domingo, 30 de marzo de 2014

Mirar fuera

Es estimulante
hacer frente a los misterios,
aunque tu posición ante el mundo se diluya
y tu voz tenga menos eco
o requiera más esfuerzo.
Y también es normal
que entonces todo parezca ruido
o que se repita con melódica simpleza,
con su patrón
de inicio, desarrollo y desenlace.

31-3-14

INDETERMINACIÓN

Pienso que somos una cosa 
y muchas cosas,
que hay muchas partes de nosotros
que responden
a diferentes necesidades.
A veces me he torturado por no ser claro
y he tildado mis vaivenes de conflicto,
¿pero sabes qué?
el sexo es mucho más que sexo,
el amor es mucho más que amor
y yo soy mucho más incluso de lo que creo
y a la vez soy menos.
Solo quería decirte, que mañana como en antropología
porque tengo una tutoría con Félix,
por si te pillaba bien para comer juntos.

31-3-14

sábado, 29 de marzo de 2014

el reloj de arena

¿Pero a ti te gusta escribir?, me pregunta ella mientras paseamos por los jardines de la granja. Es Domingo, los fines de semana no tenemos que trabajar y hoy ninguno de los dos propuso coger el autobús para ir a la ciudad, a pesar de que hace un día perfecto. Ana es pintora, estudió bellas artes en Madrid y ahora quiere viajar para aprender inglés. Hoy hace dos semanas que vino a al granja, llegó empapada y algo atorada; no estaba acostumbrada a la lluvia de Irlanda. Le destinaron la cama sin ocupar de la habitación en la que yo dormía, lo cual, lejos de facilitar que me familiarizada con ella me volvió aún más retraído que en otras circunstancias. ¿No me respondes? Te he visto escribir algunas noches, ¿es un diario?. ¿Qué quiere que le cuente? ¿Que soy un trotamundos que no cree en la utilidad de casi nada? ¿Debo describirle mis escritos trabados del cuaderno? ¿Debo contarle que escribo por el mero hecho de abusar de la palabra y de la fugacidad de imágenes como si fueran búnkers ante la realidad?. Tengo que ir a coger algunas calabazas; me despido y me dirijo al bosque; si mi reacción no le ha resultado estúpida, al menos debió resultarle inquietante. En Irlanda nunca deja de llover, pero en algunas parcelas del bosque las hojas de los árboles retienen la lluvia. Cuando paseo por debajo de los árboles siento que un imperfecto paraguas me cubre junto al envolvente sonido de las hojas, como si fuera una carpa de circo y yo un animal descansando en la noche. Al final las gotas caen, y aunque eventualmente, desde la corona de los árboles son arrojados pequeños torrentes de agua que se acumularon en la concavidad de las hojas, toda la parcela está inundada de pequeñas gotas que parece que se resisten a tocar el suelo. Flotan livianas, como si se hubieran descargado en la frondosidad, como si se hubieran limpiado hasta desgravitarse al final de su trayecto, justo antes de morir. Ando dejando mis huellas sobre el barro, avanzo, y a cada paso las gotas se posan en mi como polillas, o quizá soy yo quien se posa poco a poco en ellas, hasta flotar del único modo posible; sintiendo la muerte debajo de mis pies, o intuyendo un arrojadizo abismo en algún lugar próximo.
El terreno es húmedo, un pequeño riachuelo cruza el camino compuesto de hojas rojas. Me desvío y lo sigo desmarcándome de la senda. A los diez metros llego a una pequeña reclusión de agua coloreada por extrañas bacterias. Un tallo nació del fondo y sus pequeñas ramas asoman hacia la superficie, el agua estancada permitió que creciera. En este tipo de encuentros con la naturaleza encuentro una perfección indescriptible; todo sucede gracias a un silencio que se eleva sobre el constante fluir del agua, y que va más allá del rozamiento de las hojas, que se mueven por el efímero tránsito del viento. La naturaleza tiene su propio latido, y todo sonido, por impredecible que resulte de primeras, acaba encharcándose de una sincronizada respiración. En la playa de la concha el calor es insoportable, a veces lo anhelo, aunque he dado tantas vueltas por el mundo que ya no sé qué es lo que más echo en falta. Pero a veces suelo recordar las olas, siempre constantes y latentes en todos los momentos que compartí allí. Esas olas fueron como el latido de mi madre mientes estuve en su vientre. ¿Acaso no todas las cosas nos retrotraen a otra cosa anterior? Quizá ese latido que yo patenté, en el mar y ahora en este bosque, siempre ha sido el mismo. Si esto es así, entonces todo está dentro de mí; no hay nada fuera, y en este bosque no acontece espiritualidad alguna y todo es una pantomima practicada. Al final siempre me enfado, concretamente me enfadan las vueltas que siempre doy en mi mente, las vueltas que doy por el mundo, y hasta las vueltas por este bosque acaban resultando tediosas, por no hablar de las vueltas que doy entre la exuberancia y el desprecio por lo vivo. Siempre he sido un testigo de mi vida; me dijo un anterior “woofer”. Él era terapeuta y hacia un alarde desmedido de su actitud por decir todo lo que piensa. Pero tenía razón, evito hablar de mi vida para evitar que alguien desmienta mi frágil torre de marfil. Me he pasado la vida entera buscando, buscando y buscando, y solamente he encontrado espejos en los que he conseguido validar mi reflejo, y he olvidado que un espejo frente a otro extingue la energía de la luz, y al final el espejo no refleja nada. Cuando la tristeza se junta con la tristeza la tristeza se potencia aún más, eso, o también uno puede tomar la decisión de congraciarse en una tarea litúrgica de colorear una vida sin ambages; qué mejor que cuatro manos para pintar sobre cristales oscuros. ¡Toda la vida es un espejo! La habitación donde duermo, cada ciudad a la que viajé y en la que intenté olvidar que estuve en la anterior. Ana también es un espejo, un espejo reaparecido en el que ya me arrojé miles de veces. Toda porción de tierra y de mar es un espejo, la arena de la playa de la concha es un espejo, y esa arena que pisé durante años fue la que compuso la estructura del reloj que he cargado otros tantos, y cuyos dos recipientes también se miran y se anulan mutuamente como dos espejos. Las olas que cadenciaban mi relación con Gabriel, esas olas. Me desgarra por dentro falsearlas, deshacerme de ellas. También en torno a Gabriel doy vueltas. ¿Sabría él que se había convertido con los años, aunque ni tan siquiera habláramos, en el eje de mi amor y mi tedio? ¿Sabía él lo que hacía cuando me lanzó animoso a esta aventura, cuando me pidió que escapara?. No sirve de nada saber, me he levantado demasiadas mañanas constatando que la mentira es inextricable. Lo que pienso son impulsos bioeléctricos, lo que recuerdo son impulsos bioeléctricos, lo que siento son impulsos bioeléctricos. Siempre he renegado de toda condescendencia con mi propia naturaleza; “el rojo es amor, el verde es frondosidad, el marrón es caducidad”. He requerido construir una vida entera basada en la continua deconstrucción de mis fenómenos básicos; lo mío ha sido cortar y recrear, cada vez de forma más compleja, cada vez creyéndome más especial, pero lo único que he conseguido es haber vivido quince años en la carpeta del borrador. Siempre me he creído libre, he intentado jugar a las marionetas con mis impresiones, pero jamás he intentado preguntarme por el origen de mis títeres, ni siquiera les he apreciado, ni siquiera les he dado valor ¡Oh dios!. Apoyo mis manos en el césped, está húmedo y mis dedos se untan de fango. Me he convertido en un hombre de metal. He operativizado los elementos de mi, mirando los árboles y olvidando el bosque, he operativizado lo que creo que controlo para ejecutarme libre en la vida, y esperando una correspondencia inmediata por mi fortaleza. Jamás he mirado la vida por lo que es, y nunca me he preocupado por entender el lenguaje. Pero la parte más esencial de mí me ha astringido por detrás, me ha atorado noches enteras la garganta, ha extendido las arrugas de mis párpados, ha inflamado mi corazón para convertirlo en una pesada carga que siempre he acumulado en el pañal. Y ahora me duele la cadera de tanto cagar mi integridad. ¡Gabriel! Tú me empujaste a otra vida, y yo te he odiado porque mitifiqué tu franqueza, di crédito a tus designios como si fueras un guardia de tráfico y yo un conductor nobel. He manufacturado un maestro sagaz del relativismo y jamás he visto la absoluta determinación que tu figura ha tenido en mí. He querido crear una planta de tu semilla, y he convertido ese medio en mi objetivo. Y lo he estado haciendo con adornos, con bolas de navidad, sin escucharme profundamente, si acaso apreciando los recuerdos maquetados, categorizando las ondas de los latidos, acudiendo a la meditación, como a este bosque, como acudía a misa los domingos con mi madre pensando en el croissant del después. No me he escuchado porque únicamente he mirado el tiempo a través del cristal del reloj que me diste. He seguido adelante, he tenido miedo a romperlo y he sublimado la belleza, sin entender su fundamento. Quiero mojar la arena seca en estas tierras húmedas, quiero ser una gota flotante que sobreviva al frondoso estrato de la planta que generé y que lleva tu nombre, quiero bajar al espacio terrenal y moverme liviano, sin pañal, al menos, antes de alcanzar la muerte. En realidad quiero la muerte, y quiero rebotar al borde del abismo para dirigirme a un nuevo recodo. ¡Sin arcángeles, Gabriel!. Quiero romper el tiempo y hacer añicos todos los espejos. Sin arcángeles, Gabriel, esta vez sin arcángeles.


