Antonio y Juan se
habían conocido hace dos años, pero no fue hasta las pasadas
navidades cuando comenzaron a desarrollar una amistad. Al principio
tenían contacto gracias al grupo, y especialmente por un amigo
común; Carlos, que se dedicaba esencialmente a pinchar en una
discoteca. Al principio, Antonio y Juan solamente se conocían de
salir al callejón de San Javier. Ellos dos eran de los pocos de su
grupo que se habían mudado a Murcia capital para estudiar en la
universidad. En la época de exámenes, especialmente en la navideña,
cuando la mayoría solía estudiar en sus hogares, ellos solían ir a
la biblioteca de San Javier. Allí fue donde empezaron a conocerse
más íntimamente. Al principio, únicamente hablaban para lamentarse
del agobio que suponía estar estudiando en plenas vacaciones,
mientras que todos sus amigos estaban organizando encuentros que en
otro momento sería imposible, dada la genérica indisponibilidad.
Empezaron a sincronizar los descansos de estudio, luego tomaron
posesión de las dos sillas contiguas en el rincón de la esquina de
la sala más pequeña y al final acabaron desayunando juntos antes de
comenzar cada sesión de estudio, cosa que acabó por convertirse en
un ritual matutino necesario.
Acaban de terminar
los exámenes de Septiembre, todavía no saben si han aprobado las
asignaturas, Juan sospecha que no ha llegado a aprobar “fiscalidad
de la empresa”, pero tiene esperanza, realmente hacía tiempo que
no estaba tan contento. Ambos habían trabajado los fines de semana
de todo el verano; Juan ayudando a su padre en el almacén de
carpintería, Antonio como camarero en una heladería.
─¿Nunca
se equivoca el GPS? ─pregunta Antonio
─ Bueno,
alguna vez me ha formado algún lío, pero para llegar a Mojácar hay
que seguir casi todo el tiempo recto.
─ Entonces,
casi que el GPS no hace falta, ¿no?. No como el café, dios, hemos
salido muy temprano y estoy muerto de sueño.
─ Eso
es porque eres un gandul ─Juan pulsa el botón del reproductor. Se
oye un ruido de plásticos desplazando los CDs. El nuevo disco de
Goran Bregovic comienza a sonar ─ ¡Aquí tenemos el disco de
nuestras vacaciones!─le sube el volumen sin apartar la mirada de la
carretera. Las lejanas montañas aparecen al final de la recta, van a
dejar atrás el tramo más seco y el paisaje de huertos atestados de
olivos.
─El
sol está radiante, hemos tenido mucha suerte ─dice Antonio.
─ Síii,
mucha suerte─ Juan mueve la cabeza de arriba a abajo al son de la
música.
─ ¿Has
conducido mucho por esta autovía? Las montañas son bonitas, seguro
que hay senderos─ Antonio mira la radio y luego a Juan, que está
dando pequeños golpes en el aire con el puño derecho ─La libertad
sienta demasiado bien, aunque tenga sueño.
Piden
dos cafés, uno con leche y el otro cortado. La camarera los mira
mientras vierte la leche en los vasos.
─Estamos
celebrando nuestra libertad ─dice Juan─hemos estado tres meses
estudiando y trabajando, ¿Ves la cámara de mi amigo? ─ Antonio
había echado varias fotos a las estanterías del local, solamente
había macetas, varias de ellas con una notable cantidad de polvo y
telarañas
─Aquí
lo vamos a registrar todo ─dice Antonio.
La
camarera sonríe sin levantar los ojos de la barra y se dirige a
atender a otro cliente, el cual tenía una camisa blanca abrochada
hasta el último botón y unas gafas de sol apoyadas en su terca y
morena frente. Sin que él hable, la camarera asiente como si
anticipara su pedido.
Juan
y Antonio conversan.
─ He
seleccionado esta camiseta, me la compré en el mercadillo de la
playa ─dice Juan.
─ Oh,
está muy guay, me gusta el dibujo, camisetas fluorescentes, como
dijimos. Si nos perdemos seguimos la estela de luz.
