martes, 8 de abril de 2014

Las aventuras de los seguidores del Rayo Vayecano - ejercicio

Finalmente el Real Murcia consiguió ganar el partido contra el Real Cartagena y en la puerta del estadio se congregaron la totalidad de sus seguidores más afanados, entre los que nos encontrábamos camuflados. Dicha circunstancia, en la que nosotros cuatro, como seguidores ecuánimes del Rayo Vallecano, debíamos impedir toda manifestación de nuestra pasión, resultó, una vez que se vió prolongada durante un largo tiempo, complicada, dada la tendencia por nuestra parte de condescender con ese incomedido sentimiento de ultraje, potenciado éste por un continuo impelimento de nuestra identidad grupal; la incondicional aversión a todo proselitismo, ya sea al Real Murcia o cualquier otro partido o congregación que no derivaran directamente del Rayo Vallecano; y los continuos pisotones con esparto de los seguidores del Real Murcia. Pero no todo resultó, al final, necesariamente negativo. Dicha regulación encubierta de nuestra empresa nos permitió percatarnos sucesivamente de ciertas peculiaridades endogrupales de las que no habíamos caído en cuenta, dada la ajetreada tendencia del tiempo moderno a acelerar la actividad civil, y las pocas oportunidades, que por ello, habíamos tenido de poder disfrutar del sosiego de un espacio de privacidad. Sin embargo, la multitud coreaba clamorosamente los cánticos generacionales de la victoria y los individuos retozaban los unos con los otros como perros, o gorilas, en una fase prefecunda. Y fue ahí cuando nos percatamos de que un hombre que ostentaba una pieza de plástico con forma de pene, pero que lejos de la propia representación figurativa pretendía usar con una mera función megafónica, comenzó a dirigir célebres frases al colectivo, para algunos advenidas al caso como aforismos comodines que nunca fallan; “viva el Real Murcia”, “viva la madre que nos parió”, “ole, ole y ole”. Tras lo cual la masa vitoreaba tras cada una de las frases emitidas . Pero para nuestro bienestar grupal, dicha circunstancia y elevación de la intensidad de la ceremonia, solamente consiguió ponernos más nerviosos, además de procurarnos una indigestión cognitiva, que en el caso de Leopoldo le llevó a un estado catatónico del cual salió una vez los basureros, a las tres horas, ya habían recogido la mitad de los residuos ceremoniales, y el resto de nosotros había salido del ratio carismático que caracteriza a Murcia. No sin antes, por supuesto, haber empaquetado unos cuantos pasteles murcianos para nuestros antecesores familiares. Pero en aquel momento de jolgorio sin parangón, cierto es que nos sentimos completamente bloqueados, tal como declaramos en aquel informe que a los cuatro días suscribimos decretando que no volveríamos a hablar del asunto. Consienta usted esta disensión, dados los márgenes extravivenciales en los cuales el contrato de nuestra relación está enmarcada. El caso es que nos sentíamos bloqueados, no sabíamos cómo comenzar, cómo elaborar nuestra misión, habíamos perdido todo propósito pese a la esclarecedora sencillez de la operación y las precisas directrices que el heladero del callejón consiguió transmitirnos. En aquel momento, dichos propósitos de nuestra empresa se desplazaron a un lugar desconocido hasta entonces por nuestra conciencia, experimentamos el hosco emplazamiento de la agnosia, incluso un sentimiento acuciante de muerte. Mientras que, insisto en este punto, estábamos completamente rodeados por Murcianos absortos que coreando el himno de su victoria, y que tenía un efecto agonizante y estertoroso en todos nosotros, más acuciante aún dada la necesidad de ocultación. Y aunque habíamos olvidado el motivo por el que habíamos partido, le digo yo, que todos entendíamos en ese momento la fútil insignificancia de un espermatozoide y la sobrecarga que puede llegar a experimentar cuando se encuentra en la tesitura de tener que ir para el lado izquierdo o el derecho. Sí, me refiero a las depuestas trompas de falopio y no a los testículos; puesto que si el espermatozoide se viera en la tesitura de elegir cual será la cuna depositoria de su efímera existencia, sería esto una cuestión de tal calado existencial, que pese a su relevancia, acabaría por ser tan gastada como; “¿si dios lo hizo todo, quién hizo a dios?”, o el caso de esta otra, más sutil y por ello más perniciosa; ”señor, ¿es normal que tienda a descalificar a la mantis religiosa por su escabrosa forma de vida?, ¿no es acaso esto el atisbo de un mensaje divino, o el canal que nuestro señor usa, para decirnos que el sexo está mal, tal como chuparse el dedo de pequeño por el verificado desvío de molares que ocasiona?”.
