lunes, 15 de noviembre de 2010

LA CALLE (3-09-09)

Las farolas se doblaban sobre sí mismas, los árboles desperdigaban sus hojas como célebres trofeos que caducados de victoria son despreciados.

Las manos bailaban unas con otras, anónimas, buscando un instante para alimentar su fuego concéntrico, una semilla inmortal rodeada de raizes enloquecidas por buscar su autonomía.

El sol palpitaba como una llama debatiéndose con la líquida cera, como los últimos suspiros, sin irradiar más luz que la propia que distingue sus contornos, como enfermizos ojos en la noche.

Los tejados intentaban copiar el firmamento; cómplices de su propio engaño, los gatos saltaban de constelación en constelación, testigos de una luna absorbente, nadadores de la oscuridad, errantes de un hogar también errante, circulantes infinitos de la gran esfera,

la muerte solo es una gota más, que desemboca en un charco de vida. La luz solo es un reflejo, todo se balancea esperando nada, y la sutil invasión del conformismo, calla las voces que rodean las atmósferas, derriba los cristales endebles, despliega los castillos de arena, revolucionarios que se revelan ante su propia inquietud.

El silencio quiere decir algo, su lenguaje indistinguible cada vez ocupa más mi entendimiento, los orgasmos a veces se agarran desesperados de anhelo a él; intentando descifrar sus susurros.

Todas las figuras quieren esconderse, porque han cobrado vida, se esconden tras los cipreses ahuyentados por mis cantos, los bastones escapan de los ancianos, salen corriendo huyendo de su tan elemental función, los pies se enredan, haciendo de todo una raíz ebullecida hasta el fin; como el beso en la despedida,

Los cuerpos buscan el placer consolándose en el crecimiento, los mutilados se martirizan a golpes contra sus propias tendencias, las espinas crecieron hacia adentro de esta rosa de luto, Las chimeneas tosen su hambre; para levantar la aprensión al negro asfalto.

Los pequeños puntos eléctricos chocan entre sí, como las notas disueltas del fondo del mar, los barcos quieren navegar al cielo y se sumen en su incansable mapa hasta darse nombre a sí mismos,

el oleaje solo te arrastra a un rostro cada vez menos maquillado, a unos dedos que para subsistir arrendan sus propias huellas, sólo los llantos desnudan estas paredes gruesamente engrasadas por las mentiras.


FRAN ANDREU 3/9/09

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