ARGUMENTO
Un joven llega solo
a un pueblo en el que jamás ha estado. Se instala en su nueva casa
de alquiler hasta que en tres semanas comience su nuevo trabajo en el
parlamento. El primer día que llega a su piso, el casero le enseña
el hogar. El joven se da cuenta de que en la cocina no hay
frigorífico; le pregunta a su casero sobre el frigorífico, pero
éste, extrañado por la pregunta no le contesta.
Esa es la primera
cosa extraña que tendrá lugar. En varias ocasiones verá camiones
circulando por la ciudad con latas de comida de perro.
El primer día baja
a una tienda particular que está enfrente de su casa, al entrar ve
que en la tienda lo único que hay son latas de comida de perro de la
misma marca que el camión, la etiqueta es azul.
Coge una de las
latas y se acerca a la recepción, la dependienta esta en un estado
catatónico, es una anciana y tiene los ojos siempre cerrados. Él no
sabe cómo dirigirse a ella y tímidamente le deja el dinero, al
marcharse de la tienda ella mueve el brazo mecánicamente y coge las
monedas.
Va a su casa y abre
la lata de comida para perro. Al abrirla se da cuenta de que no
contiene nada en su interior, está vacía. Descubre una etiqueta en
el culo de la lata que pone: “su miedo es solo parte del
proceso, es el principal impedimento, solo la verdad, al final del
abismo conseguirá salvarle”.
El
hombre paseará muchas veces por su pueblo y repetidamente irá a un
mercado que no está demasiado lejos de su casa. El primer día se
sorprende al comprobar que todos los puestos venden solamente las
latas de comida para perro. Al final del mercado ver a unos hombres
en un puesto que están protegiendo a una virgen, todos están
vestidos de nazareno. Tienen un cartel escrito donde profetizan que
una tormenta llegará y que tienen que proteger a la virgen, y que
los humanos debemos estar preparados. Todos gritan y profetizan
clamando al cielo, diciendo que hay que estar preparado para evitar
que la virgen se moje. Mientras los observa un hombre que está a su
lado le dice: “Los nazarenos tienen un sueño más
profundo que el resto, pero están recluidos,compartimentados. Ya
quedan pocos como ellos, en el mercado antes solamente se vendían
muñecos de porcelana vestidos de nazareno, pero ya nadie lo hace,,
se está olvidando hasta la tradición”.
Durante
días él siempre irá al mercado o a diferentes partes de la ciudad
y todas las veces volverá con latas de comida para perro vacías a
su casa, nunca encontrará una llena. En una de las ocasiones va a la
tienda que está enfrente de su casa, la de la mujer catatónica, y
buscando entre las estanterías encuentra un muñeco de porcelana de
un nazareno, lo coge atónito y dice en voz alta “esto ya nadie
lo vende”. La mujer no le responde así pues él decide coger a
la mujer y llevarla a su casa, la acuesta en la cama de una de las
habitaciones. Desde ese momento saldrá al mercado con un carrito de
la compra, dice que es para hacer la compra a su madre. Comienza a
cuidar a la vieja por las noches.
En
una de las ocasiones va al mercado como normalmente hace y un hombre
barbudo se acerca a él corriendo. Le dice que se ha dado cuenta de
que tiene hambre, le pregunta si lleva días sin comer, le da una
tarjeta donde pone “casa de putas”, le dice que la tienda
está al final del mercado y que debería ir. Él se dirige hasta ese
lugar, al llegar se da cuenta de que está cerrado y hay un cartel en
la puerta que pone: “cerrado por conferencia semestral errante:
la reunión antisistema está declarada y es legal”. Ve que en
el escaparate de la tienda hay una montaña enorme de comida para
perro, como si hubieran dejado el contenido de las latas en ese
escaparate. Se gira y se da cuenta de que un perro blanco está a su
lado babeando, moviendo la cola y mirando a través del cristal, el
perro lo mira a él.
Esa
noche vuelve a su casa un poco alterado. Todo el rato coge y deja la
tarjeta en el escritorio, tiene dudas y no puede evitar leer
continuamente el título de la tarjeta: “casa de putas”.
Pasa toda la noche abrazando a su madre y llorando mientras dice
agónico: “no te abandonaré mamá, no te decepcionaré, te lo
juro mamá, no te decepcionaré”.
Uno
de los días va al mercado de nuevo y el mismo hombre barbudo está
sentado en una acera. El joven lo mira y se acerca, el hombre barbudo
le dice que le han dado una cosa para él. Se apartará y detrás ve
que en la acera hay un montón de comida de perro. El hombre barbudo
le dice que es para él, con las manos mete toda la grasienta comida
en el carrito de la compra hasta llenarlo.