─ ¿Y
si no?
Los
dos al mismo tiempo:
─
¡estelante, no hay estela, se
hace estela al andar! ─ambos ríen a carcajadas y Juan derrama
café en su camiseta, mancha el ojo del hipster barbudo que está
estampado junto a tres serpientes metálicas que le rodean.
─
Antonio
Machado ¿o Antonio Manchado? ─dice Antonio
─ ¡Oh, nooo!, mi amuleto del
viaje se ha quedado tuerto
El
hombre de las gafas en la frente los está mirando. La leche llevaba
ebulliendo medio minuto y la camarera gira la rueda de vapor. Antonio
destapa la capucha de la reflex para tomar una foto de la camiseta.
Tras
una hora de conducción, Antonio se cerciora de que necesitaría más
pilas. Era su culpa, el modo automático consumía mucha energía. Se
había comprado la máquina hace tres años y todavía no había
aprendido a usarla manualmente. Juan le dice despreocupado que
comprarían algunas cuando lleguen a la playa.
Pasan
el tramo montañoso y atraviesan un par de pequeños pueblos repletos
de pequeñas casas blancas. En el GPS ya se puede ver la playa desde
la visión panorámica. Ahora es la última quincena de la temporada
veraniega, así que no hicieron reserva para el camping.
Llegan
a la entrada y la barrera se levanta. Antonio echa una foto del
hombre de la cabina, un hombre calvo que parece bastante cansado. El
hombre les indica que tomen la penúltima parcela a la izquierda, y
que antes de salir del camping se pasaran por la cabina para que les
explique las normas. Esto último lo dice mientras mira la cámara
que Antonio está aguardando en su estuche.
Al
bajar del coche estiran las piernas y la espalda, Juan pone un disco
de Led Zeppelin y comienzan a levantar la tienda de campaña. Cuando
terminan de clavar las últimas púas, Antonio va al baño y Juan se
queda contemplando el camping y las parcelas de alrededor. A la
derecha hay un matrimonio. Parecen irlandeses. Están preparando la
comida en una mesa de plástico. El hombre saca agua potable desde un
grifo externo incorporado a la caravana. Son bastante mayores, y no
dejan de sonreír. El hombre lleva la jarra llena a la mesa y la
mujer se acerca a una cuerda atada entre dos pinos sobre la que
cuelgan varias prendas. Toca varias de ellas apretándolas en sus los
puños, para cerciorarse de si ya estaban secas. Descubre a Juan
observándolos. Ella sonríe y levanta la mano abierta a la altura
del pecho para saludar.
─ ¡Yeah, Led Zeppelin! ¡The
fucking bosses! ─Al otro lado de la parcela un motero mueve los
brazos haciendo el signo del rock and roll con las dos manos. Juan lo
mira. El motero tiene una barba rala y sostiene una botella de vodka
en una de las manos. Juan no reacciona, y el motero mueve los brazos
más asiduamente ─ ¡Great music dude! ¡Bieeen música!
Juan
sonría levemente.
─ Síii
muy buenooo ─imita torpemente el gesto de los dedos.
Antonio
vuelve apresurado
─¡Tío,
los aseos son grandiosos, hay como veinte y he visto un grupo de
jóvenes acampar detrás de esos arbustos! ─Antonio se da cuenta de
que el motero los mira apoyado en su moto.
─Antes
habló conmigo ─dice Juan ─creo que viene solo, al menos tiene
toda la pinta.
Antonio
da dos pasos hacia él
─¿Te
molesta la música? ─antes de que Antonio preguntara el motero ya
ha iniciado su marcha sin soltar la botella. Va hacia la tienda de
campaña que él mismo había improvisado con una toalla en el suelo
y varias chaquetas dispuestas entre
las ramas.
─ Pon otra cosa mejor, ¿no? ─
dice Antonio.
