miércoles, 29 de octubre de 2014

LA TEXTURA DEL DESEO (Enero)

No hay imagen que me conmueva más
que ver nuestra vida como burbujas que crecen,
eclosionan y donde los colores se mezclan
perdiendo y reencontrando su equilibrio
una y otra vez
más allá de una moral, en la cual,
tras su obviedad -como una luz artificial sobre
la superficie del rio- se encuentra la vida.

Esa iriscente semilla
que se germina en los focos 
de mi mirada,
que siempre eleva coronas,
circos flotantes
que emborrachan el tiempo.

Fiebre que abrasa mi carne,
que libera los esfuerzos
a la belleza; sus coronas a la noche,
donde el espacio y el tiempo 
se emborrachan y todos los enigmas
ya tienen solución,
donde la fiebre se contrae
para luego ecosionar otras tantas veces.

Esa siniestra pero iriscente simiente
que invade los ojbetos.
Los símbolos y su atracción se desprenden
y vuelven a su hogar de origen,
pero la belleza crece y se define
y luego ves que todo es sexo,
la taza, el paso y hasta el sol,
incluso el sol con la nube.

Al final descubres que el propio concepto es la limitación.
Los arcaismos afloran a la vez que se esconden a contraluz,
sin complejos, sin resignación.
A otro lado irán,
a un nuevo horizonte, donde la ruptura - un chasquido
sutil como una mutación genética-
esparza el crepúsculo de un nuevo espacio.

La fantasía entonces convive con el vació 
buscando una nueva oportunidad
en el litigio entre la regeneración y la desesperanza.

La sexualidad confluye con el espacio y el devenir
mientras el esfuerzo se aleja tangencialmente
y la separa de toda retención
y la textura de los símbolos se rompe
y su nominación se contrae
y luego eclosiona.

A veces, un extraño designio la censura
de no se qué origen social o
motivo político abanderado.
Y lo petrifica, bucleándolo entre lo nuevo y lo viejo,
una danza de integridad, donde lo contrapuesto se ama
y la incertidumbre se consiente a si misma
y ella responde con un parsimonio desprendimiento
de física, gotas y hojas.

Se tacha la cúspide del desarrollo 
y se olvida que el todo se forma de partes
y que el ángel anexa sus alas
como la carne al hueso.
Cuesta consentirlo e imposible
es trascender de ello.
La creciente consiliencia no lo anula,
sino que lo hace más complejo.
La tolerancia no es medio, pero sí necesidad,
un resonar, un humo de locomotora,
un acompañante de la fuerzamotriz,
una consecuencia correlativa 
para alcanzar la integración.

La lírica también forma parte de la exactitud
y musa es arte y técnica.

(Enero 2014)

martes, 28 de octubre de 2014

Ejercicio escritura - pedir deseos a las estrellas (2013)

Escribía las palabras sin cesar, desde una postura un tanto incómoda, no sabía cómo articularlas exactamente y temía cometer alguna notable falta de ortografía. La lluvia se cernía sobre él, y el cielo estaba a punto de vomitar un torrente de agua. Había descartado desde hace tiempo la incorporación de techumbre en su actividad; prefería mirar el cielo. En ocasiones todo el campo celestial estaba despejado y podía disfrutar de las estrellas, nunca sabía qué encontraba en la vacilante quietud de los astros, pero le tranquilizaban. En más de una ocasión contempló alguna fugaz. Nunca jamás pedía un deseo, alguna vez había contado a los demás la recurrencia con la que observaba este fenómeno y todos reaccionaban con pavor cuando declaraba que no le gustaba pedir deseos. Él lo consideraba injusto, pasaba demasiado tiempo mirando el cielo, quizá el fenómeno antropológico de pedir deseos no tenía otra función que la de consolar o justificar el tedioso tiempo que hombres como él pasaban contemplando el cielo -sin más remedio-. Quizá cuanto mayor cantidad de deseos un hombre llegaba a pedir a  las estrellas, otras fugacidades más asibles, y probablemente más carnales, acababan tentándole en su imaginación tan solo teniendo en cuenta que en su tediosa quietud otras muchas fugacidades de otra naturaleza estarían ocurriendo en aquel momento. En su pesimista voluntad de perder el tiempo con observaciones de poca elaborada ciencia astral, no había nada más consolante que coleccionar deseos -nada que ver con las estrellas-pero que en la fuente de su soledad habían tenido tiempo de diferenciarse de éstas. Renegar, pedir un deseo para él era renegar de su nostalgia. Observar su futil, aunque constante presente, y no disipar en futuros deseos la noción de que todo podría ser repentinamente cambiado. Renegaba del hábito, del mismo modo que esperanzaba encontrar otros más adecuados, y en su disidencia de evitar pedir deseos se encontraba un profundo, tácito y modular deseo del cual él mismo no encontraba el adecuado orden de palabras para transmitir, ni tan siquiera para traslucir a su consciencia, aquello que eran nimiedades soterradas, a esas ilusiones que, sin incluso pretenderlo, se inclinaba con cierta ironía o mofa.

