huecos que éstas dejan en la estantería
están llenas con flores. Detrás de la estantería, se encuentra un
enorme espejo que ocupa todo el muro donde el alcohol se expone.
─ Da
igual si no hay mucha gente, este sitio es como un paraíso ─Dice
Antonio ─¿Jugamos al billar, Juan?.
Antonio
inserta una moneda. Dispone las bolas en el triángulo. Juan rompe y
mete dos redondas en el primer golpe.
─ ¡La gloria está en mi!
─Alza los brazos, aprieta los puños y saca pecho ─¡El cid
campeador y sus dos bolas!
El motero entra por la puerta que
da a la carretera. Atraviesa la pista de baile, que se encuentra
vacía en ese momento. Pasa por al lado del billar. Juan lo mira,
lleva las gafas azules puestas y todavía tiene los brazos alzados.
El motero pasa por su lado, sigue adelante y baja las escaleras que
dan a la zona de colchones y sombrillas clavadas en la arena. Llega a
la orilla de la playa y se sienta en una roca. Saca una pequeña
petaca de su bolsillo y comienza a beber y mirar el mar.
Antonio ha seguido con la mirada
todo su trayecto. Cuando retrae la atención a la partida cruza su
mirada con un hombre de la barra. El hombre lleva una camiseta roja y
unos pantalones pirata. Sus ojos son azul oscuro y destacan en un
rostro rodeado y minusculizado por una espesa barba marrón.
─ ¿Te gusta el billar?
─Pregunta Antonio.
─ No, no ─ Contesta
observando como Juan da vueltas alrededor de la mesa pensando en la
siguiente jugada ─¿Vosotros estáis en el camping, no?
─ ¡Sí! ¿Te hemos visto
antes? ─Pregunta Antonio.
─ No lo sé, pero con la música
que teníais puesta era difícil no percatarse de...
Juan grita imitando a Tarzán y
dándose golpes en el pecho. Ha metido otra bola entera.
─ Ya, te entiendo ─Antonio
sonríe volviendo la cabeza que había girado ante el bramido─
¿Para cuántos días estáis?
─ Solamente estamos esta noche
─ Ya ─la barba del hombre se
eleva ligeramente al sonreír─ Yo estoy con mi chica, llevamos ya
cuatro días, estamos allí, bueno, si queréis venir luego.
Juan interrumpe la conversación.
─ ¡Sí, claro tío!¡Por
cierto, yo soy Juan! ─aleja el palo de su cuerpo y estrecha la mano
del hombre efusivamente.
─ Bueno, pues ya sabéis, nos
vemos luego ─dice el hombre de la barba
─ Nos vemos después de mi gran
victoria ─vuelve a alzar los brazos ─¡El cid campeador es
imparable!
El hombre de la barba ser va
sonriendo.
─ Mi
nombre es Rosa
─ Bonito
pelo, Rosa, yo soy Juan.
─ Al
final habéis venido ─dice el hombre de la barba
─ Claro,
parecéis enrollados, hemos venido aquí para compartir el bueno
rollo, ¿no? ─ Dice Antonio ─Por cierto, no sé tu nombre.
─ Me
llamo Carlos, tío ─Levanta la
mano abierta para estrecharle la mano
─ Oh
─exclama Antonio ─Juan y yo tenemos un colega que se llama
también Carlos ─Juan y Antonio se miran. Carlos y Rosa se miran.
─ Sí,
hay muchos Carlos en esta vida ─dice Rosa.
─ Pues
sí, la verdad es que hay muchos ─Juan se ríe y saca afuera su
lengua, babeando como si fuera un perro. Carlos se echa a reír.
─ ¿Pero
vosotros de dónde venís? ¿Qué hacéis aquí? ─pregunta
Rosa.
─ Venimos
de San Javier. Nos prometimos este viaje hace dos meses ─ dice
Antonio. Como si estuviera preestipulado Antonio y Juan se miran y
chocan los cinco ─Algunas noches de biblioteca, venir aquí era la
única idea que nos mantenía motivados, aunque no siempre
concentrados.
─ Aún
así, en la biblioteca es difícil concentrarse, siempre hay muchas
tías buenas ─dice Juan.
─ Bueno,
aquí también, ¿no? ─ Exclama Carlos. Rosa lo mira.
