domingo, 26 de enero de 2014

OTROS OJOS

ARGUMENTO

Un joven llega solo a un pueblo en el que jamás ha estado. Se instala en su nueva casa de alquiler hasta que en tres semanas comience su nuevo trabajo en el parlamento. El primer día que llega a su piso, el casero le enseña el hogar. El joven se da cuenta de que en la cocina no hay frigorífico; le pregunta a su casero sobre el frigorífico, pero éste, extrañado por la pregunta no le contesta.

Esa es la primera cosa extraña que tendrá lugar. En varias ocasiones verá camiones circulando por la ciudad con latas de comida de perro.

El primer día baja a una tienda particular que está enfrente de su casa, al entrar ve que en la tienda lo único que hay son latas de comida de perro de la misma marca que el camión, la etiqueta es azul.

Coge una de las latas y se acerca a la recepción, la dependienta esta en un estado catatónico, es una anciana y tiene los ojos siempre cerrados. Él no sabe cómo dirigirse a ella y tímidamente le deja el dinero, al marcharse de la tienda ella mueve el brazo mecánicamente y coge las monedas.

Va a su casa y abre la lata de comida para perro. Al abrirla se da cuenta de que no contiene nada en su interior, está vacía. Descubre una etiqueta en el culo de la lata que pone: “su miedo es solo parte del proceso, es el principal impedimento, solo la verdad, al final del abismo conseguirá salvarle”.

El hombre paseará muchas veces por su pueblo y repetidamente irá a un mercado que no está demasiado lejos de su casa. El primer día se sorprende al comprobar que todos los puestos venden solamente las latas de comida para perro. Al final del mercado ver a unos hombres en un puesto que están protegiendo a una virgen, todos están vestidos de nazareno. Tienen un cartel escrito donde profetizan que una tormenta llegará y que tienen que proteger a la virgen, y que los humanos debemos estar preparados. Todos gritan y profetizan clamando al cielo, diciendo que hay que estar preparado para evitar que la virgen se moje. Mientras los observa un hombre que está a su lado le dice: “Los nazarenos tienen un sueño más profundo que el resto, pero están recluidos,compartimentados. Ya quedan pocos como ellos, en el mercado antes solamente se vendían muñecos de porcelana vestidos de nazareno, pero ya nadie lo hace,, se está olvidando hasta la tradición”.

Durante días él siempre irá al mercado o a diferentes partes de la ciudad y todas las veces volverá con latas de comida para perro vacías a su casa, nunca encontrará una llena. En una de las ocasiones va a la tienda que está enfrente de su casa, la de la mujer catatónica, y buscando entre las estanterías encuentra un muñeco de porcelana de un nazareno, lo coge atónito y dice en voz alta “esto ya nadie lo vende”. La mujer no le responde así pues él decide coger a la mujer y llevarla a su casa, la acuesta en la cama de una de las habitaciones. Desde ese momento saldrá al mercado con un carrito de la compra, dice que es para hacer la compra a su madre. Comienza a cuidar a la vieja por las noches.

En una de las ocasiones va al mercado como normalmente hace y un hombre barbudo se acerca a él corriendo. Le dice que se ha dado cuenta de que tiene hambre, le pregunta si lleva días sin comer, le da una tarjeta donde pone “casa de putas”, le dice que la tienda está al final del mercado y que debería ir. Él se dirige hasta ese lugar, al llegar se da cuenta de que está cerrado y hay un cartel en la puerta que pone: “cerrado por conferencia semestral errante: la reunión antisistema está declarada y es legal”. Ve que en el escaparate de la tienda hay una montaña enorme de comida para perro, como si hubieran dejado el contenido de las latas en ese escaparate. Se gira y se da cuenta de que un perro blanco está a su lado babeando, moviendo la cola y mirando a través del cristal, el perro lo mira a él.

Esa noche vuelve a su casa un poco alterado. Todo el rato coge y deja la tarjeta en el escritorio, tiene dudas y no puede evitar leer continuamente el título de la tarjeta: “casa de putas”. Pasa toda la noche abrazando a su madre y llorando mientras dice agónico: “no te abandonaré mamá, no te decepcionaré, te lo juro mamá, no te decepcionaré”.