─ ¡Venga! ¡la música de
nuestro viaje! ─Juan vuelve a poner el disco de Goran Bregovic, y
le sube aún más el volumen. La música árabe resuena por todo el
camping. El matrimonio se fija en ellos, la mujer sonríe y el hombre
lleva un trozo de pan a la boca mientras frunce el ceño.
Juan se pone unas gafas de sol
azules, y tira su camiseta a la parte trasera del coche, tras lo cual
empieza a dar vueltas alrededor de la tienda como si fuera un indio.
Comienza a bailar, y a enseñar sus bíceps. Antonio comienza a
reírse ante la situación y se dispone a traer la réflex. Juan posa
para una foto, aprieta sus labios y comienza a moverse como un
gorila. Sus rodillas se levantan por encima de su cadera. Luego
comienza a alternar el movimiento de gorila con sutiles movimientos
de cadera, parodiando a una danzadora del vientre.
Antonio
saca fotos como si fuera el paparachi de Juan. En una de las
ocasiones, saca una foto de la caravana donde se encontraba la pareja
comiendo. Ella los mira. Su silla está ladeada de la mesa. Sonríe
con ese gesto congelado desde que llegaron, da pequeñas palmaditas
siguiendo el ritmo de la música. El hombre sigue comiendo y mirando
la mesa. Él dice algo a su mujer y ella ella gira su silla hasta que
vuelve a estar de frente a la mesa.
─ ¡Ya
se me han agotado las pilas! ─Antonio sostiene la cámara en las
manos como si hubiera pasado a ser un aparato inservible.
─ Ahora la cosa está muy
floja. En Agosto, en esta terraza, no se podía ni respirar ─el
camarero termina de preparar los dos chupitos tropicales. Él mismo
le había puesto el nombre, era una mezcla de whisky y licor de piña─
Decimos que por cada chupito te sale una pluma, y que luego puede que
te conviertas en un cisne o en un pollo.
─ ¿Y no tienes una versión
más masculina? La idea del cisne no me gusta mucho ─Dice Juan.
Mira el chupito y levanta el dedo índice y pulgar para cogerlo.
─ Espera, espera, que quiero
echarle una foto ─Dice Antonio. Rastrea su mochila con la mano
buscando la cámara.
─ No tengo la menor idea de por
qué se dice esto, solo sé que se lleva diciendo años ─Mira a su
alrededor para asegurarse de que no hay clientes esperando─ Según
me dijo mi jefe, lo empezó a decir un borracho cada vez que se bebía
un chupito, al final se acabó convirtiendo en un lema del bar.
─ Con
lo del pollo quizás se refieren a los guiris, todos cuando beben y
se torran en la orilla, al final acaban fritos como pollos ─Dice
Juan.
Las
botellas que se encuentran detrás del camarero relucen en sus
distintos colores. Los huecos que éstas dejan en la estantería
están llenas con flores. Detrás de la estantería, se encuentra un
enorme espejo que ocupa todo el muro donde el alcohol se expone.
─ Da
igual si no hay mucha gente, este sitio es como un paraíso ─Dice
Antonio ─¿Jugamos al billar, Juan?.
Antonio
inserta una moneda. Dispone las bolas en el triángulo. Juan rompe y
mete dos redondas en el primer golpe.
─ ¡La gloria está en mi!
─Alza los brazos, aprieta los puños y saca pecho ─¡El cid
campeador y sus dos bolas!
El motero entra por la puerta que
da a la carretera. Atraviesa la pista de baile, que se encuentra
vacía en ese momento. Pasa por al lado del billar. Juan lo mira,
lleva las gafas azules puestas y todavía tiene los brazos alzados.
El motero pasa por su lado, sigue adelante y baja las escaleras que
dan a la zona de colchones y sombrillas clavadas en la arena. Llega a
la orilla de la playa y se sienta en una roca. Saca una pequeña
petaca de su bolsillo y comienza a beber y mirar el mar.
Antonio ha seguido con la mirada
todo su trayecto. Cuando retrae la atención a la partida cruza su
mirada con un hombre de la barra. El hombre lleva una camiseta roja y
unos pantalones pirata. Sus ojos son azul oscuro y destacan en un
rostro rodeado y minusculizado por una espesa barba marrón.
─ ¿Te gusta el billar?
─Pregunta Antonio.
─ No, no ─ Contesta
observando como Juan da vueltas alrededor de la mesa pensando en la
siguiente jugada ─¿Vosotros estáis en el camping, no?
─ ¡Sí! ¿Te hemos visto
antes? ─Pregunta Antonio.
─ No lo sé, pero con la música
que teníais puesta era difícil no percatarse de...
Juan grita imitando a Tarzán y
dándose golpes en el pecho. Ha metido otra bola entera.
─ Ya, te entiendo ─Antonio
sonríe volviendo la cabeza que había girado ante el bramido─
¿Para cuántos días estáis?
─ Solamente estamos esta noche
─ Ya ─la barba del hombre se
eleva ligeramente al sonreír─ Yo estoy con mi chica, llevamos ya
cuatro días, estamos allí, bueno, si queréis venir luego.
Juan interrumpe la conversación.
─ ¡Sí, claro tío!¡Por
cierto, yo soy Juan! ─aleja el palo de su cuerpo y estrecha la mano
del hombre efusivamente.
─ Bueno, pues ya sabéis, nos
vemos luego ─dice el hombre de la barba
─ Nos vemos después de mi gran
victoria ─vuelve a alzar los brazos ─¡El cid campeador es
imparable!
El hombre de la barba ser va
sonriendo.
─ Mi
nombre es Rosa
─ Bonito
pelo, Rosa, yo soy Juan.
─ Al
final habéis venido ─dice el hombre de la barba
─ Claro,
parecéis enrollados, hemos venido aquí para compartir el bueno
rollo, ¿no? ─ Dice Antonio ─Por cierto, no sé tu nombre.
─ Me
llamo Carlos, tío ─Levanta la
mano abierta para estrecharle la mano
─ Oh
─exclama Antonio ─Juan y yo tenemos un colega que se llama
también Carlos ─Juan y Antonio se miran. Carlos y Rosa se miran.
─ Sí,
hay muchos Carlos en esta vida ─dice Rosa.
─ Pues
sí, la verdad es que hay muchos ─Juan se ríe y saca afuera su
lengua, babeando como si fuera un perro. Carlos se echa a reír.
─ ¿Pero
vosotros de dónde venís? ¿Qué hacéis aquí? ─pregunta
Rosa.
─ Venimos
de San Javier. Nos prometimos este viaje hace dos meses ─ dice
Antonio. Como si estuviera preestipulado Antonio y Juan se miran y
chocan los cinco ─Algunas noches de biblioteca, venir aquí era la
única idea que nos mantenía motivados, aunque no siempre
concentrados.
─ Aún
así, en la biblioteca es difícil concentrarse, siempre hay muchas
tías buenas ─dice Juan.
─ Bueno,
aquí también, ¿no? ─ Exclama Carlos. Rosa lo mira.
─ Síii,
ladys everywhere ─exclama Juan─ Mira a esas que están ahí
sentadas, la del vestido rojo con tirantes ─aprieta su rostro, sus
arrugas se contraen y gruñe lanzando mordiscos al aire.
Los
tres echan a reír. Rosa mira su cerveza, acaricia la etiqueta y
sonría levemente.
─ Tu
nombre era Antonio, ¿no? ─pregunta Rosa.
─ Sí
─ Eso,
Antonio, ¿a qué te dedicas?
─ Hago
el segundo curso de psicología
─ Vaya,
a mí me encanta la psicología
─ A
mí también ─interrumpe Carlos─y también Joaquín Sabina, sus
canciones sí que son pura psicología.
─ ¿Y
eso qué tiene que ver? ─pregunta Rosa. En ese momento nadie habla
y Rosa se percata de que en el bar está sonando “noche de bodas”
de Joaquín Sabina. Todos vuelven a reír con complicidad. Juan da
varios golpes en la mesa con el culo de la cerveza.
─ Sabina hace su aparición
estelar, Sabina, el fantasma reaparece
sábana,
¿no?, Sabina y sábana ─dice Juan a la vez que echa a reír
copiosamente. Carlos ríe con él.
─ Este tío me cae genial ─dice
Carlos─ Eres un cachondo
Rosa bebe cerveza y mira a
Antonio
─ Entonces, ¿Quieres ser
psicólogo? ─dice ella.
─ Pues, bueno, no pienso mucho
en mi futuro.
─ En su futuro no ─continúa
Juan─ pero le da mucho al coco, siempre piensa demasiado, hay que
darle marcha al cuerpo, hacer más y pensar menos ─Carlos sonríe y
asevera el argumento de Juan moviendo la cerveza en el aire como si
fuera un pequeño martillo.
─ Claro que sí ─dice─ la
vida es un segundo, además, estáis aquí para disfrutar, ¿no?
─ Sí,
esta noche va a ser grandiosa ─contesta Juan. Antonio asiente con
las cejas mientras da un trago a su tercio.
─ Ahí
está, ya estamos llegando ─dice Juan. Ambos andan por la orilla de
la carretera. A un lado se encuentra la playa, al otro un bosque
ascendiente y frondoso. Apenas ven lo que la luz de la luna les
permite y los coches que eventualmente pasan, muchos de ellos con
música electrónica retumbando en la carcasa de los maleteros.
Caminan diez minutos más. En la puerta pagan la entrada,
quince euros con una consumición. El lugar está atestado de gente,
les cuesta bastante decidirse para quedarse fijos en un lugar. Los
dos se mueven entre el tumulto bailando bajo la irrumpiente música
electrónica que, debido a la gente que se mueve, dificulta y
obstaculiza la marcha. Juan va el primero, dirige a Antonio en el
tránsito. En varias ocasiones, pone su mano sobre la cabeza de
algunas chicas. Ellas se giran enfadadas en la mayoría de casos, él
eleva la cabeza y cierra los ojos sin quitar la mano de sus cabezas y
finge que esta teniendo lugar una conexión evangélica.
─ ¡Tus
ojos son los de una diosa! ─dice
Juan a una de las chicas que cierra un grupo perfectamente circular.
Todas están bailando para el centro del círculo, se miran unas a
otras y sincronizan sus movimientos. La chica sigue bailando, mueve
la cabeza de un lado otro, un movimiento perfectamente mecanizado que
desplaza su pelo rubio de un lado a otro, su cabello jamás irrumpe
su cara y su peinado nunca llega a descomponerse. Juan y Antonio
siguen moviéndose por la discoteca, están casi en el centro. Al
fondo hay una salida que da a una terraza, se ven sombrillas y
sillones de mimbre. Juan desvía el trayecto y llega hasta el lateral
de la sala principal. Se para en un hueco, cerca de la tarima. Ambos
están cerca de la salida de emergencia.
─ ¿Por
qué no vamos fuera, Juan?─grita Antonio.
Juan
no responde. Solo mueve su cabeza en círculos, con los ojos cerrados
y la cerveza en la mano. Alza los brazos en paralelo, como si la
música los hubiera poseído. Cuando parece que va a contestarle, se
agarra al cuello de Antonio y acerca sus húmedos labios a su oreja.
─ La
música es la gloria, es un todo, es la verdad pura... yooo... tío,
estoyyy en...te amo con todo mi corazóon...─ Antonio aparta la
cara de Juan con la mano, se empapa de su sudor.
Juan
sigue bailando encorvado hacia atrás. Comienza a mirar a su
alrededor, esperando compenetrarse con el resto de la gente. Antonio
mira al suelo y empieza a bailar con los dedos índice de sus manos.
