martes, 29 de enero de 2013

DOS MESES Y TRES SEMANAS


Para María González, 13 de Septiembre de 2001
de Felipe Soria.

María:

Me resulta costoso arrancar un discurso en esta carta. Realmente no tengo muy claro qué quiero decirte. Sin embargo, una fuerza impetuosa y profunda me insta a hacerlo lo antes posible y con la mayor honestidad posible.
Soy perfectamente consciente de que hace mucho tiempo que no sabes nada de mí, dos meses y tres semanas para ser exactos, y también puedo sospechar, tras mi brusca marcha, el sumo desconcierto que estas palabras pueden ocasionar en tí.
¡Qué puedo decir!, está plenamente justificado, me esfumé motivado por las extrañas sensaciones que en su momento me invadieron, sabes perfectamente cuales eran, las conocías por su recurrencia. Realmente, siempre lo has sabido todo de mí, tarde o temprano, lo has sabido todo.
A pesar de los días que consumía ensimismado, retirado de toda interacción, abrazando la penuria y la nostalgia, en ocasiones, tu reclamo captaba mi atención y despejaba así mi absorción. Era en esos momentos cuando te contemplaba, en unas ocasiones desde arriba y en otras desde abajo. Pero por muy lejanos que fueran mis viajes, perdido, siempre ha habido una elástica cuerda que me retraía a tí, o tú me retraías a tí misma, o me hacías retraerme a mí mismo. Y así me reconectabas, mostrándome pretextos de gozo, hablándome de la sencilllez, instándome, en ocasiones empujándome, al paseo. Soy perfectamente consciente de que siempre me lo has dado todo, y con cuanta entrega incondicional lo has hecho, aún sin esperanzar más implicación por mi parte, tan solo dabas lo que dabas, por el valor mismo de hacerlo, y si acaso confiabas en que lo apreciara en el fondo, allá donde nunca te atreviste a socavar, donde nunca cuestionabas nada. Hablo de aquello a lo que nunca hacías referencia.
Simplemente era así, esa impasividad, esa anhedonia. Lo tenías aceptado. Así lo fue también para mí durante un largo período, sencillamente tenía que dejarme llevar por mis oscilantes impulsos, por muy allá que me fuera siempre confiaba en que tú estarías allí, encendiendo de nuevo aquellas velas que se apagaban en mis viajes por falta de oxígeno. Ciertamente durante un periodo, estaba plenamente convencido de que todas las partes de mí estaban auténticamente entregadas a tí. No tardé en cuestionar esa realidad, como otras, movido por pensamientos analíticos, análisis de diferentes sistemas de organización de los que infería que el sistema puede ser abigarradamente complejo cuando se trata de preservar el estatus quo del autoengaño, que diferentes parcelas de uno mismo pueden condescender con el todo para no enfrentarse a realidades abyectas, a sentimientos que nos ubicen en la más aparente de las desconcertantes dimensiones, ese oscuro subsuelo de aniquiladores de identidades, esa deshumana dimensión que anula la entidad cognoscible de los objetos. ¡Siempre he tenido tanto miedo a eso!, tanto que a pesar de mi “libre pensamiento” no he tenido más valor que circunscribirme a los guiones determinados del día a día, aquellos que me indicaban desquiciadamente los patrones a seguir para no caer al fondo. Allá donde siempre atrevía a dar unos pasos contando siempre con tu cuerda.
¡Dios santo!, esto es de una tremenda racionalidad, estoy comtemplando vívidamente todo el engranaje del complot que me soportaba a vivir en esa pesada coyuntura, no sé hasta qué punto es devido transmitírtelo completamente. ¡Qué diablos!, me expresaré abieta y llánamente, como enuncié al comienzo de la epístola.
