lunes, 27 de octubre de 2014

Crepúsculo degradándose (Agosto)

El crepúsculo traslucía el cristal y media persiana lo mostraba por sus agujeros. La cortina ondulaba al son del aire acondicionado. La intensidad de la luz cambiaba gradualmente. Eso era una obviedad, aunque no evidente para los ojos. Aunque saberlo, saber que camiaba continuamente, y que el torrente de energía solar era paulatinamente menor, hizo del momento algo más bello.

Las cosas se aprecian más con la consciencia de su terminación. Y ese cuadro del comedor; la luz, la persiana tranquila, el crepúsculo anaranjado intentando rogar algo desde el cristal, una celda, la luz sufriendo calladamente su tenua extinción y las cortinas cómodas, indiferentes y bailando cálidas, orgullosas de estar aquí tras el cristal como un perro doméstico: su mirada desde la reja, esa distancia prudencial dirigida a su semejante callejero y furtivo. Y es que así es la luz que llega a mis ojos, la que luego se convierte en fenómenos y los poetas encumbran en páginas privilegiadas que nacieron para acumular polvo dorado. Las cortinas son plácidas y domésticas y la luz algo furtiva, lejana, inentendible, ajena a mi ojo, inasible para mi entendimiento, algo que atestiguo con tanta sencillez que precisamente me embriaga por esa complejidad teórica que le atribuyo, la grandeza de lo inalcanzable, el girar de un planeta, la soberbia grave de su sonido y el silencio.

La intensidad de luz anaranjada ha disminuido drásticamente, las rítmicas ondulaciones de las cortinas se preparan para acoger la noche, el aire acondicionado, su expulsión constante, genera ritmos sonoros en mi mente que no existen. El aparato tiene intenciones, proporciona la música a las cortinas y éstas se mueven mecánicas. La luz del crepúsculo grita desde fuera, sabe que le toca morir, sus millones de partículas entran en este habitáculo para extinguirse como meteoritos, rebotar en los objetos y unas pocas de ellas llegar a mí. Pronto todas gritarán desesperadas porque también quieren su parte, también quieren estar aquí, quieren que su materia sea controlada, que sea homologada, quieren construir una identidad.

La luz del crepúsculo, una eyaculación gigante que expulsa un ejército de bárbaros que se dirige a robar la vigilia de la doncella. Desmantelar la clase social, acabar con los objetos animados, con la payasada constante de creer en la vida y no haber sentido el dolor de haber visto más, no haber caído en cuenta de la suma humillación sobre la que nos protegen los pósters, las fotos, los objetivos compartidos para mejorar la competitividad, la belleza ostentada en el orden de una habitación.

Hay gente que nunca se ha parado a ver el crepúsculo tras las cortinas, hay gente que no ha dejado que entre y lo invada todo. Hay gente que seguramente se ha reído de los elementos, de su fluir torrencial, ha hecho chistes con las nubes, o ha mirado las estrellas y las ha disparado de una en una con el dedo. Pero puede que no hayan intentado retroceder, eliminarla la instrucción que atribuye el fondo a lo oscuro. No han intentado crear su propio mito, ni han imaginado, por ejemplo, que la estrellas son puntos rotos en la capa que esconde el gran cielo de la vida. Y ni con lo que saben, tampoco han realmente intentado sentir que durante los ultimos miles de años nada ha pasado en el área oscura del cielo, que nada captable ha sucedido. Pero no han tampoco sentido que más allá del negro, como un indicador de ausencia, puede haber millones y millones de nuevas parcelas, de sucesos que se mueven en otras coordenadas y que de ningún modo han pasado por aquí para ponerse en sintonía con nuestros sentidos.

El crepúsculo está casi apagado, y la cortina sigue bailando, todo se cierra sin luz ni información. y el aire acondicionado, perfectamente instruido, orquesta los estertores del misterio y gesta la necesidad de una robusta religión que calle y tema las nuevas exploraciones, que trivialice la función más básica de mis constituyentes.

La religión emana del aire acondicionado resoplando un cuervo de guerra, despejando la noche de desconocimientos, señalando a la integridad, a la importancia del tejido familiar, señalando y diciendo que si todo es contingente e idiosincrásico entonces vamos al hedonismo. Te dice que el principio del placer se aplica cuando no hay nada que perder. Ella te priva de tu naturaleza animal, encubriendo tu dimensión más primitiva "No sigas rompiendo moldes, amigo" dice el aire acondicionado "yo te doy el ritmo, valora el crepúsculo con cualidades fotográficas, yo te lo puse ahí para que todos apreciaseis y comparaseis la belleza" "No indagues tanto el cielo en la noche, ese misterio me concierne más a mí yo te di la luz de las estrellas para tentarte al paraíso celestial, te las di para que celebras la vida y que bailéis en grupo" "Mira firme, acepta tu posición. El hedonismo y la sublimación en el conocimiento te aísla de tus más básicos despechos. Puedes maquetar la fuerza actancial de tu madre, puedes expulsar su impronta, soplando en su cara y tratándola con el desdén propio del que solo vive en sus ideas. Puedes ser invulnerable, incorrumpible si todo en la vida vale y jugar a, que por vulgar, el sexo no tiene valor constituyente alguno".

Ya está completamente oscuro. ya no contemplo nada ahora solo estoy yo. Y después de la escapada existencial y la alarma teológica solo queda soportar mis desafectos. Y son ellos sobre los que todo se configuró, incluida la percepción del crespúsculo.

(Agosto 2014)

No hay comentarios:

Publicar un comentario