En
ese momento el joven anda apresuradamente para llegar a ese lugar
llamado “casa de putas”, aunque con dificultades, debido
al peso del carrito de la compra que está sobrecargado de comida. Al
llegar se sorprende al ver desde fuera que toda la comida está
quemada, y todavía sale humo del montón de chamusquina. Debido al
peso del carrito él tiene dificultades para entrar en la tienda y
sobrepasar el escalón.
En
este punto comienza la narración:
NARRACIÓN
El joven pasó al
establecimiento encontrando dificultades para levantar el carrito y
superar el escalón del porche.
Al fondo se
encontraba un viejo dependiente, escrutando una extraña lámina de
sellos con un monóculo. El joven observó la tienda, era una tienda
de un aspecto bastante aséptico, las losas del suelo eran de color
blanco y en las estanterías únicamente se encontraban centenares de
paquetes de cerillas, todas colocadas en un perfecto orden. El viejo
no se dio cuenta de la llegada del joven, hasta que desde la puerta
éste tosió para notificar su llegada.
El viejo levantó la
cabeza sorprendido y retiró ligeramente el monóculo. Desplazó la
cabeza hacia delante y comprimió sus arrugas de la frente haciendo
un esfuerzo para reconocer al cliente. Muy pocas veces tenía
clientes en la tienda, en el último mes solamente una persona había
entrado, el viejo anhelaba esos primeros momentos de sutil cortejo
dados en el primer momento del encuentro, cuando generalmente su
corazón se aceleraba instintivamente durante cinco segundos
ocasionándose un ocioso acaloramiento.
El viejo dejó el
monóculo en el mostrador a la vez que se acercaba con lentos pasos
al joven. El movimiento de sus pasos era ralo, estimulado por una
extraña cojera en su cadera izquierda.
─ ¿Debería,
joven, considerar que su llegada era esperada o es el azar el que le
ha
deparado
aquí?.
El
joven soltó por primera vez el manillar de su carrito de la compra,
y lo dejó descansar al lado del escaparate. El viejo observó el
carrito y automáticamente pensó que ese joven se estaba preguntando
sobre la carbonización del escaparate.
─ Habrás
notado que apenas huele, no he necesitado ningún producto especial,
el establecimiento está preparado para este tipo de operaciones.
El
joven, sorprendido, como si el viejo hubiera leído su cerebro,
atragantó una respuesta automática de cortesía, que acabó por
reducirse a un escueto “ehh”.
El
viejo se acercó un poco más a él, lo examinó delicadamente, pero
con el desdén de un perro. El joven observó sus grandes ojos
verdosos y las arrugas de su cara, cisuras y ondulaciones que se
distribuían de un lado a otro como colas de rata.
─ No
entiendo lo de las cerillas ─dijo el joven mientras daba un pequeño
paso hacia el escaparate─ ¿En eso se reduce al final?¿Por qué
quemas la comida?.
El
viejo rió, emitiendo sus carcajadas a su pecho como si estuviera
bebiendo con una pajita y conociera perfectamente las leyes que
operaban en esa conversación.
─ Ha
venido por el hambre, o al menos eso es lo que cree. Pero si le hice
llegar una montaña de comida ¿qué es lo que quiere entonces?.
El
joven no sabía que responder.
─ ¿Quiere
usted un paquete de cerillas?
El
joven recordó el mercado que comenzaba al término de la manzana.
Tenía que atravesarlo para volver a su casa y dentro de poco se
volvería mucho más concurrido. Evitaba siempre a toda costa las
aglutinaciones. La masa de gente podría llegar a un punto
irresistible para él y no podría volver en toda la noche para
cuidar de su madre.
El
viejo, al comprobar la indiferencia del joven, se sintió
desesperado. Cada vez venían menos y cada vez más inseguros; se
sentía un tanto defraudado y se dio la vuelta, declinando
ligeramente la espalda y comenzó a dirigirse al mostrador mientras
decía:
─ Debe
usted saber que quizá este local no consigue llegar a satisfacer sus
expectativas.
El
joven giró la cabeza instintivamente para asegurarse de que el
carrito de la compra seguía con él. Ahora no sabía qué hacer con
esa pesada carga, le había costado enormemente pasar a la tienda, y
en este punto no podía imaginarse cruzar todo el mercado en un
momento en el que cada vez el ruido y la muchedumbre se hacía más
notable.
─ Le
ruego que me deje pensar un segundo ─se acercó a la estantería y
cogió una de las cajas de cerillas del montón─ Si no tiene lo que
le pido, al menos cerciórese de ello. Arrime usted el hombro, cambie
su postura o invente una rutina que le complazca más, o considere,
si cree que procede, cambiar el color del cartel de la puerta a tonos
más claros o más oscuros ─como si hubiera sido consciente del
discurso solo al pronunciar la última palabra, se silenció,
cerciorándose de que quizá se había expuesto demasiado.
El
viejo volteó su rostro, en sus ojos verdes se encontraba una mezcla
de sorpresa y admiración.
─ En
el caso de que sepa con toda certeza que está a la altura de la
situación, debo advertirle seriamente, y esto es algo sobre lo que
tiene que estar plenamente al corriente, de que si continúa por
donde está yendo, ya no podrá dar marcha atrás, hay un punto en el
que es imposible, hay un punto en el que es completamente imposible.
El
joven se dio cuenta de que, de pronto, la mirada del viejo le parecía
más ágil y severa. Muy lejos de imponerle le hacía aumentar su
seguridad.
El
viejo miró el carrito de la compra del joven fijamente, el joven
sintió que le quería decir algo, por lo cual se giró para
observar de nuevo el carrito.
─ Yo...
No puedo volver atrás, no tengo otra opción, desde que esa tarjeta
me llegó apenas echo ojo por las noches, no me deja tranquilo, no
hay manera.
─ Entonces
─ el viejo asentía lentamente ─ Si está completamente seguro ya
sabe cual es su cometido. Le esperaré dentro. Mientras puede usted
intentar desposarse de toda su
historia reciente.
El
viejo se dirigió con diligencia a la trastienda que estaba detrás
del mostrador para prepararse.
El
joven abrió la caja de cerillas que tenía en la mano, quedaban dos,
levantó la mirada y observó la chamusquina del escaparate. Cogió
una de las cerillas, se aproximó a la puerta de la tienda y abrió
el carrito de la compra, el olor de la comida invadió todo su
rostro, “esta comida
es pesada hasta en el olor”,
pensó.
Como
si estuviera recuperando el hábito de encender una cerilla, entrenó
varias veces mentalmente antes de frotar la cerilla en la caja de
cerillas, y
prenderla. Contempló la llama durante dos segundos y la dejó caer
en el montón de grasa del carrito. Toda la grasa ardió
inmediatamente. El sonido de la inflamación irrumpió como una ola.
El joven asomó la cabeza por la puerta de la tienda y observó el
mercadillo, no había tanta gente como esperaba. Pero todo el mundo
corría despavoridamente, tapándose las cabezas con bolsas de
plástico. El cielo estaba despejado, totalmente soleado. Pensó en
su madre postrada en su cama, y aunque nunca había visto el color de
sus ojos, tuvo la ineludible certeza de que en ese momento los había
abierto. Que los había abierto y había perdido por ello la
habilidad de pestañear. Imaginó que ella se había sentado en la
cama y que su rostro exigía con violencia una explicación, ella
notaba su ausencia y en ese momento sintió que sería capaz de hacer
cualquier cosa con tal de que él volviera. Se sintió aterrado. La
gente comenzó a correr más apresuradamente, él pensaba que todos
estaban asustados, que corrían porque esperaban un milagro súbito,
que necesitaban progreso pero no aguantaban la situación y que
creían que el progreso significaba destrucción. Los nazarenos
estaban histéricos. Todos ellos desdoblaban una gigante manta de
plástico de la manera ensayada durante tantos años de
entrenamiento. En el otro extremo de la calle el joven observó como
una densa nube, la más negra que jamás había visto, conquistaba el
cielo manteniendo la claridad indisoluble mientras que la irrumpía.
El perro blanco corrió entre la multitud, esquivó los perfectamente
articulados pasos de los nazarenos y llegó hasta donde él se
encontraba. Se sentó enfrente de la entrada de la tienda, observando
la llama de fuego que ya había alcanzado los dos metros de altura.
Al principio reclinó la cabeza curioso, como si le apaciguara la
llama. El joven miró al perro fijamente, y éste comenzó a ladrar
incesantemente. El joven se giró y se dirigió a la trastienda,
mientras recorría toda la tienda sintió, entre el eco de los
ladridos, que ese perro giraba en torno a su mundo, como un satélite
que observa y que nunca toma determinación.
El joven pasó entre dos cortinas
rojas de la puerta que separaba la trastienda de la tienda. Al entrar
sintió como un cómodo calor se instauraba dentro de su pecho. Había
un luz roja tenue que daba a la habitación un aspecto muy exótico.
