martes, 4 de marzo de 2014

Bueno, todo, no sé si tanto...

Antonio y Juan se habían conocido hace dos años, pero no fue hasta las pasadas navidades cuando comenzaron a desarrollar una amistad. Al principio tenían contacto gracias al grupo, y especialmente por un amigo común; Carlos, que se dedicaba esencialmente a pinchar en una discoteca. Al principio, Antonio y Juan solamente se conocían de salir al callejón de San Javier. Ellos dos eran de los pocos de su grupo que se habían mudado a Murcia capital para estudiar en la universidad. En la época de exámenes, especialmente en la navideña, cuando la mayoría solía estudiar en sus hogares, ellos solían ir a la biblioteca de San Javier. Allí fue donde empezaron a conocerse más íntimamente. Al principio, únicamente hablaban para lamentarse del agobio que suponía estar estudiando en plenas vacaciones, mientras que todos sus amigos estaban organizando encuentros que en otro momento sería imposible, dada la genérica indisponibilidad. Empezaron a sincronizar los descansos de estudio, luego tomaron posesión de las dos sillas contiguas en el rincón de la esquina de la sala más pequeña y al final acabaron desayunando juntos antes de comenzar cada sesión de estudio, cosa que acabó por convertirse en un ritual matutino necesario.
Acaban de terminar los exámenes de Septiembre, todavía no saben si han aprobado las asignaturas, Juan sospecha que no ha llegado a aprobar “fiscalidad de la empresa”, pero tiene esperanza, realmente hacía tiempo que no estaba tan contento. Ambos habían trabajado los fines de semana de todo el verano; Juan ayudando a su padre en el almacén de carpintería, Antonio como camarero en una heladería.
¿Nunca se equivoca el GPS? ─pregunta Antonio
Bueno, alguna vez me ha formado algún lío, pero para llegar a Mojácar hay que seguir casi todo el tiempo recto.
Entonces, casi que el GPS no hace falta, ¿no?. No como el café, dios, hemos salido muy temprano y estoy muerto de sueño.
Eso es porque eres un gandul ─Juan pulsa el botón del reproductor. Se oye un ruido de plásticos desplazando los CDs. El nuevo disco de Goran Bregovic comienza a sonar ─ ¡Aquí tenemos el disco de nuestras vacaciones!─le sube el volumen sin apartar la mirada de la carretera. Las lejanas montañas aparecen al final de la recta, van a dejar atrás el tramo más seco y el paisaje de huertos atestados de olivos.
El sol está radiante, hemos tenido mucha suerte ─dice Antonio.
Síii, mucha suerte─ Juan mueve la cabeza de arriba a abajo al son de la música.
¿Has conducido mucho por esta autovía? Las montañas son bonitas, seguro que hay senderos─ Antonio mira la radio y luego a Juan, que está dando pequeños golpes en el aire con el puño derecho ─La libertad sienta demasiado bien, aunque tenga sueño.

Piden dos cafés, uno con leche y el otro cortado. La camarera los mira mientras vierte la leche en los vasos.
Estamos celebrando nuestra libertad ─dice Juan─hemos estado tres meses estudiando y trabajando, ¿Ves la cámara de mi amigo? ─ Antonio había echado varias fotos a las estanterías del local, solamente había macetas, varias de ellas con una notable cantidad de polvo y telarañas
Aquí lo vamos a registrar todo ─dice Antonio.
La camarera sonríe sin levantar los ojos de la barra y se dirige a atender a otro cliente, el cual tenía una camisa blanca abrochada hasta el último botón y unas gafas de sol apoyadas en su terca y morena frente. Sin que él hable, la camarera asiente como si anticipara su pedido.
Juan y Antonio conversan.
He seleccionado esta camiseta, me la compré en el mercadillo de la playa ─dice Juan.
Oh, está muy guay, me gusta el dibujo, camisetas fluorescentes, como dijimos. Si nos perdemos seguimos la estela de luz.
¿Y si no?
Los dos al mismo tiempo:
¡estelante, no hay estela, se hace estela al andar! ─ambos ríen a carcajadas y Juan derrama café en su camiseta, mancha el ojo del hipster barbudo que está estampado junto a tres serpientes metálicas que le rodean.
Antonio Machado ¿o Antonio Manchado? ─dice Antonio
¡Oh, nooo!, mi amuleto del viaje se ha quedado tuerto
El hombre de las gafas en la frente los está mirando. La leche llevaba ebulliendo medio minuto y la camarera gira la rueda de vapor. Antonio destapa la capucha de la reflex para tomar una foto de la camiseta.

Tras una hora de conducción, Antonio se cerciora de que necesitaría más pilas. Era su culpa, el modo automático consumía mucha energía. Se había comprado la máquina hace tres años y todavía no había aprendido a usarla manualmente. Juan le dice despreocupado que comprarían algunas cuando lleguen a la playa.
Pasan el tramo montañoso y atraviesan un par de pequeños pueblos repletos de pequeñas casas blancas. En el GPS ya se puede ver la playa desde la visión panorámica. Ahora es la última quincena de la temporada veraniega, así que no hicieron reserva para el camping.
Llegan a la entrada y la barrera se levanta. Antonio echa una foto del hombre de la cabina, un hombre calvo que parece bastante cansado. El hombre les indica que tomen la penúltima parcela a la izquierda, y que antes de salir del camping se pasaran por la cabina para que les explique las normas. Esto último lo dice mientras mira la cámara que Antonio está aguardando en su estuche.
Al bajar del coche estiran las piernas y la espalda, Juan pone un disco de Led Zeppelin y comienzan a levantar la tienda de campaña. Cuando terminan de clavar las últimas púas, Antonio va al baño y Juan se queda contemplando el camping y las parcelas de alrededor. A la derecha hay un matrimonio. Parecen irlandeses. Están preparando la comida en una mesa de plástico. El hombre saca agua potable desde un grifo externo incorporado a la caravana. Son bastante mayores, y no dejan de sonreír. El hombre lleva la jarra llena a la mesa y la mujer se acerca a una cuerda atada entre dos pinos sobre la que cuelgan varias prendas. Toca varias de ellas apretándolas en sus los puños, para cerciorarse de si ya estaban secas. Descubre a Juan observándolos. Ella sonríe y levanta la mano abierta a la altura del pecho para saludar.
¡Yeah, Led Zeppelin! ¡The fucking bosses! ─Al otro lado de la parcela un motero mueve los brazos haciendo el signo del rock and roll con las dos manos. Juan lo mira. El motero tiene una barba rala y sostiene una botella de vodka en una de las manos. Juan no reacciona, y el motero mueve los brazos más asiduamente ─ ¡Great music dude! ¡Bieeen música!
Juan sonría levemente.
Síii muy buenooo ─imita torpemente el gesto de los dedos.
Antonio vuelve apresurado
¡Tío, los aseos son grandiosos, hay como veinte y he visto un grupo de jóvenes acampar detrás de esos arbustos! ─Antonio se da cuenta de que el motero los mira apoyado en su moto.
Antes habló conmigo ─dice Juan ─creo que viene solo, al menos tiene toda la pinta.
Antonio da dos pasos hacia él
¿Te molesta la música? ─antes de que Antonio preguntara el motero ya ha iniciado su marcha sin soltar la botella. Va hacia la tienda de campaña que él mismo había improvisado con una toalla en el suelo y varias chaquetas dispuestas entre las ramas.
Pon otra cosa mejor, ¿no? ─ dice Antonio.
¡Venga! ¡la música de nuestro viaje! ─Juan vuelve a poner el disco de Goran Bregovic, y le sube aún más el volumen. La música árabe resuena por todo el camping. El matrimonio se fija en ellos, la mujer sonríe y el hombre lleva un trozo de pan a la boca mientras frunce el ceño.
Juan se pone unas gafas de sol azules, y tira su camiseta a la parte trasera del coche, tras lo cual empieza a dar vueltas alrededor de la tienda como si fuera un indio. Comienza a bailar, y a enseñar sus bíceps. Antonio comienza a reírse ante la situación y se dispone a traer la réflex. Juan posa para una foto, aprieta sus labios y comienza a moverse como un gorila. Sus rodillas se levantan por encima de su cadera. Luego comienza a alternar el movimiento de gorila con sutiles movimientos de cadera, parodiando a una danzadora del vientre.
