Finalmente el Real
Murcia consiguió ganar el partido contra el Real Cartagena y en la
puerta del estadio se congregaron la totalidad de sus seguidores más
afanados, entre los que nos encontrábamos camuflados. Dicha
circunstancia, en la que nosotros cuatro, como seguidores ecuánimes
del Rayo Vallecano, debíamos impedir toda manifestación de nuestra
pasión, resultó, una vez que se vió prolongada durante un largo
tiempo, complicada, dada la tendencia por nuestra parte de
condescender con ese incomedido sentimiento de ultraje, potenciado
éste por un continuo impelimento de nuestra identidad grupal; la
incondicional aversión a todo proselitismo, ya sea al Real Murcia o
cualquier otro partido o congregación que no derivaran directamente
del Rayo Vallecano; y los continuos pisotones con esparto de los
seguidores del Real Murcia. Pero no todo resultó, al final,
necesariamente negativo. Dicha regulación encubierta de nuestra
empresa nos permitió percatarnos sucesivamente de ciertas
peculiaridades endogrupales de las que no habíamos caído en cuenta,
dada la ajetreada tendencia del tiempo moderno a acelerar la
actividad civil, y las pocas oportunidades, que por ello, habíamos
tenido de poder disfrutar del sosiego de un espacio de privacidad.
Sin embargo, la multitud coreaba clamorosamente los cánticos
generacionales de la victoria y los individuos retozaban los unos con
los otros como perros, o gorilas, en una fase prefecunda. Y fue ahí
cuando nos percatamos de que un hombre que ostentaba una pieza de
plástico con forma de pene, pero que lejos de la propia
representación figurativa pretendía usar con una mera función
megafónica, comenzó a dirigir célebres frases al colectivo, para
algunos advenidas al caso como aforismos comodines que nunca fallan;
“viva el Real Murcia”, “viva la madre que nos parió”,
“ole, ole y ole”. Tras
lo cual la masa vitoreaba tras cada una de las frases emitidas . Pero
para nuestro bienestar grupal, dicha circunstancia y elevación de la
intensidad de la ceremonia, solamente consiguió ponernos más
nerviosos, además de procurarnos una indigestión cognitiva, que en
el caso de Leopoldo le llevó a un estado catatónico del cual salió
una vez los basureros, a las tres horas, ya habían recogido la mitad
de los residuos ceremoniales, y el resto de nosotros había salido
del ratio carismático que caracteriza a Murcia. No sin antes, por
supuesto, haber empaquetado unos cuantos pasteles murcianos para
nuestros antecesores familiares. Pero en aquel momento de jolgorio
sin parangón, cierto es que nos sentimos completamente bloqueados,
tal como declaramos en aquel informe que a los cuatro días
suscribimos decretando que no volveríamos a hablar del asunto.
Consienta usted esta disensión, dados los márgenes
extravivenciales en los cuales el contrato de nuestra relación está
enmarcada. El caso es que nos sentíamos bloqueados, no sabíamos
cómo comenzar, cómo elaborar nuestra misión, habíamos perdido
todo propósito pese a la esclarecedora sencillez de la operación y
las precisas directrices que el heladero del callejón consiguió
transmitirnos. En aquel momento, dichos propósitos de nuestra
empresa se desplazaron a un lugar desconocido hasta entonces por
nuestra conciencia, experimentamos el hosco emplazamiento de la
agnosia, incluso un sentimiento acuciante de muerte. Mientras que,
insisto en este punto, estábamos completamente rodeados por
Murcianos absortos que coreando el himno de su victoria, y que tenía
un efecto agonizante y estertoroso en todos nosotros, más acuciante
aún dada la necesidad de ocultación. Y aunque habíamos olvidado el
motivo por el que habíamos partido, le digo yo, que todos
entendíamos en ese momento la fútil insignificancia de un
espermatozoide y la sobrecarga que puede llegar a experimentar cuando
se encuentra en la tesitura de tener que ir para el lado izquierdo o
el derecho. Sí, me refiero a las depuestas trompas de falopio y no a
los testículos; puesto que si el espermatozoide se viera en la
tesitura de elegir cual será la cuna depositoria de su efímera
existencia, sería esto una cuestión de tal calado existencial, que
pese a su relevancia, acabaría por ser tan gastada como; “¿si
dios lo hizo todo, quién hizo a dios?”, o el caso de esta
otra, más sutil y por ello más perniciosa; ”señor, ¿es
normal que tienda a descalificar a la mantis religiosa por su
escabrosa forma de vida?, ¿no es acaso esto el atisbo de un mensaje
divino, o el canal que nuestro señor usa, para decirnos que el sexo
está mal, tal como chuparse el dedo de pequeño por el verificado
desvío de molares que ocasiona?”.