El viejo lo esperaba de frente,
sentado en una gran silla de roble, en la que sus brazos descansaban
cómodamente en dos grandes respaldos que figuraban leones, parecía
que sus calmadas manos dominaban la fuerza ya congelada de los
animales.
─ Por definición ─dijo el
viejo─ No podría usted estar aquí, si no estuviera absolutamente
seguro de que era lo que deseaba.
─ Ya,
supongo que tiene razón ─el joven, que tenía las manos cruzadas
en su espalda, tocó con la punta de los dedos la pared que estaba
tras él, era una costumbre que tenía desde pequeño, la pared le
recordaba qué era la rectitud.
─ Le he dicho que está seguro
de su decisión, sus dudas solo son producto de su estado de
excitación y de la sugestión.
En ese momento, el joven se
percató de que el viejo no tenía ojos, en su lugar había dos
profundas cuencas, que en el contraluz de la luz roja se divisaban
como dos manchas oscuras. Aunque tras él había cientos de botes
llenos de un líquido trasparente, y cada uno de ellos contenía en
su interior toda la anatomía propia de un sistema visual. Dos ojos
coronaban una frondosa red de neuronas y carne con forma de raíz.
Parecía un herbolario, como si los ojos fueran zanahorias cultivadas
y la luz roja fuera la adecuada para facilitar el óptimo
mantenimiento de esa peculiar vegetación.
─ Mi madre... ─dijo el joven
soportando el peso de sus recuerdos.
─ Usted sabe que no es su
madre. Usted sabe que la intentó rescatar de una falsa tienda,
recuerda las latas y recuerda el nazareno de porcelana. Por favor, no
se permita seguir dudando.
─ Lo siento, solo era un error.
Ya sé que no lo es, pero ella ha despertado, no sé qué podría
pasar, ella podría venir. Quiere demostrar lo que está pasando,
tiene el poder, puede hacerlo si quiere ─sus tobillos tendieron a
perder el equilibrio─ ¿Cree usted....
─ Es normal que se sienta así.
Esa vieja... ─El joven se irritó al oír el modo en el que la
llamaba, no le gustaba que la llamara así ─ Esa vieja es mucho
menos de lo que cree, pero es parte del proceso. Lo único que
importa son sus ojos y usted está preparado.
El joven se tranquilizó, tocó
su frente mientras volvía en sí poco a poco. Recordaba todo lo que
había ocurrido en la calle; los nazarenos, el perro...
─ Siéntese en esa otra silla,
parece mareado, se sentirá mejor ─ El viejo le indicó la silla
que estaba al lado del joven, el respaldo se apoyaba en la pared que
estaba tocando. Se sentó vacilando, pero no entendía cómo sabía
lo de su mareo si no tenía sus ojos. Rápidamente reaccionó y se
dio cuenta de que su pregunta no tenía sentido y de que necesitaba
acostumbrarse.
─ Dígame ─dijo el
viejo─¿cuál es su primer interés?.
─ Ese
trato...─el joven no estaba preparado para ese tipo de preguntas,
se movía inquieto en su pequeña silla, no entendía por qué ahora
sentía frío ─ese trato tan individual... yo... mi libertad de
elegir... como si llevara las riendas, como si yo lo hubiera escogido
─pensó en el sistema capitalista y se preguntó a sí mismo
¿Es normal que nos hagan sentir así?.
─ Intente olvidarse del pasado,
joven, hábleme a través del ahora, seguimos un protocolo estándar
elaborado en el Siglo XX, intente ceñirse al contenido.
─ De acuerdo ─el joven se
reacomodó en la silla ─ lo que quiero es la base, es la raíz, ese
es mi interés.
─ La raíz es la vista ─
levantó la mano derecha, con los cinco dedos hacia arriba y la
desplazó lentamente. Juan observó los tarros de ojos.
─ Pero, para ver...
El viejo rió de nuevo, conocía
esa reacción, la había visto en la mayoría de sus clientes. Aunque
él prefería referirse a los clientes como emergentes, así suele
llamarlos en las conferencias semestrales.
─ Sí, para ver, usted debe
extirparse la vista antes.
─ Eso es horroroso ─el joven
tocó sus pómulos acongojado
─ Con su vista no puede usted
ver más allá, debe usted primero suprimir las dependencias de su
mirada.
─ ¿Pero no hay otros medios?,
ya he descubierto muchas cosas, veo mucho más que antes. He llegado
a usted, lo he reconocido por mi mismo, a través de mis ojos ¿Está
seguro de que no me valen? ─se tocó de nuevo los ojos, intentando
encontrar algún defecto aparente.