Uno de los días va al mercado de nuevo y el mismo hombre barbudo está sentado en una acera. El joven lo mira y se acerca, el hombre barbudo le dice que le han dado una cosa para él. Se apartará y detrás ve que en la acera hay un montón de comida de perro. El hombre barbudo le dice que es para él, con las manos mete toda la grasienta comida en el carrito de la compra hasta llenarlo.

En ese momento el joven anda apresuradamente para llegar a ese lugar llamado “casa de putas”, aunque con dificultades, debido al peso del carrito de la compra que está sobrecargado de comida. Al llegar se sorprende al ver desde fuera que toda la comida está quemada, y todavía sale humo del montón de chamusquina. Debido al peso del carrito él tiene dificultades para entrar en la tienda y sobrepasar el escalón.

En este punto comienza la narración:


NARRACIÓN

El joven pasó al establecimiento encontrando dificultades para levantar el carrito y superar el escalón del porche.
Al fondo se encontraba un viejo dependiente, escrutando una extraña lámina de sellos con un monóculo. El joven observó la tienda, era una tienda de un aspecto bastante aséptico, las losas del suelo eran de color blanco y en las estanterías únicamente se encontraban centenares de paquetes de cerillas, todas colocadas en un perfecto orden. El viejo no se dio cuenta de la llegada del joven, hasta que desde la puerta éste tosió para notificar su llegada.
El viejo levantó la cabeza sorprendido y retiró ligeramente el monóculo. Desplazó la cabeza hacia delante y comprimió sus arrugas de la frente haciendo un esfuerzo para reconocer al cliente. Muy pocas veces tenía clientes en la tienda, en el último mes solamente una persona había entrado, el viejo anhelaba esos primeros momentos de sutil cortejo dados en el primer momento del encuentro, cuando generalmente su corazón se aceleraba instintivamente durante cinco segundos ocasionándose un ocioso acaloramiento.
El viejo dejó el monóculo en el mostrador a la vez que se acercaba con lentos pasos al joven. El movimiento de sus pasos era ralo, estimulado por una extraña cojera en su cadera izquierda.
¿Debería, joven, considerar que su llegada era esperada o es el azar el que le ha
deparado aquí?.
El joven soltó por primera vez el manillar de su carrito de la compra, y lo dejó descansar al lado del escaparate. El viejo observó el carrito y automáticamente pensó que ese joven se estaba preguntando sobre la carbonización del escaparate.
Habrás notado que apenas huele, no he necesitado ningún producto especial, el establecimiento está preparado para este tipo de operaciones.
El joven, sorprendido, como si el viejo hubiera leído su cerebro, atragantó una respuesta automática de cortesía, que acabó por reducirse a un escueto “ehh”.
El viejo se acercó un poco más a él, lo examinó delicadamente, pero con el desdén de un perro. El joven observó sus grandes ojos verdosos y las arrugas de su cara, cisuras y ondulaciones que se distribuían de un lado a otro como colas de rata.
No entiendo lo de las cerillas ─dijo el joven mientras daba un pequeño paso hacia el escaparate─ ¿En eso se reduce al final?¿Por qué quemas la comida?.
El viejo rió, emitiendo sus carcajadas a su pecho como si estuviera bebiendo con una pajita y conociera perfectamente las leyes que operaban en esa conversación.
Ha venido por el hambre, o al menos eso es lo que cree. Pero si le hice llegar una montaña de comida ¿qué es lo que quiere entonces?.
El joven no sabía que responder.
¿Quiere usted un paquete de cerillas?
El joven recordó el mercado que comenzaba al término de la manzana. Tenía que atravesarlo para volver a su casa y dentro de poco se volvería mucho más concurrido. Evitaba siempre a toda costa las aglutinaciones. La masa de gente podría llegar a un punto irresistible para él y no podría volver en toda la noche para cuidar de su madre.
El viejo, al comprobar la indiferencia del joven, se sintió desesperado. Cada vez venían menos y cada vez más inseguros; se sentía un tanto defraudado y se dio la vuelta, declinando ligeramente la espalda y comenzó a dirigirse al mostrador mientras decía:
Debe usted saber que quizá este local no consigue llegar a satisfacer sus expectativas.
