lunes, 27 de octubre de 2014

GRAGEA AISLADA

Desesperado son por el que se olvida
nada más pronunciarse.
El mismo son que bailan algunos árboles roídos
por pensamientos que no son suyos.

Algo se escapa en los días,
mis manos parecen más largas de lo que son,
quieren rozar unas nubes desconocidas.
¿Fueron mis manos mi primera propiocepción?.

Nunca alcanzo aquello que busco,
pero está cada vez más claro
que la búsqueda es una representación irrisoria,
una necesidad punitiva,
un lenguaje que esconde un teatro detrás del teatro.

Mis ciclos son perniciosos, adictivos pero claros,
tanto en cuanto
la evidencia se confirma
entre un eslabón y otro del vicio.

Las epifanías son relativas,
consagradas a medias tintas,
revelaciones sin implicación
(como una infidelidad descubierta en el desayuno)
y eso condensa y aísla aún más las conjeturas
-una gragea radiactiva-.
Y aunque la noria de mis virajes
también ilumina los síntomas,
un rostro carbonizado
(que el viento aún no ha borrado)
resguarda endeblemente
una erupción contenida.

Polvo que formó filamentos
con la danza de algunos insectos.
Polvo e insectos que forman pequeñas ruedas.
Todo son elementos que están ahí, separados,
como hebras
de un sueño hipertrofiado,
de traumas en proceso de reconstruirse
en el iluso espejismo
de vivir al día,
de horrorizarse,
de consentir por entero
el hálito de las voces
desde que se dicen
hasta que se olvidan.

Las hebras son partes de mí,
como cometas fulminados,
me preservan descompuesto,
conectado a una elucubración irradiante (la gragea),
donde me centro y no veo nada,
salvo lo mínimo,
lo más pequeño,
que es cualquier cosa
que reduce el tiempo hasta donde
yo no estoy
nunca estuve, ni estaré.

Como el crujido de un tractor que mastica paja
las páginas del ahora se cierran
dejando un eco en negativo.

7-10-14

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