29-3-14

martes, 25 de marzo de 2014

el reloj de Gabriel

El colegio fue algo fugaz, aunque en él aprendí todo lo necesario para saber cómo saber, o cómo no saber, lo cual se convirtió a lo largo del tiempo en mi más esencial inquietud. Algo se gestó en la playa, de eso estoy seguro, desde el momento que aquella pelota se me escapó de las manos, y Gabriel la cogió, enfadado, por haberse enredado entre su red.
Qué decir del aula del colegio, donde compartí tantos momentos con mis amigos, donde reíamos y nos preocupábamos por otro son que no se batuteaba por nuestro tutor. Esos pasillos extensos y las luces ocre de las viejas lámparas tendidas del alto techo, sobre el que la indiferencia de nuestro albedrío no llegó a plasmarse, sobre el que las generaciones pasaron royendo como ratones que conocen a la perfección el principio de placer y que se privan de cuestionar la procedencia de la mano que los alimenta. En esos pasillos, vivimos condensando nuestra marcha de aula en aula, empujándonos con las mochilas, luciendo nuestros peinados y yéndonos la vida en ello. Por ese pasillo anduvimos durante años, para luego, perdernos en el tiempo, en un angosto mar, donde todos nos perdimos de vista como un zócalo que la erosión divide.
A saber qué sería de Juan el del tirachinas, o de Jorge el metegatos o Antonio y sus peleas en el campo con las abejas.

Pero al fin y al cabo, ese colegio era una extensión de la oquedad de mi hogar. No era sino en la playa, donde el sol no dejaba de fulgurar y las dispersas conchas avisaban de su localización con el reflejo del sol, donde yo descubrí un espacio diferente, un espacio intersectivo que conectaba mi vida de ahora con mi pasado. Era Gabriel, en su labor constante, en ese rincón que las rocas protegían del viento y que preservaban su temple, donde él con sus precisas palabras, consiguió que yo valorara el silencio, y que imaginara el movimiento de las rocas, pese a su obvia quietud. Y daba igual donde estuviera porque ese silencio y ese movimiento siempre volvían a mí de algún modo. Siempre estaba ahí, ya sea en los laberintos de las tuberías que se escondían en tantas ciudades por las que paseé, o en los árboles, como éste, sobre el que me recupero apoyado tras ocho horas de reforestación con la familia Hadddison. Al final todo volvía a su primer código: Gabriel. Era aquel hueco minúsculo del mundo, en la playa de la concha, sobre esa arena fina que fue de un hueco a otro del reloj; fue Gabriel en la intersección, lo que cambió las dimensiones del tiempo. Aunque era yo el que debía ahora romper los cristales del reloj que contiene esa arena. Fue allá, en el otro lado del mundo, donde la semilla, que cada vez toma más parte de mí, se gestó, se regó y comenzó a germinar. Y fue en el reflejo de Gabriel, aunque no lo viera, y en mi marcha, y en mis continuos reencuentros, donde acabaría por descubrir esa semilla enraizada en mí. Esa semilla es ahora innegable, mucho más clara de distinguir una vez que el tiempo y la paciencia se combinan para destrincar la madeja que la rodea. Al final la descubrí ahí, negada por la memoria pero indeleble en mi recuerdo. Esa semilla siempre me hizo querer más, querer incluso lo que no era capaz. Esa semilla se apropiaba de todas mis compañías, de las personas que más cerca estuvieron, pero que yo desterré. Era como un imán con dos polos, lo que temes y lo que más profundamente anhelas. Sin Gabriel no hubiera habido conflicto, sin conflicto no hubiera habido búsqueda, sin búsqueda nunca habría encontrado este silencio; el hueco sin viento, donde la pelota y el juego se enredaron aquel día en la sencilla labor de mi maestro.


25-3-14

viernes, 21 de marzo de 2014

Sutil posesión de mi

El afán de cupido dispara mi pecho
desnuda mi mitad, y desplaza la otra.
Cierro los ojos, y me apunto como un surfero a las olas.
Mi otra mitad pasea allá, 
en otro camino, 
en otra historia. 
Yo me despierto asustado,
en la cuna de tus manos, 
sintiendo el vértigo 
de una gota desprenderse del resto,
que cohesiona su forma en la caída, 
y se nombra, 
como un rayo que el ojo captura.
La reclamo, 
al final reclamo mi otra mitad, 
y me asusta el velo que cubre este abrazo.

Me libero de ti.

El entusiasmo del espíritu 
me chupa detrás de la espalda
y me precipita a la simbiosis de sinsentidos 
que se funden con los sueños;
como burbujas en un vaso.
Los misterios de la muerte 
se esconden detrás de las conexiones
que reverberan con la luz, 
o que se pliegan debajo de la almohada.
Los misterios de la muerte esperan 
como un espejo negro 
detrás de la coherencia,
y abrazan, como serpientes, las sinapsis;
y yo olvido los nombres y el tiempo.
Mis afectos se atrapan dentro del muro, 
y en él apoyo mis manos,
y siento el latido que quema 
la lámina de las fotografías 
que pasan por el río,
para nunca volver.
Miro desde la orilla; ni dudas, 
ni respuestas asoman en mi pecho.
Porque ahora soy el árbol, el árbol pleno 
que entiende el lenguaje del sol.
Mi congoja ahogada sale, socorrida, por mis poros,
y yo lloro mi esencia perdida
en mitad de la calzada.
El tráfico se para, todos me miran.
Me gustaría que ellos trascendieran de los códigos,
que salieran de sus cabinas metalizadas,
que sintieran el sensible ciclo del polvo
y sus moléculas navegar 
por el cielo de las persianas
como barcos de neverland.
Me gustaría, sencillamente,
que anhelaran
las ramas más profundas
que atoran sus conductas,
que señalaran con tiza el carril de fábrica
sobre el que sus latidos se disponen, ya escrutados.
No han contemplado, 
no lo han hecho aún;
la inmensidad indecible,
ni la desesperación de la palabra que se anula y
asume su insuficiencia.
Han descreditado la figura de su dios,
porque han pensado
que el ocaso lo constituye el verbo;
y odian engañarse.
Aunque, sin darse cuenta,
han vertido nombres sobre el mapa,
y ahora viven en el mapa.
Han desterrado a su dios,
lo han quemado,
aunque han creado
una manada de becerros dorados,
y no se han preocupado por los andrajos 
que obstruyen el hoyo que se oculta
debajo de sus camas.
Han olvidado los abismos,
la construcción prenatal del latido,
el proceso por el que los perros
aprendieron a ladrar.

Y han mirado la luna,
para reproducirla,
en un emoticono.

No pienso amar;
ni tu cristal
ni mi sombra

21-3-14

miércoles, 19 de marzo de 2014

ejercicio monstruo

Hoy el viento está alterado. Puede que los árboles se despierten, o puede que la propia fuerza de los sabios ocasione estos aspavientos. Lo que es cierto es que los cuervos no desarticularán las alas en su vuelo y que las bandadas volarán misioneras y a mi orden.
Las páginas de estos libros pesan, pero es tiempo de izar lo sabido, y de agitar la vara sobre mis siervos. La gran ventana, ese mundo externo y oscuro, el gran séquito cada vez más teñido por los dictámenes del señor “¡Seguid produciendo, no paréis!”. Debemos aprovechar ahora, ahora que se respira paz y los caballos oscuros solo despiertan rumores desde la espesura, ahora que la longevidad de los árboles, y el exterminio de sus compañeras, enlentecen aún más su marchito discurso.
Mi señor ─me giro. No aprendió lo de las interrupciones─ mi señor, ya lo tenemos.
Empezamos en el subsuelo. La premura no se obstaculiza. La materia prima nos rodea. Solo es necesario la determinación, y ser discreto con el mecanismo.
No está nada mal ─respondo ─este es más fuerte, mucho más fuerte, antes de preparar una espada a su medida asegúrate de que no es demasiado tozudo.
Todos acaban siendo similares, pero es lo normal, fueron germinados para la misma función. Pero he observado diferencias en la jerga entre las distintas hordas, eso es lo que me preocupa. ¡No es por mi por quien lo hacéis, recordad a quién servís!. La discreción es importante. Traed a mis semejantes, tratadlos del mismo modo. Su discurso será duro, pero yo ya sé qué es y qué no es corrupción. Necesitamos que el señor lo transforme y que el valor de la vida y el todo nos rija. Un árbol negro y pétreo no necesita un fértil empeño para brillar, ni tiene que sufrir los caprichos de los bravucones. Lo negro es estable y yo soy la penúltima rama de toda una hondeada jerarquía. El incipiente crecimiento del imperio permitirá exterminar la plétora del caos, y los reyes de turno desacralizarán la gloria. Nosotros perpetuaremos un mundo que toma parte de la propia muerte.
─Señor, he estado pensando, era lo de la misión que propusiste, hay un modo de hacerlo
Te dije que podríamos estar cerca de la corona. Pero sé que eres débil, muy débil, aún no confío en ti .
Ya estamos disponiendo las fichas, la partida empezará y los enemigos verán el juego desarrollado. Lo urdimos en silencio. Pese a ello, solo hay un sabio que puede sospechar, aunque su inquietud solo conseguirá que su ojo acabe en la aguja. Pese a mi confianza, no lo desestimo, siempre fue bastante avispado a pesar de que fuera gris.
La ventana, la ventana del mundo.

