Hay dos cosas especialmente relevantes
En lo que atañe a nuestra consciencia:
una es la apreciación del infinito,
la otra es que todo se acaba.
Ideas opuestas en su terminología,
pero unidas en su esencia.
Ambas pueden despertar la angustia,
o darte la consciencia suficiente
para adherirte a lo trascendental;
esto es;
contemplar la apabullante constancia de la vida,
agradecer lo que con cada despertar se renueva
(la vitalidad, las personas que amas, un espacio seguro...).
Ser consciente de la finitud de las cosas
puede hacer que imagines tu realidad como una arena que el viento deshace,
como una ficción que se escapa entre los dedos.
Eso puede llevarte a querer atrapar las olas en votes
(ya Nietzsche quiso insinuar que una ola en un vote solamente es agua estancada)
Esto puede generar angustia,
y la angustia puede activar la prisa
por inspirar lo que aún permanece,
por entregarte efusivo a cada pasión.
La finitud puede activar la desesperanza.
No se puede ser consciente del termino de las cosas sin ser consciente del infinito.
Ambas patas se equilibran la una a la otra.
Apreciar lo perecedero que aún está presente
solo es posible si entiendes que la extinción es solo ficticia;
que el yo es un constructo maquetado,
adherido a la narrativa y el tiempo de esta limitada realidad.
Si no es así
lo que queda es desesperanza ante la finitud
combinado
con el vértigo angustiante ante lo infinitud.
Activar la consciencia es una onda expansiva que va más allá de ti,
que te desprotagoniza de tu vida,
aunque al mismo tiempo una mano emerja para arropar tu hombro;
esa mano te calma ante la adversidad,
relativiza el caos,
dispone la bienvenida ante la pérdida,
promete un consuelo,
pero un consuelo sin icono,
(diluido incluso en su condición etérea),
un consuelo donde el tiempo se pierde en infinitas formas geométricas,
donde las figuras emergen en un todo indescriptible;
inolvidable pero indescriptible, desposeído de lenguaje pero hipnótico...
...permanentemente hipnótico.
Ser consciente es un enclave situado más allá de los entresijos del ego, del yo y
del nosotros.
Ser consciente es mirar con paciencia el misterio,
consentir la incertidumbre,
preservar en tu memoria el recorrido histórico
(recorrido personal y social).
Obvio, no somos nada sin el otro.
Dar por evidente lo que es solamente un hito de unos pocos años
es denigrar el 99.9% de nuestra historia
(Agua potable, esperanza de vida, mínima mortalidad infantil, seguridad, preservación de la temperatura, variedad gastronómica, información inmediata; la cosmovisión del imaginario mundial a un clic de ratón).
Vivimos sin apreciar lo obvio, sin apreciar el privilegio exageradamente exiguo de nuestra historia reciente.
La queja es insulsa si no se asevera el recorrido. Ya no digo agradecer;
digo apreciar lo obvio.
Remontándonos más ancestralmente llega;
la ligazón de los tejidos orgánicos, la coordinación para convertir la materia en energía,
el aprecio de un bombeo cardiovascular que renueva el compromiso con nuestra vida con cada latido.
Y repito.
Nos domina la falta de apreciación por lo obvio.
Damos por hecho los elementos que dibujan nuestra realidad Recordemos cómo las sombras constituían la verdad en la caverna de Platón.
Nos creemos los espejismos. Confundimos bandera con verdad.
Esta disertación la encauzo remontándome donde la empecé;
somos infinitos porque nuestra vida no es un inicio, desarrollo y desenlace,
dichas secuencias están al servició del relato del yo.
Pero debemos permanecer coherentes en dicho relato;
aceptar nuestra condición material, y con ello, los tiempos que nos tocaron (tocan) vivir
(tal como han hecho, linaje tras linaje, todos esos espíritus olvidados, a los que debemos
un homenaje por el mero hecho de respirar sintiendo el peso de su historia -que es nuestra historia-, por el mero hecho de respirar con el diseño gestado de nuestros pulmones).
Pero también debemos aceptar que en esa ficción de nuestra vida
encontraremos cosas auténticas, personas que trasladan esencia con su lenguaje, con su mirada.
Abrazar el amor, lo auténtico. Aceptar el hola igual que el adiós, aceptar que estamos de paso pero que nunca llegamos, al igual que nunca nos fuimos.
Amar cada cosa que nos rodea, resolver los problemas resolutivamente, divertirnos, responsabilizarnos de los parámetros de este mundo y,
solo entonces,
entender que (de fondo)
esa mano
nos arropa
en el hombro...
Porque, aun en las tragedias, no estamos abandonados solos a nuestra vida, sino al todo....
…Permitir que esa bombilla nos ilumine, desde lo atemporal; desde el encuentro con la esencia,
desde la elevación de lo innombrable y lo tácitamente trascendente.
Solo así nos entregaremos a lo que nos llega como verdadero,
y nos despediremos con consciencia de lo que ya no nos encaja.
Solo así encontraremos el auténtico personaje
para conducirnos
por este relato de comienzos (penas y glorias) y finitudes.
6-12-25