(Noviembre o Diciembre 2013)

Vaya una mierda

La piel de mis dedos muestra grietas negras.
Y un hormigueo en la frente, entre ceja y ceja,
me advierte de la fuente de opresión.
Un anciano anda desarticulado, 
como un esqueleto, y se dirige iluso a su destino.
La tensión anula la resolución de mi vista, 
fuerza la convergencia de ambos ojos 
hasta duplicar lo cercano y perder de vista el fondo.
Las raíces de la comedia esperan compasivas a un lado de la vivencia.
Observo lo que ocurrió, lo integro en una estructura elementalista, es decir, no lo integro.
Mi yo ejecutivo y central se resiente buscando el niño perdido más allá de mis alveolos, 
sobre los que se hunde como un cadáver en las algas medio flotantes de un río.
Al final encuentro un siniestro ritmo que me incita con un ímpetu sin esfuerzo 
a seguir moviéndome, seguir mirando y evaluando, dejando pasar, dejando sacar, 
dejando esperanzas y sus condicionantes a un lado, 
el mismo ritmo con el que acudo con la sed nocturna para paliar los estragos de un gran agujero 
que yo mismo estiro en mi carne para verme sufrir -no sé si por las consecuencias 
o por el empeño nefasto en sí-.
Sigue lloviendo arroz en mi campo ocular, 
y hay algunos que otros labios de goma importados de algún fascículo iluso.
Pero al crear jolgorio de la carcoma todo parece menos tétrico, 
es como poner un payaso terrorífico ¡un payaso! o follar por tristeza.
Qué bonito es colocar centrífugas frases de un estado de confusión, 
como gusanos que se escapan de una retícula compactada de seda:
"eh tu, ¿Que haces aquí? Debías estar fabricando, no saliendo de ellas".
Pero al ridiculizar la incoherencia, como un choque eléctrico más suave, pero más continuo, 
de pronto, otras partes de mí se alinean y soy un poco menos "no yo" 
o menos "implicaciones sociales a las que súbitamente me someto".
Pero lejos de abrumarse, aunque las directrices normalizadas sea lo único que me permite discernir en una continua conducción, deben entender que esas propias directrices son las quejas y a  la vez la tabla de salvación, ya que debajo de cuanto acontece a nivel manifiesto es absorvido 
como burbujas de lava que se reproducen autónomas, emancipadas del volcán 
y que encuentran en sí mismas todo el sentido sublime 
de la simbología que concierne a la belleza pura.
Lo más abrumador en la vida es encontrar el sumo detalle en aquello burdo y grandilocuente, 
como un ano gigante que se abre empujándose por una mierda vehemente 
¡Piensen en los pelos! en su perseverancia ecuánime, en la prestancia a su localidad. 
Pese a que el mundo se abra en sus raíces como un agujero negro (la comparación era innecesaria) ellos están ahí, como casillas de un parchís o víctimas de una matanza semipermeable 
(con la permeabilidad me refiero al traspaso del mundo sensible al averno) -que dicho sea, 
ya que viene al caso, es justo como un amigo mío llama (averno) a la zona que se encuentra entre los testículos al ano). 
Pobres pelos que soportan la vida en la intersección entre dos mundos
y pobre de este relator que se arrastra en lo escatológico como un cerdo.
¡Sentir! Al menos sentir algo.

28-7-14

Me llevó más allá (Julio)