A los segundos empieza a escrudiñar la sala. Mira la tarima, hay
tres personas en ella, dos hombres y una mujer. Ella baila de forma
muy sexy. Los dos tíos repiten el mismo movimiento una y otra vez;
mueven los brazos de alantehacia atrás con los puños cerrados y los
codos en ángulo recto como escuadras, parece que sierran con sus
puños un leño. Al lado de Antonio varias mujeres hablan al oído
intensamente, apoyadas en la barra. Juan se aleja tres metros, va
hacia la esquina más próxima donde se encuentra un grupo de ocho
personas. Uno de ellos parece ecuatoriano. Juan comienza a hablar con
él. Antonio mira la terraza, y empieza a abrirse paso con desgana
entre la gente. Sale fuera. Es la zona chill out, nota una incipiente
frescura en su espalda debido al contraste de temperatura. El aire no
está cargado.
─ Eh, psicólogo ─Rosa está
apoyada en la barandilla de madera que daba a la arena─ ¿Cómo os
está yendo la noche?
─ Muy bien ─Antonio mira a su
alrededor, se fija en una muchacha sentada en un gran sillón de
mimbre. Sus relucientes piernas están cruzadas, y su vestido es
verde y muy corto.
─ ¿Y
tu amigo?
Antonio
señala a la discoteca
─ Se
lo está pasando muy bien ─dice
─ ¿Y
tú? ¿Te lo estás pasando bien? ─Rosa mira a los ojos a Antonio y
sonríe con medio labio.
─ Sí,
esta es nuestra gran noche, mañana ya nos vamos. Se está pasando
muy rápido.
─ ¿Habías
venido antes aquí?
─ No,
es la primera vez, no he salido mucho de mi provincia. Normalmente no
viajo mucho.
─ ¿Tampoco
miras la luna?
─ ¿Cómo?
─ La
luna ─Señala al cielo─ se ve enorme, siempre que vengo a Mojácar
parece agrandarse.
─ Sí,
miro la luna
Rosa
se gira de costado y mira la cara de Antonio
─ ¿Por
qué tienes la lengua azul? ─pregunta
─ ohh
─hace el amago de taparse la boca con la mano─ Bebimos vodka azul
─ríe torpemente
─ oh,
qué gracioso ─Rosa se apoya de espaldas y pone los codos en la
barandilla, echa el cuerpo hacia adelante, dando pequeños pasos con
sus sandalias, que tienen el mismo color que su carne.
─ ¿Y
Carlos? ¿Dónde está?.
─ Fue
a pedir algo ─Rosa, lentamente, eleva su brazo izquierdo, lo
suficiente para dejar que sus pulseras bajen desde la muñeca a la
mitad del brazo. Baja el brazo de nuevo y observa cómo éstas
vuelven a la muñeca─Sabes, a mí también me gusta mucho pensar. A
veces paso horas enteras haciéndolo.
─ Ah
¿Sí?
─ Sí
─ Mira al suelo de la tarima ─Nosotros somos personas muy
profundas, ¿sabes?
En
ese momento, Antonio se percata de que al fondo de la playa el motero
está paseando de un lado a otro de la orilla.
─ ¿Conoces
al motero del camping? ─ Pregunta.
Rosa
se endereza y quita los codos de su barandilla.
─ Ah,
el motero. ¿El que está cerca de vuestro sitio?. No, no hemos
hablado con él. Parece un tipo raro, ¿verdad?. Sabes, yo tengo un
hermano motero, se pasa toda la vida viajando. Creo que la gente que
viaja tendría que ser abierta, estar dispuesta a abrirse a los
demás, viajar es un modo personal de liberarse ─Con su mano
izquierda toca la barandilla para restituir su equilibrio
En
ese momento aparece Carlos con dos gin-tonics. Le da uno a Rosa.
Lleva una camisa azul con cuadros bancos, tiene un aspecto mucho más
sobrio que por la tarde.
─ Eh,
el psicólogo ─ estrecha su mano ─ ¿Dónde está tu cámara?
─ Me
la dejé en el camping
─ Pues
aquí habrías sacado buenas fotos, con esta iluminación, la
terraza, la luna...
─ Ya,
pero hay mucha gente, no quiero que se me rompa
─ Carlos
─dice Rosa─ ¿Tú qué piensas del motero del camping?
