Uno
se sometió al espejo negro de otro,
el
otro se acomplejó al ver que no le daba razones para continuar,
aunque
quiso persistir a pesar del dolor y la duda.
Esperaba
esfumarse. Esperaba el destierro.
Y
a pesar de hacer el ejercicio teatral de mostrar sus miedos;
nunca
se llegó a sentir tranquilo.
Es
lo que pasa cuando uno va más deprisa que uno mismo,
cuando
quiere recapitular y no puede deshacer lo nunca andado.
No
puede ver, no sabe dónde está.
Pero
poco a poco se acaban esfumando las nubes negras,
descubre
que todo son peldaños,
pequeñas
pruebas absurdas,
y
que para terminar la historia solo hay que desarmarse.
Se
termina.
Y
tendría lugar
un
nuevo comienzo.
No
quería huir;
esta
vez sentía que se creían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario