Antes
de encenderse las luces de la escena, hay una pequeña cámara de
vigilancia en
una
pared de lo que sería el comedor, un foco de luz amarilla la alumbra
antes de que
la
obra empiece
Cuando
la obra comienza se encienden las luces del escenario. Es un comedor
familiar
convencional.
Hay una mesita entre sillones y un sofá más grande a la izquierda.
Tambien
hay una puerta a la derecha que da a la cocina (la cocina no se ve,
solo se ve
el
comedor) a la izquierda está la puerta de entrada a la casa)
Suena
el timbre, y una mujer (Ana) sale de la cocina y abre la puerta. Ella
lleva un
delantal
y un escote muy bajo, por debajo del delantal tiene un vestido rojo,
es
atractiva.
Tiene una voz aguda y parece un poco ingenua aunque con mucho
desparpajo
Juan
– (ha tocado el timbre, lleva un abrigo marrón, una maleta y se
nota que lleva
puesto
un peluquín. Es gordo y bajo, bastante inseguro y un poco basto al
hablar) Hola
(sorprendido
al ver a la chica) Que tal, ¿usted es?
Ana-
¡Sí! Encantada (le da la mano) Pasa hombre, que te vas a
morir de frio ahí fuera
Juan
– No, si voy preparado (vacilando y tocandose el abrigo)
(silencio) Pero usted...
¿No
podría salir el señor...?
Ana-
¡Pasa hombre! (se rie) (pone los puños cerrados en sus costados)
tú eres Juan
¿no?
Juan
– Sí, soy Juan (sorprendido y extrañado)
Ana
– Pues venga, que te vas a enfriar
Juan
– Pero oiga, yo... He quedado con el señor Luis (hablando para
si mismo y
desconcertado)
Sí, he quedado con el señor Luis.
Ana
– Pues claro, has quedado con Luis. Venga, entra
Aparece
Luis en escena, llega también desde la cocina. Va muy bien
arreglado, es
delgado
y apuesto, confiado al hablar.
Luis
– Oh, Juan, le estoy esperando toda la tarde ¡Qué gusto verle por
fin! (le estrecha
la
mano) Esta es Ana, mi esposa.
Juan
– Encantado (a Ana)
Ana
– Encantada (a Juan)
En
toda la obra Luis se dirige a Juan hablándole de usted, pero Ana le
tutea. Juan se
dirige
a usted a todos los personajes. Ana y Luis se tutean.
Luis
– ¿Pero qué hace ahí fuera? Ana, ¿por qué no le hiciste pasar?
(Ana no contesta)
Traiga
su abrigo, lo pondré en el perchero (le quita el abrigo
servilmente) por favor
Juan,
siéntese donde quiera.
Juan
– Si quiere podemos tomar un café fuera, hay un bar en la esquina
Luis
– (le interrumpe) Usted ahora está en mi casa. Además,
hace un frío horroroso ¿o
no?
¿Cómo le gusta el café?
Juan
– Es muy tarde para café (Ana mira a Luis un poco
desconcertada)
Ana
– yo traeré algo de picar (va a la cocina)
Luis
– Bueno Juan, ya conoce mi casa
Juan
– (hablando en voz baja) Creía que íbamos a estar solos
Luis
– Y lo estamos, Ana es mi esposa, compartimos todo en nuestra vida
Juan
– No sé, no lo esperaba (suspicaz) No sé si debería
fiarme de usted
Luis
– Pero Juan, por favor, le he invitado a mi casa ¿Cómo puede
decir eso?
Juan
– Es solo, oh cielos, perdona (se sulfura). Es que esta
situación me pone un poco
nervioso.
Me lo esperaba de otro modo, aunque reconozco que estaba preparado
para
cualquier
sorpresa. Y este barrio es desconocido para mí, me he perdido
durante
media
hora, y las farolas alumbraban tan poco. Además, el silencio, no sé
si me hace
sentir
un poco mal ¿no le pone nervioso tanto silencio?
Luis
– Todo lo contrario, nos encanta el silencio. Toda mi vida residí
en ciudades
ruidosas,
estudié en Madrid y residí casi veinte años en Bruselas, a penas
llevamos aquí
un
año. Pero le digo que no he encontrado lugar más reconfortante que
esta
residencia
Juan
– ¿Entonces son ustedes felices?
Luis
– Por supuesto, enormemente
Juan
- ¿No piensan tener hijos?
Luis
– Oh Juan, por favor, de momento no. Pero dónde están mis
modales, ¿había
dicho
que se encontraba mal? ¡Ana, trae un vaso de agua! (grita para la
cocina). No
entiendo
cómo no le puede gustar este barrio. El silencio, bueno…, supongo
que no
está
acostumbrado, jamás ha habido un altercado en este lugar.
Juan
– Ya, supongo que no. Esto, por cierto, ¿Por qué hay una cámara
de vigilancia
dentro
de la casa? ¿es suya?
Luis
– (silencio mientras reflexiona) hay cosas que ni usted ni
yo podemos entender de
primeras
(dice mientras le ofrece un cigarrillo a Juan, lo rechaza y se
enciende el suyo),
pero,
por supuesto, claro que es mía.
Juan
- ¿A qué se refiere?
Luis
– Solo le pido que sea discreto, mi esposa nunca se ha dado cuenta
de su
existencia.
Juan
- ¿Pero por qué no se lo ha dicho? ¿es una cámara gigante, algún
tipo de efecto
tendrá
en ustedes?
Luis
– (interrumpiendo) He dicho que no le diga nada, es muy
importante que no diga
nada
en absoluto
Juan
– Pero si está a simple luz...es co..(mira a Luis y decide no
hacer más preguntas y
cambia
de tema) Veo que también tienen contratado un buen servicio de
vigilancia,
muy
eficiente.
Luis
- ¿Por qué lo dice?
Juan
– El hombre de la valla, el guardia, es corpulento y tiene aspecto
agresivo,
cualquier
ladrón se achicaría al verlo, además tiene un ojo muy dotado
Luis
– Ya veo ¿Un ojo muy dotado?
Juan
– Sí, se dio cuenta de que llevaba peluca y a penas me dirigió la
mirada, miraba
abajo
mientras yo le hablaba, al escritorio. Sin embargo, en mitad de
nuestro breve
diálogo
dijo despreocupado: su pelo le queda fatal, debería impedirle el
paso, solo por
eso.
(Luis se rie ante la anécdota) (Juan sigue hablando y se altera un
poco cuando el
discurso
avanza) Mi padre decía que en esta vida había que fiarse de la
gente honesta,
ese
hombre me resultó algo grosero, pero creo que fue honesto. Aunque mi
madre,
ella
no estaría de acuerdo con él (pausa) ¡era una arpía, una
golfa! (pausa) aunque
paradójicamente
era ella la que siempre se quejaba de que mi padre escondía cosas y
de
que fuera un cobarde. En realidad se quejaba por quejarse, él era un
cabrón de
mierda
y no iba a cambiar ¿me oyes? (a Luis) él no iba a cambiar,
¡bajo ningún
concepto!…
Ana
– (interrumpiendo) Aquí tenéis el agua, es agua natural
(entra con una bandeja)
también
traje unas pocas fresas y unos arándanos. ¿Os apetece algo más?
(Ana y Luis
miran
a Juan)
Juan
– No, no, gracias. Todo está genial (mira hacia abajo)
Ana
- ¿De qué hablaban?
Luis
– Juan me decía que le gustaba mucho la casa y también nuestro
servicio de
seguridad
Ana
– Muchas gracias Juan, la verdad es que vivimos en un sitio idóneo
para tener
hijos,
por eso lo seleccionamos (coge la mano de Luis que se siente algo
incómodo)
Luis
– (desviando el tema) eh, bueno, deberíamos empezar a picar
algo
Juan
– No tengo hambre
Ana
– Bueno Juan, deberías comer, cuando estaba en la cocina oí que
estuviste
perdido
media hora en el barrio, seguro que ahora estás hambriento, y además
con
este
frío…
Juan-
Tengo un buen abrigo, y la verdad, no tengo hambre (silencio
breve) pero
gracias.
Ana
y Luis comen, Juan mira al suelo y nadie dice nada
Ana
- ¿Y bien?
Juan
- ¿y bien? ¿Y bien qué?
Ana
– Que qué te pasa.
Juan
– Pasarme, no sé, no me pasa nada
Ana
- ¿Y mis fresas? ¿Por qué no comes mis fresas?
Luis
– (le habla suave a Ana) Ana, deberías intentar ser más
suave. ¿Qué es lo que
quieres
conseguir?
Ana
– Yo solo, es que, me preocupa (se pone las manos en la cara) no
quiso pasar
cuando
tú no estabas, y ahora las fresas. yo solo quiero ser una buena
esposa, joder
¡joder!
(juan coge una fresa de la fuente y se la mete en la boca
intentando complacer
a
Ana tardíamente).
Luis-
(Le sigue hablando lento) Ana, bueno, ya está bien, ya está
bien (pone su mano en
el
hombro, se quedan un rato en silencio y ella se calma) Venga, no
te preocupes,
ahora
levántate y empieza de nuevo, vuelve a la cocina
Ana
– (se levanta del sofá y se limpia las lágrimas burdamente con
el brazo
desmangado)
Vale (coloca las cosas de nuevo en la bandeja, saca también
la fresa de
la
boca de Juan y vuelve a la cocina)
Juan
está nervioso y toca inquieto el respaldo del sillón
Luis
– (hacia la cocina) ¡Ana, trae un vaso de agua!. (A
Juan) No se preocupe, esta vez
tardará
menos que la vez anterior. ¿Qué estaba usted diciendo?
