domingo, 2 de marzo de 2014

Agradecer es desprenderse

                                                                    Las hojas no caen, se sueltan...
                                                                   (José María Toro - La sabiduría de vivir)

Son muchos los pensamientos que vienen a mi mente. Bueno, no diría demasiados, ya que todos nacen de la misma coherencia, de un único punto de vista en el cual todo tiene un sentido fulgurante, ya que todos nacen del más llano silencio y parecen perfectamente fabricados a partir de él.

Agradecer es desprenderse, y esto supone dejar atrás muchos años de demostraciones y esfuerzo por mantener algo que solamente suponía autoenaltecerse. Los nombres siempre han estado secuestrados por esa doctrina, y yo me comportaba mimentizándome con esa planta invisible que se escondía detrás de las visibles flores. No todo lo que es oro reluce, y con esto se evidencia el valor relativo de la belleza, en las flores se enclaustraban los rígidos conceptos como abejas en un vaso. En esa danza cerrada es donde se reducía la realidad, mi realidad, creía que no, pero evitaba los más profundos cuestionamientos. Y ahora entiendo que las preguntas en realidad parecían congeniar con esa moral, con ese benigno baluarte. Y ahora ya desconfío de todos los niveles de la duda.

No hay valor asociado, no hay ira ni deseo, no hay rebeldía. En realidad esos resortes resultan de esa coyuntura petrificada en una identidad multicolor, no lo neguemos, gratificante, tanto que me posicionaba con una claridad incuestionable. Pero no todo lo que es claro tiene en cuenta lo más necesario.

Lo oscuridad no es mala y la luz no es buena. Solo son posiciones relativas. ¿Pero y el amor, el arte y los esfuerzos de una sociedad? ¿No deberían tender a la búsqueda de una infinita síntesis nunca lograda, en la cual todo se asume como operativo y las voces reverberan su eco en la ecuanimidad?

¿Por qué te cuento todo esto? Ahora ni siquiera yo mismo tengo claro el motivo. Te recuerdo, todavía puedo mirarte. Tú, y tu pronombre atávico, que eleva en mi un romanticismo legítimo, pero que con el tiempo también he aprendido a desprender.
No te creas que estoy triste. Estoy agradecido. Lo desprendo por una sola razón. Y aunque en mi delirio tus rasgos más platónicos se desarticulan en la debilidad de esa teoría mía; esa teoría que persiste en el intento de perpetuar ese amor que tu tildaste de inmutable, en realidad ahora lo veo de otro modo. Ahora el desespero de ese amor se desnutre en esas redes verdes integrativas, que poco a poco deconstruyen esa imagen idílica por la que tanto te esforzaste, la que te permitía disimular el sutil chantaje. Pero no te alarmes, mi nuevo modo de verlo también elimina mi rencor y también aprendo a ver de otro modo aquello que fue nuestro encuentro. Lo hago por una sola razón, déjame explicártelo, aunque quizás no lo comprendas. No creo que seas la única oportunidad, el último tren, no creo que deba prestar atención a tu urgencia ni a tus procesos infundados, y no creo que haciéndolo facilite que escuches mi mensaje: "paciencia, paciencia, paciencia"

Paciencia, porque el amor tiene niveles y yo llevo toda una vida en el mismo, y en el crédito de mi nivel he evitado ver más allá y mi ascenso no depende de ti, porque no hay miedo detrás. Bueno, claro que lo hay, no nos engañemos, pero es en sus postulados donde se dilata la sensibilidad que me permiter ampliar la frontera de mi mirada, conmocionarme con la diversidad del mundo y achicar mi voz, un poco más, un poco más...

No te creas que soy insensible porque me haya hecho fuerte con el tiempo, y porque haya comprendido tantos mensajes contradictorios, y porque ahora descanse en este banco donde únicamente espero más y más preguntas; preguntas que dan nuevas coordenadas a la noche, que extienden mi actitud y comportamiento en el medio que habito, que me convierte en un homúnculo diluido como la humedad en el aire, y que me enseña a soplar sobre la desesperación que procede de aquellos; mis amigos, mis amantes, tanto los falsos sonrientes como los tristes compadecientes, aquellos que se aprietan en sí mismos, sin apercibir la frágil burbuja que los hermetiza. Los miro y mi mirada absorbe su condena alimentada de tantas y tantas teorías que minan sus salidas.

Agradecer es desprenderse, desprenderse de ideas, de actitudes, de mecanismos, de emociones. Agradecer es desprenderse elemento a elemento de un todo interconectado que tras descamparse solo asoma, en su resquicio, esa luz que espera más allá del régimen nocturno. La luz no es buena, la oscuridad no es mala. 

Desprenderse es sucumbir en esa pluralidad que posiblemente requiera más ferocidad al principio, para luego asumirlo todo en un sin-sentido consistente, donde afirmar arroja más y más dudas, pero estas vuelan alrededor de lo aseverado, como satélites palomas, que buscan cooperativas sus migajas.

Como podría explicarte, que sin que todo sea perfecto, encuentro cierta perfección en este campo, mi campo, donde certeza e incertidumbre se tocan con el dedo de Miguel Ángel. Donde el misterio busca placer en la sorpresa y los sables de la contumacia se desvían de mi, con cada vez más facilidad, hasta que los microfascistas vierten sobre si mismos la carga de su seguridad.

Fascismo, fascismo, fascismo. Y comunismo ya de paso. Capitalismo. Dios y los arcángeles. Maltrato, género. Muerte... ¿Cuánto tiempo tú querrás arrastrar el trauma que se cargó en las palabras?¿Cuánto tardarás en comprender que ese trauma retiene la atención y que hay nuevas formas de posesión, nuevas formas de mitificación, nuevas formas de tiranía, y que todas ellas son complacientes? ¿Es que no ves que todo lo que temes crece por debajo? ¿Cuando querrás ver que en la burbuja...? Claro... todos nos protegemos, yo también estoy en mi burbuja. Pero una burbuja que no se delimita por muros de acero, sino por gradientes, donde los teoremas muertos y sus ecos vivos, tienen una cavidad imperturbadora. Una burbuja que no cierra puertas sino que se consagra más y más con la exploración, una burbuja sin centinelas, y con una indignación latente que hace ya mucho dejó atrás la inmovilidad férrea de la condena.
Una burbuja que trasluce y que al moverse cambia paulativamente la posición de sus colores, que nunca los retiene y toda cohesión malformante acaba por desprenderse.




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