Hay una parte de mí dentro, ahí dentro, que cada vez sé discernir con más claridad. Es una parte de mí que se desarrolló en mis cimientos, que no supo otro modo de hacer las cosas. Es una parte sobrecargada, enfadada por haber recibido más de lo que debía, por tener que convivir con disputas que no le pertenecían. ¿Pero cómo iba yo a reconocer que yo estaba insatisfecho
con todo el panorama? ¿Cómo iba a reclamar que necesitaba más? ¿mucho más?.
      Esa parte enfadada de mí se suprimió, la escondí, y me convertí en un complaciente de la vida.
Me reía de todo, la vida era un juego, mis padres eran de plástico, la muerte un mero trámite y el amor, solo una utopía imposible para mí.
      Pero daba igual porque todos éramos personas que construíamos nuestra realidad ficticia. Y durante largo tiempo fui ese testigo que ve cómo los demás maquetan su realidad mediocre, construyen sus frágiles torres.
      A mí solo me tocaba sonreír, reírme de todo y dar tumbos en un plano metafísico, donde nadie podía verme, pero a la vez destacar. No es que mi desarrollo haya resultado en vano, he aprendido a valorar cosas que de otro modo se habrían escapado. He aprendido a mirar más allá, sin aprensión muchas cosas eran posibles, podía soportar el llanto con frialdad de alguien que no lloraba nunca a nadie, podía soportar tormentos de amigos que se empeñaban en darse contra muros una y otra vez, podía mirar a mi madre, juzgarla asépticamente y encontrar las palabras precisas para que mi consejo le hiciera reflexionar.
      En todo ese tiempo, o desde esa parte de mí, jamás me vi a mí mismo como una víctima. Al contrario, me creía especialmente afortunado y defendía la teoría de que todos debían sufrir un poco para poder apreciar algo más. Me gustaba meterme entre vínculo fieles, acariciar la insurrencia de las almas más discretas, me gustaba mostrar una falsa compasión y esconder mi alegría. Les decía "Ahora tendrás que rendirte a la evidencia, una parte ilusa de tí se dañará, tus insulsos objetivos se diluirán y tendrás que buscar amigo, tendrás que esforzarte por encontrar otros parámetros, o tendrás que vivir constatando una y otra vez que no los hay y eso te hará más natural, te dará sexo sin presunción, darás crítica sin tolerancia, te reirás de las faldas de la virgen, te reirás de los afanados, los fieles y de todos los que creen que tienen las repuestas en sus puños" Y aunque esto no se lo decía "Y así podrás ser como yo" en realidad era mi mayor interés.
     No es que mi paradigma esté en una suntuosa crisis. No, porque no puedo hablar con esas palabras que tanto adulteré. Porque crisis no es lo que yo creía crisis, y paradigma tampoco lo es.         Hace tiempo nombré crisis a aquello que de pronto resiente tu visión de las cosas, aquello que te hace sufrir y que no entiendes inmediatamente por qué. Y paradigma era un esquema a través de cuyos términos yo interpretaba la realidad. A veces esos esquemas se desmantelaban, se tenían que enfrentar a información disonante, a un tipo de posiciones confiables que me hacían sentir insignificante, tonto, ignorante. Es por eso que gasté tantos años intentando aprender más, y a veces no sabía por qué tanto afán. Había tantas cosas que podía ser en esta vida, yo no tenía ningún tipo de reservas: ¡Las quería todas!. Pero no se trataba de que quisiera desarrollar todas mis facultades teniendo en cuenta un potencial sin fondo. Muy a menudo me encontraba con mis propios límites. A decir verdad, vivía la mayoría del tiempo asediado por ellos, también por la desgana, la desmotivación y la depresión.
      Cuando estaba abajo nada tenía sentido, mi bienestar -que medía en términos estrictamente cuantitativos- era visto desde abajo como un logro que dependía del rendimiento, es decir, que debía ganar con esfuerzo y que también debía esforzarme por mantener. Si la realidad se venía abajo era porque no estaba haciendo lo suficiente. Hasta la relajación y las metas espirituales estaban supeditada a este esquema.
      Desde este enfoque, crisis era todo aquello, que lenta o súbitamente, desmoronaba mi percepción magnánima y perfecta de la realidad, donde de algún modo u otro yo siempre salía ganando. O era el más listo, o el más sensible, o el más valiente. Y a veces si fracasaba era porque nadie era capaz de entender mi sensibilidad, que no se llegaba a apreciar el esplendor de mi empeño.
      Así pues, esas sucesivas crisis poco a poco facilitaron el desarrollo de una percepción cada vez más abigarrada y multidimensional de la relaidad; la información se iba acumulando. Y esas crisis de paradigma se concretaba en momentos en los que la información no coincidía conforme a los principios que defendía y sobre los que, sobre todo, me exhibía.
      Desde el plano del conocimiento mi posición era la misma que antes, desde la realidad más mundana seguía entendiendo que la gente necesitaba creer, todos se asían a un esquema rígido y cerrado, lo airaban como si hubieran encontrado la panacea de todos los males, y de nuevo, nadie miraba más allá, a poca gente le gustaba asumir la duda como principio motor del conocimiento, todos querían su parte pragmática, su reconocimiento oficial.
      Cuando poco a poco me empecé a quedar sin respuestas la duda comenzó a ser lo que me diferenciaba. Aunque no quisiera engañarme, al margen del rigor de mi discurrir, dicha duda estaba la mayor parte del tiempo como una buena excusa para descreditar todo principio claro ante el mundo, para despreciar a todo papanatas que le hubiera dado por racionalizar lo suficiente como para descartar toda información incongruente que no justificara su visión.
      Pasó mucho tiempo, sufrí mucho en soledad. Cada vez me lamentaba más, hasta que me di cuenta de que yo también era uno de ellos, solo que al ir más allá me costaba darme cuenta de esta ilusión, pero la virtud de todos los modelos firmes era para mí racionalizada de tal modo que resultaban inverosímiles. Pero jugaba al mismo juego de aquellos a los que criticaba, solo que desde un plano más sublime y con una mayor fingida autoconsciencia, y dicho sea, también verborrea.
      Cuando poco a poco sentí que algo esencial en la vida se me estaba escapando, comprendí por qué todos territorializamos, y comprendí también por qué nos cuesta tanto prescindir de lo que yo llamaba mediocridad. He pasado deprisa y corriendo en la frase "algo esencial en la vida se me estaba escapando". Pero es el punto de síntesis más improtante que hoy día puedo encontrar. Mi visión tenía un halo narcisista, perfecto. Yo me empeñaba en mi verdad y así alimenté el paradigma durante años, el cual es de tal envergadura que me permite entender las estrategias de la paranoia más devastadora y las del ego, en general.
