El afán de cupido dispara mi pecho
desnuda mi mitad, y desplaza la otra.
Cierro los ojos, y me apunto como un
surfero a las olas.
Mi otra mitad pasea allá,
en otro
camino,
en otra historia.
Yo me despierto asustado,
en la cuna de tus manos,
sintiendo el
vértigo
de una gota desprenderse del resto,
que cohesiona su forma en la caída,
y
se nombra,
como un rayo que el ojo captura.
La reclamo,
al final reclamo mi otra
mitad,
y me asusta el velo que cubre este abrazo.
Me libero de ti.
El entusiasmo del espíritu
me chupa
detrás de la espalda
y me precipita a la simbiosis de
sinsentidos
que se funden con los sueños;
como burbujas en un vaso.
Los misterios de la muerte
se esconden
detrás de las conexiones
que reverberan con la luz,
o que se pliegan debajo de la almohada.
Los misterios de la muerte esperan
como
un espejo negro
detrás de la coherencia,
y abrazan, como serpientes, las sinapsis;
y
yo olvido los nombres y el tiempo.
Mis afectos se atrapan dentro del muro,
y en él apoyo mis manos,
y siento el latido que quema
la lámina de las fotografías
que pasan por el río,
para nunca volver.
Miro desde la orilla; ni dudas,
ni
respuestas asoman en mi pecho.
Porque ahora soy el árbol, el árbol
pleno
que entiende el lenguaje del sol.
Mi congoja ahogada sale, socorrida, por
mis poros,
y yo lloro mi esencia perdida
en mitad
de la calzada.
El tráfico se para, todos me miran.
Me gustaría que ellos trascendieran de
los códigos,
que salieran de sus cabinas
metalizadas,
que sintieran el sensible ciclo del
polvo
y sus moléculas navegar
por el cielo de
las persianas
como barcos de neverland.
Me gustaría, sencillamente,
que anhelaran
las ramas más profundas
las ramas más profundas
que atoran sus conductas,
que señalaran con tiza el carril de
fábrica
sobre el que sus latidos se disponen, ya escrutados.
No han contemplado,
no lo han hecho
aún;
la inmensidad indecible,
ni la desesperación de la palabra que
se anula y
asume su insuficiencia.
Han descreditado la figura de su dios,
porque han pensado
que el ocaso lo
constituye el verbo;
y odian engañarse.
y odian engañarse.
Aunque, sin darse cuenta,
han vertido nombres sobre el mapa,
han vertido nombres sobre el mapa,
y ahora viven en el mapa.
Han desterrado a su dios,
lo han quemado,
aunque han creado
una manada de becerros dorados,
una manada de becerros dorados,
y no se han preocupado por los andrajos
que obstruyen el hoyo que se oculta
debajo de sus camas.
Han olvidado los abismos,
la construcción prenatal del latido,
el proceso por el que los perros
aprendieron a ladrar.
Y han mirado la luna,
para reproducirla,
en un emoticono.
No pienso amar;
ni tu cristal
ni mi sombra
21-3-14
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