martes, 15 de octubre de 2013

TRAS EL LABERINTO

Encontrarme en el otro lado. He decidido cederme a mí mismo, abandonarme para encontrarme en el otro lado. Quizás he recibido las consignas de la carne muerta que irradia su último designio. Quizás también ha sido una melodía repetida que translucía una luz desconocida, esperanzada.

Lo cierto es que desde este sillón percibo pasivo cómo el carácter de cada estímulo lucha y se enreda en mi periferia, porque todavía no sabe a qué instancia adherirse; el yo que está o el yo del otro lado.

¿Es acongojante?, más que congoja es emocionante. Convierte cada insignificante sonido, figura, llamada o clamo en una pausa interminable donde los caracoles manifiestan su cortejo. No es letargo, es una profunda avidez por despertar lo dormido, por remover los huesos soterrados, es una profunda esperanza por atisbar mi compacto yo, mi carne unida a mi piel, mis prendas, y mi sonrisa, el reflejo de un todo.

Me apena haberlo escondido. Me alegro de su discreto y expansivo resurgir, del suave y manso imantado viraje de mis girasoles, los que la amistad plantó y que se regaron por el refuerzo constante que las fortuitas circunstancias anclaron en aquel breve momento.

Estaba claro que no podía volver a ser lo mismo, porque ya el hábito tiene un nuevo referente y porque ya se había recorrido el laberinto.

Realmente, en el otro lado ya me estoy esperando

15-10-13

lunes, 14 de octubre de 2013

EL GRAN INSECTO

Ralentizados pasos de los humanos que pese a su parsimonia devienen con el irrisorio objetivo del insecto. El insecto se sitúa en el centro y conecta con todos los seres a través de azules haces energéticos que emanan desde su absorta cabeza. En sus vísceras se aglutina un viscoso y mohoso moco protofuncional, un protector inmunológico que defiende al insecto de bacterias, dicha protofunción no trasciende biológicamente de la misma, sin embargo, el insecto acerca sus manos a su estómago lentamente, hasta rasgarlo como la piel de un pollo y penetrar en él para extraer y hacerse con la aglutinada mucosa. La posee como un diamante en bruto, lo iza como un músico haría bajo el éxtasis de su consagración. Sus inertes e inexpresivos ojos se hacen más llamativos, al descubrirse una mayor profundidad de las cuencas, gracias a la contracción de los músculos colindantes del ojo, muestra de una tensión general expectante de placer, una respuesta preparatoria ante la consumación. Su movimiento continua con un ritmo religioso, imperturbable, cada uno de sus oscuros y lentos pasos denota, gracias precisamente a su discreción, el destemplado marcapasos del destino y el ruidoso hueco fantasmas que despierta desazón en los perros y comezón en los sabios incansables. Su oscura figura se extiende plantada por unas extrañas, vivas y oscuras raíces en el suelo. La habitación se halla opaca y condicionada por la siniestra condición de la intemporal calamidad que la muerte anticipada conlleva. Muerte anticipada, aquello que ocurre en los superfluos seres que enmarcan sus aceptados objetivos en el estúpido egocentrismo de sus respectivas culturas. Estúpidos seres ciegos y determinados por le gran insecto continúan ralentizados, obcecados por sus artificiosas presunciones de lo importante, los contemplo desde aquí, sin el más mínimo ánimo de ayudarlos. Me encuentro frente al hipnótico insecto, y tan solo ejerciendo rol de espectador él consigue elevarme a la más alta cima de los placeres, lo observo como un agente autónomo y discreto, como las cómplices hojas del escondido cadáver. Le grito y le animo, lo hago porque se que da igual lo que haga, el destino está marcado, la partida está terminada. Nuestra relación es meramente burocrático. Yo debía estar conectado a él, debía ser uno más, debía ser un castigado más.
Noto un sorpresivo cambio en mi interior. Quizá ellos no están castigados, quizá yo soy el castigado y esto es el infierno. Supongo que mis actitudes están determinadas por criterios subjetivos de lo bello o abominable. Pero miro el gran insecto, y la pantomima de los seres caminando sonambulizados, creyendo fehacientemente en las consolantes creencias y la fe que emerge frente a ellas y entiendo, en ese momento, por qué no me había gustado. El insecto es el sustrato y ritmo real de la vida, los seres caminantes están engañados, como parte de un todo solo contemplan su propio nodo creyéndose poseedores de lo absoluto, gracias a ese tenaz discurso de palabras inmaculadas o de creencias compartidas, el consenso acrítico al servicio del antojadizo haz azul de energía que el insecto dirige sin aparente arbitrio. ¿Era ese deshumanizado insecto mi imagen de Dios y esta era mi soledad?. Porque si así lo era ya no debía producirme placer ni orgullo, sino todo lo contrario. ¡Oh, Dios mío!. ¿Soy yo acaso tan arrogante que me creo diferente al resto cuando ellos mismos ni siquiera ven el haz azul que les conecta?, quizás solo estoy jugando a reconfigurar las formas del mundo que me han sido ofrecidas, estoy jugando a desvelar los oscuros secretos de la existencia, pero quizá esté tan determinado como ellos y lo que me empuje a inquirir y apercibir no esté menos promovido, que en ellos, por el solemne estabilizador del consuelo, consuelo que tantas historias e identidades ha configurado. ¿Es que no puedo despegarme de mi placenta?¿No puedo gritar y caminar solo como las ratas corren por las celestes cañerías?¿Es que no puedo cambiar las normas rebelándome ante el curtido y magnánimo sistema? El insecto iza la mucosidad hasta su desfigurada boca, y traga su desnutritivo alimento, mientras que las azules antenas que nacen en su cabeza siguen moviéndose fantasmalmente orquestadas. Una sensación nueva aterriza en mí, una repentina angustia que me debilita, y aunque quiero arrodillarme me congela, y aunque quiero vomitar mi garganta se atora y me mantengo posicionado como una estatua obediente, sometida, como una bestia de laboratorio apunto de ser lobotomizada. La angustia crece incipientemente hasta que se empieza a calmar como si el último meteorito apocalíptico hubiera caído en un polvoriento y ya despoblado planeta. Mis pies pierden su densidad y se tornan verdosos y viscosos, lo mismo empieza a ocurrir con mis manos. Debí haber perdido el equilibrio pero me mantengo inmóvil, encajado en una enrarecida y extraña densidad del espacio. La viscosidad verde se extiende a mis brazos y mis piernas, por todo mi cuerpo, mi figura es cada vez más indistinguible. De pronto lo observo, el extraño insecto come con avaricia su mucosidad visceral. Cuando ya estoy casi desintegrado un haz azul se manifiesta en mi campo de visión y alcanza mi cabeza, parece como si siempre hubiera estado ahí, lo noto como parte de mí, una extremidad más que va más allá de mis sentidos. El haz llega hasta la cabeza del insecto. Cada vez siento formar más parte de ese brazo gigantesco. En cuestión de pocos segundos siento que había dejado de ser lo que siempre había considerado que era. Mi conciencia se eleva y es absorbida por ese ambicioso haz, dejando en el pasado espacio fenomenal todos mis miedos y esperanzas, la fe también se queda atrás deconstruida como siempre estuvo, chantajeada, inútil como un manual de instrucciones inservible y desechado.