      En el previo paradigma, el crecimiento del conocimiento se reducía a una meta, un objetivo puesto en el futuro que justificaba todo el sacrificio: la gloria, una gloria que bastaba por sí misma y que cuando poco a poco comencé a alejarme del paradigma distinguí más como vanagloria.
      La dirección era la inadecuada, también el objetivo, también los recursos puestos en ello.
Tras mis cinco años de psicología nunca jamás me he dado cuenta de que todo era incorrecto. Es más, la licenciatura lo reforzó y aunque el sistema me premiaba manifiestamente había algo que se desplazaba más y más y con esas dosis de vanagloria yo vivía pequeños intervalos de felicidad incondicional, hasta que era requerido luego una nueva empresa de méritos.
      Y aquello que se desplazaba me arrastraba a las noches de insomnio, al vandalismo simbólicos, al sexo, al alcohol y las calles. Crisis no era lo que yo entendía por crisis y paradigma tampoco lo era. La crisis verdadera era constante, pero yo la soportaba con una mínima intensidad para que mi meta(másallá)trayecto no se desconformara.
      Respecto al paradigma, yo no tenía derecho a llamar crisis paradigmática a algo que nunca jamás me permitía cuestionarme los principios que operaban en mi conducta. Dichas crisis plantaban y cuestionaban los principios que me movían siempre desde el mismo plano de pensamiento, desde el mismo nivel de consciencia y por supuesto sin el más mínimo valor por el silencio.
      Lo que creía la salvación -solución de mi inconformidad- en realidad ha sido mi problema. No un problema fundamentado en la flagelación gratuita. No me dañaba por dañarme, sino porque, además de que no conocía otros modos y no sabía salir de mi mente, el pensamiento era tan efervescente, eléctrico, brillante, sublime, fugaz y placentero que todo, absolutamente todo cabía dentro de él. Era una máquina perfecta de terror sutil, un sistema ambicioso que lo único que quería era que lo viviera todo a través de él.
      ¿Pero es el pensamiento mi enemigo? No lo creo así, el problema no es el pensamiento sino el uso, la configuración a la que se presta y su dependencia inducida. En cierto modo él solo quería protegerme, acudió a mí cuando estaba indefenso, me extrajo de una infancia pantanosa y me prometió que jamás me iba a dejar caer a la vez que yo me consagraba a él. Él me llevó más allá, me dijo qué señalar con el índice y qué no, qué aceptar y qué no, y me dijo que tenía que ser fuerte. Lo encontré a él, o él me encontró a mí, eso no lo sé. Lo que sí se es que podría haber sido otra cosa; aislamiento, un amigo imaginario, el abuso a un niño más pequeño...
      En el fondo solo quería protegerme y él ha querido convertirme en su reflejo frío, en alguien fuerte, teorizador a quien todo le da igual. Que no le oirías quejarse de la vida, porque la vida te da lo que hay. Por él yo sería alguien crítico pero consternado, apasionado pero jamás entregado, amable pero invulnerable.
      Actualmente todavía me estoy desprendiendo de él, y sí, la razón es esa; había algo que se me estaba escapando y cuanto más evidente resultaba más empeoraban mis síntomas, y cuanto más repentinamente emancipado me sentía, más sabía yo que ese sistema volvería a mí más voraz que nunca para recordarme qué está bien y qué está mal. 
      Pero hay algo que ya no puedo controlar, ahora soy yo el que ve más allá y aunque él me conoce demasiado, porque ha visto más que nadie -puede también ir más deprisa que yo y anticipar mis pasos- yo también lo conozco a él.
     Y aunque me duela, tengo que decirle que esto es irrefrenable, que no hay marcha atrás que no lo necesito de ese modo.
      Una cosa llamativa es que cuanto más dentro estaba de él más consonancia había entre las cosas que pensaba y sentía y todo se encuadraba dentro de eso que yo llamaba "fuera de la mediocridad". Pero ahora que me alejo, es curioso que vea a ese sistema como lo más mediocre que puede existir, es él el que me insta a alejarme de lo que vivencio, es él el que me dice que no sirve de nada amar, que es mejor huir. Es él el que me convence para que intente atrapar a alguien, para que construya esa realidad mediocre que también él antes criticaba, es él el que me lleva a pensar una y otra vez que debo desconfiar, que debo tener tres ojos, que debo seguir siendo celoso e invadir la privacidad, que debo romper toda implicación, reírme de lo que ha llegado a mí, serle infiel sin problema, jugar con ella, escupirle y luego abrazarla sin remordimiento.
      Ahora es él el que juega a resentirse. Pero la dirección del control se está invirtiendo. Y esto es algo que estoy entendiendo cada vez más, yo no puedo constreñirlo, pero sí puedo entenderme y entenderle, escuchar sus voces, dejarlas pasar, meditarlas, actuar hasta donde lo convenga y demostrarle las nuevas dimensiones de esta realidad. Decirle que ni él ni yo necesitamos nada más para ser felices, decirle que no necesitamos rigor, seguridad garantizada sin margen de error, decirle que la vida está ahi y esperar, solo esperar, que él tambien sepa pensar el amor, que no lo despache, que no lo tema.
      Parece sencillo, parece que todo esto no lo estoy diciendo con la voz trémula, parece que no tiemblo de terror. Mis esquemas mentales están ahí y a veces me atrapan por detrás, como aguien que te hace cosquillas en el costado sin que sepas quién es. Yo lo llamo pensamiento, pero no estoy siendo del todo preciso, a veces no pienso en absoluto, solo me quedo quieto, se me olvida el camino y siento pavor, se me agria el pecho y se me cierra la garganta. La muerte habla, 
me dice -no que se lo llevará todo- sino que ya lo ha hecho.
      Entonces el pensamiento vuelve y me dice que todo con lo que cuento es una vulgar mentira, que no estoy viendo más allá, que me estoy persuadiendo por enredos y relaciones. Entonces puede pasar, que me sostenga en esa tónica de desesperación durante días, que me mueva, que me acerque a esa realidad vulgar para preguntar; ¿Es esto amor? ¿Estás aquí conmigo? ¿Tú también me amas?. O también puede pasar que no se me olvide el nuevo paradigma, que no me permita retroceder y que entienda que él, antes de hablarme, me debilitó con el miedo sutil, me embrujó, me desmanteló con mis propias armas y se acercó para decirme: "Yo también estoy aquí, ¿qué te crees? ¿que no conozco este nivel? ¿te crees que me es ajeno tu lenguaje? yo nací aquí contigo, me fecundé arriba y luego te rescaté. Podemos jugar todo lo que quieras, pero si te olvidas de mí, tendras que soportar mi sombra"
      Él tiene razón, hay una parte en la que no se equivoca. Por eso debo entender que el amor no es dependencia, que eso es solo el principio, que saber desprenderse es necesario. Pero también tengo que entender, que "yo" y "otro" forma parte de un continuo. Y que abrirse a los demás, y entregarse a la leyenda de la entrega sin parangón, supone dejar salir las voces heridas mientras te dejas partir en dos.