─ Síii,
ladys everywhere ─exclama Juan─ Mira a esas que están ahí
sentadas, la del vestido rojo con tirantes ─aprieta su rostro, sus
arrugas se contraen y gruñe lanzando mordiscos al aire.
Los
tres echan a reír. Rosa mira su cerveza, acaricia la etiqueta y
sonría levemente.
─ Tu
nombre era Antonio, ¿no? ─pregunta Rosa.
─ Sí
─ Eso,
Antonio, ¿a qué te dedicas?
─ Hago
el segundo curso de psicología
─ Vaya,
a mí me encanta la psicología
─ A
mí también ─interrumpe Carlos─y también Joaquín Sabina, sus
canciones sí que son pura psicología.
─ ¿Y
eso qué tiene que ver? ─pregunta Rosa. En ese momento nadie habla
y Rosa se percata de que en el bar está sonando “noche de bodas”
de Joaquín Sabina. Todos vuelven a reír con complicidad. Juan da
varios golpes en la mesa con el culo de la cerveza.
─ Sabina hace su aparición
estelar, Sabina, el fantasma reaparece
sábana,
¿no?, Sabina y sábana ─dice Juan a la vez que echa a reír
copiosamente. Carlos ríe con él.
─ Este tío me cae genial ─dice
Carlos─ Eres un cachondo
Rosa bebe cerveza y mira a
Antonio
─ Entonces, ¿Quieres ser
psicólogo? ─dice ella.
─ Pues, bueno, no pienso mucho
en mi futuro.
─ En su futuro no ─continúa
Juan─ pero le da mucho al coco, siempre piensa demasiado, hay que
darle marcha al cuerpo, hacer más y pensar menos ─Carlos sonríe y
asevera el argumento de Juan moviendo la cerveza en el aire como si
fuera un pequeño martillo.
─ Claro que sí ─dice─ la
vida es un segundo, además, estáis aquí para disfrutar, ¿no?
─ Sí,
esta noche va a ser grandiosa ─contesta Juan. Antonio asiente con
las cejas mientras da un trago a su tercio.
─ Ahí
está, ya estamos llegando ─dice Juan. Ambos andan por la orilla de
la carretera. A un lado se encuentra la playa, al otro un bosque
ascendiente y frondoso. Apenas ven lo que la luz de la luna les
permite y los coches que eventualmente pasan, muchos de ellos con
música electrónica retumbando en la carcasa de los maleteros.
Caminan diez minutos más. En la puerta pagan la entrada,
quince euros con una consumición. El lugar está atestado de gente,
les cuesta bastante decidirse para quedarse fijos en un lugar. Los
dos se mueven entre el tumulto bailando bajo la irrumpiente música
electrónica que, debido a la gente que se mueve, dificulta y
obstaculiza la marcha. Juan va el primero, dirige a Antonio en el
tránsito. En varias ocasiones, pone su mano sobre la cabeza de
algunas chicas. Ellas se giran enfadadas en la mayoría de casos, él
eleva la cabeza y cierra los ojos sin quitar la mano de sus cabezas y
finge que esta teniendo lugar una conexión evangélica.
─ ¡Tus
ojos son los de una diosa! ─dice
Juan a una de las chicas que cierra un grupo perfectamente circular.
Todas están bailando para el centro del círculo, se miran unas a
otras y sincronizan sus movimientos. La chica sigue bailando, mueve
la cabeza de un lado otro, un movimiento perfectamente mecanizado que
desplaza su pelo rubio de un lado a otro, su cabello jamás irrumpe
su cara y su peinado nunca llega a descomponerse. Juan y Antonio
siguen moviéndose por la discoteca, están casi en el centro. Al
fondo hay una salida que da a una terraza, se ven sombrillas y
sillones de mimbre. Juan desvía el trayecto y llega hasta el lateral
de la sala principal. Se para en un hueco, cerca de la tarima. Ambos
están cerca de la salida de emergencia.
─ ¿Por
qué no vamos fuera, Juan?─grita Antonio.
Juan
no responde. Solo mueve su cabeza en círculos, con los ojos cerrados
y la cerveza en la mano. Alza los brazos en paralelo, como si la
música los hubiera poseído. Cuando parece que va a contestarle, se
agarra al cuello de Antonio y acerca sus húmedos labios a su oreja.
