sábado, 6 de septiembre de 2014

Ingenua poesía

La ontología explotada en piedras,
su pulverización, 
su flotar umbilical 
esperando un rescate.

Una mano que llega, que erige el nuevo objeto como deidad, 
adscribiéndolo en la institución que corresponde.

Aunque la mano es irrisoria, 
sus yemas son de goma y disfrutan de juegos infantiles.

Las imágenes eléctricas pierden efusión,
las aguas más profundas se mueven lentas
y la vieja poesía es adicción al placer.

Una dialéctica nace de una concha,
se va abriendo 
y las burbujas escapan fuera.

"quisiste mirar más allá, 
dejaste el dolor estar, 
así que no me hables de placer 
porque la dialéctica necesita al dolor 
como elemento constituyente"

Las burbujas siguen saliendo
y no dejan ver lo que aún
la concha muestra detrás:
la fe de que la vida no es solo el signo 
de un valor atribuido.

La fe que ahora proyecta sus rayos
en todas direcciones
y que reanima los tridentes alzados.
La fe que cambia el cariz de todas las voces,
y nunca más censura.

Y de esa dialéctica
una poesía acomplejada nace,
que ya no busca lo fugaz;
que evitan círculos linguísticos,
misterios sugestionados,
elucubraciones que regulan el daño
como pulsiones de un obsesivo.

La nueva ingenua poesía
que quiere conglomerar
nuevas síntesis revestidas.
2-9-14

Arrastrar la muerte en los hombros

Arrastrar la muerte en los hombros,

con sus nombres, sus pronunciados proyectos,
con las condenas castas y pueriles de un deseo,
con sus cosquillas vanagloriadas,
con el atento ojo obsesionado por una correspondencia.

Arrastrar la muerte en los hombros,

con el discernimiento amortajado,
con las instrucciones autoimpuestas,
con la obediencia sutil al sinsentido,
con la sobrecarga de la escucha.

Arrastrar la muerte en los hombros,

con el desplazamiento de la esencia,
con la fatiga,
con el sometimiento,
con el reiterado discurso
que nunca terminaste de aceptar.

Se escucha un mueble desperezar sus fijaciones.
                Te das cuenta
que alguien aprieta tus ojos con sus manos.

                Tú no elegiste,
solo velas tras el cristal
y te consagras a una fe lejana.

                  Tú no existes,
pero ahí estás,
desmontando compromisos en la intimidad,
inyectando fealdad en la pulcritud consensuada.
Quejándote.
                                                Sola.

                                                Permitiéndole

                       reducir su vida a ti
                       y arrastrar su muerte en tus hombros.
2-9-14