Antonio saca fotos como si fuera el paparachi de Juan. En una de las ocasiones, saca una foto de la caravana donde se encontraba la pareja comiendo. Ella los mira. Su silla está ladeada de la mesa. Sonríe con ese gesto congelado desde que llegaron, da pequeñas palmaditas siguiendo el ritmo de la música. El hombre sigue comiendo y mirando la mesa. Él dice algo a su mujer y ella ella gira su silla hasta que vuelve a estar de frente a la mesa.
¡Ya se me han agotado las pilas! ─Antonio sostiene la cámara en las manos como si hubiera pasado a ser un aparato inservible.

Ahora la cosa está muy floja. En Agosto, en esta terraza, no se podía ni respirar ─el camarero termina de preparar los dos chupitos tropicales. Él mismo le había puesto el nombre, era una mezcla de whisky y licor de piña─ Decimos que por cada chupito te sale una pluma, y que luego puede que te conviertas en un cisne o en un pollo.
¿Y no tienes una versión más masculina? La idea del cisne no me gusta mucho ─Dice Juan. Mira el chupito y levanta el dedo índice y pulgar para cogerlo.
Espera, espera, que quiero echarle una foto ─Dice Antonio. Rastrea su mochila con la mano buscando la cámara.
No tengo la menor idea de por qué se dice esto, solo sé que se lleva diciendo años ─Mira a su alrededor para asegurarse de que no hay clientes esperando─ Según me dijo mi jefe, lo empezó a decir un borracho cada vez que se bebía un chupito, al final se acabó convirtiendo en un lema del bar.
Con lo del pollo quizás se refieren a los guiris, todos cuando beben y se torran en la orilla, al final acaban fritos como pollos Dice Juan.
Las botellas que se encuentran detrás del camarero relucen en sus distintos colores. Los huecos que éstas dejan en la estantería están llenas con flores. Detrás de la estantería, se encuentra un enorme espejo que ocupa todo el muro donde el alcohol se expone.
Da igual si no hay mucha gente, este sitio es como un paraíso Dice Antonio ─¿Jugamos al billar, Juan?.
Antonio inserta una moneda. Dispone las bolas en el triángulo. Juan rompe y mete dos redondas en el primer golpe.
¡La gloria está en mi! ─Alza los brazos, aprieta los puños y saca pecho ─¡El cid campeador y sus dos bolas!
El motero entra por la puerta que da a la carretera. Atraviesa la pista de baile, que se encuentra vacía en ese momento. Pasa por al lado del billar. Juan lo mira, lleva las gafas azules puestas y todavía tiene los brazos alzados. El motero pasa por su lado, sigue adelante y baja las escaleras que dan a la zona de colchones y sombrillas clavadas en la arena. Llega a la orilla de la playa y se sienta en una roca. Saca una pequeña petaca de su bolsillo y comienza a beber y mirar el mar.
Antonio ha seguido con la mirada todo su trayecto. Cuando retrae la atención a la partida cruza su mirada con un hombre de la barra. El hombre lleva una camiseta roja y unos pantalones pirata. Sus ojos son azul oscuro y destacan en un rostro rodeado y minusculizado por una espesa barba marrón.
¿Te gusta el billar? ─Pregunta Antonio.
No, no ─ Contesta observando como Juan da vueltas alrededor de la mesa pensando en la siguiente jugada ─¿Vosotros estáis en el camping, no?
¡Sí! ¿Te hemos visto antes? ─Pregunta Antonio.
No lo sé, pero con la música que teníais puesta era difícil no percatarse de...
Juan grita imitando a Tarzán y dándose golpes en el pecho. Ha metido otra bola entera.
Ya, te entiendo ─Antonio sonríe volviendo la cabeza que había girado ante el bramido─ ¿Para cuántos días estáis?
Solamente estamos esta noche
Ya ─la barba del hombre se eleva ligeramente al sonreír─ Yo estoy con mi chica, llevamos ya cuatro días, estamos allí, bueno, si queréis venir luego.
Juan interrumpe la conversación.
¡Sí, claro tío!¡Por cierto, yo soy Juan! ─aleja el palo de su cuerpo y estrecha la mano del hombre efusivamente.
Bueno, pues ya sabéis, nos vemos luego ─dice el hombre de la barba
Nos vemos después de mi gran victoria ─vuelve a alzar los brazos ─¡El cid campeador es imparable!
El hombre de la barba ser va sonriendo.

Mi nombre es Rosa
Bonito pelo, Rosa, yo soy Juan.
Al final habéis venido ─dice el hombre de la barba
Claro, parecéis enrollados, hemos venido aquí para compartir el bueno rollo, ¿no? ─ Dice Antonio ─Por cierto, no sé tu nombre.
Me llamo Carlos, tío ─Levanta la mano abierta para estrecharle la mano
Oh ─exclama Antonio ─Juan y yo tenemos un colega que se llama también Carlos ─Juan y Antonio se miran. Carlos y Rosa se miran.
Sí, hay muchos Carlos en esta vida ─dice Rosa.
Pues sí, la verdad es que hay muchos ─Juan se ríe y saca afuera su lengua, babeando como si fuera un perro. Carlos se echa a reír.
¿Pero vosotros de dónde venís? ¿Qué hacéis aquí? ─pregunta Rosa.
Venimos de San Javier. Nos prometimos este viaje hace dos meses ─ dice Antonio. Como si estuviera preestipulado Antonio y Juan se miran y chocan los cinco ─Algunas noches de biblioteca, venir aquí era la única idea que nos mantenía motivados, aunque no siempre concentrados.
Aún así, en la biblioteca es difícil concentrarse, siempre hay muchas tías buenas ─dice Juan.
Bueno, aquí también, ¿no? ─ Exclama Carlos. Rosa lo mira.
Síii, ladys everywhere ─exclama Juan─ Mira a esas que están ahí sentadas, la del vestido rojo con tirantes ─aprieta su rostro, sus arrugas se contraen y gruñe lanzando mordiscos al aire.
Los tres echan a reír. Rosa mira su cerveza, acaricia la etiqueta y sonría levemente.
Tu nombre era Antonio, ¿no? ─pregunta Rosa.
Eso, Antonio, ¿a qué te dedicas?
Hago el segundo curso de psicología
Vaya, a mí me encanta la psicología
A mí también ─interrumpe Carlos─y también Joaquín Sabina, sus canciones sí que son pura psicología.
¿Y eso qué tiene que ver? ─pregunta Rosa. En ese momento nadie habla y Rosa se percata de que en el bar está sonando “noche de bodas” de Joaquín Sabina. Todos vuelven a reír con complicidad. Juan da varios golpes en la mesa con el culo de la cerveza.
Sabina hace su aparición estelar, Sabina, el fantasma reaparece
sábana, ¿no?, Sabina y sábana ─dice Juan a la vez que echa a reír copiosamente. Carlos ríe con él.
Este tío me cae genial ─dice Carlos─ Eres un cachondo
Rosa bebe cerveza y mira a Antonio
Entonces, ¿Quieres ser psicólogo? ─dice ella.
Pues, bueno, no pienso mucho en mi futuro.
En su futuro no ─continúa Juan─ pero le da mucho al coco, siempre piensa demasiado, hay que darle marcha al cuerpo, hacer más y pensar menos ─Carlos sonríe y asevera el argumento de Juan moviendo la cerveza en el aire como si fuera un pequeño martillo.
Claro que sí ─dice─ la vida es un segundo, además, estáis aquí para disfrutar, ¿no?
Sí, esta noche va a ser grandiosa ─contesta Juan. Antonio asiente con las cejas mientras da un trago a su tercio.

Ahí está, ya estamos llegando ─dice Juan. Ambos andan por la orilla de la carretera. A un lado se encuentra la playa, al otro un bosque ascendiente y frondoso. Apenas ven lo que la luz de la luna les permite y los coches que eventualmente pasan, muchos de ellos con música electrónica retumbando en la carcasa de los maleteros. Caminan diez minutos más. En la puerta pagan la entrada, quince euros con una consumición. El lugar está atestado de gente, les cuesta bastante decidirse para quedarse fijos en un lugar. Los dos se mueven entre el tumulto bailando bajo la irrumpiente música electrónica que, debido a la gente que se mueve, dificulta y obstaculiza la marcha. Juan va el primero, dirige a Antonio en el tránsito. En varias ocasiones, pone su mano sobre la cabeza de algunas chicas. Ellas se giran enfadadas en la mayoría de casos, él eleva la cabeza y cierra los ojos sin quitar la mano de sus cabezas y finge que esta teniendo lugar una conexión evangélica.
¡Tus ojos son los de una diosa! ─dice Juan a una de las chicas que cierra un grupo perfectamente circular. Todas están bailando para el centro del círculo, se miran unas a otras y sincronizan sus movimientos. La chica sigue bailando, mueve la cabeza de un lado otro, un movimiento perfectamente mecanizado que desplaza su pelo rubio de un lado a otro, su cabello jamás irrumpe su cara y su peinado nunca llega a descomponerse. Juan y Antonio siguen moviéndose por la discoteca, están casi en el centro. Al fondo hay una salida que da a una terraza, se ven sombrillas y sillones de mimbre. Juan desvía el trayecto y llega hasta el lateral de la sala principal. Se para en un hueco, cerca de la tarima. Ambos están cerca de la salida de emergencia.
¿Por qué no vamos fuera, Juan?─grita Antonio.
Juan no responde. Solo mueve su cabeza en círculos, con los ojos cerrados y la cerveza en la mano. Alza los brazos en paralelo, como si la música los hubiera poseído. Cuando parece que va a contestarle, se agarra al cuello de Antonio y acerca sus húmedos labios a su oreja.
La música es la gloria, es un todo, es la verdad pura... yooo... tío, estoyyy en...te amo con todo mi corazóon...─ Antonio aparta la cara de Juan con la mano, se empapa de su sudor.
Juan sigue bailando encorvado hacia atrás. Comienza a mirar a su alrededor, esperando compenetrarse con el resto de la gente. Antonio mira al suelo y empieza a bailar con los dedos índice de sus manos. A los segundos empieza a escrudiñar la sala. Mira la tarima, hay tres personas en ella, dos hombres y una mujer. Ella baila de forma muy sexy. Los dos tíos repiten el mismo movimiento una y otra vez; mueven los brazos de alantehacia atrás con los puños cerrados y los codos en ángulo recto como escuadras, parece que sierran con sus puños un leño. Al lado de Antonio varias mujeres hablan al oído intensamente, apoyadas en la barra. Juan se aleja tres metros, va hacia la esquina más próxima donde se encuentra un grupo de ocho personas. Uno de ellos parece ecuatoriano. Juan comienza a hablar con él. Antonio mira la terraza, y empieza a abrirse paso con desgana entre la gente. Sale fuera. Es la zona chill out, nota una incipiente frescura en su espalda debido al contraste de temperatura. El aire no está cargado.
Eh, psicólogo ─Rosa está apoyada en la barandilla de madera que daba a la arena─ ¿Cómo os está yendo la noche?
Muy bien ─Antonio mira a su alrededor, se fija en una muchacha sentada en un gran sillón de mimbre. Sus relucientes piernas están cruzadas, y su vestido es verde y muy corto.
¿Y tu amigo?
Antonio señala a la discoteca
Se lo está pasando muy bien ─dice
¿Y tú? ¿Te lo estás pasando bien? ─Rosa mira a los ojos a Antonio y sonríe con medio labio.
Sí, esta es nuestra gran noche, mañana ya nos vamos. Se está pasando muy rápido.
¿Habías venido antes aquí?
No, es la primera vez, no he salido mucho de mi provincia. Normalmente no viajo mucho.
¿Tampoco miras la luna?
¿Cómo?
La luna ─Señala al cielo─ se ve enorme, siempre que vengo a Mojácar parece agrandarse.
Sí, miro la luna
Rosa se gira de costado y mira la cara de Antonio
¿Por qué tienes la lengua azul? ─pregunta
ohh ─hace el amago de taparse la boca con la mano─ Bebimos vodka azul ─ríe torpemente
oh, qué gracioso ─Rosa se apoya de espaldas y pone los codos en la barandilla, echa el cuerpo hacia adelante, dando pequeños pasos con sus sandalias, que tienen el mismo color que su carne.
¿Y Carlos? ¿Dónde está?.
Fue a pedir algo ─Rosa, lentamente, eleva su brazo izquierdo, lo suficiente para dejar que sus pulseras bajen desde la muñeca a la mitad del brazo. Baja el brazo de nuevo y observa cómo éstas vuelven a la muñeca─Sabes, a mí también me gusta mucho pensar. A veces paso horas enteras haciéndolo.
Ah ¿Sí?
Sí ─ Mira al suelo de la tarima ─Nosotros somos personas muy profundas, ¿sabes?
En ese momento, Antonio se percata de que al fondo de la playa el motero está paseando de un lado a otro de la orilla.