Juan
– Esto, yo…pues
Luis
– Estábamos hablando del guardia de seguridad. También me habló
sobre su
padre
y su madre, me resultó muy interesante lo que estaba diciendo. Puede
proseguir
si
así lo desea.
Juan
– Verá, yo solo traigo la maleta con el dinero, con todo lo que me
requería por el
servicio
Luis
– (muy serio hablando) el servicio, ajam, ¿y qué quiere
que hagamos?
Juan
– ¿Cómo que qué quiere…? Usted, yo, lo hablamos por internet,
¿no?, aunque no
sabía
que tenía una esposa, no sabía tampoco que me iba a encontrar con
esto, de
verdad
que no. Se nota mucha tensión
Luis
- ¿Le molesta mi esposa?
Juan
– No, no, en absoluto. Además…
Luis
- ¿Además? (Juan no contesta y Luis lo interroga con la mirada)
¿Además qué?
Juan
– Nada, nada. Creo que debería irme (se levanta con la maleta)
Luis
– (también se levanta y lo increpa inmediatamente) Pero
usted ha venido por el
servicio,
¿no?
Juan
– (recapacita, y deja de avanzar) Sí, sí, así es
Luis
- ¿Y por qué se quiere ir? (Juan no se mueve) ¿Ya no le
interesa?
Juan
– Sí, claro que sí
Luis
– Pues siéntese (Juan le hace caso, él se sienta después).
Claro, que va a haber un
problema
muy grande si no le gusta mi esposa
Juan
– Su esposa sí me agrada, es solo que no la esperaba
Luis
- ¿Y eso es malo?
Juan
– No es malo. No, en absoluto. Es más…
Luis
- ¿Sí?
Juan
– Que es una gran sorpresa, la verdad. Ha sido una gran sorpresa
(sonríe)
Luis
- ¿Entonces sí le gusta? (se acerca a él, como acechándole,
pero no deja de sonreir)
Juan
- ¿Qué si me gusta? Por supuesto, nada mas verla. (Habla fogoso
y termina
hablando
embelesado) Tiene unos labios carnosos muy muy dulces, y cuando
fue a la
cocina,
joder, tiene un culo precioso.
Luis
– Vaya, entonces sí que le gusta, Juan (Juan no responde, sigue
embelesado). Juan,
Juan,
¡oye! (chasquea con los dedos enfrente suya). Digo que
entonces sí que le gusta,
¿eh?
(Juan asiente con la cabeza). Pero la va a respetar, ¿no?.
¿Va a respetar a mi
esposa
Juan?
Juan
– Sí, sí, claro
Luis
– Pero Juan, usted había venido por el servicio ¿no?
Juan
– Sí
Luis
- ¿Sí? ¿Seguro?
Juan
– Sí, seguro seguro
Luis
– No se habrá arrepentido, ¿no? (mira a Juan fijamente)
Juan
– (silencio) No, claro que no.
Luis
- ¿Seguro que no? Porque no le veo muy seguro Juan (comienza a
hablar más
agresivamente
y se acerca a él). usted ha venido aquí porque quería una cosa
concreta,
¿no? ¿Qué es lo que quería? ¿Ya no se acuerda?
Juan
– Claro que sí, sí me acuerdo
Luis
– Pero se arrepiente. ¿No es verdad? (le coge de la pechera)
Juan
– No señor Luis, no me arrepiento en absoluto
Luis
– No me gusta que jueguen conmigo Juan, yo le he dado mi confianza
(silencio) ¿O
no
le doy confianza?
Juan
- Sí, sí claro (mira a un lado)
Luis
– Y ahora me trata con una condescendencia que no merezco. Si yo
respeto sus
cosas
usted debes respetar las mías. En ningún momento me he olvidado del
servicio,
pero
me gustaría ser transparente, enseñarle previamente mis condiciones
de vida. Le
he
enseñado mi casa, le he presentado a mi esposa, Juan (lo coge de
nuevo más
agresivo)
¿Así es como valora mi confianza? ¿Acaso yo no le respeto?
¿Acaso yo quiero
expropiarle
algo? Dígamelo ¡Dígalo! (lo zarandea)
Ana
vuelve con la bandeja
Ana
- (interrumpiendo) Aquí tenéis el agua, es agua natural
(inmediatamente Juan y
Luis
se serenan y vuelven a sus sitios como si nada hubiera pasado)
también traje unas
pocas
fresas y unos arándanos. ¿Os apetece algo más? (se acerca a la
mesa y pone las
cosas
sobre ella. Al dejar la bandeja en la mesa Juan se lanza sobre las
fresas y
empieza
a comérselas vorazmente de dos en dos).
Ana
– Uy uy, sí que estabas hambriento, eso debe de ser por el frio
(Silencio) ¿Y de qué
hablábais?
Luis
– Juan me estaba diciendo que le encanta el servicio de seguridad,
el vecindario y
que
le cayó muy bien el guardia
Ana
- ¿El guardia?
Luis
– Sí, cariño, el guardia, el guardia (silencio) Ángel
(aclara susurrando)
Ana
– Aaaahhh, ¡Ángel!, sí, (ríe intensamente) le cayó bien
ángel (Luis y Ana se rien con
complicidad)
Juan
– (Prestando atención súbitamente y vaciando la boca de
fresas) ¿Qué pasa?
Ana
- ¿Y qué te dijo ángel?
Luis
- sí, eso eso, cuéntele lo que le dijo.
Juan
– Me dijo… ¿El hombre de la valla no?
Luis
– Sí, venga, cuéntele lo que me contó a mí
Ana
– Venga, venga (aplaude como una niña, animándole)
Juan
– Me dijo que… (se toca la cabeza y habla muy triste) dijo
que el peluquín me
quedaba
muy mal (Ana y luis rien cruelmente)
Luis
– Bueno Ana ¿Qué te parece?
Ana
- Graciosísimo, y también bastante ridículo (rie)
Luis
– Entonces Juan te cae bien ¿verdad?
Ana
– Sí, me cae muy muy bien (riéndose)
Luis
– venga, ayúdame a darle su servicio, este es el momento perfecto
¿Me quieres
ayudar?
(a Ana)
Ana
- Sí, sí claro (da saltitos de alegría)
Luis
- vamos, trae los instrumentos (Ana va corriendo a un armario del
comedor y
busca
en un cajón) y usted (a Juan) pongase aquí (lo lleva
al sofá mas grande, lo pone
de
rodillas y apoya sus manos en el sofá, lo deja a cuatro patas) No
debe preocuparse
en
absoluto, no le va a doler, solo relájese, déjese ir ¿Se siente
deseoso?
Juan
– Sí, mucho, muy deseoso señor Luis.
Luis
– Muy bien, muy bien (le acaricia el pelo lascivamente y se
empieza a desabrochar
el
cinturón)
Ana
– Aquí está (saca un bote de lubricante y un látigo). Un
lubricante (da saltos de
alegría)
¡Y un látigo! (lo dice más efusiva aún)
Luis
– No, no. El látigo no hace falta
Juan
- ¿Látigo?
Luis
– (le toca la espalda para tranquilizarlo y le habla despacio)
No se preocupe, todo
va
a ir bien.
Juan
- ¿qué coño os habéis creido? Nadie habló de un látigo
Luis
– Lo sé, pero no se preocupe, solo fue un error
Juan
- ¡Cómo sacáis un látigo, malditos! ¡ilusos! Dije claramente que
no quería un
látigo,
lo dije claramente
Luis
– Claro que lo dijo claramente (A Ana) Ana, lo dijo
claramente y yo también lo dije
claramente
Ana
se echa a llorar y se arrodilla en el suelo
Luis
– Discúlpeme (a Juan) (se acerca a socorrer a Ana, se arrodilla
a su lado
consolándola)
No pasa nada, Ana. No pasa nada, lo has intentado al menos.
Ana
– Lo siento, lo siento mucho.
Luis
- ¿Qué ha pasado? (consolándola) te lo dije muy
expresamente, hablamos sobre
las
consecuencias
Ana
– Lo sé, sabía que no tenía que hacerlo, pero...
Luis
– ¿Pero qué?
Ana
– No lo sé, solo lo saqué. Lo vi y cuando lo vi no lo pensé, era
lo que quería.
Luis
– Pero lo habíamos hablado. No es la primera vez que te pasa.
Siempre tenemos el
mismo
problema (sulfurado)
Ana
– Lo sé, lo sé. Oh no, soy una esposa horrible, joder ¡Joder!.
Siempre estoy
jodiéndolo
todo (alterada)
Luis
– Venga Ana, (le habla lentamente para clamarla) solo
levántate y ve a la cocina,
volvemos
a intentarlo, venga.
Ana
– (se calma de nuevo y se seca las lágrimas) Vale (se
levanta y coge el agua y
coloca
las cosas en la bandeja, de nuevo va a la cocina con la bandeja).
Luis
– (está en el suelo desde donde ayudó a Ana, Juan sigue
arrodillado ante el sofá)
(hacia
la cocina) ¡Ana, trae un vaso de agua! (a Juan) Tiene que
disculparme, Juan (le
ayuda
a levantarse y le coloca bien el traje) ya sabe como son las
mujeres, no dan más
que
problemas (lo coge del hombro para volver a la mesa y los sillones
y le ayuda a
sentarse
amablemente) Pero yo sé que usted me entiende. (Va a su
sillón y se sienta y
repite
el ritual del cigarrillo, le ofrece uno a Juan, Juan lo rechaza y él
empieza a fumar)
¿Y
usted Juan? ¿está casado? ¿tiene hijos?