El joven giró la cabeza instintivamente para asegurarse de que el carrito de la compra seguía con él. Ahora no sabía qué hacer con esa pesada carga, le había costado enormemente pasar a la tienda, y en este punto no podía imaginarse cruzar todo el mercado en un momento en el que cada vez el ruido y la muchedumbre se hacía más notable.
Le ruego que me deje pensar un segundo ─se acercó a la estantería y cogió una de las cajas de cerillas del montón─ Si no tiene lo que le pido, al menos cerciórese de ello. Arrime usted el hombro, cambie su postura o invente una rutina que le complazca más, o considere, si cree que procede, cambiar el color del cartel de la puerta a tonos más claros o más oscuros ─como si hubiera sido consciente del discurso solo al pronunciar la última palabra, se silenció, cerciorándose de que quizá se había expuesto demasiado.
El viejo volteó su rostro, en sus ojos verdes se encontraba una mezcla de sorpresa y admiración.
En el caso de que sepa con toda certeza que está a la altura de la situación, debo advertirle seriamente, y esto es algo sobre lo que tiene que estar plenamente al corriente, de que si continúa por donde está yendo, ya no podrá dar marcha atrás, hay un punto en el que es imposible, hay un punto en el que es completamente imposible.
El joven se dio cuenta de que, de pronto, la mirada del viejo le parecía más ágil y severa. Muy lejos de imponerle le hacía aumentar su seguridad.
El viejo miró el carrito de la compra del joven fijamente, el joven sintió que le quería decir algo, por lo cual se giró para observar de nuevo el carrito.
Yo... No puedo volver atrás, no tengo otra opción, desde que esa tarjeta me llegó apenas echo ojo por las noches, no me deja tranquilo, no hay manera.
Entonces ─ el viejo asentía lentamente ─ Si está completamente seguro ya sabe cual es su cometido. Le esperaré dentro. Mientras puede usted intentar desposarse de toda su historia reciente.
El viejo se dirigió con diligencia a la trastienda que estaba detrás del mostrador para prepararse.
El joven abrió la caja de cerillas que tenía en la mano, quedaban dos, levantó la mirada y observó la chamusquina del escaparate. Cogió una de las cerillas, se aproximó a la puerta de la tienda y abrió el carrito de la compra, el olor de la comida invadió todo su rostro, “esta comida es pesada hasta en el olor”, pensó.
Como si estuviera recuperando el hábito de encender una cerilla, entrenó varias veces mentalmente antes de frotar la cerilla en la caja de cerillas, y prenderla. Contempló la llama durante dos segundos y la dejó caer en el montón de grasa del carrito. Toda la grasa ardió inmediatamente. El sonido de la inflamación irrumpió como una ola. El joven asomó la cabeza por la puerta de la tienda y observó el mercadillo, no había tanta gente como esperaba. Pero todo el mundo corría despavoridamente, tapándose las cabezas con bolsas de plástico. El cielo estaba despejado, totalmente soleado. Pensó en su madre postrada en su cama, y aunque nunca había visto el color de sus ojos, tuvo la ineludible certeza de que en ese momento los había abierto. Que los había abierto y había perdido por ello la habilidad de pestañear. Imaginó que ella se había sentado en la cama y que su rostro exigía con violencia una explicación, ella notaba su ausencia y en ese momento sintió que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de que él volviera. Se sintió aterrado. La gente comenzó a correr más apresuradamente, él pensaba que todos estaban asustados, que corrían porque esperaban un milagro súbito, que necesitaban progreso pero no aguantaban la situación y que creían que el progreso significaba destrucción. Los nazarenos estaban histéricos. Todos ellos desdoblaban una gigante manta de plástico de la manera ensayada durante tantos años de entrenamiento. En el otro extremo de la calle el joven observó como una densa nube, la más negra que jamás había visto, conquistaba el cielo manteniendo la claridad indisoluble mientras que la irrumpía. El perro blanco corrió entre la multitud, esquivó los perfectamente articulados pasos de los nazarenos y llegó hasta donde él se encontraba. Se sentó enfrente de la entrada de la tienda, observando la llama de fuego que ya había alcanzado los dos metros de altura. Al principio reclinó la cabeza curioso, como si le apaciguara la llama. El joven miró al perro fijamente, y éste comenzó a ladrar incesantemente. El joven se giró y se dirigió a la trastienda, mientras recorría toda la tienda sintió, entre el eco de los ladridos, que ese perro giraba en torno a su mundo, como un satélite que observa y que nunca toma determinación.
