miércoles, 25 de septiembre de 2013

Todo depende ahora de mí

             Mi estado está lleno de tristeza. No sé cómo hacer frente a ella. Siento que me aferro mentalmente a las pasadas formas de interactuar con el mundo que estaban antes de que esta reciente felicidad terminara. La intuición de lo que mi memoria registró, en los momentos de más sabia emoción o emotiva sabiduría, son los que me guían. No sé qué quiero o espero conseguir. No sé qué nuevos recursos podrían nacer, pero me reconozco en esta distimia que tantas veces me atrapó en el pasado y siento que la caducidad de ese estado está llegando, y esa reconfortante comodidad empieza a ser más insostenible, más incómoda, y la disonancia crece como lo haría la presión y las burbujas en una olla a presión.
¿A quién quiero hablar desde esta desconocida compuerta? Los hoscos bastidores reclaman lo que estropean con su movimiento de guerras patéticas.
La apatía crece en mí, y encuentra cualquier incisura. ¿Incisura? ¡no hay incisuras! No las hay porque no hay medianeras entre mi ansiedad y mi parte integrada, todo es una compota, y mi clarividencia es la del espectador de un partido de futbolín en un bar de perdedores.
Estoy desmotivado, enfadado y siento que me castigo a mí mismo con la misma estúpica contumacia de siempre, la misma inoperante estrategia.
           Pero el enfado me eleva, me hace querer una revolución, desear un cambio con más ahínco. Cosas han cambiado que son mejoras ahora que nunca, demasiadas, en realidad. Procurarme lo que necesito es lo que me salva, lo único que busco, pero mis hábitos me pueden alejar mientras que mi arrogancia se afrenta con el discernimiento, negando lo evidente como un político corrupto en este sistema parasitario.
            Pero en el fondo sé lo que pasa, claro que lo sé y sé que el equilibro se avecina. Lo se porque no estoy renegando de algo que inmediatemente me haga sufrir, lo hago de una forma de vida atractiva en apariencia pero que posterga a mis más solemnes necesidades, las raíces que se acarician mánsamente con las aguas más profundas. Este enfado reniega de aquellos beneficios que generalmente busco, beneficios que calman, me inyectan paz y placer, pero que con el uso y la experiencia acaban, por su insuficiencia y por mi necesidad, por nutrir al hilo conductor que me lleva a ese emanador de lágrimas entaponadas que reconozco como yo, que tanto más vivo me hace cuanto más muestro en mi mirada, que tanto más me permite amar cuanto yo más lo respeto. A veces se oculta, y deja esa otra parte de mi llevar el control, lo permite, pero esa lujuria acaba por atraparme, y trasciende del fin último, se emancipa y disocia de ese yo escondido,  el cual solo tiene que apretar el botón para silenciarlo todo, para castigar con un terremoto silente que derribe los juguetes que voy creando ¡Qué jovialidad, que gran pasión, qué alegría!. pero qué poco consciente que soy si no me doy cuenta de que este resentimiento es una regulación que viene del último estrato del gran pozo de mi conciencia. Las aguas profundas no se mueven, tampoco hablan,  pero pueden atorar mis músculos y deshidratar mi boca, enmudecerme y mantenerme así, mediante emociones consecuentes que yo mismo genero ante la incompresión de lo que ocurre, surge la verguenza, celos, rabia, envidia... Pero esas emociones son consecuentes que yo mismo genero ante esas condiciones fisiológicas predispuestas por la sabia madre natura que yo llamo yo, y que otros identifican con su común con Dios.
             Acción y reacción. Pero yo gestiono, ahora puedo tomar el mando, como siempre, la diferencia es aprender a hacerlo más y más íntegramente, más sabiamente, tropezarme con más y más piedras. Pongamos nombres a las crisis, archivémosla en el libro, pero no sirve de nada si no entendemos que la naturaleza habló, y lo volverá a hacer si no está satisfecha. Ahora yo decido como me hago fuerte si entiendo cuales son los medios que se acercarían más a mis necesidades, si me decido a ponerlos en práctica, a que responsable atribuyo la culpa dentro de mí  y si quiero tener más y más grados de vitalidad.
            Un enfado, una irritación, es en sí más vida que el silencio. Ese resorte emotivo en mí representa algo y si el medio donde vivo lo permite expresarse ¿por qué no va a contribuir en mí, y no me va a permitir evolucionar?. El aumento de libertad en sí es ineficiente, y se puede tornar depresiva o caótica, si no se acompaña de gestión de uno mismo.
            Crecer no es motivo de orgullo, la conciencia "per se" es satisfactoria, el enfado cuando te has conquistado a tí puede tener rastros en lo que quieres cambiar del mundo, en los demás. Pero hay solo una razón por la que ese enfado te lleva a este punto, tu acción y tu forma de vida se plasma fuera, y si eso no tuviera un sentido evolutivo entonces no existiría y si tiene un motivo evolutivo es porque es lógico y refleja la capacidad de fondo por ser más, por ser más feliz y descubrir nuevas formas más saludables y tranquilas con las que relacionarse con el medio, con las que hacer el medio.
Todo depende ahora de mí

25.9.2013

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