(Julio)

Condiciones de amar (Julio)

Para amar reformádamente hay que desprenderse del pasado,
y para eso hay que aceptar que el pasado ya se fue.

No hay mayor motivación para hacer eso
que descubrir un sentimiento,
tan embriagador
tan grande, merecedor,
tan fuerte y sustentador;
que te llegue a dar miedo justo
por lo que pueda esconder detrás,
-el daño que ese sentimiento señala
y que te afana diciéndote
que merece la pena hacer frente-.

Uno ama cuando está preparado,
pero uno solo se prepara amando.

Así es como llegué a entender que el amor solo puede crecer,
y lo hace con daños y gratitudes.

En su dinámica se encuentra el engranaje
para descomponer las máscaras,
cuidar de lo realmente importante
y dejar que te convierta en alguien nuevo.

Por otro lado, también aprendí
que no hay nada más devastador
que hacer ese amor a la imagen y semejanza
de un antojo,
convencer aferradamente a ese sentimiento
de que tú eres el sabio
- aunque solo de su inspiración libre
surjan las burbujas de la trascendencia -.

Porque no hay nada más devastador y triste
que acabar muriendo de pena
por no haber nunca alcanzado lo que no existe,
por llorar la pérdida de un capricho
que se generó para ser siempre anhelado.

Y así, esa emoción nefasta se ríe de tí,
detrás de uno, detrás de la compasión.

Ese capricho se ríe, porque sabe
- que aún tú conociendo su maquiavelismo-
te rendirás cómodo a su dominación.

Ese sentimiento te infunde un miedo devastador,
y a la vez ridículo,
ante un mínimo contacto con la realidad.

Y no hay nada más devastador
que uno se resista a sufrir,
que nunca termine de dar el paso,
que nunca llegue a saber que da igual
el fracaso o el éxito,
porque de ambos modos
- más allá del sufrimiento que te generas-
solo te encuentras tú,
anhelante de experiencias, fabricando excusas,
y fortaleciendo copiosamente lo que llamas amor.
sin querer escucharte,
sin dejar entrar las burbujas o las cuchillas,
sin querer ver que es el cristal que lo protege
lo que se rompe y no el corazón.

Y a los que aman
proclamando su incondicionalidad,
encumbrándose por encima de las necesidades del otro,
alardeando de los desposamientos a los que se renunciarán por él,
galardeando de su pulcritud, de su gracia,
de su superioridad, de sus instrumentos de conquista
con los que esperan compensar las atrocidades silenciosas
de su patio lejano de recreo.

A los que se apiadan del otro, lo constriñen,
lo dejan vacío de vida,
y se lamentan
por no haber sido nunca queridos,
por no ser nada sin el otro,
y se enfadan
separando las condiciones de la persona,
y ven solo su mitad
esperando fabricar ellos la otra mitad.

Tristes,
porque no saben que no hay nada más indestructible
que amar exento de condiciones,
pero creen que lo único incondicional son
las condiciones de su emoción.

Tristes,
porque no podrán poner su mano
al otro lado de un grueso y limpio cristal,
y tocar otra mano cálida y húmeda
sin querer usurpar, sin querer poseer,
sin valorar la modelación de mundos paralelos,
sin querer atrapar o descomponer
las realidades respectivas y validadas de cada uno,
sin querer tener del otro aquello de lo que carecen..

Sin ver la delicadeza con la que
otros acarician lo que ya tienen,
lo que valoran
y jamás se permitirán perder.


(Julio)

lunes, 27 de octubre de 2014

Reconocer el margen

Ya no importa, se fue lo mediocre.
Se fueron los celos, las interpretaciones neuróticas
y el despecho llano.
Entregarse a las reglas del mundo supuso adulterar toda entrega,
exponerse débil a las asignaturas manidas de la mayoría,
supuso sacar esa parte de mí
que yo anestesio ahora con la grandiosidad del que ve desde los márgenes.
Hacer un instrumento útil a mis palabras podría suponer corregirme,
golpearme los pies vagos, conformarme a las casillas contiguas en las que discurre la vida.
Perder, verse atrás, verse a sí mismo sin saber jugar,
como ese campo de fútbol del recreo cuando niños y yo
sentado en la acera cerca de los baños.
Entregarse a la metafísica y su universo divergente y desorganizado,
una continua expansión compuesta de encuentros y desencuentros,
de rostros en proceso de reflexionar sus gestos
y de carnes emulsionando con levadura,
personas sentadas a los márgenes, que evitan la seguridad de las reglas,
que van al margen, donde todos nos movemos inquietos como en la antesala de la muerte,
hundidos con nuestras inversiones arriesgadas en un fango que computa
nuestros órganos para acelerar el envejecimiento.
Tensando los hilos de las reglas más arraigadas, mientras con la inteligencia y el desprecio al vulgo, aquí alcanzo el éxtasis con los que llegan y te iluminan con su grandiolocuencia imprecisa.
Cada uno empecinado románticamente en una cosa
pero elaborando el disimulo necesario para no mostrarse ni a uno mismo
que lo que se fabrica es un troquelado de esa gran sala.
La que daña, la que miramos al margen, la que por encima de todo se anhela
y cuanto más te tientas a meter la mano más inflama los nudillos
¿Pero cómo reconocerlo?
¿Cómo asumir que eso es nuestra humillación antropológica?
Dentro de las más aceptadas reglas, los gastados a veces se giran y te miran desde sus sillas de ruedas, o cuando se las llevan apretándolas del brazo.
Mírame, aunque yo no sé jugar mejor que tú.
Tanto perdí que por no caer en la instancia de ese rol tan fácil, me vine al margen,
mis pasos rezuman polvo de caridad, la indulgencia a la víctima.
Pero yo no te engaño menos que aquel caprichoso que fracasó en su empeño de amar poseyendo.