El joven pasó entre dos cortinas rojas de la puerta que separaba la trastienda de la tienda. Al entrar sintió como un cómodo calor se instauraba dentro de su pecho. Había un luz roja tenue que daba a la habitación un aspecto muy exótico.
El viejo lo esperaba de frente, sentado en una gran silla de roble, en la que sus brazos descansaban cómodamente en dos grandes respaldos que figuraban leones, parecía que sus calmadas manos dominaban la fuerza ya congelada de los animales.
Por definición ─dijo el viejo─ No podría usted estar aquí, si no estuviera absolutamente seguro de que era lo que deseaba.
Ya, supongo que tiene razón ─el joven, que tenía las manos cruzadas en su espalda, tocó con la punta de los dedos la pared que estaba tras él, era una costumbre que tenía desde pequeño, la pared le recordaba qué era la rectitud.
Le he dicho que está seguro de su decisión, sus dudas solo son producto de su estado de excitación y de la sugestión.
En ese momento, el joven se percató de que el viejo no tenía ojos, en su lugar había dos profundas cuencas, que en el contraluz de la luz roja se divisaban como dos manchas oscuras. Aunque tras él había cientos de botes llenos de un líquido trasparente, y cada uno de ellos contenía en su interior toda la anatomía propia de un sistema visual. Dos ojos coronaban una frondosa red de neuronas y carne con forma de raíz. Parecía un herbolario, como si los ojos fueran zanahorias cultivadas y la luz roja fuera la adecuada para facilitar el óptimo mantenimiento de esa peculiar vegetación.
Mi madre... ─dijo el joven soportando el peso de sus recuerdos.
Usted sabe que no es su madre. Usted sabe que la intentó rescatar de una falsa tienda, recuerda las latas y recuerda el nazareno de porcelana. Por favor, no se permita seguir dudando.
Lo siento, solo era un error. Ya sé que no lo es, pero ella ha despertado, no sé qué podría pasar, ella podría venir. Quiere demostrar lo que está pasando, tiene el poder, puede hacerlo si quiere ─sus tobillos tendieron a perder el equilibrio─ ¿Cree usted....
Es normal que se sienta así. Esa vieja... ─El joven se irritó al oír el modo en el que la llamaba, no le gustaba que la llamara así ─ Esa vieja es mucho menos de lo que cree, pero es parte del proceso. Lo único que importa son sus ojos y usted está preparado.
El joven se tranquilizó, tocó su frente mientras volvía en sí poco a poco. Recordaba todo lo que había ocurrido en la calle; los nazarenos, el perro...
Siéntese en esa otra silla, parece mareado, se sentirá mejor ─ El viejo le indicó la silla que estaba al lado del joven, el respaldo se apoyaba en la pared que estaba tocando. Se sentó vacilando, pero no entendía cómo sabía lo de su mareo si no tenía sus ojos. Rápidamente reaccionó y se dio cuenta de que su pregunta no tenía sentido y de que necesitaba acostumbrarse.
Dígame ─dijo el viejo─¿cuál es su primer interés?.
Ese trato...─el joven no estaba preparado para ese tipo de preguntas, se movía inquieto en su pequeña silla, no entendía por qué ahora sentía frío ─ese trato tan individual... yo... mi libertad de elegir... como si llevara las riendas, como si yo lo hubiera escogido ─pensó en el sistema capitalista y se preguntó a sí mismo ¿Es normal que nos hagan sentir así?.
Intente olvidarse del pasado, joven, hábleme a través del ahora, seguimos un protocolo estándar elaborado en el Siglo XX, intente ceñirse al contenido.
De acuerdo ─el joven se reacomodó en la silla ─ lo que quiero es la base, es la raíz, ese es mi interés.
La raíz es la vista ─ levantó la mano derecha, con los cinco dedos hacia arriba y la desplazó lentamente. Juan observó los tarros de ojos.
Pero, para ver...
El viejo rió de nuevo, conocía esa reacción, la había visto en la mayoría de sus clientes. Aunque él prefería referirse a los clientes como emergentes, así suele llamarlos en las conferencias semestrales.
Sí, para ver, usted debe extirparse la vista antes.
Eso es horroroso ─el joven tocó sus pómulos acongojado
Con su vista no puede usted ver más allá, debe usted primero suprimir las dependencias de su mirada.