Estábamos nosotros alcanzando una perfecta entelequia de nuestra crisis, cuando Leopoldo, sin salir de su estado catatónico dijo;
No soy capaz de entender por qué estamos aquí, me siento perdido, y también desconsolado.
Dicha concienciación, pese a la evidente espasmosidad sostenida de Leopoldo, me permitió reaccionar súbitamente y desligarme de esta especie de estupor en el que como grupo nos estábamos sumiendo. El resto de los componentes del grupo seguían en estado de estupor mirando al cielo y realizando unos sonidos guturales ininteligibles pero que poco a poco comencé a discriminar como hipnos cánticos del Rayo Vallecano Dicha apreciación me incitó a actuar de manera apremiante, puesto que si solamente un Murciano se percataba del contenido de dichos anunciamientos alienantes; nuestra misión se vería completamente fracasada. Al final opté por sacarme la cuca y orinar en los pies de mis compañeros, lo cual les permitió volver a conectar con los parámetros más normalizados de la realidad.
¿Qué ha pasado? ─dijo José─ ¿dónde he estado?¿por qué me has meado?
Ahora da igual ─comencé a exponer─ las respuestas irán surgiendo en el debido tiempo. Resituaos, y simplemente entended que este paréntesis, o lapsus, debe tener alguna explicación racional. Simplemente ahora no es el momento de detenerse, si así sucede, nuestra misión fracasará. Por ello os insto encarecidamente a que recordéis nuestro compartido cometido. Y respecto a lo de la orina; es consabido que en momentos desesperados mear en el pie resuelve toda situación desregularizada; tal es lo que quedó implícito en el imaginario colectivo de nuestra particular generación gracias a el sorpresivo episodio de “Friends” en el que a Joey le picaba una medusa.
No sé si es normal ─reflexionó José─ pero siento que tengo gran capacidad para entender en este momento todos los misterios e inquietudes que puedan ser planteados, siento que he conectado con la raíz más trascendente del problema humano.
No recuerdas dónde has estado, pero todavía preservas la sensación residual resultado de la potente sugestión de la crisis existencial. Y es normal que no hayas sido capaz de salvaguardar la memoria de todo lo acontecido. No debe ser esto motivo de escarnio ni debe retrotraerte a las afrentas del jardín de infancia. Es normal que olvides, tu viaje fue tan intenso que ha resultado ser incontenible para tu conciencia; insoportable para la levedad de tu sistemático discurrir cognitivo, curtido de tal modo en parte por los reforzantes beneficios del fútbol y el azúcar refinado.
lo que dices ─se tocó la frente─ ¿debe hacernos perder el control, la coherencia?¿debo dejar de amar al equipo?
No ─reflexioné dos seguidos con el motivo de hacerme entender de la manera más taxativa posible y pasar página sobre el dichoso e impertinente problema de la alienación espontánea; ya sé yo que adentrarnos en una horda como la del Real Murcia iba a ocasionar de sobremanera un contraste con nuestra identidad social, pero ya los riesgos están asumidos y ahora debemos tirar para alante─ Debemos ser meditativos, observarnos a nosotros mismos con perspectiva y distancia precisa, discernir la solemne verborrea y la acción noble de las quejas subcorticales, primitivas y vulnerantes que puedan surgir en episodios críticos de nuestra vida, pero cuya emergencia debe permitirnos recordar los principios por los que nos movemos; reafirmarnos en el pasado y saber que toda divagación malograda es solo propia de espiritualistas perroflautas y alternativos de poca monda que no quieren pagar los impuestos de los fármacos que mantienen a nuestra prole tranquila.
