martes, 18 de febrero de 2014

El tiempo se lo llevó

El tiempo se llevó algo más, también congeló una parte de mí y me incapacitó para percibir las minucias de la vida. La carne se hizo roca,  la roca mató los nervios y arenó el plasma sanguíneo, y en ese circuito de misivas perdidas; el cuadro fragua y mis ojos se pierden buscando palabras.
Pero no las hay ¡No quedan! y no sé si están muertas, o descansan.
Lo que es seguro es que ellas no me ayudarían, y consentirlas, solo otorgaría ilusión de que la roca cambia sus paisajes.
La luz de la ventana entra como un engaño óptico, que tan solo despierta la evidencia de la necrosis, y del poco alcance de mis manos. Y es cierto eso, de que de tan irrelevante resulta el latir que al final se para, y que las erráticas palabras adolecen en raíces desconocidas y en hormigón, donde la claridad se funde con el luto anticipado de lo nunca amado. Allí donde las peinetas de las madres se calcificaron y ahora aliñan cada suspiro, y recogen los harapos acumulados en féretros sin nombrar.
Una iniciativa acomplejada intenta asirse como promotor del conjunto, pero es devuelta a la hoguera compartida por el inmovilismo de las ánimas; sus zarpazos verdes y su supervivencia agónica componen el eco del tiempo, que retumba en la cáscara pátina y rala, cáscara dura que tapa sus grietas con nubes negras, que aminoran su marcha ante el escrutinio, que consienten la conservación de esta espesura, y cohesionan los puntos disonantes evitando el fondo, poniendo límite a lo oscuro.
El tiempo se llevó lo que solo él reserva en las acuosas galerías de recuerdos efímeros, evidencias apartadas y fragancias remedadas.

18-2-14

No hay comentarios:

Publicar un comentario