─ La
música es la gloria, es un todo, es la verdad pura... yooo... tío,
estoyyy en...te amo con todo mi corazóon...─ Antonio aparta la
cara de Juan con la mano, se empapa de su sudor.
Juan
sigue bailando encorvado hacia atrás. Comienza a mirar a su
alrededor, esperando compenetrarse con el resto de la gente. Antonio
mira al suelo y empieza a bailar con los dedos índice de sus manos.
A los segundos empieza a escrudiñar la sala. Mira la tarima, hay
tres personas en ella, dos hombres y una mujer. Ella baila de forma
muy sexy. Los dos tíos repiten el mismo movimiento una y otra vez;
mueven los brazos de alantehacia atrás con los puños cerrados y los
codos en ángulo recto como escuadras, parece que sierran con sus
puños un leño. Al lado de Antonio varias mujeres hablan al oído
intensamente, apoyadas en la barra. Juan se aleja tres metros, va
hacia la esquina más próxima donde se encuentra un grupo de ocho
personas. Uno de ellos parece ecuatoriano. Juan comienza a hablar con
él. Antonio mira la terraza, y empieza a abrirse paso con desgana
entre la gente. Sale fuera. Es la zona chill out, nota una incipiente
frescura en su espalda debido al contraste de temperatura. El aire no
está cargado.
─ Eh, psicólogo ─Rosa está
apoyada en la barandilla de madera que daba a la arena─ ¿Cómo os
está yendo la noche?
─ Muy bien ─Antonio mira a su
alrededor, se fija en una muchacha sentada en un gran sillón de
mimbre. Sus relucientes piernas están cruzadas, y su vestido es
verde y muy corto.
─ ¿Y
tu amigo?
Antonio
señala a la discoteca
─ Se
lo está pasando muy bien ─dice
─ ¿Y
tú? ¿Te lo estás pasando bien? ─Rosa mira a los ojos a Antonio y
sonríe con medio labio.
─ Sí,
esta es nuestra gran noche, mañana ya nos vamos. Se está pasando
muy rápido.
─ ¿Habías
venido antes aquí?
─ No,
es la primera vez, no he salido mucho de mi provincia. Normalmente no
viajo mucho.
─ ¿Tampoco
miras la luna?
─ ¿Cómo?
─ La
luna ─Señala al cielo─ se ve enorme, siempre que vengo a Mojácar
parece agrandarse.
─ Sí,
miro la luna
Rosa
se gira de costado y mira la cara de Antonio
─ ¿Por
qué tienes la lengua azul? ─pregunta
─ ohh
─hace el amago de taparse la boca con la mano─ Bebimos vodka azul
─ríe torpemente
─ oh,
qué gracioso ─Rosa se apoya de espaldas y pone los codos en la
barandilla, echa el cuerpo hacia adelante, dando pequeños pasos con
sus sandalias, que tienen el mismo color que su carne.
─ ¿Y
Carlos? ¿Dónde está?.
─ Fue
a pedir algo ─Rosa, lentamente, eleva su brazo izquierdo, lo
suficiente para dejar que sus pulseras bajen desde la muñeca a la
mitad del brazo. Baja el brazo de nuevo y observa cómo éstas
vuelven a la muñeca─Sabes, a mí también me gusta mucho pensar. A
veces paso horas enteras haciéndolo.
─ Ah
¿Sí?
─ Sí
─ Mira al suelo de la tarima ─Nosotros somos personas muy
profundas, ¿sabes?
En
ese momento, Antonio se percata de que al fondo de la playa el motero
está paseando de un lado a otro de la orilla.
─ ¿Conoces
al motero del camping? ─ Pregunta.
Rosa
se endereza y quita los codos de su barandilla.
─ Ah,
el motero. ¿El que está cerca de vuestro sitio?. No, no hemos
hablado con él. Parece un tipo raro, ¿verdad?. Sabes, yo tengo un
hermano motero, se pasa toda la vida viajando. Creo que la gente que
viaja tendría que ser abierta, estar dispuesta a abrirse a los
demás, viajar es un modo personal de liberarse ─Con su mano
izquierda toca la barandilla para restituir su equilibrio
En
ese momento aparece Carlos con dos gin-tonics. Le da uno a Rosa.