Me gustaría que captaras dos tipos de dimensiones que siempre han estado en mí dramáticamente opuestas. Una es toda aquella que comprende las vivencias que me unen a todos los resortes que tú me has ofrecido en el día a día. Para ser más concreto, me estoy refiriendo a levantarnos por la mañana, tomar el desayuno, salir a pasear (como ya mencioné). Pero también, a aquellos desquiciantes patrones (que antes referí) que tenían la función de no hacerme perder el salvaguardado contacto emanado contigo y que evitaban, no el hecho en sí (es subjetivo), pero sí la imaginada, siempre temida y consolidada alineación de mí mismo; habiendo sido tú, claro está, el vínculo humano más profundo que he tenido nunca (mi cuerda de arenas movedizas). Pero más especificamente también puedo referirmeme a todas aquellas cosas sobre las que no recurría, o sobre las que simplemente no me pronunciaba, como tener que estar tantísimas horas con tus amigos hablando sobre la segura certidumbre del mundo entre elegantes referencias y copas de vino, o condescender con la resolución de que es justo que el mundo sea injusto, ya no que haya una razón que escape a nuestro control y que determina que existen los accidentes y la injusticia, vista ésta de forma natural. Me refiero a esa idea tuya de injusticia que te ha servido para legitimizar tu estatus, aquella que transciende vulgarmente de la estocástica justicia, aquella que es coherente con el derecho divino o por herencia, y que tenía que permitirme asumir que sencillamente “cada uno tiene lo que se merece”, “o que si te gastas todo el puto dinero que tienes en unos zapatos es porque es importante para tí, o lo que es peor, porque te lo mereces”.
Me gustaría que transciendias de juicios, y que percibieras a la vez mis groseras expresiones como proclamos fervientes y tangenciales de una necesidad encubierta no calmada. Esta es la segunda dimensión. Esa otra parte de mí que testifica cuando todas las otras se asientan y conforman. Esa otra parte de mí que jamás avala un autoengaño, por mucho que lo pronuncie, ejecute y refunde. Aquella que aumenta en presión cuando con inocente paso me sumo más y más a mis propias trampas. Aquella que trae flashes en la noche, ideas sin palabras asociadas. Aquella que tiene su propio diario de abordo.
No puedo vivir con tantísimas capas, por eso me fui. Y ahora lo comprendo realmente. No puedo continuar circunscribiendo las operaciones de mi vida a un anclaje cultural, el cual me reconforta inmediatamente pero me obliga mediatamente a fingir que todo lo que no comprendo sencillamente no existe, y derivar todas aquellas pulsiones profundas, esos nubarrones que nacen de nuestra cabeza y que someto a agnosia, a una atribución ajena y estable, que nos preserve de un cambio . ¿Es que acaso esta forma de interpretar todos aquellos e incoherentes impulsos, que me desvían de esa proclamada y limitante función, no está al servició justamente de esa parte de mí que reniega aquello que diverge de esa función?, mi raciocinio depende de un criterio secuestrado por mis miedos más básicos.
Y es que entonces, todo mi alarde, toda mi exhibición, todas mis galardonadas y elucubrantes palabras, no son más que un consuelo directo, una compensación. ¡Como así la chulería del necio, como así el ladrido del perdedor!. Soy consciente de toda la pantomima que siempre he enarbolado, y que también declaro en esta epístola, aunque aquí sentencie refiriéndome a ella misma.
Quiero tomar una respiración y recomponerme. Todo mi sobreesfuerzo y mi evitación es el resultado de no mirar la realidad de frente. Y así no se puede hacer, como no se puede buscar el erotismo explotando más de lo mismo, o como no se puede mejorar una comprensión adosando sinónimos. Todo el bello canto que siempre he trabajado no ha sido más que el grito elaborado en armonía, resultado de mi castración. Todo mi problema, ha sido no tener el valor de ver las cosas por su sencillez. “Engalardonado poeta y reflexivo metafísico aristócrata”, ¿tanto necesitaba diferenciarme de tí?.
Siento haber estado contigo más de la cuenta. Siento haberme autocompadecido como los violines y en otros casos haberte castigado intentando hacerte sombra de mi ego. Siento no haberlo resuélto antes.
Siento haber sido tan cobarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario