Encontrarme en el otro lado. He decidido cederme a mí mismo, abandonarme para encontrarme en el otro lado. Quizás he recibido las consignas de la carne muerta que irradia su último designio. Quizás también ha sido una melodía repetida que translucía una luz desconocida, esperanzada.
Lo cierto es que desde este sillón percibo pasivo cómo el carácter de cada estímulo lucha y se enreda en mi periferia, porque todavía no sabe a qué instancia adherirse; el yo que está o el yo del otro lado.
¿Es acongojante?, más que congoja es emocionante. Convierte cada insignificante sonido, figura, llamada o clamo en una pausa interminable donde los caracoles manifiestan su cortejo. No es letargo, es una profunda avidez por despertar lo dormido, por remover los huesos soterrados, es una profunda esperanza por atisbar mi compacto yo, mi carne unida a mi piel, mis prendas, y mi sonrisa, el reflejo de un todo.
Me apena haberlo escondido. Me alegro de su discreto y expansivo resurgir, del suave y manso imantado viraje de mis girasoles, los que la amistad plantó y que se regaron por el refuerzo constante que las fortuitas circunstancias anclaron en aquel breve momento.
Estaba claro que no podía volver a ser lo mismo, porque ya el hábito tiene un nuevo referente y porque ya se había recorrido el laberinto.
Realmente, en el otro lado ya me estoy esperando
15-10-13
martes, 15 de octubre de 2013
lunes, 14 de octubre de 2013
EL GRAN INSECTO
Ralentizados pasos de los humanos que pese a su parsimonia devienen con el irrisorio objetivo del insecto. El insecto se sitúa en el centro y conecta con todos los seres a través de azules haces energéticos que emanan desde su absorta cabeza. En sus vísceras se aglutina un viscoso y mohoso moco protofuncional, un protector inmunológico que defiende al insecto de bacterias, dicha protofunción no trasciende biológicamente de la misma, sin embargo, el insecto acerca sus manos a su estómago lentamente, hasta rasgarlo como la piel de un pollo y penetrar en él para extraer y hacerse con la aglutinada mucosa. La posee como un diamante en bruto, lo iza como un músico haría bajo el éxtasis de su consagración. Sus inertes e inexpresivos ojos se hacen más llamativos, al descubrirse una mayor profundidad de las cuencas, gracias a la contracción de los músculos colindantes del ojo, muestra de una tensión general expectante de placer, una respuesta preparatoria ante la consumación. Su movimiento continua con un ritmo religioso, imperturbable, cada uno de sus oscuros y lentos pasos denota, gracias precisamente a su discreción, el destemplado marcapasos del destino y el ruidoso hueco fantasmas que despierta desazón en los perros y comezón en los sabios incansables. Su oscura figura se extiende plantada por unas extrañas, vivas y oscuras raíces en el suelo. La habitación se halla opaca y condicionada por la siniestra condición de la intemporal calamidad que la muerte anticipada conlleva. Muerte anticipada, aquello que ocurre en los superfluos seres que enmarcan sus aceptados objetivos en el estúpido egocentrismo de sus respectivas culturas. Estúpidos seres ciegos y determinados por le gran insecto continúan ralentizados, obcecados por sus artificiosas presunciones de lo importante, los contemplo desde aquí, sin el más mínimo ánimo de ayudarlos. Me encuentro frente al hipnótico insecto, y tan solo ejerciendo rol de espectador él consigue elevarme a la más alta cima de los placeres, lo observo como un agente autónomo y discreto, como las cómplices hojas del escondido cadáver. Le grito y le animo, lo hago porque se que da igual lo que haga, el destino está marcado, la partida está terminada. Nuestra relación es meramente burocrático. Yo debía estar conectado a él, debía ser uno más, debía ser un castigado más.
Noto un sorpresivo cambio en mi interior. Quizá ellos no están castigados, quizá yo soy el castigado y esto es el infierno. Supongo que mis actitudes están determinadas por criterios subjetivos de lo bello o abominable. Pero miro el gran insecto, y la pantomima de los seres caminando sonambulizados, creyendo fehacientemente en las consolantes creencias y la fe que emerge frente a ellas y entiendo, en ese momento, por qué no me había gustado. El insecto es el sustrato y ritmo real de la vida, los seres caminantes están engañados, como parte de un todo solo contemplan su propio nodo creyéndose poseedores de lo absoluto, gracias a ese tenaz discurso de palabras inmaculadas o de creencias compartidas, el consenso acrítico al servicio del antojadizo haz azul de energía que el insecto dirige sin aparente arbitrio. ¿Era ese deshumanizado insecto mi imagen de Dios y esta era mi soledad?. Porque si así lo era ya no debía producirme placer ni orgullo, sino todo lo contrario. ¡Oh, Dios mío!. ¿Soy yo acaso tan arrogante que me creo diferente al resto cuando ellos mismos ni siquiera ven el haz azul que les conecta?, quizás solo estoy jugando a reconfigurar las formas del mundo que me han sido ofrecidas, estoy jugando a desvelar los oscuros secretos de la existencia, pero quizá esté tan determinado como ellos y lo que me empuje a inquirir y apercibir no esté menos promovido, que en ellos, por el solemne estabilizador del consuelo, consuelo que tantas historias e identidades ha configurado. ¿Es que no puedo despegarme de mi placenta?¿No puedo gritar y caminar solo como las ratas corren por las celestes cañerías?¿Es que no puedo cambiar las normas rebelándome ante el curtido y magnánimo sistema? El insecto iza la mucosidad hasta su desfigurada boca, y traga su desnutritivo alimento, mientras que las azules antenas que nacen en su cabeza siguen moviéndose fantasmalmente orquestadas. Una sensación nueva aterriza en mí, una repentina angustia que me debilita, y aunque quiero arrodillarme me congela, y aunque quiero vomitar mi garganta se atora y me mantengo posicionado como una estatua obediente, sometida, como una bestia de laboratorio apunto de ser lobotomizada. La angustia crece incipientemente hasta que se empieza a calmar como si el último meteorito apocalíptico hubiera caído en un polvoriento y ya despoblado planeta. Mis pies pierden su densidad y se tornan verdosos y viscosos, lo mismo empieza a ocurrir con mis manos. Debí haber perdido el equilibrio pero me mantengo inmóvil, encajado en una enrarecida y extraña densidad del espacio. La viscosidad verde se extiende a mis brazos y mis piernas, por todo mi cuerpo, mi figura es cada vez más indistinguible. De pronto lo observo, el extraño insecto come con avaricia su mucosidad visceral. Cuando ya estoy casi desintegrado un haz azul se manifiesta en mi campo de visión y alcanza mi cabeza, parece como si siempre hubiera estado ahí, lo noto como parte de mí, una extremidad más que va más allá de mis sentidos. El haz llega hasta la cabeza del insecto. Cada vez siento formar más parte de ese brazo gigantesco. En cuestión de pocos segundos siento que había dejado de ser lo que siempre había considerado que era. Mi conciencia se eleva y es absorbida por ese ambicioso haz, dejando en el pasado espacio fenomenal todos mis miedos y esperanzas, la fe también se queda atrás deconstruida como siempre estuvo, chantajeada, inútil como un manual de instrucciones inservible y desechado.
14-10-13
Noto un sorpresivo cambio en mi interior. Quizá ellos no están castigados, quizá yo soy el castigado y esto es el infierno. Supongo que mis actitudes están determinadas por criterios subjetivos de lo bello o abominable. Pero miro el gran insecto, y la pantomima de los seres caminando sonambulizados, creyendo fehacientemente en las consolantes creencias y la fe que emerge frente a ellas y entiendo, en ese momento, por qué no me había gustado. El insecto es el sustrato y ritmo real de la vida, los seres caminantes están engañados, como parte de un todo solo contemplan su propio nodo creyéndose poseedores de lo absoluto, gracias a ese tenaz discurso de palabras inmaculadas o de creencias compartidas, el consenso acrítico al servicio del antojadizo haz azul de energía que el insecto dirige sin aparente arbitrio. ¿Era ese deshumanizado insecto mi imagen de Dios y esta era mi soledad?. Porque si así lo era ya no debía producirme placer ni orgullo, sino todo lo contrario. ¡Oh, Dios mío!. ¿Soy yo acaso tan arrogante que me creo diferente al resto cuando ellos mismos ni siquiera ven el haz azul que les conecta?, quizás solo estoy jugando a reconfigurar las formas del mundo que me han sido ofrecidas, estoy jugando a desvelar los oscuros secretos de la existencia, pero quizá esté tan determinado como ellos y lo que me empuje a inquirir y apercibir no esté menos promovido, que en ellos, por el solemne estabilizador del consuelo, consuelo que tantas historias e identidades ha configurado. ¿Es que no puedo despegarme de mi placenta?¿No puedo gritar y caminar solo como las ratas corren por las celestes cañerías?¿Es que no puedo cambiar las normas rebelándome ante el curtido y magnánimo sistema? El insecto iza la mucosidad hasta su desfigurada boca, y traga su desnutritivo alimento, mientras que las azules antenas que nacen en su cabeza siguen moviéndose fantasmalmente orquestadas. Una sensación nueva aterriza en mí, una repentina angustia que me debilita, y aunque quiero arrodillarme me congela, y aunque quiero vomitar mi garganta se atora y me mantengo posicionado como una estatua obediente, sometida, como una bestia de laboratorio apunto de ser lobotomizada. La angustia crece incipientemente hasta que se empieza a calmar como si el último meteorito apocalíptico hubiera caído en un polvoriento y ya despoblado planeta. Mis pies pierden su densidad y se tornan verdosos y viscosos, lo mismo empieza a ocurrir con mis manos. Debí haber perdido el equilibrio pero me mantengo inmóvil, encajado en una enrarecida y extraña densidad del espacio. La viscosidad verde se extiende a mis brazos y mis piernas, por todo mi cuerpo, mi figura es cada vez más indistinguible. De pronto lo observo, el extraño insecto come con avaricia su mucosidad visceral. Cuando ya estoy casi desintegrado un haz azul se manifiesta en mi campo de visión y alcanza mi cabeza, parece como si siempre hubiera estado ahí, lo noto como parte de mí, una extremidad más que va más allá de mis sentidos. El haz llega hasta la cabeza del insecto. Cada vez siento formar más parte de ese brazo gigantesco. En cuestión de pocos segundos siento que había dejado de ser lo que siempre había considerado que era. Mi conciencia se eleva y es absorbida por ese ambicioso haz, dejando en el pasado espacio fenomenal todos mis miedos y esperanzas, la fe también se queda atrás deconstruida como siempre estuvo, chantajeada, inútil como un manual de instrucciones inservible y desechado.
