viernes, 14 de febrero de 2014

CASA EN RUINAS


Me sorprendo al constatar, y solamente soy un sucinto testigo,

el modo en que la discreta expansión de lo ligero
acaba por conquistar el paisaje perpetuo,
el modo en que lo arcaico 
arena las arrugas y desgasta las vigilias,
absorbiendo el sol en los muros
que solo miran
lo que fue.
Las cicatrices se perpetúan y
la hierba crece en sus costras caídas,
avivando las esperas.
En el fondo, en esa esencia oscura
de lo malvivido, en la quejosa
madera de la mecedora,
un sapo aguarda dormido, impertérrito a
las inundaciones y las sequías.
Y si la herida ya lo mató,
¿Entonces qué es esto? se pregunta;
herrumbre del hábito,
carcoma del abuso,
cimientos aparcados que
soportan la lejana inflamación
de las miradas,
una historia atascada, la deserción
de la espesura y del recuerdo.
Pero sus marcas se deponen como máscaras
que buscan aparearse entre olas oscuras.
Y una eléctrica onda deviene
que orquesta las extremidades muertas
(las mueve como perros que van a ser
arrojados al contenedor).
¡Pero la piedra respira! ¡La sangre se descoagula!
¡El sol es fuego y el tiempo obtuso!.
Detrás de sus secas cabelleras,
también se esconde el fluir
de las montañas.







                                                 JUAN RULFO, casa en ruinas, 1955


13-2-14

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