Grandalf, si quieres indagar, acabarás enfrentándote con el blanco antes de que lo esperes.

20-4-14

la madre le habla mientras su universo se vuelca

Las hordas de silenciados andan de un lugar a otro, van agrupados pero no saben de la comitiva. Ellos tan solo disienten de un extraño eco que repite una y otra vez el sentido negativo de los discursos, el oscuro vaivén de la palabra. Las hordas acalladas, se mueven cada vez más vagas, intentando negar la clara apercepción del cordel que los une, de ese planeta fotografiado en la primicia de su explosión. Las lágrimas de todos aguardan consintiendo el linaje que el falso tiempo dibuja en los días. Ya no son sensibles, han olvidado mirarse unos a otros, han perdido su otro, y la obcecación es la nueva orden. No te preocupes,  ni te pierdas por el léxico o la gramática, o cualquier elemento lingüístico en general. ¿Has olvidado que ya estás muerto? ¿Has olvidado que toda elaboración ya resultó. y que todo momento ya consumió hasta el polvo de su estela?. Puedo entender que quieras sencillamente afianzar la poca cohesión que queda tras ese torbellino que irrumpe todo intento de asir una representación. Puedo entender que ya no sientas asco por los retretes, y que tú mismo sobrelleves, sin esfuerzo, el encuentro con los riesgos que rebasan tus límites. Puedo entender la desesperanza tácita, que con disimulo, consiente la construcción de esta realidad, de esta torre de cristal perpetuada en el daño. Puedo entender el doble sentido que la exención de nominaciones deja entre cama y cama, al igual que noto la humedad en el asfalto por tus noches de regreso. ¡Mira!, la imagen se escapa de la horda, se les escapa, y el automatismo de sus calcetines se seca como el cemento. La dulce ausencia de la gana acaricia la pelvis de los que buscan la simbología repetida de las calles. Se ha secuestrado, hasta tu más puro sentido estético está secuestrado, por esa generación bella y adulterada que levanta el clamor del séquito y que decide a los leones embestir. Perdóname por no hablar, perdóname por buscar la perfección, por querer maquetar todo lo que me preocupa, deponerlo como la caja de un regalo, atarlo con el lazo contencioso y bello de las teorías. Es que no quiero que sufras, me da miedo que saltes de ese balcón y que no te salgan alas. Yo te infundí la duda, pero también te doy la claridad, la que religiosamente ostentas para conseguir aquello que tú más aprecias, ¿necesitas algo más? ¿sabes de qué hablo, no?. Yo he estado esta noche en tus sueños, plegada como un cojín para las piernas, he hurgado como un benévolo gusano y te he dado el rostro que no eres capaz de sacralizar pero que ahora tienes que vomitar como si te perdieras en el desierto. No te doy brújula, lo sé, y hago tu mapa abigarrado, ¡está lleno de recodos obsesionados por atajar!. Ahora los árboles tararean como loros y adulan una y otra vez el nuevo cableado. El bosque es tan sofisticado. Un dios sin tiempo emerge del horizonte, está relajado y se deja flotar como un cuerpo inspirado que deja atrás el cortejo. La mañana aclara y descampa, delimita de nuevo las leyes naturales, refractando el celo y ocasionando la resolución de las contiendas de sangre y evolución.
Sus caricias son como golpes y ahora solo te quiero solo.




19-4-14

lunes, 10 de marzo de 2014

"Deus ex machina"

El peso que cargaba en su espalda se amortiguaba en el cojín adosado de la mochila de montaña que se había comprado en Decathlon. Era la más cara de todas y también la más grande, cabían más cosas de las que había imaginado cuando sopesó su tamaño en la tienda. Solo eran vacaciones de navidad. El tiempo en este paréntesis pasaría fugaz; paréntesis no pragmático, puesto que tenía muchos trabajos que presentar al comienzo de Enero.
¡Qué bien! ¡Qué alegría me da verte! ─se inclinó para darle dos besos. Su aspecto era casi el mismo que hace dos años, aunque estaba más guapa ─¡Te veo muy cambiado! ¿Cómo has cambiado tanto? ─sus mofletes fulguraban rojizos, y ella se tocó la cabeza. Intentó alinear esa melena rebelde y rizada que parecía que descomponía su temple como un ronquido involuntario.
Tú estás muy guapa ─los coches pasaban rugiendo sobre los cinco carriles como recuerdos soterrados que circulan por los sueños. El semáforo cambiaba de verde a rojo, de verde a rojo...
¿Y eso que me has llamado? No me lo esperaba ─Preguntó ella. Antonio acomodó la mochila a la espalda con un pequeño salto. Llevaba horas viajando aunque su cansancio no se transfugaba en los ojos. Estaba feliz, contento, no sabía exactamente por qué de todas las veces que había pasado por la ciudad, no había considerado la opción de llamarla. Pero esta vez lo había hecho, además decidido. Cogió el móvil de la mochila mientras el conductor de “blablacar” explicaba la diferencia entre el cambio de marchas manual y automático, hablaba del mecanismo interno. Ella contestó con una voz insegura que vibró desde un punto al otro de la línea, y que a él le ruborizó instantáneamente, pero que no le hizo infringir el guión de lo que sería su breve conversación. Era lo que sucedía cuando viajaba y tenía un plan bien delimitado de lo que sería el día, así pues no dejaba espacio para los remordimientos por el trabajo sin hacer, y todo lo que hacía se vertía en el espacio como operaciones claras y ordenadas, como el cielo que los cubría más allá del tráfico y los edificios. De verde a rojo, de verde a rojo...
¡Venga, vamos, querrás descansar un rato! ─dijo ella.
Bueno, lo llevo bien, me gusta viajar ¿dónde está tu casa?.
¿Tú todavía no has visto mi casa?
Sí ─pasaron entre un grupo concentrado en las puertas de una apretada capilla. Para Antonio andar con esa mochila era algo teóricamente normal pero todavía no había calibrado el natural contrapeso de su espalda. ¡Claro que había estado en su casa! ¿Acaso ella no lo recordaba?. El mayor esfuerzo era, sin duda, el de fingir que no había implicaciones más allá de cada frase, una simple laguna escondía recuerdos dormidos y aspavientos contenidos. Convertirlo en simple, romper la página y comenzar una conversación en blanco, ya era un enorme esfuerzo.
María abrió la puerta de roble con la llave, estaba recién barnizada, toda su casa olía a barniz. Le enseñó las habitaciones; uno de ellas con un despacho que Antonio no hubiera imaginado que ella tendría; nuevas estanterías en los pasillos y el comedor, el cual tenía dos sofás invadidos por sus tres gatos. Él fue al aseo y escuchó la máquina de café mientras se sorprendió al ver un pequeño Yyakusi que María había instalado en el baño.

María sirvió el café con dos posavasos de cartón y ambos se sentaron en el suelo sobre una mesa acolchada.
¿Qué haces ahora? ─preguntó Antonio
Sigo dando clases
Buff ¿y los niños? ¿no te vuelven loca?
oh, sí, me desesperan. Tenemos problemas internos en el colegio, nadie se hace responsable de nada, Y esos pobres niños... ─abraza una mano con la otra entre el hueco de sus piernas cruzadas. La tarde era calurosa, y el sol seguía luciendo, aunque las bandadas de pájaros ya comenzaban a anunciar el ocaso─ También hago terapia.
Wou, ¿enserio? ─Sonrió con admiración, y sus cejas se levantaron elevando pensamientos que le retrotraían al pasado, ¿Cuándo perdí el hilo de su historia? pensó.
Sí, terminé el máster de arteterapia, lo hago los fines de semana.
Me alegro un montón. ¿Y te gusta? ¿Cuánto tiempo lo llevas haciendo?
nada, si cobro muy poco, llevo dos meses. No sé si lo hago bien, pero mis clientes, sabes, son especiales, muy especiales.
¿Es difícil?
Sabes, es así, como algo natural, no tengo que esforzarme, es como construir con el otro ─movía las manos mientras hablaba como quien profetiza sin que quiere que se descubra su misión─ Pero, me ayuda mucho, personalmente ─ella elevó los ojos como si quisiera ahondar en unos pensamientos que hubiera dispuesto en el techo ─¿Y tú y yo? ¿Por qué dejamos de hablarnos?
Pues, ¿de veras no lo recuerdas? ─casi se había terminado el café y él recuperó espontáneamente una sensación familiar que nacía de la casa, era como si las paredes tuvieran una especial vibración que ya sintió en el pasado “¿Tú todavía no has visto mi casa?” ─ No sé como no lo recuerdas, que mala memoria
Lo que recuerdo ─hurgaba el poso de azúcar de caña con la cucharilla ─es que discutíamos por tonterías.
Sí ─Antonio asintió con una liviana sonrisa, como un cura cuyo confesor verifica la pertinencia de sus lecciones, pero que en el fondo tiene incubada una duda que jamás llegaría a germinar.