14-10-13
domingo, 13 de octubre de 2013
CALLAR Y MORIR
Maquetado pretexto en el que mi comportamiento se acomoda.
Invalidez de la irrisoria existencia. engrosamiento del cínico estatus quo.
Anulación de la presión por medio de la acomodaticia ingravidez del ánimo.
Perro sediento que suplica a las piedras. Sol que sofoca mi interior más que mi piel.
Antojadizo engaño de que nada importa. Abandono de uno mismo. Muerte de lo espontáneo.
Reloj de plomo anclado en mi cócix. Indeleble desencadenamiento de decrepitud.
Constructiva delicadeza que atempera el huracán dormido, tal como haría la lejana doncella
sobre la que se construyen falsas historias imaginadas.
Medio de evasión que se diluye en la contemplación del infinito mar.
Compasión de uno. Delimitación de dimensiones. Corrección de atribuciones incuestionadas.
Suave vientre iriscente huntado de crema. Cosquillas que de él emanan, volátiles y dirigidas por
los frescos golpes del viento que yo atraigo con las bocanadas de mi profundo deseo.
Venerada bestia de amor, atrapada de abundante y fina telaraña
que entorpece su espesa acción. Venerada y descomunal bestia,
de descomunal fuerza, que escapa de su depredador para encadenarme
a su marcha y lanzarme ávido al fulgor de los objetos sin escrutinio.
El silencio de mis partes. El estar por estar. El vivir en vivir.
Silencio sin análisis. Ida sin vuelta. Palabras y fantasmas. Emanación sin fundamento,
brote de nada, rabia de nada, y deseo.
Desdeñado hilo conductor. Corrupto vaivén de mi invención.
Catalizadores. Estabilizadores. Pastillas. Personas y palabras.
Medianeras entre las personas. Delimitación del yo y el otro, deseo común y
deseo incompatible. Andar, andar y andar, que andar es caer de tanto andar.
Reconocer el engaño. Engañarse creyéndose sabio. Acumular más y más engaños.
Creerse más y más sincero. Parar. Dejar el miedo a estropear. Sencillamente parar.
Ponerse a un lado. Callarse. Apreciar sin esfuerzo. Callarse de nuevo. Callarse todo el rato.
Empezar de nuevo, siempre se empieza, en verdad, nunca se abandona.
Izar una bandera. No tomarla en serio. No tomar nada en serio. Que se rían. Reírse.
Llorar. Asfixiarse sin palabras. Esconderse. Huir. Suprimir las pistas. No asesorar. No contestar.
Hablar de la vida y la muerte a la par. Tragar arena y vomitar. Volver a tragar arena.
Mear en las personas. Que me rechacen. Que me descrediten. Que haga como si no me afecte.
Que muera por dentro. Que no entienda. Que crea que la felicidad es un suspiro,
una celebración ignorando el escenario del fondo. Asumir el luto entre carcajadas.
Dejar de bromear. Callar de nuevo. Ahora sin bozal. Ahora con desgana. Ahora con mortaja.
Callar y morir.
13-10-13
Invalidez de la irrisoria existencia. engrosamiento del cínico estatus quo.
Anulación de la presión por medio de la acomodaticia ingravidez del ánimo.
Perro sediento que suplica a las piedras. Sol que sofoca mi interior más que mi piel.
Antojadizo engaño de que nada importa. Abandono de uno mismo. Muerte de lo espontáneo.
Reloj de plomo anclado en mi cócix. Indeleble desencadenamiento de decrepitud.
Constructiva delicadeza que atempera el huracán dormido, tal como haría la lejana doncella
sobre la que se construyen falsas historias imaginadas.
Medio de evasión que se diluye en la contemplación del infinito mar.
Compasión de uno. Delimitación de dimensiones. Corrección de atribuciones incuestionadas.
Suave vientre iriscente huntado de crema. Cosquillas que de él emanan, volátiles y dirigidas por
los frescos golpes del viento que yo atraigo con las bocanadas de mi profundo deseo.
Venerada bestia de amor, atrapada de abundante y fina telaraña
que entorpece su espesa acción. Venerada y descomunal bestia,
de descomunal fuerza, que escapa de su depredador para encadenarme
a su marcha y lanzarme ávido al fulgor de los objetos sin escrutinio.
El silencio de mis partes. El estar por estar. El vivir en vivir.
Silencio sin análisis. Ida sin vuelta. Palabras y fantasmas. Emanación sin fundamento,
brote de nada, rabia de nada, y deseo.
Desdeñado hilo conductor. Corrupto vaivén de mi invención.
Catalizadores. Estabilizadores. Pastillas. Personas y palabras.
Medianeras entre las personas. Delimitación del yo y el otro, deseo común y
deseo incompatible. Andar, andar y andar, que andar es caer de tanto andar.
Reconocer el engaño. Engañarse creyéndose sabio. Acumular más y más engaños.
Creerse más y más sincero. Parar. Dejar el miedo a estropear. Sencillamente parar.
Ponerse a un lado. Callarse. Apreciar sin esfuerzo. Callarse de nuevo. Callarse todo el rato.
Empezar de nuevo, siempre se empieza, en verdad, nunca se abandona.
Izar una bandera. No tomarla en serio. No tomar nada en serio. Que se rían. Reírse.
Llorar. Asfixiarse sin palabras. Esconderse. Huir. Suprimir las pistas. No asesorar. No contestar.
Hablar de la vida y la muerte a la par. Tragar arena y vomitar. Volver a tragar arena.
Mear en las personas. Que me rechacen. Que me descrediten. Que haga como si no me afecte.
Que muera por dentro. Que no entienda. Que crea que la felicidad es un suspiro,
una celebración ignorando el escenario del fondo. Asumir el luto entre carcajadas.
Dejar de bromear. Callar de nuevo. Ahora sin bozal. Ahora con desgana. Ahora con mortaja.
Callar y morir.
13-10-13
sábado, 12 de octubre de 2013
7 días
la había deseado (y me había costado), por la potencial sensibilidad que me mostró, por la contumaz deslegitimización que dirigía, sin darse cuenta, a los latentes esquemas que yo proyectaba en las relaciones.
La desee por la sutil manera de curarme, haciéndome saber con sus gestos descargados de injuria que el aprecio, afecto y deseo no son incompatibles con ese invacilante modo de dirigir su presencia, que en ocasiones se asocia con orgullo, con la defensa ante el desapego.
Siento que he jugado a lo que acostumbro que sea un dañino juego. Siento que esta vez el juego consistía en desdramatizar la partida y en jugar a cambiar las propias normas hasta el punto de que las fichas ya no se dirijan a perder o ganar, solo a disfrutar de los 7 días que hemos compartido.
28-08-13
La desee por la sutil manera de curarme, haciéndome saber con sus gestos descargados de injuria que el aprecio, afecto y deseo no son incompatibles con ese invacilante modo de dirigir su presencia, que en ocasiones se asocia con orgullo, con la defensa ante el desapego.
Siento que he jugado a lo que acostumbro que sea un dañino juego. Siento que esta vez el juego consistía en desdramatizar la partida y en jugar a cambiar las propias normas hasta el punto de que las fichas ya no se dirijan a perder o ganar, solo a disfrutar de los 7 días que hemos compartido.
28-08-13
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Todo depende ahora de mí
Mi estado está lleno de tristeza. No sé cómo hacer frente a ella. Siento que me aferro mentalmente a las pasadas formas de interactuar con el mundo que estaban antes de que esta reciente felicidad terminara. La intuición de lo que mi memoria registró, en los momentos de más sabia emoción o emotiva sabiduría, son los que me guían. No sé qué quiero o espero conseguir. No sé qué nuevos recursos podrían nacer, pero me reconozco en esta distimia que tantas veces me atrapó en el pasado y siento que la caducidad de ese estado está llegando, y esa reconfortante comodidad empieza a ser más insostenible, más incómoda, y la disonancia crece como lo haría la presión y las burbujas en una olla a presión.
¿A quién quiero hablar desde esta desconocida compuerta? Los hoscos bastidores reclaman lo que estropean con su movimiento de guerras patéticas.
La apatía crece en mí, y encuentra cualquier incisura. ¿Incisura? ¡no hay incisuras! No las hay porque no hay medianeras entre mi ansiedad y mi parte integrada, todo es una compota, y mi clarividencia es la del espectador de un partido de futbolín en un bar de perdedores.
Estoy desmotivado, enfadado y siento que me castigo a mí mismo con la misma estúpica contumacia de siempre, la misma inoperante estrategia.
Pero el enfado me eleva, me hace querer una revolución, desear un cambio con más ahínco. Cosas han cambiado que son mejoras ahora que nunca, demasiadas, en realidad. Procurarme lo que necesito es lo que me salva, lo único que busco, pero mis hábitos me pueden alejar mientras que mi arrogancia se afrenta con el discernimiento, negando lo evidente como un político corrupto en este sistema parasitario.
Pero en el fondo sé lo que pasa, claro que lo sé y sé que el equilibro se avecina. Lo se porque no estoy renegando de algo que inmediatemente me haga sufrir, lo hago de una forma de vida atractiva en apariencia pero que posterga a mis más solemnes necesidades, las raíces que se acarician mánsamente con las aguas más profundas. Este enfado reniega de aquellos beneficios que generalmente busco, beneficios que calman, me inyectan paz y placer, pero que con el uso y la experiencia acaban, por su insuficiencia y por mi necesidad, por nutrir al hilo conductor que me lleva a ese emanador de lágrimas entaponadas que reconozco como yo, que tanto más vivo me hace cuanto más muestro en mi mirada, que tanto más me permite amar cuanto yo más lo respeto. A veces se oculta, y deja esa otra parte de mi llevar el control, lo permite, pero esa lujuria acaba por atraparme, y trasciende del fin último, se emancipa y disocia de ese yo escondido, el cual solo tiene que apretar el botón para silenciarlo todo, para castigar con un terremoto silente que derribe los juguetes que voy creando ¡Qué jovialidad, que gran pasión, qué alegría!. pero qué poco consciente que soy si no me doy cuenta de que este resentimiento es una regulación que viene del último estrato del gran pozo de mi conciencia. Las aguas profundas no se mueven, tampoco hablan, pero pueden atorar mis músculos y deshidratar mi boca, enmudecerme y mantenerme así, mediante emociones consecuentes que yo mismo genero ante la incompresión de lo que ocurre, surge la verguenza, celos, rabia, envidia... Pero esas emociones son consecuentes que yo mismo genero ante esas condiciones fisiológicas predispuestas por la sabia madre natura que yo llamo yo, y que otros identifican con su común con Dios.
Acción y reacción. Pero yo gestiono, ahora puedo tomar el mando, como siempre, la diferencia es aprender a hacerlo más y más íntegramente, más sabiamente, tropezarme con más y más piedras. Pongamos nombres a las crisis, archivémosla en el libro, pero no sirve de nada si no entendemos que la naturaleza habló, y lo volverá a hacer si no está satisfecha. Ahora yo decido como me hago fuerte si entiendo cuales son los medios que se acercarían más a mis necesidades, si me decido a ponerlos en práctica, a que responsable atribuyo la culpa dentro de mí y si quiero tener más y más grados de vitalidad.
Un enfado, una irritación, es en sí más vida que el silencio. Ese resorte emotivo en mí representa algo y si el medio donde vivo lo permite expresarse ¿por qué no va a contribuir en mí, y no me va a permitir evolucionar?. El aumento de libertad en sí es ineficiente, y se puede tornar depresiva o caótica, si no se acompaña de gestión de uno mismo.
Crecer no es motivo de orgullo, la conciencia "per se" es satisfactoria, el enfado cuando te has conquistado a tí puede tener rastros en lo que quieres cambiar del mundo, en los demás. Pero hay solo una razón por la que ese enfado te lleva a este punto, tu acción y tu forma de vida se plasma fuera, y si eso no tuviera un sentido evolutivo entonces no existiría y si tiene un motivo evolutivo es porque es lógico y refleja la capacidad de fondo por ser más, por ser más feliz y descubrir nuevas formas más saludables y tranquilas con las que relacionarse con el medio, con las que hacer el medio.
Todo depende ahora de mí
25.9.2013
¿A quién quiero hablar desde esta desconocida compuerta? Los hoscos bastidores reclaman lo que estropean con su movimiento de guerras patéticas.
La apatía crece en mí, y encuentra cualquier incisura. ¿Incisura? ¡no hay incisuras! No las hay porque no hay medianeras entre mi ansiedad y mi parte integrada, todo es una compota, y mi clarividencia es la del espectador de un partido de futbolín en un bar de perdedores.
Estoy desmotivado, enfadado y siento que me castigo a mí mismo con la misma estúpica contumacia de siempre, la misma inoperante estrategia.
Pero el enfado me eleva, me hace querer una revolución, desear un cambio con más ahínco. Cosas han cambiado que son mejoras ahora que nunca, demasiadas, en realidad. Procurarme lo que necesito es lo que me salva, lo único que busco, pero mis hábitos me pueden alejar mientras que mi arrogancia se afrenta con el discernimiento, negando lo evidente como un político corrupto en este sistema parasitario.
Pero en el fondo sé lo que pasa, claro que lo sé y sé que el equilibro se avecina. Lo se porque no estoy renegando de algo que inmediatemente me haga sufrir, lo hago de una forma de vida atractiva en apariencia pero que posterga a mis más solemnes necesidades, las raíces que se acarician mánsamente con las aguas más profundas. Este enfado reniega de aquellos beneficios que generalmente busco, beneficios que calman, me inyectan paz y placer, pero que con el uso y la experiencia acaban, por su insuficiencia y por mi necesidad, por nutrir al hilo conductor que me lleva a ese emanador de lágrimas entaponadas que reconozco como yo, que tanto más vivo me hace cuanto más muestro en mi mirada, que tanto más me permite amar cuanto yo más lo respeto. A veces se oculta, y deja esa otra parte de mi llevar el control, lo permite, pero esa lujuria acaba por atraparme, y trasciende del fin último, se emancipa y disocia de ese yo escondido, el cual solo tiene que apretar el botón para silenciarlo todo, para castigar con un terremoto silente que derribe los juguetes que voy creando ¡Qué jovialidad, que gran pasión, qué alegría!. pero qué poco consciente que soy si no me doy cuenta de que este resentimiento es una regulación que viene del último estrato del gran pozo de mi conciencia. Las aguas profundas no se mueven, tampoco hablan, pero pueden atorar mis músculos y deshidratar mi boca, enmudecerme y mantenerme así, mediante emociones consecuentes que yo mismo genero ante la incompresión de lo que ocurre, surge la verguenza, celos, rabia, envidia... Pero esas emociones son consecuentes que yo mismo genero ante esas condiciones fisiológicas predispuestas por la sabia madre natura que yo llamo yo, y que otros identifican con su común con Dios.
Acción y reacción. Pero yo gestiono, ahora puedo tomar el mando, como siempre, la diferencia es aprender a hacerlo más y más íntegramente, más sabiamente, tropezarme con más y más piedras. Pongamos nombres a las crisis, archivémosla en el libro, pero no sirve de nada si no entendemos que la naturaleza habló, y lo volverá a hacer si no está satisfecha. Ahora yo decido como me hago fuerte si entiendo cuales son los medios que se acercarían más a mis necesidades, si me decido a ponerlos en práctica, a que responsable atribuyo la culpa dentro de mí y si quiero tener más y más grados de vitalidad.
Un enfado, una irritación, es en sí más vida que el silencio. Ese resorte emotivo en mí representa algo y si el medio donde vivo lo permite expresarse ¿por qué no va a contribuir en mí, y no me va a permitir evolucionar?. El aumento de libertad en sí es ineficiente, y se puede tornar depresiva o caótica, si no se acompaña de gestión de uno mismo.
Crecer no es motivo de orgullo, la conciencia "per se" es satisfactoria, el enfado cuando te has conquistado a tí puede tener rastros en lo que quieres cambiar del mundo, en los demás. Pero hay solo una razón por la que ese enfado te lleva a este punto, tu acción y tu forma de vida se plasma fuera, y si eso no tuviera un sentido evolutivo entonces no existiría y si tiene un motivo evolutivo es porque es lógico y refleja la capacidad de fondo por ser más, por ser más feliz y descubrir nuevas formas más saludables y tranquilas con las que relacionarse con el medio, con las que hacer el medio.
Todo depende ahora de mí
25.9.2013
sábado, 17 de agosto de 2013
¿De dónde viene esa angustia?
Quizás viene de esa pequeña parte de ti
que caprichosamente deniega el natural fluir de tus estados anímicos.
Quizás viene del esforzado intento de presumir qué es lo que a uno le conviene,
sin atender antes a lo que necesita.
Quizás viene de ese podrido precepto que acoge, como las hojas el polvo,
las eperiencias que se presentan, dotándolas del contumaz aserto del sabedolotismo.
Quizás viene de asumir que tus incómodas reacciones
están ligadas con esos apresurados prejuicios, que tanto se legitiman,
se mire donde se mire.
Quizás uno deba dejar de mirar. O mirarse dentro y preguntarse, antes que a los demás:
¿De dónde viene esa angustia?
17 de Agosto de 2013
que caprichosamente deniega el natural fluir de tus estados anímicos.
Quizás viene del esforzado intento de presumir qué es lo que a uno le conviene,
sin atender antes a lo que necesita.
Quizás viene de ese podrido precepto que acoge, como las hojas el polvo,
las eperiencias que se presentan, dotándolas del contumaz aserto del sabedolotismo.
Quizás viene de asumir que tus incómodas reacciones
están ligadas con esos apresurados prejuicios, que tanto se legitiman,
se mire donde se mire.
Quizás uno deba dejar de mirar. O mirarse dentro y preguntarse, antes que a los demás:
¿De dónde viene esa angustia?
17 de Agosto de 2013
martes, 16 de julio de 2013
Encontrando presencia en el rio
Había vivido tantas emociones intensas en las últimas horas que la quietud de la que disfrutaba transcurría como lo haría el desagüe del agua tras una tormenta.
En las olas del rio, que contemplaba sentado desde la orilla, el silencio se patentaba sin dejar rastro de los concretos eventos que había presenciado.Tenía ciertas nociones generales de cual era su visión sobre los sucesos, podía incluso apercibirse de los cambios que ya se estaban generando en él.
Quizá para otra persona las últimas horas habrían sido relativamente normales, quizá solamente vivencias intensas que juegan con la relatividad del tiempo, para él era más que eso.
Tampoco estaba seguro de si lo vivido era un precipitante o el reflejo de un cambio de actitud, del cual no sabría situar su origen.
Estaba allí sentado y el silencio era glorioso.
Cada metro cúbico de agua que pasaba por el río ya no volvía, cada pájaro que surcaba por encima de él, sus graznidos y la veloz sombra que los delataba, eran únicos y particulares.
Los colores, brillos y figuras no se hacían notar por su intensa belleza intrínseca, no era algo persuasivo, ni secuestraba la atención, no embelesaba su conciencia, ni le hacía olvidar su historia.
Solamente daba un nuevo tono particular a la manera de operar con cada pensamiento y sensación, situaba al tiempo en una encharcada instancia donde los muros no lo contienen delimitando apresuradamente el pasado o el futuro.
Todo era pausado y cada respiración cargaba las pertinentes ganas, aunque no supiera exactamente de qué.
Las personas y los perros se movían perfectamente sincronizados con lo que les tocaba hacer y decir.
Quizá no se entregaba al cien por cien pero era perfectamente capaz de distinguir donde nunca más quería volver a conformarme.
17 Julio 2013
En las olas del rio, que contemplaba sentado desde la orilla, el silencio se patentaba sin dejar rastro de los concretos eventos que había presenciado.Tenía ciertas nociones generales de cual era su visión sobre los sucesos, podía incluso apercibirse de los cambios que ya se estaban generando en él.
Quizá para otra persona las últimas horas habrían sido relativamente normales, quizá solamente vivencias intensas que juegan con la relatividad del tiempo, para él era más que eso.
Tampoco estaba seguro de si lo vivido era un precipitante o el reflejo de un cambio de actitud, del cual no sabría situar su origen.
Estaba allí sentado y el silencio era glorioso.
Cada metro cúbico de agua que pasaba por el río ya no volvía, cada pájaro que surcaba por encima de él, sus graznidos y la veloz sombra que los delataba, eran únicos y particulares.
Los colores, brillos y figuras no se hacían notar por su intensa belleza intrínseca, no era algo persuasivo, ni secuestraba la atención, no embelesaba su conciencia, ni le hacía olvidar su historia.
Solamente daba un nuevo tono particular a la manera de operar con cada pensamiento y sensación, situaba al tiempo en una encharcada instancia donde los muros no lo contienen delimitando apresuradamente el pasado o el futuro.
Todo era pausado y cada respiración cargaba las pertinentes ganas, aunque no supiera exactamente de qué.
Las personas y los perros se movían perfectamente sincronizados con lo que les tocaba hacer y decir.
Quizá no se entregaba al cien por cien pero era perfectamente capaz de distinguir donde nunca más quería volver a conformarme.
17 Julio 2013
lunes, 20 de mayo de 2013
EL AMOR BUSCA NACERTE
El amor pretende llegar allá donde la
conquista
de la lógica no logra maximizar tu
expansión.
El amor se cuela entre los rescoldos de
tu expirado habito,
de la costumbre cochambrosa que
mantiene al teorico racionalizador
injectándose sus teoremas.
El amor condiciona la electroconducción
de tus neuronas,
y se discurre entre ellas de la mano
del sufrimiento,
y se cortejan en la danza, como
fantasmas de hedones,
hasta nunca acabar de extasiar,
con la atónita y rebelde convulsión,
a tu permanente testarudez.
El amor es la llave a la puerta del
cambio paradigmático;
el amor es el grito de la base de tu
escala de instancias psíquicas;
el guía mudo que con su irradiante voz
de clamos guturales
redirige el devenir de la marcha
procesual de tu vida.
El amor se irrita y se inflama
cuando con la energía de los músculos
de tu lógica
quieres conducirte al recodo opuesto
del cual él se reconoció en su
origen.
Entonces te allanará reblandeciendo
tus cimientos infantiles,
y se proyectará en objetos lejanos y
básicos,
hacia los cuales, tu narcisismo se
resistirá tajantemente a llegar.
Puede que al final te permita empatizar
con tu mascota,
hasta que llores la pena que ella nunca
tuvo
desde el telón de fondo de aquello,
que seguro, defiendes
como el solemne planteamiento de tu
defensiva realidad.
Realmente, el amor no es más que tú
mismo,
y lo sabrás cuando consientas esa
declaración
y todas tus instancias maculadas viren
y se arrodillen ante él.
El amor te convencerá para dejarte
llevar por su extensiva fe,
una fe sin argumentos, que ni mucho
menos,
te salvará más de lo que tus
creencias lógicas lo hacen,
pero te mantendrá presente y te
otorgará la sensibilidad
necesaria para apreciar la simple
sencillez de estar.
Así fue como él nacio.
miércoles, 1 de mayo de 2013
TÁCITOS TESTIGOS
La mano de un ángel danzaba escondida
entre la densidad de las nubes,
inmaculada y suelta mano que
experimenta la disociación con su celestialidad,
explorando la metafísica prohibida, se
sigue moviendo desnuda y con suavidad,
jugando con las moléculas de vapor sin
ser consciende de su creación, solamente
se deja llevar creando arte de la naturalidad.
Un ojo amarillo y gigante hace su
indulgente parpadeo en los resquicios clarividentes
de la constante corriente de nubes. Restos dispersos y desconectados de un
rostro perfecto y angelical, cuya composición solo depende de la expectativa
proyectiva del mortal.
Tras la cosmológica catarsis:
El
hombre del sofá contempla sus arrugas en su espejo;
la madre se plantea que podría
haberlo hecho mejor;
el filósofo expulsas los conceptos por la
ventana;
la llorona testifica su despilfarro de quejas.
Perplejos agricultores que contemplan
la resistencia pacífica
del inexorable crecimiento de la hierva,
la
madera de los muebles se disloca
y traga la vajilla y los amuletos con un alienante chisqueo;
las mascotas delinean su categoría y con
su más sabia mirada
relativizan la supremacía natural de sus
dueños;
los historiadores abandonan su antropologismo;
Los
galardonados equiparan sus trofeos al último peine usado por sus
madres.
¿De dónde viene esa mano? ¿Y el gigante
guiño?, nunca nadie lo sabrá.
lunes, 22 de abril de 2013
hasta que yo volví a ser yo
Sucedió cuando abrí la puerta de la cocina y me encontré en medio de una escena que había soñado.
Los objetos se achicaron, los colores cobraron más contraste, el espacio resultaba un habitáculo de dimensiones geométricas perfectas, encajadas en una sobredimensión a penas intuida, como si me encontrara dentro de una casa de muñecas y la vida se ejecutara desde fuera en forma de testigos perdiendo el tiempo.