─ Del
motero del camping? ¿Por qué habláis de eso ahora? Ese sí que es
un personaje ─mira alrededor─ Por cierto, ¿dónde está tu
amigo?
─ Está
dentro ─Antonio mira instintivamente a Rosa, que bebe de su vaso,
ajena a la conversación.
─ ¿Y
tú?¿Es que no te gusta bailar? ─pregunta
Carlos
─ oh,
sí, pero estoy tomando el fresco, aún así, hay bastante agobio ahí
dentro.
─ Vamos
a los asientos libres ─grita Rosa acercándose a unos sillones que
empiezan a ser abandonados por un grupo de personas que visten todos
de blanco.
Cada
uno toma uno de los sillones, los tres son del mismo tamaño. Tienen
el respaldo de mimbre, todos sus filones forman arcos simétricos.
Los asientos son recubiertos por un ancho cojín rojo. Durante los
primeros minutos Antonio no habla con ninguno de los dos. Ellos dos
conversan entre sí sobre algo relacionado con su marcha. Quieren
irse por la mañana temprano y están hablando de la hora a la que
saldrían, y de si merecía la pena comprarse una sombrilla puesto
que el espacio del coche es limitado.
─ Bueno
Antonio, cuéntanos algo de psicología ─dice Rosa
─ ¿Y
qué quieres saber?¿Qué te puedo contar yo? ─ríe débilmente
─ Yo
creo que todo está en la mente, todo lo que nos bloquea lo
maquinamos nosotros ─dice Carlos mientras señala su cabeza con el
dedo índice ─ Si fuéramos conscientes de cómo nos controla,
seríamos capaces de hacer todo lo que quisiéramos.
─ Bueno,
todo, no sé si tanto
─ Tío
qué si, que sí, una vez en youtube vi un documental de cómo
controlan nuestras mentes, y yo por ejemplo, es solo un ejemplo, pero
yo estoy aquí bebiendo un gin-tonic, pero lo hago porque sé que es
lo normal ─Rosa apoya su mano izquierda en el respaldo, despeja su
pelo de la cara con un movimiento de la cabeza y resopla─Y del
mismo modo, si mi cultura fuera otra yo asumiría eso como mi verdad,
sabes. La cosa es que si nos liberamos podemos hacer otras cosas sin
sentirnos mal.
─ ¿Y
qué quieres hacer Carlos? ─pregunta Rosa que deniega moviendo la
cabeza de un lado a otro.
─ No
lo sé, quizás ganar mucho dinero, sí veo la oportunidad ─ríe
copiosamente.
─¿Tú
que piensas de eso Antonio? ─pregunta Rosa.
─ Bueno,
creo que está bien cuestionarse lo que asumimos por verdad. Pero no
sé, hablas de tu cerebro como si tuvieras un superhéroe escondido,
como si reservaras tus poderes para la ocasión.
─ Pero,
si tú eres consciente de qué te controla puedes llegar a controlar
tú ─insiste Carlos
─ ¿Pero
qué es para ti la consciencia? ─pregunta
Antonio
─ La
conciencia es ─ alza los ojos hacia el cielo, como si intentara
articular su discurso ─ lo que nos permite pensar y descubrir, como
una luz que se proyecta en la oscuridad, ¿no?, si vemos más allá
también podemos controlar.
─ ¿Y
para qué quieres controlar? ─pregunta Antonio de nuevo. Rosa alza
las cejas durante un segundo y luego las relaja.
─ Para
crecer, para ser superior, para ser también más feliz ─contesta
Carlos.
Los
tres se callan. Rosa se inclina hacia delante y apoya sus brazos en
las rodillas, mira a Antonio.
─ ¿Tú
estás de acuerdo, Antonio? ─le pregunta
─ No
mucho
─ ¿Y
qué piensas?
─ No
sé, hablas de tu inconsciente como si fuera un oro enterrado. Tu
inconsciente es lo que te controla y si indagas no creo que te guste
lo que encuentres, si no no sería tan difícil acceder a tu mente
─pasa la mano por la frente ─No estoy seguro, pero quizá cuanto
más crees que controlas a tu mente más te está controlando ella a
ti.
