martes, 28 de octubre de 2014

Me llevó más allá (Julio)

Hay una parte de mí dentro, ahí dentro, que cada vez sé discernir con más claridad. Es una parte de mí que se desarrolló en mis cimientos, que no supo otro modo de hacer las cosas. Es una parte sobrecargada, enfadada por haber recibido más de lo que debía, por tener que convivir con disputas que no le pertenecían. ¿Pero cómo iba yo a reconocer que yo estaba insatisfecho
con todo el panorama? ¿Cómo iba a reclamar que necesitaba más? ¿mucho más?.
      Esa parte enfadada de mí se suprimió, la escondí, y me convertí en un complaciente de la vida.
Me reía de todo, la vida era un juego, mis padres eran de plástico, la muerte un mero trámite y el amor, solo una utopía imposible para mí.
      Pero daba igual porque todos éramos personas que construíamos nuestra realidad ficticia. Y durante largo tiempo fui ese testigo que ve cómo los demás maquetan su realidad mediocre, construyen sus frágiles torres.
      A mí solo me tocaba sonreír, reírme de todo y dar tumbos en un plano metafísico, donde nadie podía verme, pero a la vez destacar. No es que mi desarrollo haya resultado en vano, he aprendido a valorar cosas que de otro modo se habrían escapado. He aprendido a mirar más allá, sin aprensión muchas cosas eran posibles, podía soportar el llanto con frialdad de alguien que no lloraba nunca a nadie, podía soportar tormentos de amigos que se empeñaban en darse contra muros una y otra vez, podía mirar a mi madre, juzgarla asépticamente y encontrar las palabras precisas para que mi consejo le hiciera reflexionar.
      En todo ese tiempo, o desde esa parte de mí, jamás me vi a mí mismo como una víctima. Al contrario, me creía especialmente afortunado y defendía la teoría de que todos debían sufrir un poco para poder apreciar algo más. Me gustaba meterme entre vínculo fieles, acariciar la insurrencia de las almas más discretas, me gustaba mostrar una falsa compasión y esconder mi alegría. Les decía "Ahora tendrás que rendirte a la evidencia, una parte ilusa de tí se dañará, tus insulsos objetivos se diluirán y tendrás que buscar amigo, tendrás que esforzarte por encontrar otros parámetros, o tendrás que vivir constatando una y otra vez que no los hay y eso te hará más natural, te dará sexo sin presunción, darás crítica sin tolerancia, te reirás de las faldas de la virgen, te reirás de los afanados, los fieles y de todos los que creen que tienen las repuestas en sus puños" Y aunque esto no se lo decía "Y así podrás ser como yo" en realidad era mi mayor interés.
     No es que mi paradigma esté en una suntuosa crisis. No, porque no puedo hablar con esas palabras que tanto adulteré. Porque crisis no es lo que yo creía crisis, y paradigma tampoco lo es.         Hace tiempo nombré crisis a aquello que de pronto resiente tu visión de las cosas, aquello que te hace sufrir y que no entiendes inmediatamente por qué. Y paradigma era un esquema a través de cuyos términos yo interpretaba la realidad. A veces esos esquemas se desmantelaban, se tenían que enfrentar a información disonante, a un tipo de posiciones confiables que me hacían sentir insignificante, tonto, ignorante. Es por eso que gasté tantos años intentando aprender más, y a veces no sabía por qué tanto afán. Había tantas cosas que podía ser en esta vida, yo no tenía ningún tipo de reservas: ¡Las quería todas!. Pero no se trataba de que quisiera desarrollar todas mis facultades teniendo en cuenta un potencial sin fondo. Muy a menudo me encontraba con mis propios límites. A decir verdad, vivía la mayoría del tiempo asediado por ellos, también por la desgana, la desmotivación y la depresión.
      Cuando estaba abajo nada tenía sentido, mi bienestar -que medía en términos estrictamente cuantitativos- era visto desde abajo como un logro que dependía del rendimiento, es decir, que debía ganar con esfuerzo y que también debía esforzarme por mantener. Si la realidad se venía abajo era porque no estaba haciendo lo suficiente. Hasta la relajación y las metas espirituales estaban supeditada a este esquema.
      Desde este enfoque, crisis era todo aquello, que lenta o súbitamente, desmoronaba mi percepción magnánima y perfecta de la realidad, donde de algún modo u otro yo siempre salía ganando. O era el más listo, o el más sensible, o el más valiente. Y a veces si fracasaba era porque nadie era capaz de entender mi sensibilidad, que no se llegaba a apreciar el esplendor de mi empeño.
      Así pues, esas sucesivas crisis poco a poco facilitaron el desarrollo de una percepción cada vez más abigarrada y multidimensional de la relaidad; la información se iba acumulando. Y esas crisis de paradigma se concretaba en momentos en los que la información no coincidía conforme a los principios que defendía y sobre los que, sobre todo, me exhibía.
      Desde el plano del conocimiento mi posición era la misma que antes, desde la realidad más mundana seguía entendiendo que la gente necesitaba creer, todos se asían a un esquema rígido y cerrado, lo airaban como si hubieran encontrado la panacea de todos los males, y de nuevo, nadie miraba más allá, a poca gente le gustaba asumir la duda como principio motor del conocimiento, todos querían su parte pragmática, su reconocimiento oficial.
      Cuando poco a poco me empecé a quedar sin respuestas la duda comenzó a ser lo que me diferenciaba. Aunque no quisiera engañarme, al margen del rigor de mi discurrir, dicha duda estaba la mayor parte del tiempo como una buena excusa para descreditar todo principio claro ante el mundo, para despreciar a todo papanatas que le hubiera dado por racionalizar lo suficiente como para descartar toda información incongruente que no justificara su visión.
      Pasó mucho tiempo, sufrí mucho en soledad. Cada vez me lamentaba más, hasta que me di cuenta de que yo también era uno de ellos, solo que al ir más allá me costaba darme cuenta de esta ilusión, pero la virtud de todos los modelos firmes era para mí racionalizada de tal modo que resultaban inverosímiles. Pero jugaba al mismo juego de aquellos a los que criticaba, solo que desde un plano más sublime y con una mayor fingida autoconsciencia, y dicho sea, también verborrea.
      Cuando poco a poco sentí que algo esencial en la vida se me estaba escapando, comprendí por qué todos territorializamos, y comprendí también por qué nos cuesta tanto prescindir de lo que yo llamaba mediocridad. He pasado deprisa y corriendo en la frase "algo esencial en la vida se me estaba escapando". Pero es el punto de síntesis más improtante que hoy día puedo encontrar. Mi visión tenía un halo narcisista, perfecto. Yo me empeñaba en mi verdad y así alimenté el paradigma durante años, el cual es de tal envergadura que me permite entender las estrategias de la paranoia más devastadora y las del ego, en general.
      En el previo paradigma, el crecimiento del conocimiento se reducía a una meta, un objetivo puesto en el futuro que justificaba todo el sacrificio: la gloria, una gloria que bastaba por sí misma y que cuando poco a poco comencé a alejarme del paradigma distinguí más como vanagloria.
      La dirección era la inadecuada, también el objetivo, también los recursos puestos en ello.
Tras mis cinco años de psicología nunca jamás me he dado cuenta de que todo era incorrecto. Es más, la licenciatura lo reforzó y aunque el sistema me premiaba manifiestamente había algo que se desplazaba más y más y con esas dosis de vanagloria yo vivía pequeños intervalos de felicidad incondicional, hasta que era requerido luego una nueva empresa de méritos.
      Y aquello que se desplazaba me arrastraba a las noches de insomnio, al vandalismo simbólicos, al sexo, al alcohol y las calles. Crisis no era lo que yo entendía por crisis y paradigma tampoco lo era. La crisis verdadera era constante, pero yo la soportaba con una mínima intensidad para que mi meta(másallá)trayecto no se desconformara.
      Respecto al paradigma, yo no tenía derecho a llamar crisis paradigmática a algo que nunca jamás me permitía cuestionarme los principios que operaban en mi conducta. Dichas crisis plantaban y cuestionaban los principios que me movían siempre desde el mismo plano de pensamiento, desde el mismo nivel de consciencia y por supuesto sin el más mínimo valor por el silencio.
      Lo que creía la salvación -solución de mi inconformidad- en realidad ha sido mi problema. No un problema fundamentado en la flagelación gratuita. No me dañaba por dañarme, sino porque, además de que no conocía otros modos y no sabía salir de mi mente, el pensamiento era tan efervescente, eléctrico, brillante, sublime, fugaz y placentero que todo, absolutamente todo cabía dentro de él. Era una máquina perfecta de terror sutil, un sistema ambicioso que lo único que quería era que lo viviera todo a través de él.
      ¿Pero es el pensamiento mi enemigo? No lo creo así, el problema no es el pensamiento sino el uso, la configuración a la que se presta y su dependencia inducida. En cierto modo él solo quería protegerme, acudió a mí cuando estaba indefenso, me extrajo de una infancia pantanosa y me prometió que jamás me iba a dejar caer a la vez que yo me consagraba a él. Él me llevó más allá, me dijo qué señalar con el índice y qué no, qué aceptar y qué no, y me dijo que tenía que ser fuerte. Lo encontré a él, o él me encontró a mí, eso no lo sé. Lo que sí se es que podría haber sido otra cosa; aislamiento, un amigo imaginario, el abuso a un niño más pequeño...