Ella arrancaba las hojas de espinacas. Separó el montón en dos mitades y acercó el puñado de su mano izquierda.
Son un regalo ─ Se lo entregó a Antonio sin apartar la mirada del huerto, como si se preocupara por no perder una concentración especial que esa actividad supuestamente requería y que Antonio no llegaba a entender por qué.
¡Son gigantes! No sé qué cocinar con ellas ¿de verdad que no las quieres tú?
Yo tengo este montón, además, debo arrancar las hojas más maduras, solo si las quito la planta puede dar todo de sí.
Antonio miró el manojo de espinacas de su mano
Para ellas no existe el luto, se desprenden para crecer ─ese pensamiento lo había tenido circulando en su cerebro desde hacía un tiempo, y no había encontrado hasta el caso, una metáfora pertinente. Intuía que esa idea la había aprendido de alguien, posiblemente más de una vez, pero había conseguido olvidar el origen, como con tantas cosas sucede. Ella revisaba el estado de las zanahorias, las coles, las acelgas, y toda la parcela ecológica que había alquilado hacia un mes. Sus compañeros del huerto estaban a diez metros a la izquierda. Ella había traído a Antonio a esa comida para que los conociera. Lo cierto es que a penas habló con ellos, tampoco la situación se tornó especialmente favorable para ello. Uno de ellos se hizo un porro que le ofreció a Antonio y él declinó la oferta. Otro bebía mate y todos compartían sus brebajes como en una comunión tribal. Él se sentía a gusto, aunque estaba incubando un constipado y María había insistido varias veces para que se fueran si era lo que él necesitaba “¿Quieres irte? ¿Seguro que no quieres? Si estás mal nos vamos”. Antonio se sentía integrado del mismo modo que cuando solía jugar con los amigos de su hermano mayor cuando era un niño e iban, con toda su familia, de vacaciones al campo.
¿Y los espantapájaros? Están muy chulos
Sí, aunque a mí en realidad no me gustan mucho, pero hacen un concurso local todos los meses. El único que me gusta es aquel ─ ella señaló a uno de ellos. Tenía una enorme cabeza, una sonrisa estridente y unos labios rojos sobrepuestos.
No sé si es un payaso o una prostituta ─una pareja acababa de llegar al huerto de al lado. Antonio se sorprendió puesto que sin mediar palabra desplegaron todas los instrumentos y se pusieron a trabajar, evidentemente habían hecho una repartición previa de tareas, pensó Antonio ─ sea como sea, ambos deben servir para espantar a los pájaros, no creo que ellos lo sometan a juicio
Ya sabía yo que te daban miedo los payasos
¿Sí? ¿Por qué?
Solo lo sé ─volvió con el grupo. Él tenía un vaso de vino tinto, lo cual no era muy bueno para el constipado. Él lo sabía, pero lo bebía y se empezaba a sentir algo atontado.

María solo había bebido medio vaso de vino y consideró que podía conducir sin ningún tipo de problema. Estaban llegando al centro de la ciudad, y el tráfico se volvió repentinamente abundante.
Me siento nostálgico, María ─ Antonio todavía sentía los efectos del vino. De la calma del campo al repentino vaivén de luces y pitidos de los coches no conseguía encontrar una gran diferencia, salvo la evidente.
¿Qué dices? ¿Por qué?
No lo sé, es algo con lo que convivo, y me gusta contártelo ─mira al retrovisor─ confío en ti.
¿Qué te pasa?
Recuerdo todo lo vivido, todos los años que pasaron ¿puede uno acostumbrarse a sepultar su memoria? ─María seguía conduciendo atónita y a la vez con una fingida indiferencia. Evidentemente le hacían gracia esos espontáneos brotes poéticos, que pese a que leyera con detenimiento, no lograba tomar del todo enserio─ tengo una sensación incipiente que últimamente me engarrota, hace que pierda ilusión por casi todo, ya ni me esfuerzo por darle sentido a mi trabajo
Pero te gusta la imprenta ¿no? ─Llegó un semáforo en rojo─ No tenías que haber bebido, ¿Te sientes mareado?
Déjame explicarte la sensación
Sí, claro
Es la sensación de que lo que vivo ya ha pasado, como si mientras sucede ya fuera un recuerdo, y este momento, tú y yo en el coche, lo estuviera contemplando, como una fotografía ─el motor ronroneaba esperando la luz verde ─¿Te ha pasado a ti?
¡Cuánta zozobra ha vivido ella en el pasado! ¡Cuántas vivencias de las que no sacó provecho, o al menos eso pensó! Cuántas voces que se encuentra con las que tiene que esforzarse por dar una firme respuesta. Ella es ahora terapeuta. Ayuda a personas que quieren claridad, un molde donde poder justificar sus incongruencias, una fe en la que el peregrino se pueda apoyar en su ascenso. ¿Qué es la vida?, se preguntaba a menudo, ¿Qué otras opciones había más allá de la planteadas por lo propiamente humano? ¿Acaso su nostalgia desde hacia un tiempo tampoco invadía, en ocasiones, todas las áreas de su vida?. Le hacía gracia, le hacía gracia porque cada vez más tenía la responsabilidad de tutelar, y con el entrenamiento, o los refuerzos sistemáticos de los oyentes pasivos, había llegado a creerse a sí misma. La nostalgia solo era una arista más de toda una condición pasajera a una vida de aceptación. Un escape de presión más de tantos huecos de la identidad, que la mayoría de las personas que tutelaba, se esforzaban fervientemente por construir. Sin sentir que la identidad es íntegra, las personas se empeñan efusivamente en buscarla, y cuando todo es desorden la conciencia se separaba de lo vivido y entonces uno ya no se cree protagonista de su propia vida. Uno se disocia entonces del tema de las reuniones sociales, de la dirección que ese coche perseguía, del sentido de esa conversación más allá del objetivo que cada uno se proponía, y también de ese sutil mensaje indescifrable que mandaba el volitivo sonido de las ruedas en una danza en la que operaban, no siempre explicitamente opuestos, el acelerador y el freno; su pie derecho y su izquierdo. “¿Te ha pasado a ti?”. El semáforo se puso verde y ella apretó el acelerador.
En el libro que me estoy leyendo ─contestó ella─ “adicción al pensamiento”, hay un mensaje muy bueno; reducir las complicaciones humanas a la sencillez no te convierte en vulgar, la sencillez no es simple, sino sabia.
¿Y por qué me dices eso?, lo que yo siento es que tú te olvidas del pasado, te interesa olvidar todo lo que sucede ─en la marcha, estaban encontrando todos los semáforos en verde de ese modo no puedo dar valor a este momento.
Era la primera vez en esos diez días que tuvieron una conversación tan álgida. Al llegar a casa de María, se acostaron e hicieron el amor, fue mejor que las otras tres veces desde que vino de Irlanda, aunque no mucho mejor. Cuando él estaba entrando en el sueño sentía que el día había sido un poco surrealista, y que detrás de lo vivido se escondían cosas que no era capaz de descifrar. Las alucinaciones previas al sueño, le lanzaron a Antonio, fugaces imágenes sosegadoras, que más allá de su relación semántica, facilitaban en él un estado de armonía, que lo sumía, en la inconsciencia de la noche.