Juan
empieza a llorar
Luis
– ¿Qué le pasa? Dios Santo (saca unos pañuelos y se los pasa)
Juan
– No, acabo de divorciarme
Luis
– Oh, no. Lo siento mucho ¿Entonces tiene hijos?
Juan
– Sí, tengo dos, pero me detestan, su madre ha hecho que me odien.
Luis
– Lo entiendo, Juan. Tiene que ser muy duro. Nos gustaría ayudarle
silencio
Juan
– Lo están haciendo, creo que lo hacen. A vosotros se os ve tan
bien
Luis
– Oh, también tenemos nuestros rifirrafes. Pero claro, Juan, no
tiene nada que ver
Juan
– De verdad, Luis, lo digo de verdad. Tiene una mujer estupenda, un
barrio
increíble.
Creo que es el hogar de mis sueños. Se os ve tan bien (silencio)
no había
apreciado
el silencio hasta ahora.
Luis
– Gracias, Juan. Gracias, de veras
Juan
– Si quisieran tener hijos, ellos serían felices, muy felices.
Felices y afortunados
por
tener unos padres como ustedes.
Luis
- ¿De veras cree que seríamos buenos padres?
Juan
– Por supuesto
Luis
– Ser padre, ser padre es una idea que no se debe tomar a la
ligera, nosotros solo
hemos
estado casados treinta años.
Juan
- ¿Y por qué no quiere tener hijos?
Luis
– No estoy seguro. Estamos bien, no necesitamos ninguno (fuma).
Conmigo y con
ella
basta (serio), no queremos ningún mocoso.
Juan
– Usted (dócil y sensible) usted sería un buen padre
Luis
– ¿Por qué no se comió las fresas de mi señora cuando se las
ofreció?
Juan
– Creía que estaba olvidado, no quisiera que me juzgara por eso.
No supe de su
importancia;
pero estaban muy buenas. Señor luis, luego me las comí todas
(silencio)
No
estará enfadado ahora por que me las comí casi todas ¿no?.
Luis
– Tenía que habérselas comido cuando se lo dijo ella. Ella es mi
esposa, le
pregunté
si la respetaba.
Juan
– Yo la respeto, se lo juro. Es más, ustedes, ustedes... si fueran
mis padres yo os
respetaría
mucho (Luis aleja su cigarro y lo escucha atentamente) Es más
Luis, ya le he
hablado
de mis padres. Usted, yo... me gustaría tener unos padres como
ustedes.
Luis
– ¿De veras? (súbitamente alegre, aunque inclinándose a la
mesa, da la sensación
de
que quiere controlar la conversación) Venga, dígame qué es lo
que más desea en
este
momento, dígame qué desea hacer por encima de cualquier cosa. No
disimule,
Juan,
hay muchas cosas que todavía no sabe (señala a la cámara de
vigilancia); No
estamos
aquí para mentir. Solamente dígame; si tuviera la opción de hacer
una cosa
sin
ningún tipo de censura o restricción ¿qué haría?. Eso que usted
piensa en privado y
quizá
tenga reparo en decir. Solo dígamelo, dígamelo y seremos amigos
para toda la
vida.
Juan
– Su mujer, Luis. Su mujer
Luis
- ¿Mi mujer?
Juan
– Sí señor Luis, ella no se rie de mi peluquín, se ha fijado en
él casi toda la noche,
pero
siento que me respeta.
Luis-
Pero creía que tenía claro cuales eran mis servicios. Creía que
estaba claro desde
el
principio.
Juan
– Y lo está, pero usted me ha preguntado…
Luis
- ¿Qué?
Juan
– “Dígame ¿Qué es lo que más desea en este mundo?”.
Muchas veces creo que
tengo
claro qué es lo que quiero (toca su maleta) mi mente me lleva
a ello. Por eso le
contraté,
por eso vine, y aunque estaba nervioso sabía que tenía que hacer
uso del
servicio.
Es más, (pensativo) todavía lo deseo desesperadamente. Pero
ahora que le
tengo
aquí enfrente (reflexiona)... No esperaba a su mujer, Luis.
Pero creo que es lo
que
más necesito, sabe. Es solo, que mirando más allá, si intento ser
honesto conmigo
mismo,
su mujer es lo que más deseo, y reconocerlo es lo más sano (se
señala el
corazón
y le sonríe a Luis).
Luis
se levanta dubitativo y se toca el mentón. Mira a la estantería
desde donde
sacaron
el lubricante y cierra el cajón. Se gira hacia Juan y lo mira
Luis
– Pues usted ha venido por un servicio (con agresividad
creciente). Es un traidor, y
ahora
me va a pagar (se tira a por el maletín y Juan se resiste a
soltarlo, ambos
forcejean)
Juan
– No, el maletín es mío, maldito cerdo.
Luis
– Ha gastado mi tiempo y ha jugado conmigo, ahora me pertenece
Juan
- ¡Son mis ahorros!¡es para los estudios de mis hijos! ¡Yo decido
qué hacer con
ellos!
Luis
– Ya no puede volver atrás, es un maldito cabrón amariconado (se
tiran del pelo)
Ana
aparece con la bandeja
Ana
– (interrumpiendo) Aquí tenéis el agua (entra con una
bandeja) también traje unas
pocas
fresas y unos arándanos. ¿Os apetece algo más?
Luis
y Juan se vuelven a sentar en los sillones como si nada hubiera
pasado. Tienen el
pelo
y los trajes alborotados
Ana
- ¿Qué os ha pasado? ¿Estábais hablando?
Luis
– Juan me estaba hablando de la honestidad, considera que el
guardia, Ángel
(aclara
a Ana), es muy honesto ¿Estás de acuerdo?
Ana
– La verdad Luis, no me gustaría seguir hablando de Ángel
Luis
– (sorprendido) ¿Por qué?
Ana
– Puede ser que Juan no quiera hablar de eso
Juan
– Estas fresas están muy buenas (come una fresa delicadamente)
Ana
– Muchas gracias, las compré en el mercado esta mañana, están
fresquísimas
Luis
– (a Ana) ¿Pero tú sabías que Juan piensa que la
honestidad es tolerable incluso
cuando
se es grosero? (lo ignoran)
Juan
– (a Ana) Vaya vaya, me deberías decir qué puesto es, a mí
me encanta ir al
mercado,
a veces paseo por el rio de camino al mercado de mi casa
Mientras
hablan Luis se levanta del sillón y apoya su mano en él.
Luis
– (a Ana) ¿Sabías que era su padre el que le dijo que
valorara a la gente honesta?
(termina
la frase con tono burlón) (lo ignoran)
Ana
– Eso es muy bonito, a mí también me encanta pasear. A veces me
llevo un libro
(acentúa
mucho la palabra libro) y siento la brisa por mi cuerpo mientras
disfruto de la
lectura
al aire libre (Juan la mira y la observa embobado)
Luis
– (a Ana) Su madre era una zorra y su padre un cabrón. Y él
es un miserable. Es un
miserable
porque finge su victimismo para disimular su ambición, le gusta la
humillación,
pero todo es una máscara, ¡una mentira! (ha gritado y Ana y Juan
fingen
que
no lo oyen, como si hubiera desaparecido).
Juan
– (a Ana) está bien disfrutar de ese tipo de cosas. En esta
vida hay que ser
especialmente
sensible (dice con una fresa en la mano). Insisto, Ana (es
la primera vez
que
dice su nombre) estas fresas son encantadoras (se la mete en
la boca y la goza
lentamente)
(Luis mira al suelo y se siente ausente)
Ana
– A mí también me gustan. La fruta en general, me encanta el
mercado, y los
parques,
los rios, los libros
Juan
– (coge la mano de ana) ¿Y los animalitos del bosque?
Ana
– Por aquí no hay muchos bosques (silencio incómodo) pero
sí (con entusiasmo)
me
encantan los animalitos del bosque (ruborizada) también me
gustan los castillos y
los
príncipes (se ríe agúdamente)
Juan
– Sí (se toca la peluca) los castillos y los príncipes. Y
los caballos y los dragones
tambien,
supongo
Suena
el teléfono en la cocina
Ana
– Sí claro, y las mazmorras, los espejos, los peines dorados (el
teléfono sigue
sonando)
Juan
– Las luciérnagas, la brisa (se acerca a ella, la huele y la
abraza por el hombro)
Ana
– ¡la brisa! (rie y suspira hondo)
Juan
– La brisa está siempre
Ana
– Uyyyy (ríe quisquillosa y Juan empieza a besarle el cuello)
Luis
– (levanta la cabeza y le habla a Ana) ¿No vas a ir a por
el teléfono?
Ana – (cambiando el tono y un poco agresiva) (a Luis) Sabes que
son las seis y media,
solo
puede ser para ti. Así que no lo preguntes, vamos, largo (se
vuelve a Juan y sigue
besándole
los brazos y los labios)
Luis
se levanta apesadumbrado. En mitad de camino hacia la cocina se para
y se
vuelve.