      En el fondo solo quería protegerme y él ha querido convertirme en su reflejo frío, en alguien fuerte, teorizador a quien todo le da igual. Que no le oirías quejarse de la vida, porque la vida te da lo que hay. Por él yo sería alguien crítico pero consternado, apasionado pero jamás entregado, amable pero invulnerable.
      Actualmente todavía me estoy desprendiendo de él, y sí, la razón es esa; había algo que se me estaba escapando y cuanto más evidente resultaba más empeoraban mis síntomas, y cuanto más repentinamente emancipado me sentía, más sabía yo que ese sistema volvería a mí más voraz que nunca para recordarme qué está bien y qué está mal. 
      Pero hay algo que ya no puedo controlar, ahora soy yo el que ve más allá y aunque él me conoce demasiado, porque ha visto más que nadie -puede también ir más deprisa que yo y anticipar mis pasos- yo también lo conozco a él.
     Y aunque me duela, tengo que decirle que esto es irrefrenable, que no hay marcha atrás que no lo necesito de ese modo.
      Una cosa llamativa es que cuanto más dentro estaba de él más consonancia había entre las cosas que pensaba y sentía y todo se encuadraba dentro de eso que yo llamaba "fuera de la mediocridad". Pero ahora que me alejo, es curioso que vea a ese sistema como lo más mediocre que puede existir, es él el que me insta a alejarme de lo que vivencio, es él el que me dice que no sirve de nada amar, que es mejor huir. Es él el que me convence para que intente atrapar a alguien, para que construya esa realidad mediocre que también él antes criticaba, es él el que me lleva a pensar una y otra vez que debo desconfiar, que debo tener tres ojos, que debo seguir siendo celoso e invadir la privacidad, que debo romper toda implicación, reírme de lo que ha llegado a mí, serle infiel sin problema, jugar con ella, escupirle y luego abrazarla sin remordimiento.
      Ahora es él el que juega a resentirse. Pero la dirección del control se está invirtiendo. Y esto es algo que estoy entendiendo cada vez más, yo no puedo constreñirlo, pero sí puedo entenderme y entenderle, escuchar sus voces, dejarlas pasar, meditarlas, actuar hasta donde lo convenga y demostrarle las nuevas dimensiones de esta realidad. Decirle que ni él ni yo necesitamos nada más para ser felices, decirle que no necesitamos rigor, seguridad garantizada sin margen de error, decirle que la vida está ahi y esperar, solo esperar, que él tambien sepa pensar el amor, que no lo despache, que no lo tema.
      Parece sencillo, parece que todo esto no lo estoy diciendo con la voz trémula, parece que no tiemblo de terror. Mis esquemas mentales están ahí y a veces me atrapan por detrás, como aguien que te hace cosquillas en el costado sin que sepas quién es. Yo lo llamo pensamiento, pero no estoy siendo del todo preciso, a veces no pienso en absoluto, solo me quedo quieto, se me olvida el camino y siento pavor, se me agria el pecho y se me cierra la garganta. La muerte habla, 
me dice -no que se lo llevará todo- sino que ya lo ha hecho.
      Entonces el pensamiento vuelve y me dice que todo con lo que cuento es una vulgar mentira, que no estoy viendo más allá, que me estoy persuadiendo por enredos y relaciones. Entonces puede pasar, que me sostenga en esa tónica de desesperación durante días, que me mueva, que me acerque a esa realidad vulgar para preguntar; ¿Es esto amor? ¿Estás aquí conmigo? ¿Tú también me amas?. O también puede pasar que no se me olvide el nuevo paradigma, que no me permita retroceder y que entienda que él, antes de hablarme, me debilitó con el miedo sutil, me embrujó, me desmanteló con mis propias armas y se acercó para decirme: "Yo también estoy aquí, ¿qué te crees? ¿que no conozco este nivel? ¿te crees que me es ajeno tu lenguaje? yo nací aquí contigo, me fecundé arriba y luego te rescaté. Podemos jugar todo lo que quieras, pero si te olvidas de mí, tendras que soportar mi sombra"
      Él tiene razón, hay una parte en la que no se equivoca. Por eso debo entender que el amor no es dependencia, que eso es solo el principio, que saber desprenderse es necesario. Pero también tengo que entender, que "yo" y "otro" forma parte de un continuo. Y que abrirse a los demás, y entregarse a la leyenda de la entrega sin parangón, supone dejar salir las voces heridas mientras te dejas partir en dos.

(Julio)

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