El viejo se calló, y reclinó la
cabeza hacia delante manteniendo el cuello erguido. Sus labios se
apretaron.
─ ¿Qué piensa usted de la
cocaína?
─ ¡¿Cómo?!
─ ¿la cocaína es buena?
El joven intentó elaborar su
respuesta
─ Buena... o mala, no creo que
sea buena para el caso
─ ¿Está seguro?
Reconsideró su respuesta y dijo:
─ No.
─ ¿Por qué cree que no es
buena?
─ No lo sé, la
hiperactivación, la sobrecarga, va más allá de lo necesario ─dudó,
no sabía qué contestar─ El cuerpo no lo resiste.
─Para el uso eficaz de la
cocaína primero hay que morir
El joven no entendía nada, pero
ocultó sus dudas, sabía que de algún modo, aunque no tuviera ojos,
el anciano era capaz de ver mucho más de lo que estimaba. El viejo
siguió hablando.
─ Muchos mueren, pero unos
pocos lo resisten, esos siguen adelante y lo hacen mejor ¿Cómo cree
que reaccionaria si probara el azúcar saturada por primera vez a los
sesenta años? Habla del cuerpo humana como si solamente existiera
usted, pero no sabe ni lo que es el cuerpo.
─ Pero, ¿por qué unos pocos?
¿por qué no todos?
El viejo sentía que la sesión
se estaba alargando demasiado, se irritaba ante tanta duda, y había
perdido la concentración del inicio de la sesión, tuvo el antojo
fugaz de volver a ponerse los ojos y abandonar la sala. Había notado
en los últimos meses que las técnicas de relajación le habían
sido cada vez menos efectivas. Recordó la réplica de uno de los
miembros de la última conferencia, ;”no
debemos permitir que el proceso se lleve a cabo cada vez con menos
paciencia. La paciencia garantizará la entrada de más diversidad
humana, y a largo plazo los resultados serán más ricos”.
En los últimos meses el tema de la relajación estaba siendo muy
discutido, había un sentimiento general de desesperanza entre todos
ellos.
El viejo consiguió
tranquilizarse, las respuestas pertinentes llegaron a su mente, las
dispuso poco a poco, intentando facilitar el entendimiento del joven.
─ Usted cree que hay una
diferente entre el resto y usted. Posiblemente piense que el éxito
exclusivo de los pocos no es por el bien común. Puede que tenga
asociado una respuesta de orgullo hacia el éxito, pero estamos
trabajando profundamente para eliminar dicha reacción. Usted no sabe
qué papel es el que tiene, yo tampoco. Usted es el responsable de la
carga que el azar le asigna ─tras una breve pausa, intentó pensar
si le falta algo por decir ─La cocaína, la cocaína solo es uno de
tantos ejemplos en los que se debe morir.
─Pero ─el joven sintió como
su miedo crecía y a la vez sentía la cada vez mayor certeza de que
nadie podría socorrerlo ─ Pero, oh dios ¿me convierte eso en un
fascista?.
El viejo se frustró de nuevo,
esperaba una respuesta más avanzada.
─ ¿Se da cuenta ahora de que
necesita otros ojos?
El
joven tocó su frente de nuevo, se sentía asediado. Tuvo la leve
necesidad de sollozar. Justo en ese momento recordó la frase que
había leído en la lata; “su
miedo es solo parte del proceso, es el principal impedimento, solo la
verdad, al final del abismo conseguirá salvarle”.
En ese momento observó de nuevo
los tarros de ojos. Poco a poco dejó de mirarlos estupefacto, uno a
uno, a contemplarlos desde la distancia, todos colocados con gran
belleza y orden en las estanterías. Su sensación de aberración
comenzó a desaparecer y la aprensión a la carne de los ojos también
se extinguió. En su mente los ojos de las estanterías habían
pasado a ser algo complaciente, no eran más que ojos, eran vida,
eran un recurso vital sin precedentes. Se sintió repentinamente
entusiasmado. Pensó en el nombre de la tarjeta; “casa de
putas”, consideró que podría ser otro nombre, él podría
haber seleccionado uno entre miles. Miró al viejo, que se mantuvo
paciente en su sillón, contemplado con profundidad las reacciones
del joven. La luz roja no es sangrienta, la luz roja es agradable,
pensó el joven.
Cerró los ojos y se sumió en la
esperanzada oscuridad, no dejando ningún género de dudas, para
dejarse embaucar por el proceso.
26-1-14
No hay comentarios:
Publicar un comentario