Y
dale con Dios.
¿Alguien
le ha preguntado cuantas veces intenta predecir
e
interesadamente se olvida de sus actos?
No.
Encuentra
esa ocasión fortuita de inexplicable acierto con su estocástica
suerte
y lo llama destino o dios.
Y automáticamente convierte todas las
voces del resto de doctrinas en
secundarias y rudimentarias. Ya no
escucha y refuta
sin
elaborar la información no congruente.
Y
entonces se aferra afectivamente a su creencia y no quiere huir de ella,
porque
esa creencia representa sus miedos y esperanzas,
le da fuerzas para
pensar que no todo depende de ella, supone una confianza incondicional y
flotante en el sentido de la vida,
una
señal anhelada desde lo más hondo por completar su ser,
por
aceptar todo lo que pasó, todo lo injusto.
Y de pronto el mismo azar
con voz de destino secuestra todas esa incertidumbre y le da un
sentido inmediato a todo,
y
tu organismo se predispone a ello y se crispa y chirría y Dios vuelve
a la humanidad como tantas veces la razón intento echarlo.
Esta vez
vuelve a ser una vez, ser con más la cohesión, más estabilidad.
La necesidad
de entender, irrumpe en ti y tu inteligencia se va al carajo sin más resistencia para soportar tanta duda.
Y
vuelta al ciclo y parece que cuanto más duda
más razones tiene
ahora uno para defender a su Dios
eximido del dolor, de su culpa, en la
conformidad del saber primitivo.
16 de Diciembre de 2013
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