En ese panorama ridículo y a la vez tenebroso yo era un elemento más, contagiado por la cariz del trama, poseído por las propiedades de mi entorno. Anduve hasta el fregadero, de tono oscuro y distante, los utensilios de cocina brillaban como dientes de plata en una vieja fosa común. Todo estaba allí, como de costumbre, ni corroído, estropeado o desordenado, tan solo inundado de una extraña siniestralidad imposible de poner en palabras o de concretar su origen, pero manchado de una espectral marca diabólica, que más allá de sentidos tangibles afectaba al discurrir del tiempo y el espacio.
Pero más allá de los mismos sentidos, esa sensación me arrinconaba en la original raíz de todos los comportamientos, pretextos, objetos y palabras percibidas y ejecutadas. Me recluía en la misma abstracta concepción del tiempo y el espacio, más aún que alterar su progreso; otorgarle una languidez extraña o acelerarlo predregosamente, me vi por encima de ambos. Entonces, la relatividad pasó a ser aun más relativa y la alternativa era el 99% respecto del 1% contemplado hasta el momento. Entonces descubrí la duda del abismal cosmos.
Sin embargo, la inmanente vida basada en mi inmediatez regresó abruptamente y su insidiosa invasión comenzó donde yo me resistía complacido en los compartimentos más básicos de mi existencia. Entonces, desplazado, como un bebé de sentidos bloqueados, una nueva corteza viscosa se desarrolló en mis perceptores y regresé a una inconfortable y disonante placenta donde la punta de los recuerdos asomaban como pollas de cachorros entre las redes semánticas que implementaban la percepción del fenómeno.
Poco a poco yo volví a a ser yo. Hasta que regresé a la cocina como si la potente fuerza de un muelle me retrajera. Allí estaba el fregadero, iba a usar los utensilios para cocinar. Me había dejado la puerta abierta el entrar, me dirigí a ella y la cerré para evitar la entrada de corriente. Tenía que coger algo de comida para cocinar, me puse en marcha hacia el frigorífico. Me paré atónito. Había comprendido el suicidio.
22-4-13
Los objetos se achicaron, los colores cobraron más contraste, el espacio resultaba un habitáculo de dimensiones geométricas perfectas, encajadas en una sobredimensión a penas intuida, como si me encontrara dentro de una casa de muñecas y la vida se ejecutara desde fuera en forma de testigos perdiendo el tiempo.
En ese panorama ridículo y a la vez tenebroso yo era un elemento más, contagiado por la cariz del trama, poseído por las propiedades de mi entorno. Anduve hasta el fregadero, de tono oscuro y distante, los utensilios de cocina brillaban como dientes de plata en una vieja fosa común. Todo estaba allí, como de costumbre, ni corroído, estropeado o desordenado, tan solo inundado de una extraña siniestralidad imposible de poner en palabras o de concretar su origen, pero manchado de una espectral marca diabólica, que más allá de sentidos tangibles afectaba al discurrir del tiempo y el espacio.
Pero más allá de los mismos sentidos, esa sensación me arrinconaba en la original raíz de todos los comportamientos, pretextos, objetos y palabras percibidas y ejecutadas. Me recluía en la misma abstracta concepción del tiempo y el espacio, más aún que alterar su progreso; otorgarle una languidez extraña o acelerarlo predregosamente, me vi por encima de ambos. Entonces, la relatividad pasó a ser aun más relativa y la alternativa era el 99% respecto del 1% contemplado hasta el momento. Entonces descubrí la duda del abismal cosmos.
Sin embargo, la inmanente vida basada en mi inmediatez regresó abruptamente y su insidiosa invasión comenzó donde yo me resistía complacido en los compartimentos más básicos de mi existencia. Entonces, desplazado, como un bebé de sentidos bloqueados, una nueva corteza viscosa se desarrolló en mis perceptores y regresé a una inconfortable y disonante placenta donde la punta de los recuerdos asomaban como pollas de cachorros entre las redes semánticas que implementaban la percepción del fenómeno.
Poco a poco yo volví a a ser yo. Hasta que regresé a la cocina como si la potente fuerza de un muelle me retrajera. Allí estaba el fregadero, iba a usar los utensilios para cocinar. Me había dejado la puerta abierta el entrar, me dirigí a ella y la cerré para evitar la entrada de corriente. Tenía que coger algo de comida para cocinar, me puse en marcha hacia el frigorífico. Me paré atónito. Había comprendido el suicidio.
22-4-13
viernes, 19 de abril de 2013
o qué se yo
Esa llamada alma que circula entre los rescoldos de mis esfuerzos emprendidos,
debajo de la negra piel cenicienta que antoja y hechiza mis organos vitales
conviertiendo los ojos en piedra y carcoma.
Nudo de exhasperante, y consabido también es que transitoria,
alienación de emociones; sentidos; conceptos; complejos
entresicos de parodia humana y realidades maquetadas ¡o qué se yo!
Amasijo de paja con orina que desde la clóquea adultera los fonos que
deberian llegar a mis oidos. Desesperada y salvaje inclinación humillada
por la asertividad escondida del hombre.
Abismo de golondrinas escanciadas en la garganta de un hosco
mundo de circulos viciosos, de incipientes y silentes lepras,
de simientes echadas a perder por el vicio,
de razas obcecadas en la prisa
de creaciones orgánicas disfuncionales.
¡aleluya por la aberrante creación!.
debajo de la negra piel cenicienta que antoja y hechiza mis organos vitales
conviertiendo los ojos en piedra y carcoma.
Nudo de exhasperante, y consabido también es que transitoria,
alienación de emociones; sentidos; conceptos; complejos
entresicos de parodia humana y realidades maquetadas ¡o qué se yo!
Amasijo de paja con orina que desde la clóquea adultera los fonos que
deberian llegar a mis oidos. Desesperada y salvaje inclinación humillada
por la asertividad escondida del hombre.
Abismo de golondrinas escanciadas en la garganta de un hosco
mundo de circulos viciosos, de incipientes y silentes lepras,
de simientes echadas a perder por el vicio,
de razas obcecadas en la prisa
de creaciones orgánicas disfuncionales.
¡aleluya por la aberrante creación!.
miércoles, 6 de marzo de 2013
Convertirse en nada bailando
Alguien cose las fuentes del drama y
así aisla su corriente,
neutranlizándola primero, para luego
transformarla en la serenidad
que corresponde al origen convergente
de toda dispersión del sufrimiento.
Irrisorio y ya anecdótico agobio, debido a la ausencia de esfuerzo de no concatenar
sensaciones con conceptos entendibles.
Reconocer la dictadura a la que se
someten las
explosiones de inspiración, su
asqueroso círculo
de dependencia, de autorregulación
homeostática,
de adicción benigna que zarpa discreta
en los chaquetas
de los galanes protegiendo la doblez
de sus sonrisas
del umbral de la insostenibilidad.
Reconocer la arbitraria función de los
nombres, de lo
universalmente aceptado que pende con
metalizado y
ciego hilo de la intrincada e
intransferible necesidad
del subsuelo de la existencia, aquella
que galopa cómicamente,
escondiéndose intransferible entre
los irrelevantes pasos y cortejos
de humanos, que miran obcecados sus
objetivos conceptuados,
escondiendo bajo la sutura artificial y
maquillada de su piel su naturaleza bestial.
La relatividad de todo ente anula toda
conexión arbitraria que da sentido
a una mera identidad, tan descubierta y
avergonzada que se niega a eregirse
como piedra angular del sentido de
vivir. El discernidor tampoco pretender
hacer aspirar la
omniscencia a una supracategoría celestial que ratifique la paz creada
con engaño en tierra pagana.
Una erección huída de su objeto
erótico crea un agujero negro cuando pretende
eyacular en abstracto, y las vísceras
son vísceras, con protofunciones a las cuales
se somenten como testigos silentes,
como ojos de gato apabullados por el cambio
del día a la noche.
Un espíritu diferenciado del cuerpo,
abrupta separación, decide burlón jugar con la
respetada y paródica linea que los
separa, y danza como un conejo seductor
arrastrando imanente les venas del
cuerpo, barriendo células muertas y tensando los huesos.
Por lo que más se adolece la acongojante víctima es
por la tensión del inentendible evento, por la rasgadura
agresiva de conceptos, doloroso descimiento de nodos centrales
de su insignificante pero inflamado sentido.
Placidamente como testigo que danza ya me he convertido en
nada.
6-3-13
Ese extraño
Tener dentro de mí un extraño,
sentir su piel acartonada aislada de la intencionalidad
de mis terminaciones
nerviosas.
Intuir su contrapuesto objetivo al mío,
sentir sus dedos
por la columna vertebral.
Más inquietante aún es no saber donde se
haya escondido.
Saber que algo entre tú y el mundo se encuentra
dislocado,
intuir por telegrama que ese extraño es el responsable.
