Hace poco leí una noticia en la
que un señor que había sido ciego toda la vida de pronto conseguía
ver gracias a una operación quirúrgica. La manera en la que
describía el medio. Veía sin preceptos, no sabía que las líneas
horizontales que separan un escalón de otro son claves para apreciar
la profundidad. Todo era un torrencial de luz iriscente, sin
patrones. Eso más que vértigo me producía mareo, pero a veces
envidio una experiencia de ese tipo. El cerebro libre de presupuestos
es el cerebro directo e indefenso ante la realidad ─como un
náufrago perdido en medio del océano inapreciable para el resto de
la humanidad. Las leyendas nos han enseñado que moriría anhelando
su familia, anhelando sus últimos momentos de felicidad, ya sabes...
el sabor de las fresas. Yo creo que no pensaría en nada de eso, solo
se percibiría a sí mismo. El océano dejaría de ser océano y él
dejaría de ser él mismo, y sus nostalgias, muchos antes de morir.
El olor, el sonido de la marea, sería tan grande en tan inmenso
silencio, que le permitiría volar muchos antes de hundirse─. ¿Cómo
percibiría el señor con la visión recuperada los cambios del color
de las nubes al anochecer? Quizás ese pequeño viraje de colores,
como los arcoíris escondidos en las superficies de las burbujas, son
pequeños vestigios ─o resquicios─ que nuestro cerebro nos deja
para poder impresionarnos sin riesgo de tropezarnos al subir una
escalera.
Lo importante al final es tener
fe en que se puede ganar el juego, uno prefiere anticipar lo bueno
por suceder y consagrarse a una fe provisional, antes que evaluar en
su totalidad los posibles resultados. ¿Y si el mundo entero está
confabulado en una ilusión?. Pienso en el tiempo, en este punto
dentro de un filamento infinito de nuestro desarrollo evolutivo.
Siempre hemos sido importantes, siempre quizás hemos sentido la
supremacía, siempre hemos mirado atrás, ya sea con libros, con
índices arqueológicos, o con mitos, y hemos sentido que nuestra
testificación de los éxitos culminados ─el estar aquí sin saber
muy bien como─ nos hace especiales. Sin embargo, nos quedamos
cortos recapitulando, olvidamos el latir, la respiración, olvidamos
lo irrisorio que es “ser yo”, olvidamos que morir y vivir forma
parte de un mismo hito en el que solo confluyen cambios,
readaptaciones. Olvidamos que nuestras esperanzas, nuestra humanidad,
nuestro amor, nuestra necesidad, todo está infundido desde una fe
necesaria, creer que todo es posible acaba haciéndolo posible. Todos
quieren sentir su libertad, pero nadie mira sus condiciones.
Nos
construimos, tenemos una vida para cumplir con nuestro objetivo. Nos
engañamos, quizás hasta donde sea necesario; ciertas estrategias,
por muy primitivas que resulten, nos ayudan a preservar el tejido de
nuestro mundo, nos ayuda a seguir nuestro curso, no necesitamos ser
muy conscientes, solo operar, continuar, formar parte de un engranaje
que funciona solo.
Creo que hay que tener entereza
para ver las cosas como son, no dejarse engañar por falsas y
consolantes creencias que te permitan creer que tu posición en la
vida es óptima.
Por tener, no tengo nada.
Yo suelo vaticinar las peores
cosas. Mejor pensar lo peor y no desilusionarse. Pero lo cierto es
que soy débil, que me entrego a lo que me dan. Y a veces también
temo. Temo anhelarla, temo que esté ahí, temo no ver las cosas
ocultas. Temo que vea mi miedo, que se aproveche de mis ojos ciegos.
Antes que eso y antes de sumarme a un pensamiento mágico. Prefiero
trasgredir, al menos con el pensamiento, y que mis pequeños actos
inmorales sean como chinarros minúsculos lanzados a un río
torrencial ─sin moral─, prefiero ser malo antes que ser demasiado
bueno.
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