lunes, 27 de octubre de 2014

fingida estabilidad (Julio)

El primer paso para encontrar tu dignidad y valía puede que sea el enfado.
Enfado, 
porque la vida no responde,
porque dependes de que otro te dé. 

Ese enfado me bloquea,
reúne un bucle de consuelo,
palabras vacías 
y cristales rotos. 

Aunque los pensamientos acelerados no tienen fuerza,
yo sé que el grito de mis noches 
se dirige a encontrar una fortaleza,
sé que reclama salir,
y que me insta, con pavor, 
a retirar mis esperanzas -como las manos del fuego-
a mirar con otro ojo 
ese amor lejano, protegido y
acurrucado en una instancia de cristal.

A veces hablo desprovisto de autocompasiones,
de romanticismos lacónicos,
sin rigidez, 
con una valentía
-que retumba mi pecho,
que fortalece los latidos-
con una mirada 
que proyecta un nuevo fondo de atrevimiento,
de alguien que ya murió, 
que se desprendió,
en cuyas costillas reclinan las quejas de la infancia. 

La cura despeja mi garganta, 
abre los brazos
como un águila que te recoge del cielo.

Los lamentos explotaron, se inflamaron,
hasta el punto de desconectarse del momento.
Y yo ahora sigo acumulando figuras retóricas,
sigo esperando, que pensando en profundidad
esto pueda mantenerse más tiempo.

Pero poco a poco nuevas arrugas nacen 
al esquivar sables -debajo de este discurso épico-
y un hombre impaciente aguarda,
que cada vez más entiende, que la vida no ofrece síntesis definitivas y 
que los vasos medio vacíos
constituyen el equilibrio natural.

(17-7-14)

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