Lleva una camisa azul con cuadros bancos, tiene un aspecto mucho más
sobrio que por la tarde.
─ Eh,
el psicólogo ─ estrecha su mano ─ ¿Dónde está tu cámara?
─ Me
la dejé en el camping
─ Pues
aquí habrías sacado buenas fotos, con esta iluminación, la
terraza, la luna...
─ Ya,
pero hay mucha gente, no quiero que se me rompa
─ Carlos
─dice Rosa─ ¿Tú qué piensas del motero del camping?
─ Del
motero del camping? ¿Por qué habláis de eso ahora? Ese sí que es
un personaje ─mira alrededor─ Por cierto, ¿dónde está tu
amigo?
─ Está
dentro ─Antonio mira instintivamente a Rosa, que bebe de su vaso,
ajena a la conversación.
─ ¿Y
tú?¿Es que no te gusta bailar? ─pregunta
Carlos
─ oh,
sí, pero estoy tomando el fresco, aún así, hay bastante agobio ahí
dentro.
─ Vamos
a los asientos libres ─grita Rosa acercándose a unos sillones que
empiezan a ser abandonados por un grupo de personas que visten todos
de blanco.
Cada
uno toma uno de los sillones, los tres son del mismo tamaño. Tienen
el respaldo de mimbre, todos sus filones forman arcos simétricos.
Los asientos son recubiertos por un ancho cojín rojo. Durante los
primeros minutos Antonio no habla con ninguno de los dos. Ellos dos
conversan entre sí sobre algo relacionado con su marcha. Quieren
irse por la mañana temprano y están hablando de la hora a la que
saldrían, y de si merecía la pena comprarse una sombrilla puesto
que el espacio del coche es limitado.
─ Bueno
Antonio, cuéntanos algo de psicología ─dice Rosa
─ ¿Y
qué quieres saber?¿Qué te puedo contar yo? ─ríe débilmente
─ Yo
creo que todo está en la mente, todo lo que nos bloquea lo
maquinamos nosotros ─dice Carlos mientras señala su cabeza con el
dedo índice ─ Si fuéramos conscientes de cómo nos controla,
seríamos capaces de hacer todo lo que quisiéramos.
─ Bueno,
todo, no sé si tanto
─ Tío
qué si, que sí, una vez en youtube vi un documental de cómo
controlan nuestras mentes, y yo por ejemplo, es solo un ejemplo, pero
yo estoy aquí bebiendo un gin-tonic, pero lo hago porque sé que es
lo normal ─Rosa apoya su mano izquierda en el respaldo, despeja su
pelo de la cara con un movimiento de la cabeza y resopla─Y del
mismo modo, si mi cultura fuera otra yo asumiría eso como mi verdad,
sabes. La cosa es que si nos liberamos podemos hacer otras cosas sin
sentirnos mal.
─ ¿Y
qué quieres hacer Carlos? ─pregunta Rosa que deniega moviendo la
cabeza de un lado a otro.
─ No
lo sé, quizás ganar mucho dinero, sí veo la oportunidad ─ríe
copiosamente.
─¿Tú
que piensas de eso Antonio? ─pregunta Rosa.
─ Bueno,
creo que está bien cuestionarse lo que asumimos por verdad. Pero no
sé, hablas de tu cerebro como si tuvieras un superhéroe escondido,
como si reservaras tus poderes para la ocasión.
─ Pero,
si tú eres consciente de qué te controla puedes llegar a controlar
tú ─insiste Carlos
─ ¿Pero
qué es para ti la consciencia? ─pregunta
Antonio
─ La
conciencia es ─ alza los ojos hacia el cielo, como si intentara
articular su discurso ─ lo que nos permite pensar y descubrir, como
una luz que se proyecta en la oscuridad, ¿no?, si vemos más allá
también podemos controlar.
─ ¿Y
para qué quieres controlar? ─pregunta Antonio de nuevo. Rosa alza
las cejas durante un segundo y luego las relaja.
─ Para
crecer, para ser superior, para ser también más feliz ─contesta
Carlos.
Los
tres se callan. Rosa se inclina hacia delante y apoya sus brazos en
las rodillas, mira a Antonio.
─ ¿Tú
estás de acuerdo, Antonio? ─le pregunta
─ No
mucho
─ ¿Y
qué piensas?
─ No
sé, hablas de tu inconsciente como si fuera un oro enterrado. Tu
inconsciente es lo que te controla y si indagas no creo que te guste
lo que encuentres, si no no sería tan difícil acceder a tu mente
─pasa la mano por la frente ─No estoy seguro, pero quizá cuanto
más crees que controlas a tu mente más te está controlando ella a
ti.
─ Yo
no lo veo así ─contesta tajante Carlos
─ Lleva
la razón Carlos ─dice Rosa─Esta vez no has ganado.
Carlos
apoya su espalda en el respaldo de mimbre. Rosa sonríe y vuelve a
mirar la luna.
─ ¿Entonces
te gusta mucho mirar la luna? ─pregunta Rosa a Antonio. Los ojos de
ella se cierran involuntariamente.
─ Sí
─responde.
Rosa
se queda mirando la luna y durante tres segundo proyecta su mirada en
los ojos de Antonio. Ella tiene los ojos rojos y los labios muy
húmedos. Da pequeños golpecitos en el culo del vaso con la palma de
la mano izquierda abierta. Carlos tiene sus dos manos apoyadas en el
respaldo. Sus manos encajan en el pico de ambos respaldos, parece
como si sus nudillos sobresalieran del sillón. Ella se toca el pelo
varias veces y mueve las piernas inquieta. Finalmente se apoya en el
respaldo.
─ Creo
que deberíamos irnos ─dice Carlos─ es tarde.
─ Sí,
quizás ─dice Rosa.
─ Bueno
Antonio, nos vamos, ha sido un placer hablar contigo ─ dice Carlos
al levantarse, estrecha la mano de Antonio.
Antonio
llevaba un rato dando vueltas. No podía contar cuántas veces él y
Juan se habían separado. Lo busca durante varios minutos. Finalmente
lo ve sentado en uno de los altavoces. Seguramente en el invierno
ese lugar estaría atestado de abrigos. Está con los ojos cerrados y
apenas mueve el cuello de un lado a otro. Lo zarandea agarrándolo de
un hombro. Finalmente abre los ojos.
─ La
fiesta está siendo grandiosa ─dice
Juan.
─ Lo
sé, pero ya estamos para irnos.
Le
cuesta varios minutos convencerlo. Queda poco para que amanezca y
quedan pocas personas en la discoteca, la mayoría estaban muy
borrachos o eran parejas que se besuqueaban. Antonio guía a Juan
hasta la salida. El camino de vuelta dura unos veinte minutos. El
cansancio de ambo se intensifica a la vez que la luz del día se
presenta cada vez con más claridad. Cerca del campamento, un grupo
de personas, con pantalones muy cortos, estiran las piernas para
empezar a hacer “footing”.
Dentro
del campamento todo es silencio, aunque de camino a su parcela oyeron
dos despertadores y el cantar de los pájaros es más notable que en
el camino de vuelta. Se acostaron en la tienda de campaña. Acostados
boca arriba, Juan habla por primera vez desde que salieron de la
discoteca.
─ Casi
me he peleado ─habla como si tuviera una esponja en la boca.
─ ¿Qué
dices? ¿Con quién?
─ El
ecuatoriano, me acerqué para decirle que se parecía al machupicho
─ ¿Enserio?
─ Él
no conocía la serie de televisión. Cada vez que lo veía le decía
machupichu.
─ Oh,
dios
─ Me
dijo que era un racista, y yo le dije que solo quería ser simpático
con él y facilitar su adaptación.
─ Pero...
─Antonio piensa durante dos segundos y se echa a un lado,
intentando acomodarse en la almohada─ Da igual...
A
las cinco horas Antonio se despierta y sale de la tienda de campaña.
Los ronquidos de Juan resuenan intensamente. Se sorprende por no
haberse despertado antes, además, hace un calor insoportable. La
pareja de la caravana ya se ha marchado, el motero ha dejado su
parcela también vacía. El camping parece un lugar distinto. Carlos
y Rosa aparecen con el coche, circulan lentamente, el coche está
abarrotado. Antonio levanta la mano para saludar. Carlos baja el
retrovisor interior y no apartó la mirada del camino. Rosa mira a
Antonio brevemente, luego gira la cabeza hacia el retrovisor de su
lado y comienza a ponerse maquillaje.
4-3-14
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