¡La tesitura!¡el espermatozoide!─se tiró de los pelos─ ¡ese abismal dilema! !el camino de la nada, Pedro!
¡Vas a llamar la atención! ─tuve que optar por propinarle dos guantazos ─ya estás fecundado, José, ¡deja de tocarme las pelotas y vuelve a la realidad!
Es que...
He dicho que ya estás fecundado, dejaste hace muchos años atrás tu forma de vida espermatológica, ¡ahora eres un seguidor del Rayo Vallecano!
Yo...─ José proyectó los ojos al cielo, y los cánticos del colectivo se nos hicieron más notables. Poco a poco condescendimos con una serena y concienzuda toma de tierra. Como ya quedó sabido, fue Leopoldo el único que no pudo salir del inesperado estado catatónico en el que quedó. Pero muy lejos de resultarnos preocupante, obtuvimos José y yo un gratificante desahogo al poder prescindir de sus continuos antojos y poder centrarnos en nuestro objetivo.
Los bramidos y la estridente celebración de los murcianos era lo que seguramente había ocasionado nuestra crisis pasajera. Pero lejos de ahondar en este tema, decidí emplazarlo para otra ocasión. José y yo nos miramos a los ojos, nos cogimos las manos durante contenidos segundos, y sentimos la unívoca necesidad de empezar a llevar a acabo un adecuado escrutinio del colectivo para alcanzar la consecución de nuestro logro. Y sí, no había más opción, era en ese momento o ya no era nunca más. Debíamos hacernos con la identidad real del misterioso afiliado de nuestro equipo natal; Arrugas Melos.
Los siguientes pasos no fueron complicados, todo se desarrolló por sí mismo y cada paso llevó necesariamente al siguiente. La verdad es que no hizo falta profundizar mucho en el espionaje para saber que el carismático Arrugas Melos se hacía llamar Micondo Tretis en el Real Murcia. Dado que en la celebración de la victoria, en un sector más conservador de la horda de seguidores, todos los viejos y viejas, niños y preñadas rezaban alrededor de la escultura que representaba nuestro objeto de búsqueda. La escultura estaba hecha de plata, con sumo detalle y perfeccionismo, y alzaba una de sus manos mirando al cielo con unos ojos entreabiertos que le glorificaban mientras ascendía a una especie de nirvana. De su boca salía un fino bocadillo, también logrado con plata, del cual podía leerse la frase, efectuada con incisiones seguramente antes de que la plata quedara completamente enfriada; “acho que calor”. Según nos informó un hombre semiposeído por la plegaria colectiva, que se encontraba de rodillas llorando y bebiendo calimocho, el llamado Micondo Tretis había ejercido de guía de las almas perdidas y que todos lo que allí se encontraban vivían, hasta su aparición, malamente en la intemperie.
Él nos inculcó con sutileza y retórica las reconfortantes ventajas del fanatismo. Nos explicó las reglas del deporte futbolístico y nos enseño lo que es un fuera de juego, el significado de la palabra árbitro, y la verdad, poco más.
¿Por eso lo veneráis de ese modo? ─le dije movido por una curiosidad innata.
No necesitarías enseñarle a un fumeta las propiedades del cannabis, ¿verdad?. Puede, en todo caso, que él lo busque por aburrimiento o inducido por una hipotonía que le impida levantarse de la cama, pero que despierte la curiosidad de usar el ordenador que habita en su lecho como la jeringuilla de un diabético. Pero aquí, en este club, nunca jamás nos aburrimos.
Andrés ─me susurró Jorge─ ha dicho diabético.
Lo sé, pero no es momento de hablar sobre la etimología de la palabra. Aunque, pensándolo bien, pudiera ser que en un momento desesperado, criticar la constitución de la diabetes a través de una inducción planetaria procurada por una conspiración del País Vasco, y más concretamente el Betis, sería una oportunidad perfecta para estimular con los murcianos una confianza que pueda ponerse en entredicho, y ya de paso endosar a esos malditos cerdos del Betis un buen hostigamiento del que no tengan ya valor de desquitarse. Pero no quisiera adelantar acontecimientos, José
¿De qué habláis? ─el calimochero nos miró estupefacto, y a la vez distraído, impelido por un rítmico son al que los seguidores coreaban frente a la escultura de Micondo Tretris.

8-4-14

No hay comentarios:

Publicar un comentario