miércoles, 9 de agosto de 2017

El hombre sin tribu

Una vaina de cemento me recubre el cráneo.
Cargo con lo que produce mi máquina descongraciada
de solucionar problemas.

Atrincharada la iniciativa,
Solo queda un músculo terso y aislado;
un rostro vacío.

El paso es aplomado. Creo que me notan extraño,
aunque pienso que la mayoría no advierte qué me sucede.

Me desbordan el pecho;
los anhelos,
las expectativas no consumadas,
el presente irreconciliado con el recuerdo
y la desesperanza.

Un gran ojo me acompaña en silencio
y testifica el discurrir de los sucesos,
me marca con la vejez anticipada,
con una pesadumbre “que no sé cómo llego”.

Una mano de plomo engarza mi nuca
me hace andar dislocado como una marioneta flotante.
Y en la garganta,
un torbellino de ideas fútiles y fugaces
asedian mi atención.

Me cargo de posturas inconsistentes;
de enfados injustificados,
de irritaciones sin control,
de excusas para la desgana.

Me callo sin entender el hilo narrativo de esta película espectral,
sin poder hacerlo sensible a mis motivos,
sin convertir todo hito de esperanza en un cliché descreditado.

Me separo en partes relativizadas
por un dirigente pensante y deconstructivo.

Me río y encuadro
la hegemonía que otros ostentan
cuando hablan limitados en su
compacta e hiperconectada
red de fe y comprensión.

El problema no es la anomia,
sino el exceso de parámetros,
el no poder tildar un deseo,
el no poder sincronizar un impulso con un objetivo.

La realidad sucede implacable,
sigue arrojando en cada momento los sucesos azarosos
y las consecuencias.
Conocer conlleva redireccionar,
concebir todas las puertas válidas según qué marco.
Todo parece un teatrillo de muñecas rusas,
de cavernas platónicas, de trampas vestidas de placer.

Soy un hombre sin tribu.
Mi cerebro se abrió paso sobre un medio de
aclamadas quimeras, de payasos endemoniados,
de sutiles mentiras.
y aun no encuentro armonía
(un marco, un carril, una esperanza)
en esta complejidad.

Sin embargo, a veces, atisbo entre los sueños,
una estructura de fondo,
una voz sugestiva "o" providencial
que me atomiza al cosmos,
una ligera intuición
de que "todo tiene sentido".

La abrumación es el horrendo reverso
del vértigo cosquilloso de existir.
Y la desazón;
el destemplado hábito de no tolerar
la convivencia con la incertidumbre.


                                                                                              9 de agosto de 2017

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