El peso que cargaba
en su espalda se amortiguaba en el cojín adosado de la mochila de
montaña que se había comprado en Decathlon. Era la más cara de
todas y también la más grande, cabían más cosas de las que había
imaginado cuando sopesó su tamaño en la tienda. Solo eran
vacaciones de navidad. El tiempo en este paréntesis pasaría fugaz;
paréntesis no pragmático, puesto que tenía muchos trabajos que
presentar al comienzo de Enero.
─ ¡Qué
bien! ¡Qué alegría me da verte! ─se inclinó para darle dos
besos. Su aspecto era casi el mismo que hace dos años, aunque estaba
más guapa ─¡Te veo muy cambiado! ¿Cómo has cambiado tanto? ─sus
mofletes fulguraban rojizos, y ella se tocó la cabeza. Intentó
alinear esa melena rebelde y rizada que parecía que descomponía su
temple como un ronquido involuntario.
─ Tú
estás muy guapa ─los coches pasaban rugiendo sobre los cinco
carriles como recuerdos soterrados que circulan por los sueños. El
semáforo cambiaba de verde a rojo, de verde a rojo...
─ ¿Y
eso que me has llamado? No
me lo esperaba ─Preguntó ella. Antonio acomodó la mochila a la
espalda con un pequeño salto. Llevaba horas viajando aunque su
cansancio no se transfugaba en los ojos. Estaba feliz, contento, no
sabía exactamente por qué de todas las veces que había pasado por
la ciudad, no había considerado la opción de llamarla. Pero esta
vez lo había hecho, además decidido. Cogió el móvil de la mochila
mientras el conductor de “blablacar” explicaba la diferencia
entre el cambio de marchas manual y automático, hablaba del
mecanismo interno. Ella contestó con una voz insegura que vibró
desde un punto al otro de la línea, y que a él le ruborizó
instantáneamente, pero que no le hizo infringir el guión de lo que
sería su breve conversación. Era lo que sucedía cuando viajaba y
tenía un plan bien delimitado de lo que sería el día, así pues no
dejaba espacio para los remordimientos por el trabajo sin hacer, y
todo lo que hacía se vertía en el espacio como operaciones claras y
ordenadas, como el cielo que los cubría más allá del tráfico y
los edificios. De verde a rojo, de verde a rojo...
─ ¡Venga, vamos, querrás
descansar un rato! ─dijo ella.
─ Bueno, lo llevo bien, me
gusta viajar ¿dónde está tu casa?.
─ ¿Tú todavía no has visto
mi casa?
─ Sí ─pasaron entre un grupo
concentrado en las puertas de una apretada capilla. Para Antonio
andar con esa mochila era algo teóricamente normal pero todavía no
había calibrado el natural contrapeso de su espalda. ¡Claro que
había estado en su casa! ¿Acaso ella no lo recordaba?. El mayor
esfuerzo era, sin duda, el de fingir que no había implicaciones más
allá de cada frase, una simple laguna escondía recuerdos dormidos y
aspavientos contenidos. Convertirlo en simple, romper la página y
comenzar una conversación en blanco, ya era un enorme esfuerzo.
María abrió la puerta de roble
con la llave, estaba recién barnizada, toda su casa olía a barniz.
Le enseñó las habitaciones; uno de ellas con un despacho que
Antonio no hubiera imaginado que ella tendría; nuevas estanterías
en los pasillos y el comedor, el cual tenía dos sofás invadidos por
sus tres gatos. Él fue al aseo y escuchó la máquina de café
mientras se sorprendió al ver un pequeño Yyakusi que María había
instalado en el baño.
María sirvió el café con dos
posavasos de cartón y ambos se sentaron en el suelo sobre una mesa
acolchada.
─ ¿Qué haces ahora? ─preguntó
Antonio
─ Sigo dando clases
─ Buff ¿y los niños? ¿no te
vuelven loca?
─ oh, sí, me desesperan.
Tenemos problemas internos en el colegio, nadie se hace responsable
de nada, Y esos pobres niños... ─abraza una mano con la otra entre
el hueco de sus piernas cruzadas. La tarde era calurosa, y el sol
seguía luciendo, aunque las bandadas de pájaros ya comenzaban a
anunciar el ocaso─ También hago terapia.
─ Wou,
¿enserio? ─Sonrió con admiración, y sus cejas se levantaron
elevando pensamientos que le retrotraían al pasado, ¿Cuándo
perdí el hilo de su historia?
pensó.
─ Sí,
terminé
el máster de arteterapia, lo hago los fines de semana.
─ Me alegro un montón. ¿Y te
gusta? ¿Cuánto tiempo lo llevas haciendo?
─ nada, si cobro muy poco,
llevo dos meses. No sé si lo hago bien, pero mis clientes, sabes,
son especiales, muy especiales.
─ ¿Es difícil?
─ Sabes, es así, como algo
natural, no tengo que esforzarme, es como construir con el otro
─movía las manos mientras hablaba como quien profetiza sin que
quiere que se descubra su misión─ Pero, me ayuda mucho,
personalmente ─ella elevó los
ojos como si quisiera ahondar en unos pensamientos que hubiera
dispuesto en el techo ─¿Y tú y yo? ¿Por qué dejamos de
hablarnos?
─ Pues,
¿de veras no lo recuerdas? ─casi se había terminado el café y él
recuperó espontáneamente una sensación familiar que nacía de la
casa, era como si las paredes tuvieran una especial vibración que ya
sintió en el pasado “¿Tú
todavía no has visto mi casa?” ─
No sé como no lo recuerdas, que mala memoria
─ Lo que recuerdo ─hurgaba el
poso de azúcar de caña con la cucharilla ─es que discutíamos por
tonterías.
─ Sí ─Antonio asintió con
una liviana sonrisa, como un cura cuyo confesor verifica la
pertinencia de sus lecciones, pero que en el fondo tiene incubada una
duda que jamás llegaría a germinar.
Ella arrancaba las hojas de espinacas. Separó el montón en dos mitades y acercó el puñado de su
mano izquierda.
─ Son un regalo ─ Se lo
entregó a Antonio sin apartar la mirada del huerto, como si se
preocupara por no perder una concentración especial que esa
actividad supuestamente requería y que Antonio no llegaba a
entender por qué.
─ ¡Son gigantes! No sé qué
cocinar con ellas ¿de verdad que no las quieres tú?
─ Yo tengo este montón,
además, debo arrancar las hojas más maduras, solo si las quito la
planta puede dar todo de sí.
Antonio miró el manojo de
espinacas de su mano
─ Para ellas no existe el luto,
se desprenden para crecer ─ese pensamiento lo había tenido
circulando en su cerebro desde hacía un tiempo, y no había
encontrado hasta el caso, una metáfora pertinente. Intuía que esa
idea la había aprendido de alguien, posiblemente más de una vez,
pero había conseguido olvidar el origen, como con tantas cosas
sucede. Ella revisaba el estado de las zanahorias, las coles, las
acelgas, y toda la parcela ecológica que había alquilado hacia un
mes. Sus compañeros del huerto estaban a diez metros a la izquierda.
Ella había traído a Antonio a esa comida para que los conociera. Lo
cierto es que a penas habló con ellos, tampoco la situación se
tornó especialmente favorable para ello. Uno de ellos se hizo un
porro que le ofreció a Antonio y él declinó la oferta. Otro bebía
mate y todos compartían sus brebajes como en una comunión tribal.
Él se sentía a gusto, aunque estaba incubando un constipado y María
había insistido varias veces para que se fueran si era lo que él
necesitaba “¿Quieres irte? ¿Seguro que no quieres? Si estás
mal nos vamos”. Antonio se sentía integrado del mismo modo que
cuando solía jugar con los amigos de su hermano mayor cuando era un
niño e iban, con toda su familia, de vacaciones al campo.
─ ¿Y los espantapájaros?
Están muy chulos
─ Sí, aunque a mí en realidad
no me gustan mucho, pero hacen un concurso local todos los meses. El
único que me gusta es aquel ─ ella señaló a uno de ellos. Tenía
una enorme cabeza, una sonrisa estridente y unos labios rojos
sobrepuestos.
─ No sé si es un payaso o una
prostituta ─una pareja acababa de llegar al huerto de al lado.
Antonio se sorprendió puesto que sin mediar palabra desplegaron
todas los instrumentos y se pusieron a trabajar, evidentemente habían
hecho una repartición previa de tareas, pensó Antonio ─ sea como
sea, ambos deben servir para espantar a los pájaros, no creo que
ellos lo sometan a juicio
─ Ya sabía yo que te daban
miedo los payasos
─ ¿Sí? ¿Por qué?
─ Solo lo sé ─volvió con el
grupo. Él tenía un vaso de vino tinto, lo cual no era muy bueno
para el constipado. Él lo sabía, pero lo bebía y se empezaba a
sentir algo atontado.
María solo había bebido medio
vaso de vino y consideró que podía conducir sin ningún tipo de
problema. Estaban llegando al centro de la ciudad, y el tráfico se
volvió repentinamente abundante.
─ Me siento nostálgico, María
─ Antonio todavía sentía los efectos del vino. De la calma del
campo al repentino vaivén de luces y pitidos de los coches no
conseguía encontrar una gran diferencia, salvo la evidente.
