La mano de un ángel danzaba escondida
entre la densidad de las nubes,
inmaculada y suelta mano que
experimenta la disociación con su celestialidad,
explorando la metafísica prohibida, se
sigue moviendo desnuda y con suavidad,
jugando con las moléculas de vapor sin
ser consciende de su creación, solamente
se deja llevar creando arte de la naturalidad.
Un ojo amarillo y gigante hace su
indulgente parpadeo en los resquicios clarividentes
de la constante corriente de nubes. Restos dispersos y desconectados de un
rostro perfecto y angelical, cuya composición solo depende de la expectativa
proyectiva del mortal.
Tras la cosmológica catarsis:
El
hombre del sofá contempla sus arrugas en su espejo;
la madre se plantea que podría
haberlo hecho mejor;
el filósofo expulsas los conceptos por la
ventana;
la llorona testifica su despilfarro de quejas.
Perplejos agricultores que contemplan
la resistencia pacífica
del inexorable crecimiento de la hierva,
la
madera de los muebles se disloca
y traga la vajilla y los amuletos con un alienante chisqueo;
las mascotas delinean su categoría y con
su más sabia mirada
relativizan la supremacía natural de sus
dueños;
los historiadores abandonan su antropologismo;
Los
galardonados equiparan sus trofeos al último peine usado por sus
madres.
¿De dónde viene esa mano? ¿Y el gigante
guiño?, nunca nadie lo sabrá.
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