Los mira triste, finalmente se decide y se va
Ana
y Juan siguen acariciándose y besándose apasionadamente. Comienzan
a hacerlo
cada
vez más lentamente, hasta que finalmente dejan de acariciarse y
ambos se
quedan
quietos mirando hacia el el patio de butacas como si nada hubiera
ocurrido
Juan
– Oh, tiene usted una casa muy bonita
Ana
– (empieza a hablarle de usted por primera vez, habla más seria
de lo que hizo
hasta
ahora) Muchas gracias
Juan
- ¿Se encuentra bien? Le noto algo seria
Ana
– Esto..., estoy perfectamente, gracias
Juan
– (Juan se fija en la cámara durante un rato y luego mira a
Ana) ¿Se ha dado
usted
cuenta de...?
Ana
– (se gira y le mira) ¿De qué?
Juan
– Nada, nada (silencio. Recapacita) Bueno, ¿sabe usted algo
de?
Ana
- ¿de?
Juan
– De algo así como; una cámara de vigilancia
Ana
– (silencio) No tengo ni idea de lo que hablas
Juan
– Vale, vale (silencio) ¿Quiere algo? ¿necesita algo?
Ana
– No
Suena
el timbre de la puerta principal. Luis llega muy rápido y abre la
puerte. Al abrir la
puerta
aparece un hombre corpulento y con aspecto agresivo, va vestido con
un traje,
es
Ángel
Luis
– Hola señor
(Ana
y Juan se levantan)
Ana
– Oh dios mío, ¡Buenas noches Ángel!
Ángel
– (avanzando hacia el centro del comedor) ¿Qué tal estáis?
¿Os ha ido bien?
¿habéis
terminado ya?
Ana
– Sí, Angel, todo ha ido muy bien
Ángel
– Muy bien, muy bien (inspeccionandolos con la mirada y hablando
para todos)
Hace
un tiempo tuve que hacer frente a algunos problemas. Al principio fue
difícil lidiar
con
ellos, las soluciones no aparecían y yo estaba completamente
convencido, de que
nunca
las iba a encontrar. Pero amigos míos, el cambio llegó, además
llegó de la
persona
más inesperada. De pronto alguien de quien nunca te has percatado
(escenifica
dramatizando con las manos) te ofrece su mano, y tu la coges. Y
mientras
asciendes
a otro plano de conciencia. Esa mano, que no es tuya, se hace un poco
tuya y
tú
te haces un poco de esa mano...
Juan
va a decir algo, pero Ana lo corta y le niega con la cabeza como
diciendo: siempre
lo
hace, déjalo hablar
Ángel
– ...Es muy difícil saber por qué dejarse llevar. Parece que
estamos compuestos
de
parásitos, que nuestras manos son bocas de serpientes y nuestro
cerebro es como un nido de ratas en una cloaca. Pero hay algo de lo
que estoy seguro, y precisamente es algo que a veces
olvidamos
(es muy histriónico hablando). Somos libres (sonrie
compasivo y persuasivo)
somos
libres para elegir, somos libres para decidir qué hacer, somos
libres para
trascender
de las influencias más desnobles. ¡Unámonos!
Ángel
levanta las manos y Ana y Luis se acercan para cogerlo, le dan
sutiles
instrucciones
a Juan para que se una y hacen un círculo con los brazos.
Ángel
– Los roles sociales son únicamente instancias transitivas
todos
repiten la misma frase y a Juan le cuesta seguir lo que dicen
Ángel
– Nada es eterno, únicamente nuestra consciencia, nuestra
presencia
Repiten
Ángel
– Nada es eterno, pero lo efímero merece nuestro respeto. Debemos
entender
que
todos somos humanos, todos nacimos del mismo árbol.
Repiten
Ángel
– Te adoramos Ángel, te queremos por tu grandeza, encumbramos tu
figura
repiten
Ángel
- viva nuestra lídel y la estabilidad, viva su carisma y su buena
presencia
repiten
y se sueltan las manos. Todos, salvo Ángel se empiezan a despedir
como si no
se
conocieran previamente. Se dan dos besos y se estrechan la mano como
si toda la
obra
de teatro hubiera formado parte de un ritual asumido tácitamente.
Luis va a salir
por
la puerta y pasa por enfrente de Ángel. Ángel lo coge del hombro y
le habla
confidencialmente
Ángel
– Qué pasa cabroncete. Entonces, ¿Cómo está tu esposa?
Luis
– Murió hace cuatro años
Ángel
– Muy bien, me alegro de que la sigas trayendo con nosotros.
(aparte,
asegurándose
de que nadie más los oye) Sabes bien de quién es la cámara de
vigilancia
¿no?
No se te habrá ocurrido jugar con ese tema otra vez ¿verdad? Luego
voy a ver la
cinta,
sabes que la voy a ver (le aprieta el hombro)
Luis
– Sí, sí, claro señor Ángel, todo está muy claro
Ángel
– Yo te llamo a las seis y media como siempre me dices. Te he
sacado de la
escena,
¿no?
Luis
– Sí señor Ángel
Ángel
– Bien, y eso es lo que quieres ¿verdad?
Luis
– Sí, señor, por supuesto
Ángel
– Así me gusta, no lo olvides. Adios Luis, cuídate mucho
Luis
baja la cabeza en forma de reverencia y se va. Luis va a salir y pasa
por enfrente
de
Ángel
Juan
– Señor Ángel yo quisiera... (manifesta tener dudas como ya
hizo anteriormente
cuando
Ana la interrumpió en mitad del discurso)
Ángel
– No te preocupes Juan, hoy es tu primer día, pero simplemente
déjate llevar,
poco
a poco encontrarás respuestas (le pone la mano en el hombro
sonriendo)
Juan
– Pero yo es que, esto no...(quiere decir algo)
Ángel
– (interrumpiendo) grandes respuestas Juan, eso no lo dudes.
Tú simplemente,
no
olvides a tus padres (Juan hace el amago de irse pero se gira y
mira a Ángel
directamente
sin entender nada) Los padres, Ángel, los papis (muy
elocuente y
persuasivo
con las manos)
Juan
desaparece algo resignado. Ángel y Ana se quedan solos
Ángel
– (baja el tono de su voz, habla de manera
más suave y lenta) Hola, Ana
Ana
– Hola Ángel
Ángel
– Hacía mucho que no te veía
Ana
– Y bien, ¿lo has pasado bien?
Ángel
– Sí, muy bien, de maravilla
Ana
– Me gusta mucho tu casa
Ángel
– Muchas gracias, es una casa grandiosa, lo malo es el ruido,
siempre hay ruido
en
esta casa
Ana
– Es curioso, a mi me parece un lugar tranquilo y también
silencioso
Ángel
– Pues... no te tienes que ir (se insinua y
se desliza por el sofá acercándose a
ella)
Ana
– Creo que es el momento, sabes que tengo compromisos a estas horas
Ángel
– Oh (se va al otro lado de ella) ¿De
veras tienes compromisos? ¿Qué tienes que
hacer?
Ana
– He quedado con mi jefe, tenemos que hablar de unos asuntos del
trabajo
Ángel
– Vaya (relajado) no
es la primera vez que quedas con ese hombre ¿Quedáis
para
cenar?
Ana
– Sí
Ángel
- ¿Cocina él o vais a un restaurante?
Ana
– Vamos a un restaurante
Ángel
– Oh (seductor) entonces
no le importará que te quedes aquí esta noche, si no es
a
vosotros pues otros se comerán el menú del restaurante
Ana
– Ya, pero...
Ángel
- ¿Qué pasa? (rodeándola con el brazo y
ella un poco incómoda) ¿Tenéis cosas
importantes
que hablar?
Ana
– No, la verdad es que, no demasiado
Ángel
- ¡Genial! (dando la victoria por contada)
entonces prepararé algo de picar e
iremos
a mi dormitorio ¿Qué te parece?
Ana
– (lo piensa) está
bien, está bien. Ve pasando y ahora voy yo
Juan
pasa a la cocina con el proposito de llegar al dormitorio muy
contento
Ana
se queda sola. Justo cuando Ángel se va al dormitorio coge su bolso
del perchero y
saca
una cinta, se dirige corriendo a la cámara de seguridad y saca la
cinta que hay
dentro,
la reemplaza por la cinta que tenía en el bolso y la mete de nuevo
en el bolso.
Comienza
a recoger el bolso y su abrigo para irse
Ana
– Ángel (gritando hacia adentro) he
pensado que debería irme, me acabo de
acordar
que tengo un importante asunto que tratar con mi jefe, se me había
pasado
por
entero. Pero te lo aseguro, es sobre algunos gastos injustificados de
las últimas
tres
semanas. Deberíamos cerrar ese asunto. (hay
silencio, no se oye nada. Está en la
puerta
y está dispuesta a irse ya) Me voy ya, pero
nos vemos pronto. Y... (se para
dubitativa
mientras abre la puerta de salida)
Ángel
– (desde el otro lado, se le oye poco
y seguramente no oyó lo que le dijo Ana) Cariño,
cariño, que artículo más interesante. ¿Sabías que el sexo oral a
la mujer fue una estrategia primitiva del hombre para facilitar la
fidelidad sexual de la hembra? Esto sí que es bueno Ana (se rie)
Ana
– Bueno, cariño (es evidente que él
no la escucha, pero dice todo esto mientras sale de la casa)
en
la cocina hay unas pocas fresas y unos arándanos por si te apetece,
también hay agua natural (silencio) Adios
(se va un poco taciturna y cierra la puerta)
Se
hace el oscuro aunque se queda el foco encendido durante unos
segundos
iluminando
la cámara de seguridad.
FIN
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