martes, 28 de octubre de 2014

Vaya una mierda

La piel de mis dedos muestra grietas negras.
Y un hormigueo en la frente, entre ceja y ceja,
me advierte de la fuente de opresión.
Un anciano anda desarticulado, 
como un esqueleto, y se dirige iluso a su destino.
La tensión anula la resolución de mi vista, 
fuerza la convergencia de ambos ojos 
hasta duplicar lo cercano y perder de vista el fondo.
Las raíces de la comedia esperan compasivas a un lado de la vivencia.
Observo lo que ocurrió, lo integro en una estructura elementalista, es decir, no lo integro.
Mi yo ejecutivo y central se resiente buscando el niño perdido más allá de mis alveolos, 
sobre los que se hunde como un cadáver en las algas medio flotantes de un río.
Al final encuentro un siniestro ritmo que me incita con un ímpetu sin esfuerzo 
a seguir moviéndome, seguir mirando y evaluando, dejando pasar, dejando sacar, 
dejando esperanzas y sus condicionantes a un lado, 
el mismo ritmo con el que acudo con la sed nocturna para paliar los estragos de un gran agujero 
que yo mismo estiro en mi carne para verme sufrir -no sé si por las consecuencias 
o por el empeño nefasto en sí-.
Sigue lloviendo arroz en mi campo ocular, 
y hay algunos que otros labios de goma importados de algún fascículo iluso.
Pero al crear jolgorio de la carcoma todo parece menos tétrico, 
es como poner un payaso terrorífico ¡un payaso! o follar por tristeza.
Qué bonito es colocar centrífugas frases de un estado de confusión, 
como gusanos que se escapan de una retícula compactada de seda:
"eh tu, ¿Que haces aquí? Debías estar fabricando, no saliendo de ellas".
Pero al ridiculizar la incoherencia, como un choque eléctrico más suave, pero más continuo, 
de pronto, otras partes de mí se alinean y soy un poco menos "no yo" 
o menos "implicaciones sociales a las que súbitamente me someto".
Pero lejos de abrumarse, aunque las directrices normalizadas sea lo único que me permite discernir en una continua conducción, deben entender que esas propias directrices son las quejas y a  la vez la tabla de salvación, ya que debajo de cuanto acontece a nivel manifiesto es absorvido 
como burbujas de lava que se reproducen autónomas, emancipadas del volcán 
y que encuentran en sí mismas todo el sentido sublime 
de la simbología que concierne a la belleza pura.
Lo más abrumador en la vida es encontrar el sumo detalle en aquello burdo y grandilocuente, 
como un ano gigante que se abre empujándose por una mierda vehemente 
¡Piensen en los pelos! en su perseverancia ecuánime, en la prestancia a su localidad. 
Pese a que el mundo se abra en sus raíces como un agujero negro (la comparación era innecesaria) ellos están ahí, como casillas de un parchís o víctimas de una matanza semipermeable 
(con la permeabilidad me refiero al traspaso del mundo sensible al averno) -que dicho sea, 
ya que viene al caso, es justo como un amigo mío llama (averno) a la zona que se encuentra entre los testículos al ano). 
Pobres pelos que soportan la vida en la intersección entre dos mundos
y pobre de este relator que se arrastra en lo escatológico como un cerdo.
¡Sentir! Al menos sentir algo.

28-7-14

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