¿Pero no hay otros medios?, ya he descubierto muchas cosas, veo mucho más que antes. He llegado a usted, lo he reconocido por mi mismo, a través de mis ojos ¿Está seguro de que no me valen? ─se tocó de nuevo los ojos, intentando encontrar algún defecto aparente.
El viejo se calló, y reclinó la cabeza hacia delante manteniendo el cuello erguido. Sus labios se apretaron.
¿Qué piensa usted de la cocaína?
¡¿Cómo?!
¿la cocaína es buena?
El joven intentó elaborar su respuesta
Buena... o mala, no creo que sea buena para el caso
¿Está seguro?
Reconsideró su respuesta y dijo:
No.
¿Por qué cree que no es buena?
No lo sé, la hiperactivación, la sobrecarga, va más allá de lo necesario ─dudó, no sabía qué contestar─ El cuerpo no lo resiste.
Para el uso eficaz de la cocaína primero hay que morir
El joven no entendía nada, pero ocultó sus dudas, sabía que de algún modo, aunque no tuviera ojos, el anciano era capaz de ver mucho más de lo que estimaba. El viejo siguió hablando.
Muchos mueren, pero unos pocos lo resisten, esos siguen adelante y lo hacen mejor ¿Cómo cree que reaccionaria si probara el azúcar saturada por primera vez a los sesenta años? Habla del cuerpo humana como si solamente existiera usted, pero no sabe ni lo que es el cuerpo.
Pero, ¿por qué unos pocos? ¿por qué no todos?
El viejo sentía que la sesión se estaba alargando demasiado, se irritaba ante tanta duda, y había perdido la concentración del inicio de la sesión, tuvo el antojo fugaz de volver a ponerse los ojos y abandonar la sala. Había notado en los últimos meses que las técnicas de relajación le habían sido cada vez menos efectivas. Recordó la réplica de uno de los miembros de la última conferencia, ;”no debemos permitir que el proceso se lleve a cabo cada vez con menos paciencia. La paciencia garantizará la entrada de más diversidad humana, y a largo plazo los resultados serán más ricos”. En los últimos meses el tema de la relajación estaba siendo muy discutido, había un sentimiento general de desesperanza entre todos ellos.
El viejo consiguió tranquilizarse, las respuestas pertinentes llegaron a su mente, las dispuso poco a poco, intentando facilitar el entendimiento del joven.
Usted cree que hay una diferente entre el resto y usted. Posiblemente piense que el éxito exclusivo de los pocos no es por el bien común. Puede que tenga asociado una respuesta de orgullo hacia el éxito, pero estamos trabajando profundamente para eliminar dicha reacción. Usted no sabe qué papel es el que tiene, yo tampoco. Usted es el responsable de la carga que el azar le asigna ─tras una breve pausa, intentó pensar si le falta algo por decir ─La cocaína, la cocaína solo es uno de tantos ejemplos en los que se debe morir.
Pero ─el joven sintió como su miedo crecía y a la vez sentía la cada vez mayor certeza de que nadie podría socorrerlo ─ Pero, oh dios ¿me convierte eso en un fascista?.
El viejo se frustró de nuevo, esperaba una respuesta más avanzada.
¿Se da cuenta ahora de que necesita otros ojos?
El joven tocó su frente de nuevo, se sentía asediado. Tuvo la leve necesidad de sollozar. Justo en ese momento recordó la frase que había leído en la lata; “su miedo es solo parte del proceso, es el principal impedimento, solo la verdad, al final del abismo conseguirá salvarle”.
En ese momento observó de nuevo los tarros de ojos. Poco a poco dejó de mirarlos estupefacto, uno a uno, a contemplarlos desde la distancia, todos colocados con gran belleza y orden en las estanterías. Su sensación de aberración comenzó a desaparecer y la aprensión a la carne de los ojos también se extinguió. En su mente los ojos de las estanterías habían pasado a ser algo complaciente, no eran más que ojos, eran vida, eran un recurso vital sin precedentes. Se sintió repentinamente entusiasmado. Pensó en el nombre de la tarjeta; “casa de putas”, consideró que podría ser otro nombre, él podría haber seleccionado uno entre miles. Miró al viejo, que se mantuvo paciente en su sillón, contemplado con profundidad las reacciones del joven. La luz roja no es sangrienta, la luz roja es agradable, pensó el joven.

Cerró los ojos y se sumió en la esperanzada oscuridad, no dejando ningún género de dudas, para dejarse embaucar por el proceso.

26-1-14

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