14-10-13

domingo, 13 de octubre de 2013

CALLAR Y MORIR

Maquetado pretexto en el que mi comportamiento se acomoda.
Invalidez de la irrisoria existencia. engrosamiento del cínico estatus quo.
Anulación de la presión por medio de la acomodaticia ingravidez del ánimo.

Perro sediento que suplica a las piedras. Sol que sofoca mi interior más que mi piel.
Antojadizo engaño de que nada importa. Abandono de uno mismo. Muerte de lo espontáneo.
Reloj de plomo anclado en mi cócix. Indeleble desencadenamiento de decrepitud.
Constructiva delicadeza que atempera el huracán dormido, tal como haría la lejana doncella
sobre la que se construyen falsas historias imaginadas.

Medio de evasión que se diluye en la contemplación del infinito mar.
Compasión de uno. Delimitación de dimensiones. Corrección de atribuciones incuestionadas.
Suave vientre iriscente huntado de crema. Cosquillas que de él emanan, volátiles y dirigidas por
los frescos golpes del viento que yo atraigo con las bocanadas de mi profundo deseo.

Venerada bestia de amor, atrapada de abundante y fina telaraña
que entorpece su espesa acción. Venerada y descomunal bestia,
de descomunal fuerza, que escapa de su depredador para encadenarme
a su marcha y lanzarme ávido al fulgor de los objetos sin escrutinio.

El silencio de mis partes. El estar por estar. El vivir en vivir.
Silencio sin análisis. Ida sin vuelta. Palabras y fantasmas. Emanación sin fundamento,
brote de nada, rabia de nada, y deseo.

Desdeñado hilo conductor. Corrupto vaivén de mi invención.
Catalizadores. Estabilizadores. Pastillas. Personas y palabras.
Medianeras entre las personas. Delimitación del yo y el otro, deseo común y
deseo incompatible. Andar, andar y andar, que andar es caer de tanto andar.

Reconocer el engaño. Engañarse creyéndose sabio. Acumular más y más engaños.
Creerse más y más sincero. Parar. Dejar el miedo a estropear. Sencillamente parar.
Ponerse a un lado. Callarse. Apreciar sin esfuerzo. Callarse de nuevo. Callarse todo el rato.

Empezar de nuevo, siempre se empieza, en verdad, nunca se abandona.
Izar una bandera. No tomarla en serio. No tomar nada en serio. Que se rían. Reírse.
Llorar. Asfixiarse sin palabras. Esconderse. Huir. Suprimir las pistas. No asesorar. No contestar.
Hablar de la vida y la muerte a la par. Tragar arena y vomitar. Volver a tragar arena.

Mear en las personas. Que me rechacen. Que me descrediten. Que haga como si no me afecte.
Que muera por dentro. Que no entienda. Que crea que la felicidad es un suspiro,
una celebración ignorando el escenario del fondo. Asumir el luto entre carcajadas.
Dejar de bromear. Callar de nuevo. Ahora sin bozal. Ahora con desgana. Ahora con mortaja.

Callar y morir.


13-10-13

sábado, 12 de octubre de 2013

7 días

la había deseado (y me había costado), por la potencial sensibilidad que me mostró, por la contumaz deslegitimización que dirigía, sin darse cuenta, a los latentes esquemas que yo proyectaba en las relaciones.

La desee por la sutil manera de curarme, haciéndome saber con sus gestos descargados de injuria que el aprecio, afecto y deseo no son incompatibles con ese invacilante modo de dirigir su presencia, que en ocasiones se asocia con orgullo, con la defensa ante el desapego.

Siento que he jugado a lo que acostumbro  que sea un dañino juego. Siento que esta vez el juego consistía en desdramatizar la partida y en jugar a cambiar las propias normas hasta el punto de que las fichas ya no se dirijan a perder o ganar, solo a disfrutar de los 7 días que hemos compartido.

28-08-13