Estábamos nosotros
alcanzando una perfecta entelequia de nuestra crisis, cuando
Leopoldo, sin salir de su estado catatónico dijo;
─ No
soy capaz de entender por qué estamos aquí, me siento perdido, y
también desconsolado.
Dicha
concienciación, pese a la evidente espasmosidad sostenida de
Leopoldo, me permitió reaccionar súbitamente y desligarme de esta
especie de estupor en el que como grupo nos estábamos sumiendo. El
resto de los componentes del grupo seguían en estado de estupor
mirando al cielo y realizando unos sonidos guturales ininteligibles
pero que poco a poco comencé a discriminar como hipnos cánticos del
Rayo Vallecano Dicha apreciación me incitó a actuar de manera
apremiante, puesto que si solamente un Murciano se percataba del
contenido de dichos anunciamientos alienantes; nuestra misión se
vería completamente fracasada. Al final opté por sacarme la cuca y
orinar en los pies de mis compañeros, lo cual les permitió volver a
conectar con los parámetros más normalizados de la realidad.
─ ¿Qué
ha pasado? ─dijo José─ ¿dónde he estado?¿por qué me has
meado?
─ Ahora
da igual ─comencé a exponer─ las respuestas irán surgiendo en
el debido tiempo. Resituaos, y simplemente entended que este
paréntesis, o lapsus, debe tener alguna explicación racional.
Simplemente ahora no es el momento de detenerse, si así sucede,
nuestra misión fracasará. Por ello os insto encarecidamente a que
recordéis nuestro compartido cometido. Y respecto a lo de la orina;
es consabido que en momentos desesperados mear en el pie resuelve
toda situación desregularizada; tal es lo que quedó implícito en
el imaginario colectivo de nuestra particular generación gracias a
el sorpresivo episodio de “Friends” en el que a Joey le picaba
una medusa.
─ No
sé si es normal ─reflexionó José─ pero siento que tengo gran
capacidad para entender en este momento todos los misterios e
inquietudes que puedan ser planteados, siento que he conectado con la
raíz más trascendente del problema humano.
─ No
recuerdas dónde has estado, pero todavía preservas la sensación
residual resultado de la potente sugestión de la crisis existencial.
Y es normal que no hayas sido capaz de salvaguardar la memoria de
todo lo acontecido. No debe ser esto motivo de escarnio ni debe
retrotraerte a las afrentas del jardín de infancia. Es normal que
olvides, tu viaje fue tan intenso que ha resultado ser incontenible
para tu conciencia; insoportable para la levedad de tu sistemático
discurrir cognitivo, curtido de tal modo en parte por los reforzantes
beneficios del fútbol y el azúcar refinado.
─ lo
que dices ─se tocó la frente─ ¿debe hacernos perder el control,
la coherencia?¿debo dejar de amar al equipo?
─ No
─reflexioné dos seguidos con el motivo de hacerme entender de la
manera más taxativa posible y pasar página sobre el dichoso e
impertinente problema de la alienación espontánea; ya sé yo que
adentrarnos en una horda como la del Real Murcia iba a ocasionar de
sobremanera un contraste con nuestra identidad social, pero ya los
riesgos están asumidos y ahora debemos tirar para alante─ Debemos
ser meditativos, observarnos a nosotros mismos con perspectiva y
distancia precisa, discernir la solemne verborrea y la acción noble
de las quejas subcorticales, primitivas y vulnerantes que puedan
surgir en episodios críticos de nuestra vida, pero cuya emergencia
debe permitirnos recordar los principios por los que nos movemos;
reafirmarnos en el pasado y saber que toda divagación malograda es
solo propia de espiritualistas perroflautas y alternativos de poca
monda que no quieren pagar los impuestos de los fármacos que
mantienen a nuestra prole tranquila.
─ ¡La
tesitura!¡el espermatozoide!─se tiró de los pelos─ ¡ese
abismal dilema! !el camino de la nada, Pedro!