(Agosto)

GRAGEA AISLADA

Desesperado son por el que se olvida
nada más pronunciarse.
El mismo son que bailan algunos árboles roídos
por pensamientos que no son suyos.

Algo se escapa en los días,
mis manos parecen más largas de lo que son,
quieren rozar unas nubes desconocidas.
¿Fueron mis manos mi primera propiocepción?.

Nunca alcanzo aquello que busco,
pero está cada vez más claro
que la búsqueda es una representación irrisoria,
una necesidad punitiva,
un lenguaje que esconde un teatro detrás del teatro.

Mis ciclos son perniciosos, adictivos pero claros,
tanto en cuanto
la evidencia se confirma
entre un eslabón y otro del vicio.

Las epifanías son relativas,
consagradas a medias tintas,
revelaciones sin implicación
(como una infidelidad descubierta en el desayuno)
y eso condensa y aísla aún más las conjeturas
-una gragea radiactiva-.
Y aunque la noria de mis virajes
también ilumina los síntomas,
un rostro carbonizado
(que el viento aún no ha borrado)
resguarda endeblemente
una erupción contenida.

Polvo que formó filamentos
con la danza de algunos insectos.
Polvo e insectos que forman pequeñas ruedas.
Todo son elementos que están ahí, separados,
como hebras
de un sueño hipertrofiado,
de traumas en proceso de reconstruirse
en el iluso espejismo
de vivir al día,
de horrorizarse,
de consentir por entero
el hálito de las voces
desde que se dicen
hasta que se olvidan.

Las hebras son partes de mí,
como cometas fulminados,
me preservan descompuesto,
conectado a una elucubración irradiante (la gragea),
donde me centro y no veo nada,
salvo lo mínimo,
lo más pequeño,
que es cualquier cosa
que reduce el tiempo hasta donde
yo no estoy
nunca estuve, ni estaré.

Como el crujido de un tractor que mastica paja
las páginas del ahora se cierran
dejando un eco en negativo.

7-10-14

MI NUEVA ADICCIÓN

En mi acostumbrado universo de apéndices,
de órganos interpuestos,
de hormigas en toboganes de sangre.

En mi acostumbrado universo de emociones
que dibujan un forzado lenguaje pesimista,
de emociones
que se abren como gargantas verticales,
que atan y chantajean mi temple
entre intempestivos hilos de seda.

Un cordón umbilical que flota entre las estrellas.

Atraparse en él
y despejarlo todo, salvo un hálito
de misteriosa y pasiva contemplación.

De un lugar extraño,
(como quien no quiere la cosa)
creciste a mi lado
como un pulmón apelmazado
que amenazaba con su crecimiento patológico.

Me agarraste de las muñecas
y entre chasquidos de huesos
y rasguidos reestructurantes
me extrajiste como un feto,
abriste mi ojo,
y cuando vi,
me di cuenta de dónde siempre pude haber estado,
descubrí el sentido de los determinantes pasos del daño,
caí en cuenta de una programación
extraña y ajena
que se fecundó en una fe de la que siempre renegué.

En mi acostumbrado universo
tú metiste un dedo
y todo empezó a replegarse.
Y en los colmos del seísmo
-entre vertiginosos electrones girando a su capricho-
no se terminaba de dibujar la desacostumbrada
figuración de tus labios
y mi nueva adicción

7-10-14


El vago y el doctor

Me dormía el ventilador giraba a un lado y otro el aire rozaba mi cuerpo con intermitencia.
Reducir la robustez de la melancolía a la simpleza de un aspa de ventilador.
Fluyen flamantes las palabras disociadas como cachorros perdidos en el bosque.
El vuelo nocturno de una avioneta condenada a nunca aterrizar,
un vago fue al médico alertado porque creía que tenía necrosis en la mitad del encéfalo "verá usted" dijo con recato "mis formaciones semánticas se diluyen y las palabras resúltenme enclaves insuficientes para soportar este andamiaje"
"¿y cuál es el problema" le respondió el doctor cruzando sus dedos severamente.
"El problema" dijo absorto y contemplativo "es que no soporto la arena ávida de los ríos y la linealidad marcada de los protocolos de conducta"
"verá usted" le respondió el doctor "se queja usted de los entresijos. Mencionó en su monólogo algo así como la robustez de la melancolía, pero tampoco le gustan los ríos secos. El aspa de ventilador le proporcionaba cierta paz, deduzco, cierta tranquilidad súbita debida a la desimplificación. Le gusta la tranquilidad, aunque cree que no la merece porque se olvida de usted mismo. No le gustan los protocolos, pero dígame ¿Cómo espera usted dinamizar el agua del río si no es por el esfuerzo acumulado de un modelo regularizado? ¿Se le ocurre a usted algo mejor?. Deduzco que no porque las soluciones le asfixian. Toda resolución puede resultar reduccionista y usted no quiere perderse nada de valor, anhela los misterios sin asir que vuelan más allá de la atmósfera. No sabe usted cuantos grandes vinieron por aquí. Pero, por favor señor, no se le suba la grandilocuencia a la cabeza"
"No, no, puede usted hablar de Alejandro Magno, Napoleón o incluso de Don Juan Tenorio. Ya me comparé con todos ellos también acudí al cuerpo teórico del psicoanálisis. Créame que ya he barajado todo tipo de posibles represiones y tras una búsqueda pormenorizada e introspectiva -créame que he consumido todo tipo de recursos poéticas para aligerar el acceso a mis anclajes más soterrados- no he conseguido dar con la esencia del asunto. Vengo a hablar con usted porque justamente la indumentaria de la grandeza resulta insuficiente no es que no pueda alcanzar todo lo que quiera, la grandilocuencia sigue resultándome enormemente útil. Es solo que, en fin, hace ya mucho que se habla de virtuosismo, y ya que consideré en antaño que toda virtud es solo el amortiguador del fracaso, pues pensé, no sé, quien sabe quizá la grandeza también lo es de otra cosa. Se trata de invertir la dirección de las relaciones causales. Usted me acusa de anhelar más y más conocimiento inalcanzable, créame que si algo profeso últimamente es el escepticismo, aunque no puedo decir que lo lleve especialmente bien, miro con cierto recelo a los que lo tienen claro. Pero oiga, resúltenme ellos tan pragmáticos, tan felices también, que a veces este complejo me hace batirme entre el convencimiento precoz y el desprecio de todo modelo regularizado, como usted lo llamó. En fin, usted sabe que soy individuo de un solo organismo fisiológico".
"Le entiendo, le entiendo, reniega de la seguridad que le puede proporcionar una inversión focalizada. Tiene  a la vez una tremenda pesadumbre por vivir en el terreno seco de las dudas. No quiere usted obtener nada de la vida a través del autoengaño. Cree usted que se conforma con muy poco. Pero no puedo evitar la sospecha de que espera usted encontrar en su escepticismo una gran recompensa basada en la esperenaza de que todo lo que percibe de usted conseguirá aunarse en la unidad más perfecta y completa de cuanto conoce".
"Entonces, ¿Qué es lo que me pasa? doctor"
"Usted es sencillamente un vago. No tengo claro si como consecuencia de su egocentrismo o al revés, aunque cada vez más defiendo la tesis del interaccionismo"
"Usted se parece mucho a mí"
"Claro, por supuesto. Acaso no pertenecemos ambos a una escena emergente donde dos roles cuajaron de súbito para catalizar la voz que optimiza lo que el conjunto considera lo más relevante de cuanto acontece y así poder poner puntos en común?"
"O al menos cree que los ponemos"
"Exactamente amigo, exactamente. Usted y yo nos entendemos pero no se entusiasme, nuestro papel es tan irrisorio como el cataclismo de las pieles muertas de los pies, o como el fluir de una aspa de ventilador en el que acaban fundiéndose todas las dudas, y confabulándose los engaños, donde los discursos se van moldeando sinuosamente, para al final cercarnos a todos en el terreno miope en el que lo rebelde resulta suma conformación, aunque se entienda como rebeldía para favorecer en la consciencia la necesidad de consistencia...."
El doctor y el vago habían desaparecido ya, y dichas palabras últimas del doctor se desimplementaron de su función. Sus discursos alcanzaron tensiones, y aunque aunaron puntos en común, un resorte latente brotó del cielo para romper la placenta donde la amistad se acunaba, una pequeña chispa derrotista tensionaba los músculos dispuestos a las caricias. La avioneta seguía zumbando en mi cabeza como un mosquito, la corriente del ventilador yendo y viniendo me despertó. Estaba destapado y me había enfriado.

(Agosto)

Crepúsculo degradándose (Agosto)

El crepúsculo traslucía el cristal y media persiana lo mostraba por sus agujeros. La cortina ondulaba al son del aire acondicionado. La intensidad de la luz cambiaba gradualmente. Eso era una obviedad, aunque no evidente para los ojos. Aunque saberlo, saber que camiaba continuamente, y que el torrente de energía solar era paulatinamente menor, hizo del momento algo más bello.

Las cosas se aprecian más con la consciencia de su terminación. Y ese cuadro del comedor; la luz, la persiana tranquila, el crepúsculo anaranjado intentando rogar algo desde el cristal, una celda, la luz sufriendo calladamente su tenua extinción y las cortinas cómodas, indiferentes y bailando cálidas, orgullosas de estar aquí tras el cristal como un perro doméstico: su mirada desde la reja, esa distancia prudencial dirigida a su semejante callejero y furtivo. Y es que así es la luz que llega a mis ojos, la que luego se convierte en fenómenos y los poetas encumbran en páginas privilegiadas que nacieron para acumular polvo dorado. Las cortinas son plácidas y domésticas y la luz algo furtiva, lejana, inentendible, ajena a mi ojo, inasible para mi entendimiento, algo que atestiguo con tanta sencillez que precisamente me embriaga por esa complejidad teórica que le atribuyo, la grandeza de lo inalcanzable, el girar de un planeta, la soberbia grave de su sonido y el silencio.