No hay una manera correcta de hacer las cosas ─afirmó Antonio.
¿o sí?
Estaban en el enorme parque donde el conductor del “blablacar” vendría a recoger a Antonio. Ese conductor era una minúscula contingencia, tal como la idiosincrasia de una gota o de la dirección de un mosquito. Los pies de ambos tocaban la tierra del parque. El banco era de madera y el cielo llevaba acumulando negror desde hacía un par de horas.
Mejor despedirnos así ─depuso ella. Su camiseta era roja y nueva, y su mirada se proyectaba a la dirección supuesta en la que el coche vendría.
No quiero despedirme ¿Por qué eres tan radical? ─dijo Antonio. Se tocó las gafas de sol con el dedo índice
¿Radical? ¿Radical yo?
Evidentemente, quieres dejar de hablarme, quieres olvidar de nuevo.
Eres tú el que sales de mi vida
Eres tú ─ miró la mochila, esta vez más cargada que en la ida─ la que no me dejas estar; a mi modo.
¿Y ese es mi problema? ¿que no quiera dañarme más?¿que tenga que dejarte estar aquí viendo como me masacras a mi y a ti?
¿Pero cómo te masacro?¿Cómo hago eso?
No aceptando el amor ─ Antonio se apuró, sintió como una ligera incomodidad lo clavaba en el suelo”no hay una manera correcta de hacer las cosas” ¿Qué culpa tenía él? ¿que culpa tenia ella?
La sencillez no es simple, sino sabia. ¿Qué eran los pensamientos? ¿se iban los pensamientos con la emoción cuando ésta desaparecía? Para él, él mismo dejaba de existir sin emoción, y pensar se convertía entonces en un eco del vacío ─el amor no acepta dudas para ti, no puede ser, simplemente, sencillamente.
El amor es entregarte
Entregarse también es renunciar a otra cosa
¿Qué quieres? ¿Quieres follar con otras tías?
No, reconozco que estoy salido ─se tocó los labios, sus trémulas rodillas perdieron aún más fuerza─ pero es algo, es otra cosa. No puedes ir tan dentro diciendo qué está bien y qué está mal.
¿Por qué?
porque entonces no me amas a mí, sino a tu proyecto.
Escondes algo, lo sé ─ella miró profundamente resignada al suelo ─ y no lo sabes, pero vas a sufrir...
Claro que iba a sufrir, Antonio era el primero en saber cuales eran sus tendencias. También rechazaba los dictámenes de María, su intromisión. Aunque consideraba que la palabra “intromisión” evitaba que por su parte sintiera remordimientos para el caso. Esta experiencia influiría enormemente en la conceptualización del amor que, desde el momento, tendería de manera natural y esquiva a verlo como algo estrictamente egoísta. "el amor es mucho más que una lógica condicionada" se repetía, a veces, mientras imaginaba la realización de su utopía, en otras, cuando  simplemente se veía incapaz de sentir cualquier cosa. Sabía que podría aprender de ella, sin que el dulce proclamo de sus consejos se convirtieran en un hiriente intento de colonización. Aunque María no le hablaría nunca más a Antonio. Y lo cierto también es que ella puede que lo quisiera permutar, integrarlo en su particular régimen de vida. Y él ciertamente, hubiera cedido, y hubiera acabado compensando con teorías, y con un romanticismo desmedido, el sacrificio que ese amor conllevaba. Puede que lo suyo, lo de ambos, fuera un puro juego biológico donde conseguían elevarse más allá de la incertidumbre inherente a toda exuberante pasión, y cuyo resultado factorial de sentimientos fuera la suma de fuerzas actanciales que ambos desconocían. Pero lo seguro es que esto es un relato con una tendencia progresivamente abstracta en el que los protagonistas se microscopizan, como una gota o la dirección de un mosquito, y que el texto queda invadido por la completa personalidad manifiesta del narrador, que así lo declara, metadeclara, y metadeclara en exponencial y hasta más allá del término de la narración, figúrense. Y también va a ser que la ruptura del trama por este componente discursivo ha acabado siendo un “Deus Ex Machina”, cuya transgresión mencionada es cuanto menos consciente aunque no alevósica por mi parte, y ahora soy el autor. De lo cual también he advertir, que no es algo absolutamente independiente del acontecer que tiene lugar en la propia historia; intuyan ustedes, sin llegar a obsesionarse, cierta relación entre el contenido y la forma, y ya luego sitúen ustedes donde quieran el cariz de mi ironía. 
Al final, ni el conductor del “blablacar” consigue llegar a las páginas, aunque así hubiera sido preestipulado. Y ruego por ello en el lector una comisión figurada del hecho. Gracias.

10-3-14


viernes, 7 de marzo de 2014

Entre dos aguas

Una nueva realidad reverbera
entre dos aguas,
irrumpe en las costumbristas
llanuras, desplaza la voz
a ese hueco aislado
y descontemplativo, donde
las canas se yerguen
y el ruido es taponado
por una manta calurosa.
El reiterado amago de ser
más se disuelve en esas aguas,
y las cuerdas de la guitarra
agrietan su esencia topográfica.
Las medusas se deshacen en
mis manos, la acción
no deja historia, mis pies
me sostienen y parecen
levitar autónomos.
Los vapores blancos
catalizan todo instante,
toda materia, y nutren la llaga
del tiempo,
vierten rojo
en lo rojo. Y detrás de
la congoja, una extraña sonrisa
me acaricia;
me dice que aún no estoy muerto

(por Paco de Lucia)

7-3-14

"SONETOS"

Distancia

Tú, que lloras y auguras la muerte anticipada,
que ocultas el clamor que te ofrece el presente,
que entierras la mirada en un crónico pésame,
que enciendes la vela en la oscura mañana.

Tú, que lloras la pérdida con la puerta cerrada,
que alimentas el hambre de los difuntos peces,
que ennegreces el polvo que acumulaste en meses,
que sufres las cadenas manchadas de esperanza.

Quizás, en la espesura, puedas ver una duda
que destemple el calor de amargadas certezas
que nutren la raíz que te mantiene viva.

Quizás también ayude, toda consigna muda
que yo lance al pasar al lado de tus rezos
que vierten en tu dios, ajeno a mis mentiras.


El despertador

El tiempo se mantiene erguido tres segundos
lo que dura el rehacer de mi sueño profundo.
La alarma se detiene y vuelve a los minutos,
cuando el sol ya se eleva calentando este mundo.

El reposo parece un descanso moribundo
donde el sudor no cesa y no importa el ruido burdo
pues duermo complaciente y como bebé me acuno
en los astros del sueño que me atrapan con nudos

Parece que es un rato y no parece un abuso
Parece que ahora viene, que este es el gran turno
de empezar la mañana y acabar el ayuno.

Pero siempre la excusa y que trasnocho cual búho
mantiene la adicción de este gran ciclo crudo
que me impide volar y que levante el culo.


ECOS COS

los graves ecos del mundo se filtran
entre la sintaxis de las palabras,
Si son netos, métrica es lo que vibra,
si son libres, se accede a las anáforas.

Ahora orden el fuerzo con la rima
paralexis sin ton ni son hallada
la rima rima es, pero no arrima
la lógica de la tarea mandada

Los tercetos ejemplos trabajados;
el gran eco del pene en el cerebro
el encéfalo, falo falo y falo.

El segundo también compenetrado,
en relación con el falo y por ello,

cacafónico eco y penetrado.

7-3-14

martes, 4 de marzo de 2014

Bueno, todo, no sé si tanto...

Antonio y Juan se habían conocido hace dos años, pero no fue hasta las pasadas navidades cuando comenzaron a desarrollar una amistad. Al principio tenían contacto gracias al grupo, y especialmente por un amigo común; Carlos, que se dedicaba esencialmente a pinchar en una discoteca. Al principio, Antonio y Juan solamente se conocían de salir al callejón de San Javier. Ellos dos eran de los pocos de su grupo que se habían mudado a Murcia capital para estudiar en la universidad. En la época de exámenes, especialmente en la navideña, cuando la mayoría solía estudiar en sus hogares, ellos solían ir a la biblioteca de San Javier. Allí fue donde empezaron a conocerse más íntimamente. Al principio, únicamente hablaban para lamentarse del agobio que suponía estar estudiando en plenas vacaciones, mientras que todos sus amigos estaban organizando encuentros que en otro momento sería imposible, dada la genérica indisponibilidad. Empezaron a sincronizar los descansos de estudio, luego tomaron posesión de las dos sillas contiguas en el rincón de la esquina de la sala más pequeña y al final acabaron desayunando juntos antes de comenzar cada sesión de estudio, cosa que acabó por convertirse en un ritual matutino necesario.
Acaban de terminar los exámenes de Septiembre, todavía no saben si han aprobado las asignaturas, Juan sospecha que no ha llegado a aprobar “fiscalidad de la empresa”, pero tiene esperanza, realmente hacía tiempo que no estaba tan contento. Ambos habían trabajado los fines de semana de todo el verano; Juan ayudando a su padre en el almacén de carpintería, Antonio como camarero en una heladería.
¿Nunca se equivoca el GPS? ─pregunta Antonio
Bueno, alguna vez me ha formado algún lío, pero para llegar a Mojácar hay que seguir casi todo el tiempo recto.
Entonces, casi que el GPS no hace falta, ¿no?. No como el café, dios, hemos salido muy temprano y estoy muerto de sueño.
Eso es porque eres un gandul ─Juan pulsa el botón del reproductor. Se oye un ruido de plásticos desplazando los CDs. El nuevo disco de Goran Bregovic comienza a sonar ─ ¡Aquí tenemos el disco de nuestras vacaciones!─le sube el volumen sin apartar la mirada de la carretera. Las lejanas montañas aparecen al final de la recta, van a dejar atrás el tramo más seco y el paisaje de huertos atestados de olivos.
El sol está radiante, hemos tenido mucha suerte ─dice Antonio.
Síii, mucha suerte─ Juan mueve la cabeza de arriba a abajo al son de la música.
¿Has conducido mucho por esta autovía? Las montañas son bonitas, seguro que hay senderos─ Antonio mira la radio y luego a Juan, que está dando pequeños golpes en el aire con el puño derecho ─La libertad sienta demasiado bien, aunque tenga sueño.