Descubrir que comprime la fuente de aquellas formas
que me componen a como lo que soy.
Exhala el placer, la producción de ideas, el
razonamiento,
mi energía en general.
Elimina la dimensión subjetiva de mi reflejo en el
espejo.
Me hace sentir a mí también extraño, convierte cada protocolo
en una extranjera angustia,
en una extranjera angustia,
lejana pero invasiva y silente.
No me deja
recursos para expresarlo a sí mismo;
no puedo describir la sensación de axfisia
y terror
que germina entre él y yo, o detrás de él, o en mí
mismo.
6-3-13
martes, 19 de febrero de 2013
Opaca Serenidad
Mi pensamiento se revela ante la imperenne serenidad,
permanente, pero opaca.
Constante como las olas, por muchas
latas y vidrio que se hallen en el fondo del rio.
Mi juicio transciende del momento y condesciende
con una extraña sensibilidad intelectual.
Serenidad iridiscente, exuberante y falsa,
irrefractaria ante lo más llano y sencillo de la red humana.
Adicción a tornados de ideas, a la concentración
de polvo en las barricadas de la guerra en solitaria,
armas entrenadas hasta la eternidad para aparearse con
su propio casquillo y casarse con la bala; para
al final producir una gelatina indeterminada, una
derretida presencia sin función, un fantasma despechado
que reclama con ridículas y caprichosas apariciones
lo que no supo vivir.
Concentración de ideas, sinónimos, más y más palabras,
engrosamiento del cáncer vital que olvida la función
sostenible de la piel, y la de los pies.
Legitimándome en perspicaz no hago más que erigir
un yo vanidoso que no repara en chafar y amedrentar
a aquellos catalizadores de serenidad e integridad.
En el fondo, todo en su cima tiende a la base,
precipitado de este modo por su extremidad.
No habrá nada que me quite el cansancio hasta que
no desmantele el epicentro, pues si la base es base
y la serenidad imanente a la vida, como así lo es la semilla de
lo nacido, entonces, por mucho que las ramas quieran abarcar la totalidad,
si la serenidad no encuentra la manera de dislocar, al final aparecerá alguna.
Aunque sea proporcionando dolor de origen insospechado,
cansancio, o desgaste incapacitador.
No tengo la sensibilidad, pero sí mi lazarillo
19-02-2013
permanente, pero opaca.
Constante como las olas, por muchas
latas y vidrio que se hallen en el fondo del rio.
Mi juicio transciende del momento y condesciende
con una extraña sensibilidad intelectual.
Serenidad iridiscente, exuberante y falsa,
irrefractaria ante lo más llano y sencillo de la red humana.
Adicción a tornados de ideas, a la concentración
de polvo en las barricadas de la guerra en solitaria,
armas entrenadas hasta la eternidad para aparearse con
su propio casquillo y casarse con la bala; para
al final producir una gelatina indeterminada, una
derretida presencia sin función, un fantasma despechado
que reclama con ridículas y caprichosas apariciones
lo que no supo vivir.
Concentración de ideas, sinónimos, más y más palabras,
engrosamiento del cáncer vital que olvida la función
sostenible de la piel, y la de los pies.
Legitimándome en perspicaz no hago más que erigir
un yo vanidoso que no repara en chafar y amedrentar
a aquellos catalizadores de serenidad e integridad.
En el fondo, todo en su cima tiende a la base,
precipitado de este modo por su extremidad.
No habrá nada que me quite el cansancio hasta que
no desmantele el epicentro, pues si la base es base
y la serenidad imanente a la vida, como así lo es la semilla de
lo nacido, entonces, por mucho que las ramas quieran abarcar la totalidad,
si la serenidad no encuentra la manera de dislocar, al final aparecerá alguna.
Aunque sea proporcionando dolor de origen insospechado,
cansancio, o desgaste incapacitador.
No tengo la sensibilidad, pero sí mi lazarillo
19-02-2013
jueves, 31 de enero de 2013
El almacén del maquinista
¡Paren! ¡Paren!. El maquinista de bata blanca alzaba las manos como un muñeco hinchable de plástico. La terrible
maquinaria dejó de funcionar. Los artificios cabezapensantes
extinguieron la luz roja de su interruptor. El almacén se inundó
de una cortina azulnegro como si el polvo acumulado incandesciera y
conviertiera con su paso la carne en materia grisácea. Los cuerpos
se quedaron tumefactos y quietos, con la mirada perdida y vacía,
una microluna anodina se reflejaba en cada ojo que se proyectaba
sobre la indeterminación del espacio, pura ceguera producida por la
presión sorpresiva del súbito silencio inusual del local.
Alguien, nadie sabía quién, había
decidido detener súbitamente la implacable maquinaria que llevaba
años trabajando. Uno de los operarios, con una gorra negra y
desgastada, con acné y filamentos pueriles e inconstante sobre su
bigote, un diente torcido en la punta frontal de su picuda boca, un
acantilado de noventa grados de desviación que acumulaba mierda marrón en la
parte trasera. Esa no era la razón de su acento bulbuceante, su
ciceo roñoso, asqueroso como el alga atrapada en la ropa interior
de una gorda. La lengua hablaba por el tío, no era el tío el que
la utilizaba, o visto de otro modo, hablaba con la pesada carga de
una lengua caricaturada que canta y celebra las directrices
prohibitivas impuestas por su naturaleza atascada en un hermético
estadio de deformidad. Su lengua se levantaba como una masa
cortejada por levadura, poseyó al hombre que le daba su elemental
función, y como un ama de casa que reclama decencia con el rodillo
de cocina y los rulos en el cabello, achicó la poca dignidad del
hombre. Los pequeños órganos, incluso orgánulos estaban
despertando, esa pequeña maquinaria y su paradójico ruido
silenciaba el levantamiento de la vida limitante, circunscrita y
estable de estos elementos, así lo hizo durante años. Ahora sobre
el silencio y la azulada atmósfera iban reaccionando con una
secuencia azarosa pero torrencial. La ama de casa rompió la
membrana de lo que antes era una corriente lengua y salió a
descubrir el mundo. No era la única de su especie, en la sala se
encontraba también un peluquero gordo, con el pelo marrón y la
piel facial amarilla, había salido del dedo gordo del pie de otro
empleado. Un vendedor de cuadros sonreía con enormes dientes,
desproporcionalmente grandes y desproporcionalmente blancos, éste
había nacido del pezón de otro empleado. Uno a uno, todas las
cortezas de cuerpos que antes tenían un sentido tan claro de su
existencia iban pereciendo sobre el suelo del almacén. El vacío
del almacén había dejado paso a una nueva dimensión, una
generación de vida más animada y alocada. Los nuevos personajes no
tenían necesidad de depender del trabajo, no vivían condenados y
maniatados a una costosa actividad sin objetivo.
El maquinista de bata blanca, el que
había ordenado la detención de las máquinas, bramaba con una
intensa voz desde arriba de la máquina de destilación del
producto.
- ¡Jajajaja!, La nueva generación
romperá la alienación, ¡Viva Marx!¡Viva el comunismo!.
Todos los nuevos seres celebraron
estas palabras, pero no reproducieron una respuestas entendible y
sincrónica, sencillamente se descubrían unos a otros como gatos
que analizan la ofrenda de un turista. Enseguida, la líbido precisa
y célebre de cada uno controló la motricidad de los seres. Todos
gritaban pavorosos y felices.
- ¡Dejadmee cocinaaar una buena
tortillaaa! - dijo la ama de casa mientras lenvataba la parte
delantera de su falda con el rodillo de cocina.
- Déjame probar a hacerte un buen
trabajito – Se acercaba el peluquero a su entrepierna con mirada
lasciva y curiosa. - ¡Soy un peluquero intelectual, permíteme! -
Todos rieron a la vez mirándose y desquiciando la complicidad de la
broma, subiendo unos cabezas sobre otras, alzando la voz más y más,
babeando sobre las cabezas de los que se quedaban abajo de la
pirámide que apuntaba a ninguna parte. Empezaron a construir una
gran pieza uniforme, unos sobre otros con postura de saltamontes.
Todos reían lascivos, celebrando esa actividad constructiva y en
común, se sentían partícipes de una loca e impenetrable orgía,
una religión compuesta de carne y huesos amontonados, unos sobre
otros, una gran masa de mocos, cráneos, venas rápidas, virus,
células, vida, vida y más vida, vida y destrucción, conquista del
planeta. La ambición de los seres hizo de esa masa, con una forma
cada vez más picuda, una gran pirámide donde desde el pico se percibia
ruido visual producido por el baile alocado de los brazos que
querían seguir intentando llegar a la cima. Ninguno sabía por qué
lo hacía.
- ¡Deténganlo, deténganlo, esto no
es lo planeado! - el maquinista, libertador de las fieras gritaba
despavorido, nadie más podía oírlo, ahora estaba solo.