─ Yo
no lo veo así ─contesta tajante Carlos
─ Lleva
la razón Carlos ─dice Rosa─Esta vez no has ganado.
Carlos
apoya su espalda en el respaldo de mimbre. Rosa sonríe y vuelve a
mirar la luna.
─ ¿Entonces
te gusta mucho mirar la luna? ─pregunta Rosa a Antonio. Los ojos de
ella se cierran involuntariamente.
─ Sí
─responde.
Rosa
se queda mirando la luna y durante tres segundo proyecta su mirada en
los ojos de Antonio. Ella tiene los ojos rojos y los labios muy
húmedos. Da pequeños golpecitos en el culo del vaso con la palma de
la mano izquierda abierta. Carlos tiene sus dos manos apoyadas en el
respaldo. Sus manos encajan en el pico de ambos respaldos, parece
como si sus nudillos sobresalieran del sillón. Ella se toca el pelo
varias veces y mueve las piernas inquieta. Finalmente se apoya en el
respaldo.
─ Creo
que deberíamos irnos ─dice Carlos─ es tarde.
─ Sí,
quizás ─dice Rosa.
─ Bueno
Antonio, nos vamos, ha sido un placer hablar contigo ─ dice Carlos
al levantarse, estrecha la mano de Antonio.
Antonio
llevaba un rato dando vueltas. No podía contar cuántas veces él y
Juan se habían separado. Lo busca durante varios minutos. Finalmente
lo ve sentado en uno de los altavoces. Seguramente en el invierno
ese lugar estaría atestado de abrigos. Está con los ojos cerrados y
apenas mueve el cuello de un lado a otro. Lo zarandea agarrándolo de
un hombro. Finalmente abre los ojos.
─ La
fiesta está siendo grandiosa ─dice
Juan.
─ Lo
sé, pero ya estamos para irnos.
Le
cuesta varios minutos convencerlo. Queda poco para que amanezca y
quedan pocas personas en la discoteca, la mayoría estaban muy
borrachos o eran parejas que se besuqueaban. Antonio guía a Juan
hasta la salida. El camino de vuelta dura unos veinte minutos. El
cansancio de ambo se intensifica a la vez que la luz del día se
presenta cada vez con más claridad. Cerca del campamento, un grupo
de personas, con pantalones muy cortos, estiran las piernas para
empezar a hacer “footing”.
Dentro
del campamento todo es silencio, aunque de camino a su parcela oyeron
dos despertadores y el cantar de los pájaros es más notable que en
el camino de vuelta. Se acostaron en la tienda de campaña. Acostados
boca arriba, Juan habla por primera vez desde que salieron de la
discoteca.
─ Casi
me he peleado ─habla como si tuviera una esponja en la boca.
─ ¿Qué
dices? ¿Con quién?
─ El
ecuatoriano, me acerqué para decirle que se parecía al machupicho
─ ¿Enserio?
─ Él
no conocía la serie de televisión. Cada vez que lo veía le decía
machupichu.
─ Oh,
dios
─ Me
dijo que era un racista, y yo le dije que solo quería ser simpático
con él y facilitar su adaptación.
─ Pero...
─Antonio piensa durante dos segundos y se echa a un lado,
intentando acomodarse en la almohada─ Da igual...
A
las cinco horas Antonio se despierta y sale de la tienda de campaña.
Los ronquidos de Juan resuenan intensamente. Se sorprende por no
haberse despertado antes, además, hace un calor insoportable. La
pareja de la caravana ya se ha marchado, el motero ha dejado su
parcela también vacía. El camping parece un lugar distinto. Carlos
y Rosa aparecen con el coche, circulan lentamente, el coche está
abarrotado. Antonio levanta la mano para saludar. Carlos baja el
retrovisor interior y no apartó la mirada del camino. Rosa mira a
Antonio brevemente, luego gira la cabeza hacia el retrovisor de su
lado y comienza a ponerse maquillaje.
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