Los suspiros pueden parecer agónicos,
pero en realidad son bastante aliviadores.
Un suspiro es como el salto de un delfín
acompañado del mar centelleante.
Un suspiro es un hálito de agradecimiento
por lo más básico,
Por lo que ocurre.
Ahora.
Un suspiro puede deponer la tragedia de la vida al fondo del
mar,
y alejar todas las sandeces cuanto ocurren,
y todo el caos que nos impera.
Un suspiro es un aprecio sigiloso
por lo que aun está vivo, y funciona, y florece,
y ama, y se hace enorme y bello en su grandeza...
La grandeza no tiene propiedad,
La grandeza está en todo, y en cada cosa:
Lo esbelto y lo aberrante,
lo enfermo y lo que brota con caliente iniciativa.
Un suspiro es un aguante en la esperanza,
un punto de luz en la oscuridad,
una descarga del horror y del dolor,
una aferración al instante; a lo natural;
a la consciencia que no se sostiene por la vaguedad de un cuerpo.
Un suspiro es una grata permanencia
en estas palabras que brotan y se esfuman,
en la mirada entregada de un gato,
en el potente deseo de una semilla por brotar.
Un suspiro no ahoga,
solo alza la consciencia
allá donde (el resto) se destruye,
solo alza la contemplación,
más allá del tiempo.
Allá donde no quedan madejas que atrapen el alma.
Allá donde no hay orgullo que impida un abrazo.
Allá donde las lágrimas salinas son verdaderas.
Un suspiro no está patentado,
es ajeno al tiempo, es exento a la condición del que suspira,
extensible más allá del termino de lo que vive.
Un suspiro es el abrazo que enhebra todo lo que somos,
sin propiedades, sin personas que compiten.
Un suspiro se alza
en la infinitud
de su precioso aliento.
21-9-25
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