Piden dos cafés, uno con leche y el otro cortado. La camarera los mira mientras vierte la leche en los vasos.
Estamos celebrando nuestra libertad ─dice Juan─hemos estado tres meses estudiando y trabajando, ¿Ves la cámara de mi amigo? ─ Antonio había echado varias fotos a las estanterías del local, solamente había macetas, varias de ellas con una notable cantidad de polvo y telarañas
Aquí lo vamos a registrar todo ─dice Antonio.
La camarera sonríe sin levantar los ojos de la barra y se dirige a atender a otro cliente, el cual tenía una camisa blanca abrochada hasta el último botón y unas gafas de sol apoyadas en su terca y morena frente. Sin que él hable, la camarera asiente como si anticipara su pedido.
Juan y Antonio conversan.
He seleccionado esta camiseta, me la compré en el mercadillo de la playa ─dice Juan.
Oh, está muy guay, me gusta el dibujo, camisetas fluorescentes, como dijimos. Si nos perdemos seguimos la estela de luz.
¿Y si no?
Los dos al mismo tiempo:
¡estelante, no hay estela, se hace estela al andar! ─ambos ríen a carcajadas y Juan derrama café en su camiseta, mancha el ojo del hipster barbudo que está estampado junto a tres serpientes metálicas que le rodean.
Antonio Machado ¿o Antonio Manchado? ─dice Antonio
¡Oh, nooo!, mi amuleto del viaje se ha quedado tuerto
El hombre de las gafas en la frente los está mirando. La leche llevaba ebulliendo medio minuto y la camarera gira la rueda de vapor. Antonio destapa la capucha de la reflex para tomar una foto de la camiseta.

Tras una hora de conducción, Antonio se cerciora de que necesitaría más pilas. Era su culpa, el modo automático consumía mucha energía. Se había comprado la máquina hace tres años y todavía no había aprendido a usarla manualmente. Juan le dice despreocupado que comprarían algunas cuando lleguen a la playa.
Pasan el tramo montañoso y atraviesan un par de pequeños pueblos repletos de pequeñas casas blancas. En el GPS ya se puede ver la playa desde la visión panorámica. Ahora es la última quincena de la temporada veraniega, así que no hicieron reserva para el camping.
Llegan a la entrada y la barrera se levanta. Antonio echa una foto del hombre de la cabina, un hombre calvo que parece bastante cansado. El hombre les indica que tomen la penúltima parcela a la izquierda, y que antes de salir del camping se pasaran por la cabina para que les explique las normas. Esto último lo dice mientras mira la cámara que Antonio está aguardando en su estuche.
Al bajar del coche estiran las piernas y la espalda, Juan pone un disco de Led Zeppelin y comienzan a levantar la tienda de campaña. Cuando terminan de clavar las últimas púas, Antonio va al baño y Juan se queda contemplando el camping y las parcelas de alrededor. A la derecha hay un matrimonio. Parecen irlandeses. Están preparando la comida en una mesa de plástico. El hombre saca agua potable desde un grifo externo incorporado a la caravana. Son bastante mayores, y no dejan de sonreír. El hombre lleva la jarra llena a la mesa y la mujer se acerca a una cuerda atada entre dos pinos sobre la que cuelgan varias prendas. Toca varias de ellas apretándolas en sus los puños, para cerciorarse de si ya estaban secas. Descubre a Juan observándolos. Ella sonríe y levanta la mano abierta a la altura del pecho para saludar.
¡Yeah, Led Zeppelin! ¡The fucking bosses! ─Al otro lado de la parcela un motero mueve los brazos haciendo el signo del rock and roll con las dos manos. Juan lo mira. El motero tiene una barba rala y sostiene una botella de vodka en una de las manos. Juan no reacciona, y el motero mueve los brazos más asiduamente ─ ¡Great music dude! ¡Bieeen música!
Juan sonría levemente.
Síii muy buenooo ─imita torpemente el gesto de los dedos.
Antonio vuelve apresurado
¡Tío, los aseos son grandiosos, hay como veinte y he visto un grupo de jóvenes acampar detrás de esos arbustos! ─Antonio se da cuenta de que el motero los mira apoyado en su moto.
Antes habló conmigo ─dice Juan ─creo que viene solo, al menos tiene toda la pinta.
Antonio da dos pasos hacia él
¿Te molesta la música? ─antes de que Antonio preguntara el motero ya ha iniciado su marcha sin soltar la botella. Va hacia la tienda de campaña que él mismo había improvisado con una toalla en el suelo y varias chaquetas dispuestas entre las ramas.
Pon otra cosa mejor, ¿no? ─ dice Antonio.
¡Venga! ¡la música de nuestro viaje! ─Juan vuelve a poner el disco de Goran Bregovic, y le sube aún más el volumen. La música árabe resuena por todo el camping. El matrimonio se fija en ellos, la mujer sonríe y el hombre lleva un trozo de pan a la boca mientras frunce el ceño.
Juan se pone unas gafas de sol azules, y tira su camiseta a la parte trasera del coche, tras lo cual empieza a dar vueltas alrededor de la tienda como si fuera un indio. Comienza a bailar, y a enseñar sus bíceps. Antonio comienza a reírse ante la situación y se dispone a traer la réflex. Juan posa para una foto, aprieta sus labios y comienza a moverse como un gorila. Sus rodillas se levantan por encima de su cadera. Luego comienza a alternar el movimiento de gorila con sutiles movimientos de cadera, parodiando a una danzadora del vientre.
Antonio saca fotos como si fuera el paparachi de Juan. En una de las ocasiones, saca una foto de la caravana donde se encontraba la pareja comiendo. Ella los mira. Su silla está ladeada de la mesa. Sonríe con ese gesto congelado desde que llegaron, da pequeñas palmaditas siguiendo el ritmo de la música. El hombre sigue comiendo y mirando la mesa. Él dice algo a su mujer y ella ella gira su silla hasta que vuelve a estar de frente a la mesa.
¡Ya se me han agotado las pilas! ─Antonio sostiene la cámara en las manos como si hubiera pasado a ser un aparato inservible.

Ahora la cosa está muy floja. En Agosto, en esta terraza, no se podía ni respirar ─el camarero termina de preparar los dos chupitos tropicales. Él mismo le había puesto el nombre, era una mezcla de whisky y licor de piña─ Decimos que por cada chupito te sale una pluma, y que luego puede que te conviertas en un cisne o en un pollo.
¿Y no tienes una versión más masculina? La idea del cisne no me gusta mucho ─Dice Juan. Mira el chupito y levanta el dedo índice y pulgar para cogerlo.
Espera, espera, que quiero echarle una foto ─Dice Antonio. Rastrea su mochila con la mano buscando la cámara.
No tengo la menor idea de por qué se dice esto, solo sé que se lleva diciendo años ─Mira a su alrededor para asegurarse de que no hay clientes esperando─ Según me dijo mi jefe, lo empezó a decir un borracho cada vez que se bebía un chupito, al final se acabó convirtiendo en un lema del bar.
Con lo del pollo quizás se refieren a los guiris, todos cuando beben y se torran en la orilla, al final acaban fritos como pollos Dice Juan.
Las botellas que se encuentran detrás del camarero relucen en sus distintos colores. Los huecos que éstas dejan en la estantería están llenas con flores. Detrás de la estantería, se encuentra un enorme espejo que ocupa todo el muro donde el alcohol se expone.
Da igual si no hay mucha gente, este sitio es como un paraíso Dice Antonio ─¿Jugamos al billar, Juan?.
Antonio inserta una moneda. Dispone las bolas en el triángulo. Juan rompe y mete dos redondas en el primer golpe.
¡La gloria está en mi! ─Alza los brazos, aprieta los puños y saca pecho ─¡El cid campeador y sus dos bolas!
El motero entra por la puerta que da a la carretera. Atraviesa la pista de baile, que se encuentra vacía en ese momento. Pasa por al lado del billar. Juan lo mira, lleva las gafas azules puestas y todavía tiene los brazos alzados. El motero pasa por su lado, sigue adelante y baja las escaleras que dan a la zona de colchones y sombrillas clavadas en la arena. Llega a la orilla de la playa y se sienta en una roca. Saca una pequeña petaca de su bolsillo y comienza a beber y mirar el mar.
Antonio ha seguido con la mirada todo su trayecto. Cuando retrae la atención a la partida cruza su mirada con un hombre de la barra. El hombre lleva una camiseta roja y unos pantalones pirata. Sus ojos son azul oscuro y destacan en un rostro rodeado y minusculizado por una espesa barba marrón.
¿Te gusta el billar? ─Pregunta Antonio.
No, no ─ Contesta observando como Juan da vueltas alrededor de la mesa pensando en la siguiente jugada ─¿Vosotros estáis en el camping, no?
¡Sí! ¿Te hemos visto antes? ─Pregunta Antonio.
No lo sé, pero con la música que teníais puesta era difícil no percatarse de...
Juan grita imitando a Tarzán y dándose golpes en el pecho. Ha metido otra bola entera.
Ya, te entiendo ─Antonio sonríe volviendo la cabeza que había girado ante el bramido─ ¿Para cuántos días estáis?
Solamente estamos esta noche
Ya ─la barba del hombre se eleva ligeramente al sonreír─ Yo estoy con mi chica, llevamos ya cuatro días, estamos allí, bueno, si queréis venir luego.
Juan interrumpe la conversación.
¡Sí, claro tío!¡Por cierto, yo soy Juan! ─aleja el palo de su cuerpo y estrecha la mano del hombre efusivamente.
Bueno, pues ya sabéis, nos vemos luego ─dice el hombre de la barba
Nos vemos después de mi gran victoria ─vuelve a alzar los brazos ─¡El cid campeador es imparable!
El hombre de la barba ser va sonriendo.

