viernes, 21 de marzo de 2014

Sutil posesión de mi

El afán de cupido dispara mi pecho
desnuda mi mitad, y desplaza la otra.
Cierro los ojos, y me apunto como un surfero a las olas.
Mi otra mitad pasea allá, 
en otro camino, 
en otra historia. 
Yo me despierto asustado,
en la cuna de tus manos, 
sintiendo el vértigo 
de una gota desprenderse del resto,
que cohesiona su forma en la caída, 
y se nombra, 
como un rayo que el ojo captura.
La reclamo, 
al final reclamo mi otra mitad, 
y me asusta el velo que cubre este abrazo.

Me libero de ti.

El entusiasmo del espíritu 
me chupa detrás de la espalda
y me precipita a la simbiosis de sinsentidos 
que se funden con los sueños;
como burbujas en un vaso.
Los misterios de la muerte 
se esconden detrás de las conexiones
que reverberan con la luz, 
o que se pliegan debajo de la almohada.
Los misterios de la muerte esperan 
como un espejo negro 
detrás de la coherencia,
y abrazan, como serpientes, las sinapsis;
y yo olvido los nombres y el tiempo.
Mis afectos se atrapan dentro del muro, 
y en él apoyo mis manos,
y siento el latido que quema 
la lámina de las fotografías 
que pasan por el río,
para nunca volver.
Miro desde la orilla; ni dudas, 
ni respuestas asoman en mi pecho.
Porque ahora soy el árbol, el árbol pleno 
que entiende el lenguaje del sol.
Mi congoja ahogada sale, socorrida, por mis poros,
y yo lloro mi esencia perdida
en mitad de la calzada.
El tráfico se para, todos me miran.
Me gustaría que ellos trascendieran de los códigos,
que salieran de sus cabinas metalizadas,
que sintieran el sensible ciclo del polvo
y sus moléculas navegar 
por el cielo de las persianas
como barcos de neverland.
Me gustaría, sencillamente,
que anhelaran
las ramas más profundas
que atoran sus conductas,
que señalaran con tiza el carril de fábrica
sobre el que sus latidos se disponen, ya escrutados.
No han contemplado, 
no lo han hecho aún;
la inmensidad indecible,
ni la desesperación de la palabra que se anula y
asume su insuficiencia.
Han descreditado la figura de su dios,
porque han pensado
que el ocaso lo constituye el verbo;
y odian engañarse.
Aunque, sin darse cuenta,
han vertido nombres sobre el mapa,
y ahora viven en el mapa.
Han desterrado a su dios,
lo han quemado,
aunque han creado
una manada de becerros dorados,
y no se han preocupado por los andrajos 
que obstruyen el hoyo que se oculta
debajo de sus camas.
Han olvidado los abismos,
la construcción prenatal del latido,
el proceso por el que los perros
aprendieron a ladrar.

Y han mirado la luna,
para reproducirla,
en un emoticono.

No pienso amar;
ni tu cristal
ni mi sombra

21-3-14

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