El amor pretende llegar allá donde la
conquista
de la lógica no logra maximizar tu
expansión.
El amor se cuela entre los rescoldos de
tu expirado habito,
de la costumbre cochambrosa que
mantiene al teorico racionalizador
injectándose sus teoremas.
El amor condiciona la electroconducción
de tus neuronas,
y se discurre entre ellas de la mano
del sufrimiento,
y se cortejan en la danza, como
fantasmas de hedones,
hasta nunca acabar de extasiar,
con la atónita y rebelde convulsión,
a tu permanente testarudez.
El amor es la llave a la puerta del
cambio paradigmático;
el amor es el grito de la base de tu
escala de instancias psíquicas;
el guía mudo que con su irradiante voz
de clamos guturales
redirige el devenir de la marcha
procesual de tu vida.
El amor se irrita y se inflama
cuando con la energía de los músculos
de tu lógica
quieres conducirte al recodo opuesto
del cual él se reconoció en su
origen.
Entonces te allanará reblandeciendo
tus cimientos infantiles,
y se proyectará en objetos lejanos y
básicos,
hacia los cuales, tu narcisismo se
resistirá tajantemente a llegar.
Puede que al final te permita empatizar
con tu mascota,
hasta que llores la pena que ella nunca
tuvo
desde el telón de fondo de aquello,
que seguro, defiendes
como el solemne planteamiento de tu
defensiva realidad.
Realmente, el amor no es más que tú
mismo,
y lo sabrás cuando consientas esa
declaración
y todas tus instancias maculadas viren
y se arrodillen ante él.
El amor te convencerá para dejarte
llevar por su extensiva fe,
una fe sin argumentos, que ni mucho
menos,
te salvará más de lo que tus
creencias lógicas lo hacen,
pero te mantendrá presente y te
otorgará la sensibilidad
necesaria para apreciar la simple
sencillez de estar.
Así fue como él nacio.
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