¿Conoces al motero del camping? ─ Pregunta.
Rosa se endereza y quita los codos de su barandilla.
Ah, el motero. ¿El que está cerca de vuestro sitio?. No, no hemos hablado con él. Parece un tipo raro, ¿verdad?. Sabes, yo tengo un hermano motero, se pasa toda la vida viajando. Creo que la gente que viaja tendría que ser abierta, estar dispuesta a abrirse a los demás, viajar es un modo personal de liberarse ─Con su mano izquierda toca la barandilla para restituir su equilibrio
En ese momento aparece Carlos con dos gin-tonics. Le da uno a Rosa. Lleva una camisa azul con cuadros bancos, tiene un aspecto mucho más sobrio que por la tarde.
Eh, el psicólogo ─ estrecha su mano ─ ¿Dónde está tu cámara?
Me la dejé en el camping
Pues aquí habrías sacado buenas fotos, con esta iluminación, la terraza, la luna...
Ya, pero hay mucha gente, no quiero que se me rompa
Carlos ─dice Rosa─ ¿Tú qué piensas del motero del camping?
Del motero del camping? ¿Por qué habláis de eso ahora? Ese sí que es un personaje ─mira alrededor─ Por cierto, ¿dónde está tu amigo?
Está dentro ─Antonio mira instintivamente a Rosa, que bebe de su vaso, ajena a la conversación.
¿Y tú?¿Es que no te gusta bailar? ─pregunta Carlos
oh, sí, pero estoy tomando el fresco, aún así, hay bastante agobio ahí dentro.
Vamos a los asientos libres ─grita Rosa acercándose a unos sillones que empiezan a ser abandonados por un grupo de personas que visten todos de blanco.
Cada uno toma uno de los sillones, los tres son del mismo tamaño. Tienen el respaldo de mimbre, todos sus filones forman arcos simétricos. Los asientos son recubiertos por un ancho cojín rojo. Durante los primeros minutos Antonio no habla con ninguno de los dos. Ellos dos conversan entre sí sobre algo relacionado con su marcha. Quieren irse por la mañana temprano y están hablando de la hora a la que saldrían, y de si merecía la pena comprarse una sombrilla puesto que el espacio del coche es limitado.
Bueno Antonio, cuéntanos algo de psicología ─dice Rosa
¿Y qué quieres saber?¿Qué te puedo contar yo? ─ríe débilmente
Yo creo que todo está en la mente, todo lo que nos bloquea lo maquinamos nosotros ─dice Carlos mientras señala su cabeza con el dedo índice ─ Si fuéramos conscientes de cómo nos controla, seríamos capaces de hacer todo lo que quisiéramos.
Bueno, todo, no sé si tanto
Tío qué si, que sí, una vez en youtube vi un documental de cómo controlan nuestras mentes, y yo por ejemplo, es solo un ejemplo, pero yo estoy aquí bebiendo un gin-tonic, pero lo hago porque sé que es lo normal ─Rosa apoya su mano izquierda en el respaldo, despeja su pelo de la cara con un movimiento de la cabeza y resopla─Y del mismo modo, si mi cultura fuera otra yo asumiría eso como mi verdad, sabes. La cosa es que si nos liberamos podemos hacer otras cosas sin sentirnos mal.
¿Y qué quieres hacer Carlos? ─pregunta Rosa que deniega moviendo la cabeza de un lado a otro.
No lo sé, quizás ganar mucho dinero, sí veo la oportunidad ─ríe copiosamente.
¿Tú que piensas de eso Antonio? ─pregunta Rosa.
Bueno, creo que está bien cuestionarse lo que asumimos por verdad. Pero no sé, hablas de tu cerebro como si tuvieras un superhéroe escondido, como si reservaras tus poderes para la ocasión.
Pero, si tú eres consciente de qué te controla puedes llegar a controlar tú ─insiste Carlos
¿Pero qué es para ti la consciencia? ─pregunta Antonio
La conciencia es ─ alza los ojos hacia el cielo, como si intentara articular su discurso ─ lo que nos permite pensar y descubrir, como una luz que se proyecta en la oscuridad, ¿no?, si vemos más allá también podemos controlar.
¿Y para qué quieres controlar? ─pregunta Antonio de nuevo. Rosa alza las cejas durante un segundo y luego las relaja.