La pirámide crecía ya no por la
aglutinación y restructuración de los seres, había un crecimiento
protoplasmático, se contraría como el corazón de un adolescente,
aumentaba en musculatura, aumentaba la presión de los ojos sobre
las órbitas de los seres. Las manos, dedos y brazos se colaban por
las cisuras de la maquinaria. No cesaba de crecer, poco a poco
llegaba al techo del almacén. Un escape de gas.
El maquinista tenía que pararlo como
sea, había comentido un grave error.
Una gran cara, como el de un blowfish
emergió sobre la masa caótica y descumpuesta que habían formados
los seres. Abrio la boca, una boca imperfecta, con piernas y
utilerias entre sus sangrientas comisuras - ¡Ahora es demasiado tarde, ya no puedes
detenerlo!¡Detenerlo!¡Deteneeeerlooooo! -.
En un último grito la carga de carne
explotó, echó sus tripas sobre las máquinas, un brazó se torró
colgando en la válvula del escape de gas. El maquinista presenció la
explosión, desde una esquina, abriendo la boca y sacando sus ojos
de las cuencas, esa explosión se produjo frente a sí mismo desde
la impotente esquina en la que se encontraba atrapado. La explosión
sucedió en su campo perceptivo y se repitió a cámara lenta en su
cerebro mientras la mugriente matería se acercaba a él como balas
de cañón, para luego deconstruirlo en nada, descomponerlo como si
el blowfish estuviera finalmente compuesto de ácido.
El almacén se quedó en silencio,
pausado. La maquina estaba destrozada y doblada, como un castillo de
arena meado. Una masa pastelosa, verde y viscosa se esparcía por
toda la habitación como un campo celeste sobre el que ocurrían pequeñas explosiones eléctricas. La microvida murmuraba su
constancia sobre ella, un latido gigante de corazón convertido en un constante
aleteo de colibrí, como diminutos enanos puestos unos sobre otros en una cámara de gas. Ahí estaban, en un espacio tan minúsculo
que no llegaban al umbral perceptivo, tan solo intuitivo. Ese
murmullo constante y eléctrico se fue disipando poco a poco. La
sala quedó vacía, destrozada y desolada, esperando en la eternidad
un siguiente ciclo de vida, o lo que diantres fuera.
31/1/13
martes, 29 de enero de 2013
DOS MESES Y TRES SEMANAS
Para
María González, 13 de Septiembre de 2001
de
Felipe Soria.
María:
Me
resulta costoso arrancar un discurso en esta carta. Realmente no
tengo muy claro qué quiero decirte. Sin embargo, una fuerza
impetuosa y profunda me insta a hacerlo lo antes posible y con la
mayor honestidad posible.
Soy
perfectamente consciente de que hace mucho tiempo que no sabes nada
de mí, dos meses y tres semanas para ser exactos, y también puedo
sospechar, tras mi brusca marcha, el sumo desconcierto que estas
palabras pueden ocasionar en tí.
¡Qué
puedo decir!, está plenamente justificado, me esfumé motivado por
las extrañas sensaciones que en su momento me invadieron, sabes
perfectamente cuales eran, las conocías por su recurrencia.
Realmente, siempre lo has sabido todo de mí, tarde o temprano, lo
has sabido todo.
A
pesar de los días que consumía ensimismado, retirado de toda
interacción, abrazando la penuria y la nostalgia, en ocasiones, tu
reclamo captaba mi atención y despejaba así mi absorción. Era en
esos momentos cuando te contemplaba, en unas ocasiones desde arriba y
en otras desde abajo. Pero por muy lejanos que fueran mis viajes,
perdido, siempre ha habido una elástica cuerda que me retraía a tí,
o tú me retraías a tí misma, o me hacías retraerme a mí mismo. Y
así me reconectabas, mostrándome pretextos de gozo, hablándome de
la sencilllez, instándome, en ocasiones empujándome, al paseo. Soy
perfectamente consciente de que siempre me lo has dado todo, y con
cuanta entrega incondicional lo has hecho, aún sin esperanzar más
implicación por mi parte, tan solo dabas lo que dabas, por el valor
mismo de hacerlo, y si acaso confiabas en que lo apreciara en el
fondo, allá donde nunca te atreviste a socavar, donde nunca
cuestionabas nada. Hablo de aquello a lo que nunca hacías
referencia.
Simplemente
era así, esa impasividad, esa anhedonia. Lo tenías aceptado. Así
lo fue también para mí durante un largo período, sencillamente
tenía que dejarme llevar por mis oscilantes impulsos, por muy allá
que me fuera siempre confiaba en que tú estarías allí, encendiendo
de nuevo aquellas velas que se apagaban en mis viajes por falta de
oxígeno. Ciertamente durante un periodo, estaba plenamente
convencido de que todas las partes de mí estaban auténticamente
entregadas a tí. No tardé en cuestionar esa realidad, como otras,
movido por pensamientos analíticos, análisis de diferentes sistemas
de organización de los que infería que el sistema puede ser
abigarradamente complejo cuando se trata de preservar el estatus quo
del autoengaño, que diferentes parcelas de uno mismo pueden
condescender con el todo para no enfrentarse a realidades abyectas, a
sentimientos que nos ubicen en la más aparente de las
desconcertantes dimensiones, ese oscuro subsuelo de aniquiladores de
identidades, esa deshumana dimensión que anula la entidad
cognoscible de los objetos. ¡Siempre he tenido tanto miedo a eso!,
tanto que a pesar de mi “libre pensamiento” no he tenido más
valor que circunscribirme a los guiones determinados del día a día,
aquellos que me indicaban desquiciadamente los patrones a seguir para
no caer al fondo. Allá donde siempre atrevía a dar unos pasos
contando siempre con tu cuerda.
¡Dios
santo!, esto es de una tremenda racionalidad, estoy comtemplando
vívidamente todo el engranaje del complot que me soportaba a vivir
en esa pesada coyuntura, no sé hasta qué punto es devido
transmitírtelo completamente. ¡Qué diablos!, me expresaré abieta
y llánamente, como enuncié al comienzo de la epístola.
Me
gustaría que captaras dos tipos de dimensiones que siempre han
estado en mí dramáticamente opuestas. Una es toda aquella que
comprende las vivencias que me unen a todos los resortes que tú me
has ofrecido en el día a día. Para ser más concreto, me estoy
refiriendo a levantarnos por la mañana, tomar el desayuno, salir a
pasear (como ya mencioné). Pero también, a aquellos desquiciantes
patrones (que antes referí) que tenían la función de no hacerme
perder el salvaguardado contacto emanado contigo y que evitaban, no
el hecho en sí (es subjetivo), pero sí la imaginada, siempre temida
y consolidada alineación de mí mismo; habiendo sido tú, claro
está, el vínculo humano más profundo que he tenido nunca (mi
cuerda de arenas movedizas). Pero más especificamente también puedo
referirmeme a todas aquellas cosas sobre las que no recurría, o
sobre las que simplemente no me pronunciaba, como tener que estar
tantísimas horas con tus amigos hablando sobre la segura certidumbre
del mundo entre elegantes referencias y copas de vino, o condescender
con la resolución de que es justo que el mundo sea injusto, ya no
que haya una razón que escape a nuestro control y que determina que
existen los accidentes y la injusticia, vista ésta de forma natural.
Me refiero a esa idea tuya de injusticia que te ha servido para
legitimizar tu estatus, aquella que transciende vulgarmente de la
estocástica justicia, aquella que es coherente con el derecho
divino o por herencia, y que tenía que permitirme asumir que
sencillamente “cada uno tiene lo que se merece”, “o que si te
gastas todo el puto dinero que tienes en unos zapatos es porque es
importante para tí, o lo que es peor, porque te lo mereces”.
Me
gustaría que transciendias de juicios, y que percibieras a la vez
mis groseras expresiones como proclamos fervientes y tangenciales de
una necesidad encubierta no calmada. Esta es la segunda dimensión.
Esa otra parte de mí que testifica cuando todas las otras se
asientan y conforman. Esa otra parte de mí que jamás avala un
autoengaño, por mucho que lo pronuncie, ejecute y refunde. Aquella
que aumenta en presión cuando con inocente paso me sumo más y más
a mis propias trampas. Aquella que trae flashes en la noche, ideas
sin palabras asociadas. Aquella que tiene su propio diario de abordo.
No
puedo vivir con tantísimas capas, por eso me fui. Y ahora lo
comprendo realmente. No puedo continuar circunscribiendo las
operaciones de mi vida a un anclaje cultural, el cual me reconforta
inmediatamente pero me obliga mediatamente a fingir que todo lo que
no comprendo sencillamente no existe, y derivar todas aquellas
pulsiones profundas, esos nubarrones que nacen de nuestra cabeza y
que someto a agnosia, a una atribución ajena y estable, que nos
preserve de un cambio . ¿Es que acaso esta forma de interpretar
todos aquellos e incoherentes impulsos, que me desvían de esa
proclamada y limitante función, no está al servició justamente de
esa parte de mí que reniega aquello que diverge de esa función?, mi
raciocinio depende de un criterio secuestrado por mis miedos más
básicos.
Y
es que entonces, todo mi alarde, toda mi exhibición, todas mis
galardonadas y elucubrantes palabras, no son más que un consuelo
directo, una compensación. ¡Como así la chulería del necio, como
así el ladrido del perdedor!. Soy consciente de toda la pantomima
que siempre he enarbolado, y que también declaro en esta epístola,
aunque aquí sentencie refiriéndome a ella misma.
Quiero
tomar una respiración y recomponerme. Todo mi sobreesfuerzo y mi
evitación es el resultado de no mirar la realidad de frente. Y así
no se puede hacer, como no se puede buscar el erotismo explotando más
de lo mismo, o como no se puede mejorar una comprensión adosando
sinónimos. Todo el bello canto que siempre he trabajado no ha sido
más que el grito elaborado en armonía, resultado de mi castración.
Todo mi problema, ha sido no tener el valor de ver las cosas por su
sencillez. “Engalardonado poeta y reflexivo metafísico
aristócrata”, ¿tanto necesitaba diferenciarme de tí?.
Siento
haber estado contigo más de la cuenta. Siento haberme
autocompadecido como los violines y en otros casos haberte castigado
intentando hacerte sombra de mi ego. Siento no haberlo resuélto
antes.
Siento
haber sido tan cobarde.
sábado, 26 de enero de 2013
La eyaculación es una estupidez
El constructivismo bien puede ser una
doctrina que anule toda florecimiento sináptico de individuos que
contemplan su vida con cierto rigor metacognitivo. Mejor dicho, la
generación de conexiones siempre existe, aun cuando sea para
desestimar o relativizar una conexión preexistente. De hecho, los
grandes sabios dicen de este desaprendizaje es el auténtico
aprendizaje.
¿De dónde viene una eyaculación?,
sólo se que la persigo y que me da muchísimo placer. Y que a lo
largo de mi experiencia en la cama y con mi particular mano (no tengo
otra que no sea particular, pero me refiero así a ella para destacar
la connotación de privacidad que estos momentos conllevan), la
eyaculación en sí ha dejado de ser un hecho aislado, sino que está
asociado a miles y miles de ideas, conceptos, creencias, incluso
ligados a mi propio autoconcepto. ¡Pero qué triste no!, que la
contemplación de tí mismo se vea influída por la fluencia de una
corriente espasmódica que sale en profesión de tu única glándula
auténticamente tangible (digo auténticamente, porque solamente para
ella existe un motivo expreso y explícito de que sea tangible
realmente, es decir, de que te hagan una paja). Es estúpico hablar
de la eyaculación, hablemos de otra cosa igualmente estúpida.
Bueno, ya que estamos hablando de estupideces realmente da igual de
qué hablemos. Eyaculación, contoneo de caderas, vestidos eróticos,
figura masoquista. ¿Cuál es el puto sentido de eso?. Realmente no
tiene sentido. Si unos marcianos vienen (esto sí que es una
estupidez). Si un individuo (si es que es un individuo) con otras
condiciones fisio-anatómicas contemplara estos objetos eróticos, os cuales están rodeados de poderosos significados los cuales pesan tanto que hasta podrían
anular la vida misma (aún siendo dichos conceptos una mierda de realidad puramente artifical).
Lo dicho, si otro individuo los rodeara, ¿creéis que tendría
reacciones biofisiológicas tal como las conocemos desde nuestra
etérea e universal visión del mundo?. La respuesta la tengo amigos,
No, ese individuo no se empalmaría. Es evidente que no lo haría
porque solo contemplaría, en el caso de que viera unas caderas
contorneándose, pues eso, una puta aglutinación de grasa depositada
en el trasero para no se qué o no se cual función filogenética (en
el caso de que este individuo tenga nociones evolutivas del homo
sapiens). No me apetece explayarme más sobre esta idea.
jueves, 24 de enero de 2013
DEL EGO AL YO (sin revisión)
El vacío, acuoso y magnánimo
concepto que me privo de usar en la mayoría de ocasiones. Sin
embargo, en ciertas ocasiones su uso es lo único que puede acercarte
al sentimiento derrotista inefable que poseo. Todo en un individuo,
un insignificante e irrisorio individuo. Un individuo se siente
derrotado, se siente vacío. Se siente vacío porque sus palabras no
son escuchadas, porque sus pensamientos no se pronuncian en acciones
determinadas y concisas. Porque siente que su entusiasmo se marchita.
Vacío es él mismo y su pensamiento es el eco del vacío. Ya ni se
preocupa por preservar su cuerpo, por focalizarse en su salud. No
aprecia la belleza, no aprecia el presente. Solamente busca
reconocimiento inmediato, un consuelo, algo que le permite sentirse
importante y motivado para seguir creyendo que en el futuro
conseguira todas aquellas cosas sobre las que deposita el sentido de
su vida en este momento. Se siente tan atrapado, en engarzado por
todoas aquellos constructos sobre los que redujo su sentido que le
resulta imposible plantear una alternativa. Completamente imposible.
Solo se calla, se acuesta, duerme horas y horas, la mitad del día en
ocasiones. Escucha sus músculos quejarse por la inmovilidad, es
complice del silente avance del sol tras su inerte ventana. Si el muy
cabron riera, tendría agujetas el día siguiente. Sus expresiones
faciales pesan, pesan como cemento secándose. Todo le resulta
tremendamente costoso, levantarse, apagar la calefacción,
encenderla, acerse la comida, bajar las escaleras. ¿Por qué nos ha
provisto de metas nuestra naturaleza? ¿Por qué necesito aplicar
acciones para conseguir un efecto? Acaso mi vida va a tener más
sentido haga lo que haga?, Por muy sublime que sean mis logros, por
muy arriba que escale la cima del éxito, la mera distracción de mi
existencia será solamente transitoria, nada me apartará de lo
evidente, por eso ninguna conducta por muy alto rango que tenga no es
más significativa que otra cualquiera, y por eso da igual lo que
haga, y por eso no hago nada. Lo único que se es que mi mente
aprecia continuamente el futil sentido de cada acto, cada azaroso
evento que discurre fuera de mi, lo integro en mi teoría
interconectiva de la naturaleza humana. La emoción afecta al
pensamiento, el pensamiento a la conducta, la conducta a la emoción
y al pensamiento. Lo percibo, lo entiendo, lo veo, lo integro, a
veces actúo en consecuencia y a veces no. Pero me requiere tan
tremendo esfuerzo implicarme en la descripción de algo que vaya más
allá de los placeres básicos. Ni siquiera sé que es lo que
percibo. A veces he oido que lo adecuado es desprenderse de esa parte
de tí que eventualmente dirige y que solamente busca engrandecerse a
sí misma, aquella que se liga con asociar la función de los actos
no con un resultado externo sino interno, más allá de lo que
resulte fuera, más alla de cual sea el origen de tal motivación,
ese ego se apropia de la cosa con despótica criptoamnesia y dice:
este soy yo, mi único sentido es agrandarme.
Mientras escribía esto he tenido una
revelación. Una como tantas que tengo pero que la mayoría caen al
olvido a los pocos segundos de proclamarse. Soy consciente del
complot al que yo mismo me someto, soy consciente de la estructura de
este juego tan pesado que arrastro tanto tiempo. Soy consciente de la
dinámica y con ello de la función que atañe al cansancio, al
dolor, y a ese pequeño ojo que a veces no quiere ver, que no quiere
pensar, que agarra la energía y me impide consumirla en aquello para
lo que lo di todo. Conflicto. Una parte de mí se resiste a conseguir
las cosas que la otra desea. Es sencillo. Y el dolor, y todo lo que
tiene cariz negativo no tiene porque ser considerado así, es
solamente la expresión de la otra parte. ¡De pronto encuentro
silencio tras estas palabras!, una tremenda y sincera relajación,
aunque el malestar corporal consecuente de mi comportamiento durante
largas horas (sin levantarme de la cama), todavía se mantenga.
Durante un momento, la estructura de la escritura, el resultado, ha
dejado de ser relevante, se relegó a un segundo plano. Al primer
plano fue el contenido del mensaje, aquello que se vincula con lo que
tiene una relevancia funcional, relacionada con mí mismo, no con lo
que el ego quiere de mí.
miércoles, 23 de enero de 2013
Y VINO LA EXHIBICIÓN
La vida es la reproducción de
tensiones no resueltas,
un constante flujo de perder el tiempo
que conduce a una cuenca agujereada.
El lenguaje interno, un partido
con agnosia al marcador y al tiempo,
¿y los intuidores de caminos alternos?
ciegos
espectadores gozando como perros.
Teledirigido sistema de intenciones
manejado
por el resoluto y carismático buscador
de placeres tempranos e intensos.
¡Y vino la exhibición!
Satisfecho el conectivo ego, soberano y
claro,
no queda por un momento ninguna lástima
al descubierto, ningun elemento dispar
que allanar.
24-1-2013
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