─ ¡Vas
a llamar la atención! ─tuve que optar por propinarle dos guantazos
─ya estás fecundado, José, ¡deja de tocarme las pelotas y vuelve
a la realidad!
─ Es que...
─ He dicho que ya estás
fecundado, dejaste hace muchos años atrás tu forma de vida
espermatológica, ¡ahora eres un seguidor del Rayo Vallecano!
─ Yo...─ José proyectó los
ojos al cielo, y los cánticos del colectivo se nos hicieron más
notables. Poco a poco condescendimos con una serena y concienzuda
toma de tierra. Como ya quedó sabido, fue Leopoldo el único que no
pudo salir del inesperado estado catatónico en el que quedó. Pero
muy lejos de resultarnos preocupante, obtuvimos José y yo un
gratificante desahogo al poder prescindir de sus continuos antojos y
poder centrarnos en nuestro objetivo.
Los
bramidos y la estridente celebración de los murcianos era lo que
seguramente había ocasionado nuestra crisis pasajera. Pero lejos de
ahondar en este tema, decidí emplazarlo para otra ocasión. José y
yo nos miramos a los ojos, nos cogimos las manos durante contenidos
segundos, y sentimos la unívoca necesidad de empezar a llevar a
acabo un adecuado escrutinio del colectivo para alcanzar la
consecución de nuestro logro. Y sí, no había más opción, era en
ese momento o ya no era nunca más. Debíamos hacernos con la
identidad real del misterioso afiliado de nuestro equipo natal;
Arrugas Melos.
Los
siguientes pasos no fueron complicados, todo se desarrolló por sí
mismo y cada paso llevó necesariamente al siguiente. La verdad es
que no hizo falta profundizar mucho en el espionaje para saber que el
carismático Arrugas Melos se hacía llamar Micondo Tretis en el Real
Murcia. Dado que en la celebración de la victoria, en un sector más
conservador de la horda de seguidores, todos los viejos y viejas,
niños y preñadas rezaban alrededor de la escultura que representaba
nuestro objeto de búsqueda. La escultura estaba hecha de plata, con
sumo detalle y perfeccionismo, y alzaba una de sus manos mirando al
cielo con unos ojos entreabiertos que le glorificaban mientras
ascendía a una especie de nirvana. De su boca salía un fino
bocadillo, también logrado con plata, del cual podía leerse la
frase, efectuada con incisiones seguramente antes de que la plata
quedara completamente enfriada; “acho
que calor”. Según
nos informó un hombre semiposeído por la plegaria colectiva, que se
encontraba de rodillas llorando y bebiendo calimocho, el llamado
Micondo Tretis había ejercido de guía de las almas perdidas y que
todos lo que allí se encontraban vivían, hasta su aparición,
malamente en la intemperie.
─ Él nos inculcó con sutileza
y retórica las reconfortantes ventajas del fanatismo. Nos explicó
las reglas del deporte futbolístico y nos enseño lo que es un fuera
de juego, el significado de la palabra árbitro, y la verdad, poco
más.
─ ¿Por eso lo veneráis de ese
modo? ─le dije movido por una curiosidad innata.
─ No necesitarías enseñarle a
un fumeta las propiedades del cannabis, ¿verdad?. Puede, en todo
caso, que él lo busque por aburrimiento o inducido por una hipotonía
que le impida levantarse de la cama, pero que despierte la curiosidad
de usar el ordenador que habita en su lecho como la jeringuilla de un
diabético. Pero aquí, en este club, nunca jamás nos aburrimos.
─ Andrés ─me susurró Jorge─
ha dicho diabético.
─ Lo sé, pero no es momento de
hablar sobre la etimología de la palabra. Aunque, pensándolo bien,
pudiera ser que en un momento desesperado, criticar la constitución
de la diabetes a través de una inducción planetaria procurada por
una conspiración del País Vasco, y más concretamente el Betis,
sería una oportunidad perfecta para estimular con los murcianos una
confianza que pueda ponerse en entredicho, y ya de paso endosar a
esos malditos cerdos del Betis un buen hostigamiento del que no
tengan ya valor de desquitarse. Pero no quisiera adelantar
acontecimientos, José
─ ¿De qué habláis? ─el
calimochero nos miró estupefacto, y a la vez distraído, impelido
por un rítmico son al que los seguidores coreaban frente a la
escultura de Micondo Tretris.
8-4-14
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