lunes, 22 de abril de 2013

hasta que yo volví a ser yo

           Sucedió cuando abrí la puerta de la cocina y me encontré en medio de una escena que había soñado.
Los objetos se achicaron, los colores cobraron más contraste, el espacio resultaba un habitáculo de dimensiones geométricas perfectas, encajadas en una sobredimensión a penas intuida, como si me encontrara dentro de una casa de muñecas y la vida se ejecutara desde fuera en forma de testigos perdiendo el tiempo.
         En ese panorama ridículo y a la vez tenebroso yo era un elemento más, contagiado por la cariz del trama, poseído por las propiedades de mi entorno. Anduve hasta el fregadero, de tono oscuro y distante, los utensilios de cocina brillaban como dientes de plata en una vieja fosa común. Todo estaba allí, como de costumbre, ni corroído, estropeado o desordenado, tan solo inundado de una extraña siniestralidad imposible de poner en palabras o de concretar su origen, pero manchado de una espectral marca diabólica, que más allá de sentidos tangibles afectaba al discurrir del tiempo y el espacio.
         Pero más allá de los mismos sentidos, esa sensación me arrinconaba en la original raíz de todos los comportamientos, pretextos, objetos y palabras percibidas y ejecutadas. Me recluía en la misma abstracta concepción del tiempo y el espacio, más aún que alterar su progreso; otorgarle una languidez extraña o acelerarlo predregosamente, me vi por encima de ambos. Entonces, la relatividad pasó a ser aun más relativa y la alternativa era el 99% respecto del 1% contemplado hasta el momento. Entonces descubrí la duda del abismal cosmos.
        Sin embargo, la inmanente vida basada en mi inmediatez regresó abruptamente y su insidiosa invasión comenzó donde yo me resistía complacido en los compartimentos más básicos de mi existencia. Entonces, desplazado, como un bebé de sentidos bloqueados, una nueva corteza viscosa se desarrolló en mis perceptores y regresé a una inconfortable y disonante placenta donde la punta de los recuerdos asomaban como pollas de cachorros entre las redes semánticas que implementaban la percepción del fenómeno.
         Poco a poco yo volví a a ser yo. Hasta que regresé a la cocina como si la potente fuerza de un muelle me retrajera. Allí estaba el fregadero, iba a usar los utensilios para cocinar. Me había dejado la puerta abierta el entrar, me dirigí a ella y la cerré para evitar la entrada de corriente. Tenía que coger algo de comida para cocinar, me puse en marcha hacia el frigorífico. Me paré atónito. Había comprendido el suicidio.

22-4-13

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