La intensidad de luz anaranjada ha disminuido drásticamente, las rítmicas ondulaciones de las cortinas se preparan para acoger la noche, el aire acondicionado, su expulsión constante, genera ritmos sonoros en mi mente que no existen. El aparato tiene intenciones, proporciona la música a las cortinas y éstas se mueven mecánicas. La luz del crepúsculo grita desde fuera, sabe que le toca morir, sus millones de partículas entran en este habitáculo para extinguirse como meteoritos, rebotar en los objetos y unas pocas de ellas llegar a mí. Pronto todas gritarán desesperadas porque también quieren su parte, también quieren estar aquí, quieren que su materia sea controlada, que sea homologada, quieren construir una identidad.

La luz del crepúsculo, una eyaculación gigante que expulsa un ejército de bárbaros que se dirige a robar la vigilia de la doncella. Desmantelar la clase social, acabar con los objetos animados, con la payasada constante de creer en la vida y no haber sentido el dolor de haber visto más, no haber caído en cuenta de la suma humillación sobre la que nos protegen los pósters, las fotos, los objetivos compartidos para mejorar la competitividad, la belleza ostentada en el orden de una habitación.

Hay gente que nunca se ha parado a ver el crepúsculo tras las cortinas, hay gente que no ha dejado que entre y lo invada todo. Hay gente que seguramente se ha reído de los elementos, de su fluir torrencial, ha hecho chistes con las nubes, o ha mirado las estrellas y las ha disparado de una en una con el dedo. Pero puede que no hayan intentado retroceder, eliminarla la instrucción que atribuye el fondo a lo oscuro. No han intentado crear su propio mito, ni han imaginado, por ejemplo, que la estrellas son puntos rotos en la capa que esconde el gran cielo de la vida. Y ni con lo que saben, tampoco han realmente intentado sentir que durante los ultimos miles de años nada ha pasado en el área oscura del cielo, que nada captable ha sucedido. Pero no han tampoco sentido que más allá del negro, como un indicador de ausencia, puede haber millones y millones de nuevas parcelas, de sucesos que se mueven en otras coordenadas y que de ningún modo han pasado por aquí para ponerse en sintonía con nuestros sentidos.

El crepúsculo está casi apagado, y la cortina sigue bailando, todo se cierra sin luz ni información. y el aire acondicionado, perfectamente instruido, orquesta los estertores del misterio y gesta la necesidad de una robusta religión que calle y tema las nuevas exploraciones, que trivialice la función más básica de mis constituyentes.

La religión emana del aire acondicionado resoplando un cuervo de guerra, despejando la noche de desconocimientos, señalando a la integridad, a la importancia del tejido familiar, señalando y diciendo que si todo es contingente e idiosincrásico entonces vamos al hedonismo. Te dice que el principio del placer se aplica cuando no hay nada que perder. Ella te priva de tu naturaleza animal, encubriendo tu dimensión más primitiva "No sigas rompiendo moldes, amigo" dice el aire acondicionado "yo te doy el ritmo, valora el crepúsculo con cualidades fotográficas, yo te lo puse ahí para que todos apreciaseis y comparaseis la belleza" "No indagues tanto el cielo en la noche, ese misterio me concierne más a mí yo te di la luz de las estrellas para tentarte al paraíso celestial, te las di para que celebras la vida y que bailéis en grupo" "Mira firme, acepta tu posición. El hedonismo y la sublimación en el conocimiento te aísla de tus más básicos despechos. Puedes maquetar la fuerza actancial de tu madre, puedes expulsar su impronta, soplando en su cara y tratándola con el desdén propio del que solo vive en sus ideas. Puedes ser invulnerable, incorrumpible si todo en la vida vale y jugar a, que por vulgar, el sexo no tiene valor constituyente alguno".

Ya está completamente oscuro. ya no contemplo nada ahora solo estoy yo. Y después de la escapada existencial y la alarma teológica solo queda soportar mis desafectos. Y son ellos sobre los que todo se configuró, incluida la percepción del crespúsculo.

(Agosto 2014)

fingida estabilidad (Julio)

El primer paso para encontrar tu dignidad y valía puede que sea el enfado.
Enfado, 
porque la vida no responde,
porque dependes de que otro te dé. 

Ese enfado me bloquea,
reúne un bucle de consuelo,
palabras vacías 
y cristales rotos. 

Aunque los pensamientos acelerados no tienen fuerza,
yo sé que el grito de mis noches 
se dirige a encontrar una fortaleza,
sé que reclama salir,
y que me insta, con pavor, 
a retirar mis esperanzas -como las manos del fuego-
a mirar con otro ojo 
ese amor lejano, protegido y
acurrucado en una instancia de cristal.

A veces hablo desprovisto de autocompasiones,
de romanticismos lacónicos,
sin rigidez, 
con una valentía
-que retumba mi pecho,
que fortalece los latidos-
con una mirada 
que proyecta un nuevo fondo de atrevimiento,
de alguien que ya murió, 
que se desprendió,
en cuyas costillas reclinan las quejas de la infancia. 

La cura despeja mi garganta, 
abre los brazos
como un águila que te recoge del cielo.

Los lamentos explotaron, se inflamaron,
hasta el punto de desconectarse del momento.
Y yo ahora sigo acumulando figuras retóricas,
sigo esperando, que pensando en profundidad
esto pueda mantenerse más tiempo.

Pero poco a poco nuevas arrugas nacen 
al esquivar sables -debajo de este discurso épico-
y un hombre impaciente aguarda,
que cada vez más entiende, que la vida no ofrece síntesis definitivas y 
que los vasos medio vacíos
constituyen el equilibrio natural.

(17-7-14)