Mi nombre es Rosa
Bonito pelo, Rosa, yo soy Juan.
Al final habéis venido ─dice el hombre de la barba
Claro, parecéis enrollados, hemos venido aquí para compartir el bueno rollo, ¿no? ─ Dice Antonio ─Por cierto, no sé tu nombre.
Me llamo Carlos, tío ─Levanta la mano abierta para estrecharle la mano
Oh ─exclama Antonio ─Juan y yo tenemos un colega que se llama también Carlos ─Juan y Antonio se miran. Carlos y Rosa se miran.
Sí, hay muchos Carlos en esta vida ─dice Rosa.
Pues sí, la verdad es que hay muchos ─Juan se ríe y saca afuera su lengua, babeando como si fuera un perro. Carlos se echa a reír.
¿Pero vosotros de dónde venís? ¿Qué hacéis aquí? ─pregunta Rosa.
Venimos de San Javier. Nos prometimos este viaje hace dos meses ─ dice Antonio. Como si estuviera preestipulado Antonio y Juan se miran y chocan los cinco ─Algunas noches de biblioteca, venir aquí era la única idea que nos mantenía motivados, aunque no siempre concentrados.
Aún así, en la biblioteca es difícil concentrarse, siempre hay muchas tías buenas ─dice Juan.
Bueno, aquí también, ¿no? ─ Exclama Carlos. Rosa lo mira.
Síii, ladys everywhere ─exclama Juan─ Mira a esas que están ahí sentadas, la del vestido rojo con tirantes ─aprieta su rostro, sus arrugas se contraen y gruñe lanzando mordiscos al aire.
Los tres echan a reír. Rosa mira su cerveza, acaricia la etiqueta y sonría levemente.
Tu nombre era Antonio, ¿no? ─pregunta Rosa.
Eso, Antonio, ¿a qué te dedicas?
Hago el segundo curso de psicología
Vaya, a mí me encanta la psicología
A mí también ─interrumpe Carlos─y también Joaquín Sabina, sus canciones sí que son pura psicología.
¿Y eso qué tiene que ver? ─pregunta Rosa. En ese momento nadie habla y Rosa se percata de que en el bar está sonando “noche de bodas” de Joaquín Sabina. Todos vuelven a reír con complicidad. Juan da varios golpes en la mesa con el culo de la cerveza.
Sabina hace su aparición estelar, Sabina, el fantasma reaparece
sábana, ¿no?, Sabina y sábana ─dice Juan a la vez que echa a reír copiosamente. Carlos ríe con él.
Este tío me cae genial ─dice Carlos─ Eres un cachondo
Rosa bebe cerveza y mira a Antonio
Entonces, ¿Quieres ser psicólogo? ─dice ella.
Pues, bueno, no pienso mucho en mi futuro.
En su futuro no ─continúa Juan─ pero le da mucho al coco, siempre piensa demasiado, hay que darle marcha al cuerpo, hacer más y pensar menos ─Carlos sonríe y asevera el argumento de Juan moviendo la cerveza en el aire como si fuera un pequeño martillo.
Claro que sí ─dice─ la vida es un segundo, además, estáis aquí para disfrutar, ¿no?
Sí, esta noche va a ser grandiosa ─contesta Juan. Antonio asiente con las cejas mientras da un trago a su tercio.