Para crecer, para ser superior, para ser también más feliz ─contesta Carlos.
Los tres se callan. Rosa se inclina hacia delante y apoya sus brazos en las rodillas, mira a Antonio.
¿Tú estás de acuerdo, Antonio? ─le pregunta
No mucho
¿Y qué piensas?
No sé, hablas de tu inconsciente como si fuera un oro enterrado. Tu inconsciente es lo que te controla y si indagas no creo que te guste lo que encuentres, si no no sería tan difícil acceder a tu mente ─pasa la mano por la frente ─No estoy seguro, pero quizá cuanto más crees que controlas a tu mente más te está controlando ella a ti.
Yo no lo veo así ─contesta tajante Carlos
Lleva la razón Carlos ─dice Rosa─Esta vez no has ganado.
Carlos apoya su espalda en el respaldo de mimbre. Rosa sonríe y vuelve a mirar la luna.
¿Entonces te gusta mucho mirar la luna? ─pregunta Rosa a Antonio. Los ojos de ella se cierran involuntariamente.
Sí ─responde.
Rosa se queda mirando la luna y durante tres segundo proyecta su mirada en los ojos de Antonio. Ella tiene los ojos rojos y los labios muy húmedos. Da pequeños golpecitos en el culo del vaso con la palma de la mano izquierda abierta. Carlos tiene sus dos manos apoyadas en el respaldo. Sus manos encajan en el pico de ambos respaldos, parece como si sus nudillos sobresalieran del sillón. Ella se toca el pelo varias veces y mueve las piernas inquieta. Finalmente se apoya en el respaldo.
Creo que deberíamos irnos ─dice Carlos─ es tarde.
Sí, quizás ─dice Rosa.
Bueno Antonio, nos vamos, ha sido un placer hablar contigo ─ dice Carlos al levantarse, estrecha la mano de Antonio.

Antonio llevaba un rato dando vueltas. No podía contar cuántas veces él y Juan se habían separado. Lo busca durante varios minutos. Finalmente lo ve sentado en uno de los altavoces. Seguramente en el invierno ese lugar estaría atestado de abrigos. Está con los ojos cerrados y apenas mueve el cuello de un lado a otro. Lo zarandea agarrándolo de un hombro. Finalmente abre los ojos.
La fiesta está siendo grandiosa ─dice Juan.
Lo sé, pero ya estamos para irnos.
Le cuesta varios minutos convencerlo. Queda poco para que amanezca y quedan pocas personas en la discoteca, la mayoría estaban muy borrachos o eran parejas que se besuqueaban. Antonio guía a Juan hasta la salida. El camino de vuelta dura unos veinte minutos. El cansancio de ambo se intensifica a la vez que la luz del día se presenta cada vez con más claridad. Cerca del campamento, un grupo de personas, con pantalones muy cortos, estiran las piernas para empezar a hacer “footing”.
Dentro del campamento todo es silencio, aunque de camino a su parcela oyeron dos despertadores y el cantar de los pájaros es más notable que en el camino de vuelta. Se acostaron en la tienda de campaña. Acostados boca arriba, Juan habla por primera vez desde que salieron de la discoteca.
Casi me he peleado ─habla como si tuviera una esponja en la boca.
¿Qué dices? ¿Con quién?
El ecuatoriano, me acerqué para decirle que se parecía al machupicho
¿Enserio?
Él no conocía la serie de televisión. Cada vez que lo veía le decía machupichu.
Oh, dios
Me dijo que era un racista, y yo le dije que solo quería ser simpático con él y facilitar su adaptación.
Pero... ─Antonio piensa durante dos segundos y se echa a un lado, intentando acomodarse en la almohada─ Da igual...
A las cinco horas Antonio se despierta y sale de la tienda de campaña. Los ronquidos de Juan resuenan intensamente. Se sorprende por no haberse despertado antes, además, hace un calor insoportable. La pareja de la caravana ya se ha marchado, el motero ha dejado su parcela también vacía. El camping parece un lugar distinto. Carlos y Rosa aparecen con el coche, circulan lentamente, el coche está abarrotado. Antonio levanta la mano para saludar. Carlos baja el retrovisor interior y no apartó la mirada del camino. Rosa mira a Antonio brevemente, luego gira la cabeza hacia el retrovisor de su lado y comienza a ponerse maquillaje.


4-3-14

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