martes, 28 de octubre de 2014

Condiciones de amar (Julio)

Para amar reformádamente hay que desprenderse del pasado,
y para eso hay que aceptar que el pasado ya se fue.

No hay mayor motivación para hacer eso
que descubrir un sentimiento,
tan embriagador
tan grande, merecedor,
tan fuerte y sustentador;
que te llegue a dar miedo justo
por lo que pueda esconder detrás,
-el daño que ese sentimiento señala
y que te afana diciéndote
que merece la pena hacer frente-.

Uno ama cuando está preparado,
pero uno solo se prepara amando.

Así es como llegué a entender que el amor solo puede crecer,
y lo hace con daños y gratitudes.

En su dinámica se encuentra el engranaje
para descomponer las máscaras,
cuidar de lo realmente importante
y dejar que te convierta en alguien nuevo.

Por otro lado, también aprendí
que no hay nada más devastador
que hacer ese amor a la imagen y semejanza
de un antojo,
convencer aferradamente a ese sentimiento
de que tú eres el sabio
- aunque solo de su inspiración libre
surjan las burbujas de la trascendencia -.

Porque no hay nada más devastador y triste
que acabar muriendo de pena
por no haber nunca alcanzado lo que no existe,
por llorar la pérdida de un capricho
que se generó para ser siempre anhelado.

Y así, esa emoción nefasta se ríe de tí,
detrás de uno, detrás de la compasión.

Ese capricho se ríe, porque sabe
- que aún tú conociendo su maquiavelismo-
te rendirás cómodo a su dominación.

Ese sentimiento te infunde un miedo devastador,
y a la vez ridículo,
ante un mínimo contacto con la realidad.

Y no hay nada más devastador
que uno se resista a sufrir,
que nunca termine de dar el paso,
que nunca llegue a saber que da igual
el fracaso o el éxito,
porque de ambos modos
- más allá del sufrimiento que te generas-
solo te encuentras tú,
anhelante de experiencias, fabricando excusas,
y fortaleciendo copiosamente lo que llamas amor.
sin querer escucharte,
sin dejar entrar las burbujas o las cuchillas,
sin querer ver que es el cristal que lo protege
lo que se rompe y no el corazón.

Y a los que aman
proclamando su incondicionalidad,
encumbrándose por encima de las necesidades del otro,
alardeando de los desposamientos a los que se renunciarán por él,
galardeando de su pulcritud, de su gracia,
de su superioridad, de sus instrumentos de conquista
con los que esperan compensar las atrocidades silenciosas
de su patio lejano de recreo.

A los que se apiadan del otro, lo constriñen,
lo dejan vacío de vida,
y se lamentan
por no haber sido nunca queridos,
por no ser nada sin el otro,
y se enfadan
separando las condiciones de la persona,
y ven solo su mitad
esperando fabricar ellos la otra mitad.

Tristes,
porque no saben que no hay nada más indestructible
que amar exento de condiciones,
pero creen que lo único incondicional son
las condiciones de su emoción.

Tristes,
porque no podrán poner su mano
al otro lado de un grueso y limpio cristal,
y tocar otra mano cálida y húmeda
sin querer usurpar, sin querer poseer,
sin valorar la modelación de mundos paralelos,
sin querer atrapar o descomponer
las realidades respectivas y validadas de cada uno,
sin querer tener del otro aquello de lo que carecen..

Sin ver la delicadeza con la que
otros acarician lo que ya tienen,
lo que valoran
y jamás se permitirán perder.


(Julio)

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