─ ¿Qué dices? ¿Por qué?
─ No lo sé, es algo con lo
que convivo, y me gusta contártelo ─mira al retrovisor─ confío
en ti.
─ ¿Qué te pasa?
─ Recuerdo todo lo vivido,
todos los años que pasaron ¿puede uno acostumbrarse a sepultar su
memoria? ─María seguía conduciendo atónita y a la vez con una
fingida indiferencia. Evidentemente le hacían gracia esos
espontáneos brotes poéticos, que pese a que leyera con
detenimiento, no lograba tomar del todo enserio─ tengo una
sensación incipiente que últimamente me engarrota, hace que pierda
ilusión por casi todo, ya ni me esfuerzo por darle sentido a mi
trabajo
─ Pero te gusta la imprenta
¿no? ─Llegó un semáforo en rojo─ No tenías que haber bebido,
¿Te sientes mareado?
─ Déjame explicarte la
sensación
─ Sí, claro
─ Es la sensación de que lo
que vivo ya ha pasado, como si mientras sucede ya fuera un recuerdo,
y este momento, tú y yo en el coche, lo estuviera contemplando, como
una fotografía ─el motor ronroneaba esperando la luz verde ─¿Te
ha pasado a ti?
¡Cuánta zozobra ha
vivido ella en el pasado! ¡Cuántas vivencias de las que no sacó
provecho, o al menos eso pensó! Cuántas voces que se encuentra con
las que tiene que esforzarse por dar una firme respuesta. Ella es
ahora terapeuta. Ayuda a personas que quieren claridad, un molde donde
poder justificar sus incongruencias, una fe en la que el peregrino se
pueda apoyar en su ascenso. ¿Qué es la vida?, se preguntaba a
menudo, ¿Qué otras opciones había más allá de la planteadas por
lo propiamente humano? ¿Acaso su nostalgia desde hacia un tiempo
tampoco invadía, en ocasiones, todas las áreas de su vida?. Le
hacía gracia, le hacía gracia porque cada vez más tenía la
responsabilidad de tutelar, y con el entrenamiento, o los refuerzos
sistemáticos de los oyentes pasivos, había llegado a creerse a sí
misma. La nostalgia solo era una arista más de toda una condición
pasajera a una vida de aceptación. Un escape de presión más de
tantos huecos de la identidad, que la mayoría de las personas que
tutelaba, se esforzaban fervientemente por construir. Sin sentir que
la identidad es íntegra, las personas se empeñan efusivamente en
buscarla, y cuando todo es desorden la conciencia se separaba de lo
vivido y entonces uno ya no se cree protagonista de su propia vida.
Uno se disocia entonces del tema de las reuniones sociales, de la
dirección que ese coche perseguía, del sentido de esa conversación
más allá del objetivo que cada uno se proponía, y también de ese
sutil mensaje indescifrable que mandaba el volitivo sonido de las
ruedas en una danza en la que operaban, no siempre explicitamente
opuestos, el acelerador y el freno; su pie derecho y su izquierdo.
“¿Te ha pasado a ti?”. El
semáforo se puso verde y ella apretó el acelerador.
─ En el libro que me estoy
leyendo ─contestó ella─ “adicción al pensamiento”, hay un mensaje muy bueno;
reducir las complicaciones humanas a la sencillez no te convierte en
vulgar, la sencillez no es simple, sino sabia.
─ ¿Y por qué me dices eso?,
lo que yo siento es que tú te olvidas del pasado, te interesa
olvidar todo lo que sucede ─en la marcha, estaban encontrando todos los semáforos en verde─ de ese modo no puedo dar valor a este
momento.
Era la primera vez en esos diez
días que tuvieron una conversación tan álgida. Al llegar a casa de
María, se acostaron e hicieron el amor, fue mejor que las otras tres
veces desde que vino de Irlanda, aunque no mucho mejor. Cuando él estaba entrando en el sueño
sentía que el día había sido un poco surrealista, y que detrás de
lo vivido se escondían cosas que no era capaz de descifrar. Las
alucinaciones previas al sueño, le lanzaron a Antonio, fugaces
imágenes sosegadoras, que más allá de su relación semántica,
facilitaban en él un estado de armonía, que lo sumía, en la
inconsciencia de la noche.
─ No hay una manera correcta de
hacer las cosas ─afirmó Antonio.
─ ¿o sí?
Estaban en el enorme parque donde
el conductor del “blablacar” vendría a recoger a Antonio. Ese
conductor era una minúscula contingencia, tal como la idiosincrasia
de una gota o de la dirección de un mosquito. Los pies de ambos
tocaban la tierra del parque. El banco era de madera y el cielo
llevaba acumulando negror desde hacía un par de horas.
─ Mejor despedirnos así
─depuso ella. Su camiseta era roja y nueva, y su mirada se
proyectaba a la dirección supuesta en la que el coche vendría.
─ No quiero despedirme ¿Por
qué eres tan radical? ─dijo Antonio. Se tocó las gafas de sol con
el dedo índice
─ ¿Radical? ¿Radical yo?
─ Evidentemente, quieres dejar
de hablarme, quieres olvidar de nuevo.
─ Eres tú el que sales de mi
vida
─ Eres tú ─ miró la
mochila, esta vez más cargada que en la ida─ la que no me dejas
estar; a mi modo.
─ ¿Y ese es mi problema? ¿que
no quiera dañarme más?¿que tenga que dejarte estar aquí viendo
como me masacras a mi y a ti?
─ ¿Pero cómo te masacro?¿Cómo
hago eso?
─ No aceptando el amor ─
Antonio se apuró, sintió como una ligera incomodidad lo clavaba en
el suelo”no hay una manera correcta de hacer las cosas”
¿Qué culpa tenía él? ¿que culpa tenia ella?
La sencillez no es simple,
sino sabia. ¿Qué eran los
pensamientos? ¿se iban los pensamientos con la emoción cuando ésta
desaparecía? Para él, él mismo dejaba de existir sin emoción, y
pensar se convertía entonces en un eco del vacío ─el amor no
acepta dudas para ti, no puede ser, simplemente, sencillamente.
─ El amor es entregarte
─ Entregarse también es
renunciar a otra cosa
─ ¿Qué quieres? ¿Quieres
follar con otras tías?
─ No, reconozco que estoy
salido ─se tocó los labios, sus trémulas rodillas perdieron aún
más fuerza─ pero es algo, es otra cosa. No puedes ir tan dentro
diciendo qué está bien y qué está mal.
─ ¿Por qué?
─ porque entonces no me amas a
mí, sino a tu proyecto.
─ Escondes algo, lo sé ─ella
miró profundamente resignada al suelo ─ y no lo sabes, pero vas a
sufrir...
Claro que iba a sufrir, Antonio
era el primero en saber cuales eran sus tendencias. También
rechazaba los dictámenes de María, su intromisión. Aunque
consideraba que la palabra “intromisión” evitaba que por su
parte sintiera remordimientos para el caso. Esta experiencia
influiría enormemente en la conceptualización del amor que, desde
el momento, tendería de manera natural y esquiva a verlo como algo
estrictamente egoísta. "el amor es mucho más que una lógica condicionada" se repetía, a veces, mientras imaginaba la realización de su utopía, en otras, cuando simplemente se veía incapaz de sentir cualquier cosa. Sabía que podría aprender de ella, sin que
el dulce proclamo de sus consejos se convirtieran en un hiriente
intento de colonización. Aunque María no le hablaría nunca más a
Antonio. Y lo cierto también es que ella puede que lo quisiera
permutar, integrarlo en su particular régimen de vida. Y él
ciertamente, hubiera cedido, y hubiera acabado compensando con
teorías, y con un romanticismo desmedido, el sacrificio que ese amor
conllevaba. Puede que lo suyo, lo de ambos, fuera un puro juego biológico donde conseguían elevarse más allá de la incertidumbre inherente a toda exuberante
pasión, y cuyo resultado factorial de sentimientos fuera la suma de fuerzas actanciales que ambos desconocían. Pero lo
seguro es que esto es un relato con una tendencia progresivamente
abstracta en el que los protagonistas se microscopizan, como una gota
o la dirección de un mosquito, y que el texto queda invadido por la
completa personalidad manifiesta del narrador, que así lo declara,
metadeclara, y metadeclara en exponencial y hasta más allá del término
de la narración, figúrense. Y también va a ser que la ruptura del trama por
este componente discursivo ha acabado siendo un “Deus Ex
Machina”, cuya transgresión mencionada es cuanto menos
consciente aunque no alevósica por mi parte, y ahora soy el autor. De lo cual también he advertir, que no es algo absolutamente independiente del acontecer que tiene lugar en la propia historia; intuyan ustedes, sin llegar a obsesionarse, cierta relación entre el contenido y la forma, y ya luego sitúen ustedes donde quieran el cariz de mi ironía.
Al final, ni el conductor del “blablacar” consigue llegar a las páginas, aunque así hubiera sido preestipulado. Y ruego por ello en el lector una comisión figurada del hecho. Gracias.
Al final, ni el conductor del “blablacar” consigue llegar a las páginas, aunque así hubiera sido preestipulado. Y ruego por ello en el lector una comisión figurada del hecho. Gracias.
10-3-14
Todo tu bien. Todo nuestro bien.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=yTwzhCKMA7k