Ahí está, ya estamos llegando ─dice Juan. Ambos andan por la orilla de la carretera. A un lado se encuentra la playa, al otro un bosque ascendiente y frondoso. Apenas ven lo que la luz de la luna les permite y los coches que eventualmente pasan, muchos de ellos con música electrónica retumbando en la carcasa de los maleteros. Caminan diez minutos más. En la puerta pagan la entrada, quince euros con una consumición. El lugar está atestado de gente, les cuesta bastante decidirse para quedarse fijos en un lugar. Los dos se mueven entre el tumulto bailando bajo la irrumpiente música electrónica que, debido a la gente que se mueve, dificulta y obstaculiza la marcha. Juan va el primero, dirige a Antonio en el tránsito. En varias ocasiones, pone su mano sobre la cabeza de algunas chicas. Ellas se giran enfadadas en la mayoría de casos, él eleva la cabeza y cierra los ojos sin quitar la mano de sus cabezas y finge que esta teniendo lugar una conexión evangélica.
¡Tus ojos son los de una diosa! ─dice Juan a una de las chicas que cierra un grupo perfectamente circular. Todas están bailando para el centro del círculo, se miran unas a otras y sincronizan sus movimientos. La chica sigue bailando, mueve la cabeza de un lado otro, un movimiento perfectamente mecanizado que desplaza su pelo rubio de un lado a otro, su cabello jamás irrumpe su cara y su peinado nunca llega a descomponerse. Juan y Antonio siguen moviéndose por la discoteca, están casi en el centro. Al fondo hay una salida que da a una terraza, se ven sombrillas y sillones de mimbre. Juan desvía el trayecto y llega hasta el lateral de la sala principal. Se para en un hueco, cerca de la tarima. Ambos están cerca de la salida de emergencia.
¿Por qué no vamos fuera, Juan?─grita Antonio.
Juan no responde. Solo mueve su cabeza en círculos, con los ojos cerrados y la cerveza en la mano. Alza los brazos en paralelo, como si la música los hubiera poseído. Cuando parece que va a contestarle, se agarra al cuello de Antonio y acerca sus húmedos labios a su oreja.
La música es la gloria, es un todo, es la verdad pura... yooo... tío, estoyyy en...te amo con todo mi corazóon...─ Antonio aparta la cara de Juan con la mano, se empapa de su sudor.
Juan sigue bailando encorvado hacia atrás. Comienza a mirar a su alrededor, esperando compenetrarse con el resto de la gente. Antonio mira al suelo y empieza a bailar con los dedos índice de sus manos. A los segundos empieza a escrudiñar la sala. Mira la tarima, hay tres personas en ella, dos hombres y una mujer. Ella baila de forma muy sexy. Los dos tíos repiten el mismo movimiento una y otra vez; mueven los brazos de alantehacia atrás con los puños cerrados y los codos en ángulo recto como escuadras, parece que sierran con sus puños un leño. Al lado de Antonio varias mujeres hablan al oído intensamente, apoyadas en la barra. Juan se aleja tres metros, va hacia la esquina más próxima donde se encuentra un grupo de ocho personas. Uno de ellos parece ecuatoriano. Juan comienza a hablar con él. Antonio mira la terraza, y empieza a abrirse paso con desgana entre la gente. Sale fuera. Es la zona chill out, nota una incipiente frescura en su espalda debido al contraste de temperatura. El aire no está cargado.
Eh, psicólogo ─Rosa está apoyada en la barandilla de madera que daba a la arena─ ¿Cómo os está yendo la noche?
Muy bien ─Antonio mira a su alrededor, se fija en una muchacha sentada en un gran sillón de mimbre. Sus relucientes piernas están cruzadas, y su vestido es verde y muy corto.
¿Y tu amigo?
Antonio señala a la discoteca
Se lo está pasando muy bien ─dice
¿Y tú? ¿Te lo estás pasando bien? ─Rosa mira a los ojos a Antonio y sonríe con medio labio.
Sí, esta es nuestra gran noche, mañana ya nos vamos. Se está pasando muy rápido.
¿Habías venido antes aquí?
No, es la primera vez, no he salido mucho de mi provincia. Normalmente no viajo mucho.
¿Tampoco miras la luna?
¿Cómo?
La luna ─Señala al cielo─ se ve enorme, siempre que vengo a Mojácar parece agrandarse.
Sí, miro la luna
Rosa se gira de costado y mira la cara de Antonio
¿Por qué tienes la lengua azul? ─pregunta
ohh ─hace el amago de taparse la boca con la mano─ Bebimos vodka azul ─ríe torpemente
oh, qué gracioso ─Rosa se apoya de espaldas y pone los codos en la barandilla, echa el cuerpo hacia adelante, dando pequeños pasos con sus sandalias, que tienen el mismo color que su carne.
¿Y Carlos? ¿Dónde está?.
Fue a pedir algo ─Rosa, lentamente, eleva su brazo izquierdo, lo suficiente para dejar que sus pulseras bajen desde la muñeca a la mitad del brazo. Baja el brazo de nuevo y observa cómo éstas vuelven a la muñeca─Sabes, a mí también me gusta mucho pensar. A veces paso horas enteras haciéndolo.
Ah ¿Sí?
Sí ─ Mira al suelo de la tarima ─Nosotros somos personas muy profundas, ¿sabes?
En ese momento, Antonio se percata de que al fondo de la playa el motero está paseando de un lado a otro de la orilla.
¿Conoces al motero del camping? ─ Pregunta.
Rosa se endereza y quita los codos de su barandilla.
Ah, el motero. ¿El que está cerca de vuestro sitio?. No, no hemos hablado con él. Parece un tipo raro, ¿verdad?. Sabes, yo tengo un hermano motero, se pasa toda la vida viajando. Creo que la gente que viaja tendría que ser abierta, estar dispuesta a abrirse a los demás, viajar es un modo personal de liberarse ─Con su mano izquierda toca la barandilla para restituir su equilibrio
En ese momento aparece Carlos con dos gin-tonics. Le da uno a Rosa. Lleva una camisa azul con cuadros bancos, tiene un aspecto mucho más sobrio que por la tarde.
Eh, el psicólogo ─ estrecha su mano ─ ¿Dónde está tu cámara?
Me la dejé en el camping
Pues aquí habrías sacado buenas fotos, con esta iluminación, la terraza, la luna...
Ya, pero hay mucha gente, no quiero que se me rompa
Carlos ─dice Rosa─ ¿Tú qué piensas del motero del camping?
Del motero del camping? ¿Por qué habláis de eso ahora? Ese sí que es un personaje ─mira alrededor─ Por cierto, ¿dónde está tu amigo?
Está dentro ─Antonio mira instintivamente a Rosa, que bebe de su vaso, ajena a la conversación.
¿Y tú?¿Es que no te gusta bailar? ─pregunta Carlos
oh, sí, pero estoy tomando el fresco, aún así, hay bastante agobio ahí dentro.
Vamos a los asientos libres ─grita Rosa acercándose a unos sillones que empiezan a ser abandonados por un grupo de personas que visten todos de blanco.
Cada uno toma uno de los sillones, los tres son del mismo tamaño. Tienen el respaldo de mimbre, todos sus filones forman arcos simétricos. Los asientos son recubiertos por un ancho cojín rojo. Durante los primeros minutos Antonio no habla con ninguno de los dos. Ellos dos conversan entre sí sobre algo relacionado con su marcha. Quieren irse por la mañana temprano y están hablando de la hora a la que saldrían, y de si merecía la pena comprarse una sombrilla puesto que el espacio del coche es limitado.
Bueno Antonio, cuéntanos algo de psicología ─dice Rosa
¿Y qué quieres saber?¿Qué te puedo contar yo? ─ríe débilmente
Yo creo que todo está en la mente, todo lo que nos bloquea lo maquinamos nosotros ─dice Carlos mientras señala su cabeza con el dedo índice ─ Si fuéramos conscientes de cómo nos controla, seríamos capaces de hacer todo lo que quisiéramos.
Bueno, todo, no sé si tanto
Tío qué si, que sí, una vez en youtube vi un documental de cómo controlan nuestras mentes, y yo por ejemplo, es solo un ejemplo, pero yo estoy aquí bebiendo un gin-tonic, pero lo hago porque sé que es lo normal ─Rosa apoya su mano izquierda en el respaldo, despeja su pelo de la cara con un movimiento de la cabeza y resopla─Y del mismo modo, si mi cultura fuera otra yo asumiría eso como mi verdad, sabes. La cosa es que si nos liberamos podemos hacer otras cosas sin sentirnos mal.
¿Y qué quieres hacer Carlos? ─pregunta Rosa que deniega moviendo la cabeza de un lado a otro.
No lo sé, quizás ganar mucho dinero, sí veo la oportunidad ─ríe copiosamente.
¿Tú que piensas de eso Antonio? ─pregunta Rosa.
Bueno, creo que está bien cuestionarse lo que asumimos por verdad. Pero no sé, hablas de tu cerebro como si tuvieras un superhéroe escondido, como si reservaras tus poderes para la ocasión.
Pero, si tú eres consciente de qué te controla puedes llegar a controlar tú ─insiste Carlos
¿Pero qué es para ti la consciencia? ─pregunta Antonio
La conciencia es ─ alza los ojos hacia el cielo, como si intentara articular su discurso ─ lo que nos permite pensar y descubrir, como una luz que se proyecta en la oscuridad, ¿no?, si vemos más allá también podemos controlar.
¿Y para qué quieres controlar? ─pregunta Antonio de nuevo. Rosa alza las cejas durante un segundo y luego las relaja.
Para crecer, para ser superior, para ser también más feliz ─contesta Carlos.
Los tres se callan. Rosa se inclina hacia delante y apoya sus brazos en las rodillas, mira a Antonio.
¿Tú estás de acuerdo, Antonio? ─le pregunta
No mucho
¿Y qué piensas?
No sé, hablas de tu inconsciente como si fuera un oro enterrado. Tu inconsciente es lo que te controla y si indagas no creo que te guste lo que encuentres, si no no sería tan difícil acceder a tu mente ─pasa la mano por la frente ─No estoy seguro, pero quizá cuanto más crees que controlas a tu mente más te está controlando ella a ti.
Yo no lo veo así ─contesta tajante Carlos
Lleva la razón Carlos ─dice Rosa─Esta vez no has ganado.
Carlos apoya su espalda en el respaldo de mimbre. Rosa sonríe y vuelve a mirar la luna.
¿Entonces te gusta mucho mirar la luna? ─pregunta Rosa a Antonio. Los ojos de ella se cierran involuntariamente.
Sí ─responde.
Rosa se queda mirando la luna y durante tres segundo proyecta su mirada en los ojos de Antonio. Ella tiene los ojos rojos y los labios muy húmedos. Da pequeños golpecitos en el culo del vaso con la palma de la mano izquierda abierta. Carlos tiene sus dos manos apoyadas en el respaldo. Sus manos encajan en el pico de ambos respaldos, parece como si sus nudillos sobresalieran del sillón. Ella se toca el pelo varias veces y mueve las piernas inquieta. Finalmente se apoya en el respaldo.
Creo que deberíamos irnos ─dice Carlos─ es tarde.
Sí, quizás ─dice Rosa.
Bueno Antonio, nos vamos, ha sido un placer hablar contigo ─ dice Carlos al levantarse, estrecha la mano de Antonio.

Antonio llevaba un rato dando vueltas. No podía contar cuántas veces él y Juan se habían separado. Lo busca durante varios minutos. Finalmente lo ve sentado en uno de los altavoces. Seguramente en el invierno ese lugar estaría atestado de abrigos. Está con los ojos cerrados y apenas mueve el cuello de un lado a otro. Lo zarandea agarrándolo de un hombro. Finalmente abre los ojos.
La fiesta está siendo grandiosa ─dice Juan.
Lo sé, pero ya estamos para irnos.
Le cuesta varios minutos convencerlo. Queda poco para que amanezca y quedan pocas personas en la discoteca, la mayoría estaban muy borrachos o eran parejas que se besuqueaban. Antonio guía a Juan hasta la salida. El camino de vuelta dura unos veinte minutos. El cansancio de ambo se intensifica a la vez que la luz del día se presenta cada vez con más claridad. Cerca del campamento, un grupo de personas, con pantalones muy cortos, estiran las piernas para empezar a hacer “footing”.
Dentro del campamento todo es silencio, aunque de camino a su parcela oyeron dos despertadores y el cantar de los pájaros es más notable que en el camino de vuelta. Se acostaron en la tienda de campaña. Acostados boca arriba, Juan habla por primera vez desde que salieron de la discoteca.
Casi me he peleado ─habla como si tuviera una esponja en la boca.
¿Qué dices? ¿Con quién?
El ecuatoriano, me acerqué para decirle que se parecía al machupicho
¿Enserio?
Él no conocía la serie de televisión. Cada vez que lo veía le decía machupichu.
Oh, dios
Me dijo que era un racista, y yo le dije que solo quería ser simpático con él y facilitar su adaptación.
Pero... ─Antonio piensa durante dos segundos y se echa a un lado, intentando acomodarse en la almohada─ Da igual...
A las cinco horas Antonio se despierta y sale de la tienda de campaña. Los ronquidos de Juan resuenan intensamente. Se sorprende por no haberse despertado antes, además, hace un calor insoportable. La pareja de la caravana ya se ha marchado, el motero ha dejado su parcela también vacía. El camping parece un lugar distinto. Carlos y Rosa aparecen con el coche, circulan lentamente, el coche está abarrotado. Antonio levanta la mano para saludar. Carlos baja el retrovisor interior y no apartó la mirada del camino. Rosa mira a Antonio brevemente, luego gira la cabeza hacia el retrovisor de su lado y comienza a ponerse maquillaje.


4-3-14